Santiago Álvarez “Lo que más me interesa es la oscuridad que tenemos dentro”

Ingeniero, músico, escritor, gestor cultural… pero Álvarez, sobre todo, es ”un tío que hace cosas”. Me lo cuenta durante una charla en la que hablamos de su última novela, “Muerdealmas” (ADN), y de festivales como Valencia Negra, del que es director de contenidos, y que este fin de semana, 20 y 21 de mayo, clausura su onceava edición.

 

Texto: Susana PICOS

 

A Santiago Álvarez lo conocí hace más de diez años en uno de los actos que Paco Camarasa, el librero de la Negra y Criminal, organizó en el marco del festival BCNegra un sábado por la mañana en la Barceloneta. Me explicó que, junto a otros entusiastas, como Jordi Llobregat, acababan de montar un festival en Valencia de novela negra y querían convertirlo en un certamen al que acudieran las figuras del género negro más interesantes del panorama nacional e internacional. Once años después, VLCnegra se ha convertido en una cita obligada para los amantes del género, y Álvarez y los suyos han transportado la misma fórmula, aunque en formato más pequeño, a otras poblaciones de la comunidad valenciana.

Hoy, nos volvemos a ver en persona después de tanto tiempo, y comenzamos hablando de su novela Muerdealmas, la historia de un hombre de ciudad aquejado por una enfermedad mental que se instala en una aldea remota de Castellón en busca de respuestas, algo que no va a agradar a los vecinos del lugar.

 

Muerdealmas ¿es la historia de un enfrentamiento?

Sin duda, un enfrentamiento a varios niveles. Un enfrentamiento entre dos modos de vida: el urbanita y el rural, eso sí, cada uno de ellos está extremado. El urbanita es más acelerado, más enloquecido; el rural es más salvaje, más de supervivencia. Pero también hay otro nivel, el enfrentamiento entre dos familias: la de Abel, de la ciudad, y protagonista principal, y la de los Osset, del campo, con Ventisca como protagonista escondida de la historia.

¿Qué papel tiene el paisaje en Muerdealmas?

Es una novela que nace del territorio. Yo tenía esta historia de enfrentamiento en mi cabeza, pero no encontraba el lugar. Busqué varios territorios y un día mi amigo Jorge García, comisario del festival de Morella, me dijo que mirara por Castell de Cabres. Cuando llegas, la raya de la carretera desaparece y es como un aviso de que te estás adentrando en territorio salvaje. Fui en verano, al mediodía, con un sol estupendo, y conducía con miedo por las curvas, por lo que me podía encontrar, por los precipicios, y pensaba cómo sería conducir por ellas en invierno, en la oscuridad, con lluvia… Cuando me interné por la carretera pensé que era como uno de los viajes que hacía con mi padre hace cuarenta años en la parte de atrás del Renault 18 verde metalizado por las carreteras de una España que estaba en construcción. Tuve la sensación de que allí se había detenido el tiempo y me di cuenta de que ese era el lugar en el que quería ambientar mi novela. Los pueblos de la Tinença de Benifassa tienen muy pocos habitantes en temporada baja, aunque no están demasiado lejos en kilómetros de la “civilización”. De ese territorio escondido brotó la familia Osset. De hecho, los miembros de la familia llevan nombres como Peña, Ventisca, Ibón, Jara… nombres que reverberan la montaña porque yo quería que fueran como rocas, árboles que salen de la tierra.

¿Y qué querías contar de ese territorio?

Normalmente, uno se interesa por aspectos que se salen un poco de su día a día y hay veces que uno encuentra algo donde cree que tiene cosas que decir. Y es lo que me ocurrió a mí aquí con este libro. Estamos acostumbrados a ir a la naturaleza a hacer senderismo con nuestros hábitos de urbanitas y transportamos con nosotros nuestro modo de vida, lo que ha provocado el ajardinamiento de la España boscosa, anteriormente salvaje. El monte está como amaestrado y, sin embargo, lo que me fascinó de la Tinença es que es un entorno montaraz que está intacto en el sentido natural. Y no es amenazador, aunque es verdad que para nosotros puede serlo porque no estamos acostumbrados. Esa atracción por este tipo de entorno me viene de mis años de boy scout. He estado en esas montañas cuando era un crío y recuerdo pasar miedo en el monte, caminar en la oscuridad y creer que me encontraría a un animal. En mi novela quería mostrar eso, que nosotros somos animales de ciudad y el monte nos parece amenazador, y en cambio, personas como la familia Osset forman parte de la naturaleza, por eso en la novela parece que tengan poderes chamánicos, pero no los tienen, simplemente forman parte del lugar.

