Salvat-Papasseit, el poeta que convertía los versos en barcos

Se cumplen cien años de la muerte de este escritor de origen proletario fuera del canon durante años, autor de caligramas y de uno de los mejores poemarios eróticos escritos en catalán. En “Joan Salvat-Papasseit. Me he cruzado con un hombre que pasaba” (Cátedra) Jordi Villaronga nos devuelve su fulgor en una cuidada antología bilingüe.

Texto: Enrique Santos Unamuno     Imagen: Rafael Perez Barradas

 

Este 7 de agosto se cumplen 100 años de la muerte del poeta barcelonés Joan Salvat-Papasseit (1894-1924). Un centenario que quizás haga aún más significativa y feliz la aparición, a finales de 2023 y para disfrute del lector español no familiarizado con la literatura catalana, del volumen Me he cruzado con un hombre que pasaba. Como bien ha señalado Jaume Subirana, Salvat-Papasseit no forma parte de la plétora canónica de autores catalanes (Verdaguer, Maragall, Espriu…) troquelados según el modelo de sacralización burguesa (también para uso y disfrute del pueblo) vigente en Europa a partir del siglo XIX y hasta casi mediados del siglo XX: el del gran escritor nacional. Por otro lado, sus orígenes proletarios (nacido en la portuaria Barceloneta, de madre gitana), así como su no elegida existencia precaria (huérfano precoz, dependiente de sucesivos trabajos eventuales, literato autodidacta…), lo alejan también de cierto mito romántico del desclasamiento, la bohemia y el cosmopolitismo, tan de moda en esa fase polarizada del campo literario autónomo, cuando la Literatura (con mayúsculas, como ese poeta ideal preconizado por Salvat-Papasseit) todavía era una de las prácticas culturales hegemónicas en las sociedades europeas.

La verdad es que la figura de nuestro poeta, aun habiendo habitado un mundo ya desaparecido (el de la Modernidad), llevaba inscritos los necesarios mimbres emocionales y culturales (la vanguardia, el anarquismo vital, la rebeldía juvenil, la desregulación creativa, el erotismo como motor, la eterna niñez, las pulsiones de la identidad política colectiva) que el capitalismo artista de la era flexible ha transformado en algoritmo generativo de la hoy hegemónica economía simbólica y transestética de los bienes materiales. Es así como su fama, tardía y paradójica (sigue diciendo Subirana), ha acabado convirtiendo a Salvat-Papasseit en uno de los poetas más vivos de las letras catalanas, a pesar de haber ingresado allí a partir de los márgenes y de lo nimio en apariencia (un poeta nacional propio de la presente condición posliteraria, podríamos decir). «Res no és mesquí» (Nada es nimio) es precisamente el título de uno de sus poemas más célebres, recitado en diferentes soportes, junto a otros, profusamente compartidos y popularizados, musicados ya desde los años 60-70 del siglo pasado por Martí Llauradó, Rafael Subirachs, Guillermina Motta, Ovidi Montllor o Joan-Manuel Serrat.

Si en la segunda mitad del siglo pasado su obra publicada en vida fue siendo recuperada críticamente y acrecentada con nuevos hallazgos, en lo que va de nuevo milenio su presencia en el paisaje literario barcelonés y catalán seguiría aumentando, desde los nombres de las calles o instituciones culturales hasta el arte urbano (murales y grafitis), los soportes y formatos digitales (memes, redes sociales…) y todo tipo de ephemera (flyers, carteles, merchandising…). Una persistencia del poeta catalán y su obra en el espacio público contemporáneo ligada a un régimen de preservación canónica que ya no pasa sólo por la escuela y la lectura tradicionales, sino que nos habla de un mundo de alfabetizaciones múltiples y de prácticas literarias más allá del libro.

