Viaje en busca de los ermitaños y ermitañas chinas

“Camino al cielo” es un luminoso viaje del escritor y orientalista Bill Porter acompañado del fotógrafo Steven Johnson en busca de aquellos (y aquellas, porque muchos ermitaños eran ermitañas) que en los años 1980 decidieron abandonar el ajetreo de la vida social para buscar la vida interior en las montañas más apartadas de China. Estas son algunas de las imágenes de Johnson y algunos pasajes de la edición publicada en catalán y castellano por la editorial Tres Portales.

Texto: Bill Porter/Antonio Iturbe   Fotografía: Steven R. Johnson

 

Bill Porter ha viajado por los lugares más inaccesibles de China y tiene un profundo conocimiento de la filosofía de ese país. Ha explicado en su reciente visita a Barcelona que: “Conocí a un monje en Chinatown. Meditábamos los fines de semana y decidí que ese era el tipo de vida que yo quería llevar, así que me fui a Taiwán a un monasterio y pasé allí cuatro años”.  Fue allí donde leyó un libro de poesía budista, La montaña fría, en el que se hablaba de los históricos ermitaños que se retiraban a las montañas para encontrar el camino interior y quiso saber si en esos años 1980 seguía existiendo esa tradición. Y, sorprendentemente, la había: la presión de la revolución cultural comunista empujó a algunas personas a buscar otra manera de vivir más libre.

Le costó dar con ellos porque no vale cualquier lugar inaccesible, sino ciertas montañas donde haya una tradición espiritual. “Cuando los conocí en las montañas me impresionaron tanto que decidí escribir un libro”. Ahí se alió con el fotógrafo Steven Johnson y se embarcaron en un viaje por los lugares más recónditos de China para encontrar esas personas, muchos de ellos practicantes de la meditación budista o taoísta: “los ermitaños son las personas más pobres del mundo pero a la vez son las más felices”.

Reconoce que “era un misterio cómo un país con raíces espirituales tan profundas se había convertido en un país tan materialista. Ahora en China los ricos son héroes a los ojos de la gente”. Por eso también se está dando un repunte en el fenómeno de los ermitaños en China en gente joven que tiene como referente este libro de Porter, que en ese país ha vendido más de dos millones de ejemplares.

La directora de fotografía y realizadora Ellen Xu mostró en su documental, “Invocando al ermitaño”, un fenómeno singular: jóvenes chinos de la generación milennial se van a vivir a lugares solitarios buscando la armonía con la naturaleza. Afirmaban sentirse desorientados al haber perdido la conexión con sus religiones y filosofía ancestrales: el taoísmo, el budismo y el confucianismo. El título del documental tiene una doble lectura: la llamada a vivir fuera del engranaje oprimente de la economía china pero también es un verso del poeta del siglo IV a C. Chu-tzu, donde advierte que la naturaleza salvaje puede resultar durísima para un humano civilizado. Bill Porter señala que de esos ermitaños, hay una mayoría de ermitañas: “El 60 o 70 % son mujeres. La revolución espiritual en China la lideran las mujeres”.

Sobre la situación política comenta que “en los años 1980 los monjes tenían miedo a responder a las preguntas de un extranjero. Había miedo a la presión del gobierno. Eso mejoró posteriormente durante unos años, pero ahora ha vuelto a empeorar. La tecnología hace que el gobierno de China sepa todo lo que dice cualquier persona en cualquier momento y es una poderosa herramienta de control”.

 

El cielo de los ermitaños

“A lo largo de la historia de China, siempre hubo personas que prefirieron vivir en la montaña, subsistir con poco, dormir bajo un techo de paja, llevar ropa vieja, cultivar las laderas altas, no hablar demasiado y escribir todavía menos (quizá unos cuantos poemas o un par de recetas). Desconectado de la época, pero no de las estaciones, cultivaron las raíces del espíritu y trocaron el polvo de la llanura por la neblina de la montaña. Lejanos e insignificantes, fueron los hombres y mujeres más respetados en la sociedad más antigua del mundo”

 

La senda del Tao

“Cuando los chinos empezaron a poner por escrito su comprensión del universo, la palabra que todos utilizaban era tao, una palabra que significa camino, vía y, por extensión, forma de vida. Pero al principio el tao no era un territorio de viajero o filósofos sino de chamanes tribales preocupados por la relación entre los vivos y los muertos, una relación que veían más claramente reflejada en el crecer y menguar de la luna, el yin y el yang, que en cualquier otra cosa”.

