«Theodoros», de Cartarescu, uno de los acontecimientos literarios del año
El escritor rumano Mircea Cartarescu publica «Theodoros» (Impedimenta).
Texto: Antonio Iturbe
La nueva novela de Cartarescu es uno de los acontecimientos literarios del año. Esta historia se inicia con Theodoros, rey y emperador de Etiopía, santiguándose con sangre mientras se escucha el estruendo de la entrada en su palacio de las tropas inglesas comandadas por el implacable general Napier. Cartarescu no es un autor de thrillers, no le interesa la novela de entretenimiento, probablemente le asquea la narrativa de trucos y enigmas baratos de autores mediocres que tienen mucho éxito, si por éxito se entiende algo tan pobre como ganar dinero (podría poner ejemplos, pero he Jurado no dar nombres). Por eso nos muestra desde el principio el final: Theodoros, tras echar la mirada hacia su vida chorreante de crímenes y excesos, entre la fe y la blasfemia, entre la búsqueda de la grandeza y la más abyecta depravación, se mete en la boca una pistola lujosa, más de adorno que de combate, que le regaló la Reina Victoria, y se revienta el cráneo.
Los que leen los libros como sudokus, ya pueden dejarlo en estas primeras páginas. Los que sigan, se adentrarán en ese personaje que existió y fue una figura turbia y sorprendente, a día de hoy en Etiopía más venerado que despreciado. Al exceso del Theodoros histórico se suma ese don que tiene Cartarescu para desbordar todos los moldes de la realidad y refundarla. Este personaje conecta con todo el sistema nervioso de su conciencia y su literatura porque (hay documentación que apunta esa posibilidad) el origen de este estrambótico emperador etíope se sitúa en la Valaquia rumana. Hasta ahí nos llevará desplegando algunas de las páginas más deliciosamente alucinatorias del libro, entre saltos (también de cama) de la Reina de Saba con el rey Salomón, la vida de pirata de Theodoros, sus delirios místicos, su búsqueda del Arca de la Alianza o sus arrebatos sentimentales que lo llevarán a amar, a sus mujeres o a su madre, con una delicadeza tan extrema como la fiereza despiada que dedica a todos los demás.
En algún momento el narrador (que no narra desde un lugar cualquiera) nos dice que Theodoros siempre supo en su fuero interno “que era un simple mortal que soñaba con ser Dios”. Antes dije que los que iniciaran el libro y vieran a Theodoros esparciendo los sesos por la habitación ya habrían visto el final. En realidad, no es así. Este libro participa de un final aún más apoteósico que el de Solenoide y vemos cómo entronca con la gran incógnita de su genial trilogía Orbitor, porque los narradores tampoco saben si ellos han soñado a Theodoros o él los sueña a ellos. Un final que es un grandioso homenaje a la esencia misma de la lectura.
En algunos tramos de la narración, siempre voluptuosa, aparca la fiebre que en otros escritos anteriores abría su conciencia como las alas de una mariposa monstruosa de manera permanente y aquí conduce de manera más pausada al lector (como en el redactado de cartas), explica asuntos históricos y hace un trabajo más expositivo sobre la época y las motivaciones de los personajes. Por eso para quienes no hayan leído antes a este autor rumano, Theodoros puede ser un buen portal para penetrar en su exuberante mundo literario, aquí algo más amortiguado. Incluso hace algo que no recuerdo haberle leído en libros anteriores: explica las fabulosas alucinaciones de su protagonista por la ingesta de khat o cápsulas de amapola, como si necesitara anclarse en la racionalidad. Y escribe una nota final justificando que se trata de una obra de ficción. Yo voy a soñar que nunca leí ese epílogo que tiene algo de rendición y voy a seguir convencido, como en todas sus obras anteriores, de que todo lo relatado por él es absolutamente verdadero. Mucho más verdadero que muchas cosas que suceden todos los días en eso que llamamos realidad. Él es de los poquísimos autores contemporáneos capaces de alimentar nuestra fe en la literatura que no nace de la invención ingenieril sino de esa substancia desbocada y misteriosa de donde nacen los mitos y los sueños que llamamos imaginación.