Así pues, mérito no menor del volumen que reseñamos (y en primer lugar de su compilador, Jordi Virallonga) es el de haber puesto a disposición de los lectores de lengua española no sólo los numerosos textos de poesía y prosa de Salvat-Papasseit antologados y traducidos (con el acierto de no sustraer las versiones poéticas originales en catalán), sino también una útil y completa introducción, necesaria para abordar con garantías el periplo vital e intelectual de Salvat-Papasseit, así como los contextos sociales, políticos y culturales de producción, circulación y recepción de dichos textos y, más en general, de su figura.

Tras su placentera lectura, esas lectoras y lectores podrán sumergirse mucho mejor en el universo material y simbólico de la memoria cultural y literaria catalana. Si acaso, se echaría de menos quizá un marco de contextualización literaria con coordenadas geoculturales y lingüísticas menos ligadas a la añeja teoría (inter)nacional de los meridianos reformulada de maneras diferentes a lo largo del siglo XX (desde Guillermo de Torre a Pascale Casanova) y más en consonancia con modelos orientados al complejo y multidimensional funcionamiento de las redes transnacionales del espacio intelectual y literario.

Por lo que respecta a las obras de Salvat-Papasseit antologadas, sus seis libros originales de poesía están bien representados, si bien con la lógica necesidad selectiva propia de cualquier florilegio. Las seis composiciones procedentes de Poemes en ondes hertzianes (1919) incluyen el primer poema escrito por Salvat-Papasseit («Columna vertebral: Sageta de foc» [Columna vertebral: Saeta de fuego]), afortunada consecuencia (como el resto de su obra poética) del haber secundado los ánimos de Emili Eroles (amigo y compañero de tertulia en su puesto de libros del mercado de Santa Madrona) para que empezara a expresarse literariamente en catalán. En el resto de composiciones seleccionadas queda evidenciado su entusiasmo por el futurismo italiano, el cubismo y la poesía caligramática de Apollinaire.

La relación enmarañada entre las artes verbales y visuales se manifiesta cumplidamente ya desde su primer libro de poesía, trufado de los estímulos que el autor encontraría en la sección de Librería de las Galeries Laietanes, de cuya dirección se hizo cargo gracias a Santiago Segura y, en última instancia, al poderoso aval de Eugeni D’Ors Xènius. Su amistad y colaboración con artistas como Joaquín Torres García, Rafael Barradas, Xavier Nogué o Joaquim Sunyer y con escritores como Josep-Vicenç Foix, Tomàs Garcés o Josep-Maria López Picó, entre muchos otros, nos dan una idea de parte del mundo intelectual en que se movió, sin renunciar nunca por ello a sus orígenes sociales. Entre las composiciones escogidas de este libro en ondas hertzianas destacan la feliz cartografía sociourbana «Plànol» [Mapa] y la psicografía avant la lettre titulada «Passeig» [Paseo], de donde proviene el (literalmente) mayúsculo endecasílabo final «M’HE TOPAT AMB UN HOME QUE PASSAVA» que confiere su nombre a la antología.

L’irradiador del port i les gavines (1921) es otro poemario urbano de inspiración vanguardista (si bien el meollo de la poesía de nuestro autor reside en otra parte, como ya señaló con acierto el mencionado Foix) donde se dan cita el metro parisiense, los tranvías, el puerto barcelonés y el acelerado ritmo de la urbe moderna con la certeza de quien sabe que morirá joven transformada en alegría de vivir, sensaciones carnales y difusa empatía sinestésica, sin olvidar la omnipresente conciencia social de Salvat-Papasseit, con indudables ribetes cristianos (un aspecto éste ya subrayado por Tomàs Garcés en una límpida semblanza póstuma de su vida y su obra publicada en La Gaceta Literaria en agosto de 1927, a tres años de su muerte). Inolvidable la imagen final del llanto de Jesús a los postres de una comida natalicia marcada por la pobreza («Nadal»), junto a poemas tan populares como el ya mencionado «Res no és mesquí» (atravesado de una humilde y serena aceptación del mundo) o el conmovedor «Tot l’enyor de demà» [Toda la añoranza de mañana], dictado por la nostalgia de un futuro en que ya sólo seremos ausencia.