Un protagonista enfermo mental le ofrece como personaje muchas posibilidades a un escritor…

Totalmente, la gente me pregunta a veces cómo me documenté. Y les decepciono un poco porque yo escribo ficción y la ficción es el ejercicio de la imaginación. No quiero trasladar bibliografía a una novela. Lo que sí puedo afirmar es que, cuando empecé a investigar, me di cuenta de que sabemos muy poco sobre las enfermedades mentales. Sabemos mucho, por ejemplo, de farmacología. Es decir, sabemos si esto bloquea tal conexión o si esto te mantiene tranquilo o hace que no tengas problemas severos. Sabemos mucho de estadística, por ejemplo, cuál es el porcentaje de jóvenes entre 12 y 15 años de la provincia de Teruel que se suicidan, pero no sabemos las preguntas básicas: si a alguien se le va la luz de su mente, ¿a dónde va?, ¿cuándo va a volver?, ¿por qué?, ¿me está escuchando?… no sabemos nada de eso y me parece un territorio fascinante para, como escritor, interpretar o transmitir al lector lo que está pasando en la mente de un protagonista con este tipo de problemas.

En tus dos anteriores novelas creaste un detective, Mejías, pero en esta no. ¿Por qué descartaste al investigador clásico?

Esta novela es muy distinta a las que había hecho antes porque las otras transcurrían en la ciudad y esta no; había un detective y aquí hay una persona con problemas mentales y el tono también es completamente diferente. Las novelas de Mejías tienen mucho humor, es un personaje tan descabellado que el humor es la única forma de hacerlo vivir; sin embargo, en Muerdealmas no lo hay. A veces me molesta que haya gente que me diga “esta novela parece que no la hayas escrito tú” y lo dicen porque se han leído las anteriores y les parecen de un autor distinto, pero creo que un escritor debería saber escribir cosas distintas; forma parte del oficio y no hay nada espectacular en eso, simplemente son decisiones y, aquí, la decisión es la de ir en otra dirección. El tema de lo que ocurre dentro de nuestra cabeza y los laberintos que a veces no sabemos ver desde fuera es un tema que me interesa mucho. Entre mis novelas negras favoritas se hallan 1280 almas y El asesino dentro de mí, de Jim Thom[1]son, y las de Patricia Highsmith; la psicología de Ripley me parece fascinante.

Todos tus personajes, hasta los más crueles, son personas atormentadas. ¿Podríamos decir que eres un escritor compasivo con sus criaturas?

Creo que en el fondo la literatura es una forma de introducirnos en el corazón de lo humano, no solo de los personajes. Yo necesito trabajar y convivir con mis personajes para entenderlos, comprender por qué hacen lo que hacen, por qué están dónde están… Los personajes más fascinantes son los que, en un principio, creemos que no son como nosotros. Pensamos que nosotros somos mejores que ellos o que están en un mundo en el que nosotros nunca entraremos. Yo siempre digo que, para mí, el género negro no es un género de investigación o un género de crítica social. Lo que más me interesa del género negro es la oscuridad que tenemos dentro de nosotros mismos; todos proyectamos una sombra, cuando salimos al sol también está la sombra, y esa sombra es la que me interesa, en algunos casos es más grande, más densa. Esa sombra, a veces, es difícil verla en la buena gente, pero en personas que hacen cosas terribles es más fácil y nos puede ayudar verla no solamente para entenderlos mejor, sino para entendernos mejor a nosotros mismos. Es una labor de empatía.

Pero en tu novela abordas la enfermedad mental, los abusos a la infancia, la violencia hacia las mujeres, la violencia familiar…

Creo que, cuando te interesas por lo humano, por lo realmente humano, aparece todo esto y más. No voy a ser un existencialista metido en un cuarto de baño blanco y limpio para no ensuciarme, voy a meter las manos en el barro de lo humano. No puedes ser indiferente a lo que encuentras; tienes que mostrarlo. Pero creo que hay diferencias entre mostrar algo y denunciarlo o usarlo como elemento de morbo. Para mí, la novela, la literatura en general, es una linterna que ilumina lugares que no estamos acostumbrados a ver.

¿Cuentas hechos reales en Muerdealmas?

