Un adolescente, una prostituta y un lutier. ¿Qué tienen en común?

Luisa Etxenike presenta en “Cuerdas” (Nocturna) a tres personajes entre el sufrimiento y la esperanza.

Texto: Slawka Grabowska

 

Dijo Jean-Paul Sartre que “el infierno son los otros”, pero también son la salvación. Luisa Etxenike lo deja claro en su última novela, Cuerdas (Nocturna), donde sus personajes encuentran tanto el sufrimiento como la redención en los demás.

 

Como destaca la autora, las cuerdas atan de dos maneras: aprisionando o uniendo. Y al final prevalece la comparación con la guitarra portuguesa y sus cuerdas, que “están unidas sin compartir afinación”. Así pasamos por todo el abanico de emociones y experiencias humanas: el sufrimiento, la tímida esperanza y el inicio de conseguir las herramientas para salir adelante, para dejar atrás lo que nos hace daño, lo que nos convierte en prisioneros.

 

Tres personas, tres vidas llenas de dolor, tres nuevos inicios. Jon, un adolescente donostiarra, se siente atrapado en su cuerpo. No solo quiere huir de un modelo de masculinidad tóxico que tiraniza su vida y la del resto de su familia, sino que quiere asegurarse de construir su propia identidad en contraste con lo que vivió hasta este momento en su casa. Es Ángela, una prostituta de mediana edad, quien sabiamente le explica que una mujer no es el cuerpo, no es la apariencia. Es mucho más que lo que capta la atención de los hombres.

 

Para Jon este es tan solo el inicio del viaje, el primer paso a fin de descubrir su identidad verdadera. Para empezar la segunda etapa tendrá que huir del entorno hostil en el que creció. En su nueva vida lo apoyará Paulo, un lutier de Oporto. Abrirá las puertas de su casa para un chico que huye de su pasado, como antes otros hicieron con él. Un adolescente, una prostituta y un lutier. ¿Qué tienen en común?

 

Del pasado no se puede huir del todo, hay que hacer las paces con él antes de emprender un nuevo camino con la ilusión de lo que pueda pasar. A veces simplemente hay que aceptar que la gente que encontramos en nuestro camino es mala, pero sin olvidarse de que todavía podemos conocer a otras personas, las que tienen una disposición más bondadosa. De todo esto Jon se da cuenta en el proceso de construir su nuevo “yo”. Pero no es el único que tiene que aprender a lidiar con la congoja de lo ya ocurrido. Los que para Jon son guías en ese arduo camino ―Ángela y Paulo―, también luchan contra sus propios demonios. Cada uno se enfrenta al pasado y la trampa del presente antes de poder avanzar y atreverse a seguir adelante, reconstruir sus vidas, quizás basándose en otros principios.

 

Sin duda, en Cuerdas, lo más importante son los tres protagonistas, pero sin los personajes secundarios ninguno de ellos podría progresar. El infierno pueden ser un padre homófobo y machista, unos clientes del prostíbulo, unos “bienintencionados” que quieren que descubramos el engaño de la persona que más nos importa en la vida. Pero la salvación son todos los que se dan cuenta de ese silencioso padecimiento: la asistenta, alguien que nos ve “por dentro”, no solo por fuera; el vendedor de fruta, la pareja que nos ofrece un refugio. La vida está llena de cuerdas, llena de prisiones, pero también llena de bondad.

 

Al leer esta novela es imposible no fijarse en que las tres historias entrelazadas son complejas, están llenas de sentimientos. Algo que, dicho así, podría asustar a algunos lectores, pero todo está contado de manera accesible y fácil de asimilar. Hay quienes dicen que para la lectura de cada libro hay momentos malos y buenos, hay que encontrar el adecuado. No creo que sea así con esta novela. Todos conocemos el dolor, los sueños, la pérdida y el regalo del descubrimiento de las cosas nuevas. La universalidad de temas, pero a la vez la singularidad de las historias personales, hace que la lectura de Cuerdas sea natural y veloz como la vida real.