Muy diferente representación tienen los dos libros de poemas publicados por Salvat en 1922. El par de composiciones extraídas de Les conspiracions (cuyos títulos son ya orientativos: “El somni” y “L’epifania a Castella”) nos devuelven una imagen del poeta algo forzada y presa de cierta afectación, consecuencia no de su sentimiento catalán separatista e independentista (sincero y perfectamente respetable) sino de la prosapia decimonónica de unos moldes poéticos épicos y aguerridos (tan presentes en los himnos nacionales) de base burguesa difícilmente compatibles con la revolución de los parias defendida por Salvat en sus textos políticos. No ajeno a esta circunstancia es sin duda el hecho de que dicho poemario fuera concebido durante una estancia en el Sanatorio de Cercedilla (en la Sierra de Guadarrama) patrocinada por el industrial Lluís Plandiura, dedicatario del volumen.

En cuanto a las dieciséis composiciones provenientes de La gesta dels estels (Mostra de poemes), publicado también en 1922, de ellas se deduce que, una vez atenuado el vanguardismo más exterior y a medida que la precaria salud del poeta iba marcando cada vez más su día a día (tras la primera crisis de hemoptisis ocurrida en Sitges, durante el verano de 1918), algunos temas de su poesía (la bulliciosa y a un tiempo apacible ciudad de las clases populares, la cotidianeidad familiar, el amor y el deseo, el territorio y la identidad, la inevitabilidad de la muerte y la alegría de la vida) se van destilando y acendrando.

En «La casa que vull» [La casa que quiero], preciso poema testigo de su fugaz paso por la calle Pujolet (en Horta), tras los años transcurridos en la calle Giné i Partagàs (en la Barceloneta) y antes de establecerse en la calle Argentaria (en el barrio de la Marina), donde fallecería dos años más tarde, pueden verse perfectamente encarnados casi todos esos núcleos temáticos.

Mención aparte merece el volumen titulado El poema de la rosa als llavis (1923), el de mayor fortuna de entre los suyos, escrito durante el verano de 1922 durante otra estancia de reposo en el sanatorio de Les Escaldes (en Andorra). Se trata de un libro compacto en su concepción, dividido en veinte secciones por un total de treinta y un breves poemas que el editor, con muy buen criterio, ha decidido incluir en su totalidad. No nos queda sino encarecer la lectura del que ha sido considerado el mejor poemario erótico escrito en catalán (Joan Fuster), donde, entre otras influencias y formas, se mezclan la tradición trovadoresca culta y la canción popular en un variado caleidoscopio de concepciones amorosas.

Por su parte, el póstumo (fue publicado en 1925) y seguramente inacabado Óssa menor (fi dels poemes d’avantguarda), compuesto por una serie de poemas que el poeta tenía debajo de la almohada en el momento de morir, contiene muchos de los temas ya tratados y los reelabora en nuevas direcciones, truncadas para siempre por la prematura desaparición de un poeta aún en evolución.

Por lo que respecta a la obra en prosa de Salvat-Papasseit, compuesta en buena medida por artículos de temas diversos, pero con presencia también de breves pensamientos y aforismos a la manera nietzscheana (denominados mots propis), Jordi Virallonga decide, también acertadamente, ofrecer una selección temática de textos publicados entre 1914 y 1921 en diferentes contextos editoriales, entre lo político y lo artístico-literario (La Justicia Social, Los Miserables, Sabadell Federal, Un enemic del poble, Mar Vella, Vida-americana), algunos de ellos ya recogidos en el volumen Humo de fábrica (1918). Los textos incluidos van del contenido biográfico, cultural e ideológico al político-social, con especial atención asimismo por el peculiar anticlericalismo cristiano y revolucionario de Salvat-Papasseit y sus opiniones en torno a España y la juventud española.