Leí el libro Los tres días con los endemoniados, del periodista Alardo Prats, en el que relata los exorcismos y aquelarres que tuvieron lugar en el santuario de la Balma en 1925. Si te encuentras un material así tienes que utilizarlo y no puedes inventar, por eso yo lo introduje en la novela como él lo cuenta.

En tu novela hay violencia, y algunas escenas nos recuerdan a un western…

Es algo que he reflexionado a posteriori. Releyendo esta novela y las otras dos me doy cuenta de que yo soy un poco mascletero. ¿Sabes cuándo se dice en Valencia que una mascletá es buena? Depende del ruido que haya hecho al final, porque en el final la gente enloquece y aplaude según el estruendo. De alguna manera, yo tengo tendencia a hacer las novelas mascleteras. Que hubiera escenas de tipo western no fue una decisión consciente, pero es cierto que hay secuencias que lo parecen. También me han dicho que soy tarantiniano y que no hago concesiones.

¿Qué es hacer concesiones con el lector?

Yo también me lo pregunto. Tú tienes que estremecer al lector, no dejarle igual después de leer el libro, tienes que ir a afectarle de alguna manera, sea como sea. He tardado mucho en escribir una novela para que después se lea de forma indiferente; intento que no le dé igual. Pero no la decido pensando en los gustos del lector. Escribir un texto que alguien va a leer implica que haya un lector, pero ese lector puede ser de muchos tipos. Se habla mucho de las tramas de las novelas, de los temas, pero poco de la ambición literaria, y creo que debería ser una obligación del autor.

Eres escritor, pero también estás en relación con las instituciones por tu labor como gestor cultural. ¿Cuál es tu visión del sector cultural en España?

Es complicado decir cómo está el sector cultural porque es muy distinto entre sí. Ahora mismo se están haciendo esfuerzos por la modernidad y por apoyar la cultura y la innovación; por las artes colaborativas en la calle y participativas, y eso es genial, no quiero en absoluto quitarle una décima de importancia. La apuesta por lo audiovisual es innegable y está generada por una importante y poderosa industria. Pero nosotros creemos que toda la cultura viene, en el fondo, de los libros; pensamos que todos los creadores han leído y, en cambio, nos da la sensación de que hay una descompensación entre las artes a las que se dedica esfuerzo. Se piensa que los libros están sostenidos por la industria editorial, que es privada, y con eso es suficiente. Parece que tenemos que estar peleando continuamente ante las instituciones por los libros y convencerlos de que son buenos y, además, baratos. Quiero decir que es mucho más barato organizar un festival de literatura que uno de cine o de teatro. Son una parte básica de la sociedad y están sufriendo un deterioro. Los asistentes a los certámenes de libros están envejeciendo y es preocupante porque pienso ¿qué pasará dentro de quince años? ¿Solo leeremos manga? Los libros necesitan mucho cariño y hoy en día no todas las instituciones se lo tienen, ni tampoco paciencia. Las instituciones y los gestores no pueden medir el éxito de un evento únicamente por el número de asistentes o el número de libros vendidos; es un error. Los libros producen una serie de intangibles que se deben valorar de otra manera porque producen ciudadanos; deberían tomarlo como un servicio público. Dicho esto, nosotros hemos encontrado instituciones que apoyan los festivales de literatura y estamos superagradecidos.

Formas parte de la organización de los festivales Valencia Negra, Betera Histórico Noir, Torrent Histórica, Xabia Negra… ¿Qué opinas de las voces críticas que afirman que hay festivales de novela muy parecidos y que se deberían reducir?

Nadie se queja de cuántos equipos de fútbol hay en Tercera Regional, ya no digo en Primera. Cada pueblo quiere tener su equipo y, de igual manera, cada pueblo debería tener su festival, igual que la mayoría tiene su biblioteca. No hay nada malo en que poblaciones que están juntas o cercanas tengan actividades importantes basadas en los libros, el problema no es ese, el problema es que hay que trabajar para ofrecer un evento atractivo. Si la actividad consiste únicamente en montar cinco puestos de venta de libros, los asistentes se dan la vuelta por la plaza, los miran y posiblemente no compran ninguno y se van a tomar una cerveza. Debemos convertir el evento en una cita que la gente esté deseando que llegue porque se lo pasa bien, aprende y, encima, los libros están guays. Fernando Marías siempre decía: “Tenemos que ir más allá del libro”.