 

Las montañas de la luna

Cuando los emperadores, reyes, jefes de clanes y líderes de la cultura china primitiva necesitaban contactar con las fuerzas naturales, los dioses de fuera de la ciudad y de dentro del corazón humano, se dirigían a los ermitaños. Estos podían hablar con el cielo; conocían sus señales, hablaban su lenguaje. Los ermitaños eran chamanes y adivinos, herbolarios y médicos, versados por lo oculto y en lo manifiesto. Su mundo era mucho mayor que el de la ciudad en la ciudad amurallada”.

 

Camino al cielo

“Cuando entré, Yuanzhao me dijo: «Has vuelto. Me alegro. Ahora podemos hablar. La otra vez no estaba segura. Ahora sé que vienes por el Dharma». Me alegré de haber hecho el esfuerzo de regresar. Tenían 88 años pero rara vez he hablado con alguien tan despierto. (…) Saqué de mi bolsa una hoja de papel caligráfico y le pedí que me escribiera la esencia de la práctica budista. Dejó el papel a un lado y no volví a sacar el tema. Al cabo de dos meses, de vuelta en Taiwán, recibí una hoja de papel en el buzón con cuatro palabras: benevolencia, compasión, alegría y desprendimiento. Su caligrafía era tan fuerte y clara como su pensamiento”.

 

El Tao llega a la ciudad

El Maestro Yang, el taoísta ciego: “El Tao lo cultivan muchos, tantos como pelos tiene un buey. Pero la cosecha tarda en llegar. Los que verdaderamente cultivan el Tao son muy pocos. Y los que recogen frutos son todavía menos. Budistas y taoístas van por el mismo camino, pero sueñan sueños distintos. En esencia, budismo y taoísmo son lo mismo, sus textos sagrados hablan de las mismas cosas. Solo que el taoísmo hace hincapié en la vida y el budismo, en la naturaleza. Pero la gente que cultiva de verdad, cultiva ambos. En cuanto a la práctica concreta, en cierto sentido el budismo es mejor que el taoísmo. Aunque los taoístas hablan de cultivar la mente, a menudo les cuesta más controlar las emociones. Les cuesta más eliminar los sentimientos de orgullo. Pero cultivar con éxito cualquiera de los dos es muy difícil”.

 

Un caminante del cielo en Barcelona

Bill Porter es un escritor, antropólogo y prestigioso traductor del chino (firma sus traducciones como Red Pine). Puedes pensar que al conocerlo vas a encontrarte con una persona silenciosa después de sus inmersiones en lo más profundo de la sabiduría china, pero es alguien risueño, afable, con mucho sentido del humor y una mirada de niño pícaro que no le han borrado los años.  La larga barba blanca, la piel clara enrojecida por el sol y un pañuelo rojo al cuello y una barba blanca podían emparentarlo con un tipo de norteamericano como Hemingway, aunque representa una forma de mirar la vida muy diferente. No nos pudimos contener en señalar que nos recordaba su aspecto al del taurino premio Nobel aun a riesgo de que le sentara mal la ocurrencia, pero sonrió con complicidad. Y nos confesó que durante su estancia en el servicio militar en Alemania leyó al autor de Por quién doblan las campanas y desde entonces sintió curiosidad por conocer ese país que tanto fascinaba al novelista y que él visita por primera vez para la presentación de su libro, que forma parte del arranque de la editorial Tres Portales, que quiere abrir ventanas al mundo de los saberes antiguos a todo tipo de lectores. Una veloz visita a Madrid y Barcelona, pero Porter afirmaba sentirse cómodo entre nosotros y dejaba perder la vista por la ventana. Su afán de viajero le hacía ya echar cuentas, o cuentos, para regresar. Le pregunto si no se ha sentido tentado a abandonar el mundo que representa su vida urbanita en Seattle para irse a esas montañas del retiro espiritual. Sonríe y responde con franqueza: “No. ¡Tengo esposa! ¡Y gato! Amaba vivir en un monasterio porque tenías la sensación de estar fuera del mundo de sus discusiones, de la política… todo quedaba atrás. Pero para ser un monje has de acatar órdenes y eso no iba conmigo”.