Ray Loriga: “Para ser bufón hay que tener talento”

Publica «Cualquier verano es un final» (Alfaguara).

Texto: Begoña PIÑA  

 

Hacer una entrevista, a veces, se convierte en un ejercicio delicado para el que, por mucho que te hayas preparado, no estás, perdonen la redundancia, en absoluto preparada. Hacer esta entrevista a Ray Loriga ha sido una de esas veces. Cuando el entrevistado contesta en más de dos ocasiones a tus preguntas con un “sí, pero no” o, peor, con un “eso también lo matizo”, te asaltan las ganas de romper en pedazos las cuartillas donde has escrito las preguntas que querías formular. De hecho, lo haces imaginariamente. No queda más remedio que inventar sobre la marcha otro camino. Loriga, que procura disimular su yo esquivo impidiendo que las respuestas se conviertan en monosílabos, reconoce al final de esta charla que no le gusta hablar de sus libros. Sin embargo, esta es una entrevista a propósito de su nuevo libro, Cualquier verano es un final (Alfaguara), así que, antes de empezarla, la suerte ya estaba echada. La novela es una historia de amistad-amor entre Yorick, un editor de colecciones de clásicos ilustrados que se considera un mediocre, y Luiz. El personaje, un “imbécil” en palabras de su autor, en realidad, un imbécil entrañable, se pregunta y nos pregunta a los lectores desde su relación con Luiz, por el sentido de la vida, la muerte, por la esencia de la amistad y del amor, por las contradicciones del ser humano, la enfermedad… Hay mucho en este libro, narrado, por cierto, con un gran sentido del humor.

Esta novela está escrita en primera persona, el personaje vive de la literatura, ha tenido un tumor cerebral… ¿es más usted que ninguna otra de sus novelas?

Por partes, puede que sea la novela que es más el yo de ahora, las otras las escribió un yo de antes, pero tampoco soy yo. Este individuo no deja de ser un personaje que habla en primera persona. Evidentemente, le presto muchas cosas mías, eso me ayuda a habitarlo, pero hay otras cosa que hace él, conductas que no son las mías. Me divierte o me parece interesante darle un cuerpo de cosas que conozco o que están dentro de mí o de mi historia y luego darle la libertad que toca que sea.

Yorick está en un momento vital en que es consciente de que ha perdido para siempre la juventud y se plantea el sentido de la vida…

De joven te planteas el sentido de la vida en acción, ¿qué puedo hacer yo con la vida? o ¿qué va a hacer la vida conmigo? Todo tiene más que ver con la acción. A cierta edad, eso del sentido de la vida, como los Monty Python, se convierte en un periodo de reflexión, hay pocas o menos cosas que puedes hacer y lo asumes. Por otro lado, lo que has hecho, de alguna manera, te ha construido, y eso también lo tienes que asumir.

¿Y estas reflexiones de ahora son el cimiento de la literatura que hace hoy?

Algunas sí y otras, no. Una vez que te pones en funcionamiento con un personaje, muchas de las reflexiones que debe ir haciendo o hace el personaje le corresponden a su propia circunstancia, es víctima de sus circunstancias, que no son exactamente las mías. Puede que haya paralelismos… ropa prestada. Coges un personaje y no lo dejas en pelotas, le pones una chaqueta, que es la que tienes más o menos, que es la tuya. Hay un sí, pero no.

El personaje se define a sí mismo como un mediocre. Antes de empezar la entrevista usted se refirió a él como “este imbécil”…bueno, no deja de ser un tipo entrañable. ¿De dónde sale?

Tiendo a imaginar personajes nada heroicos, porque no me considero una persona heroica ni a la mayoría que tengo alrededor. Somos todos medio normales. Es un tipo consciente de sus limitaciones y eso no me parece mala cosa. Puede caer en la autohumillación, pero es una manera de defender su inteligencia. Defender tu inteligencia es también darte cuenta de hasta dónde llegas.

Con él ¿lo que quiere contar es una historia de amistad, de amor?

Intento que sea una historia que toma la amistad más profunda como un romance, con todos los condicionamientos y sufrimientos del amor, y eso era un poco lo que me guiaba. El propio personaje se intenta explicar hasta qué punto ese amor es incondicional y hasta qué punto es, como todo amor, egoísta. Es decir, uno ama por lo bien que le hace sentir, normalmente.

Yorick se pregunta incluso si es verdad que existe ese amigo…

…ese amigo tal y como se relaciona con él, porque en todo amor profundo hay una sublimación. Uno siempre sublima el objeto de veneración.

Duda constantemente de lo que los demás sienten por él. ¿No duda demasiado?

Nunca me planteo corregir la actitud y la personalidad de mis personajes, me limito a seguirlos y a ver adónde van, es lo que me parece bonito. Una vez que has puesto un personaje en movimiento, solo puedes ir tras sus pasos, no me tengo por quién para corregir su conducta.

Yorick y Luiz encuentran felicidad en sus momentos de silencio. ¿Es una manera de reivindicar el silencio en un mundo invadido por el ruido?

Sí, eso sí que es un punto de vista absolutamente propio. Con los amigos con los que he estado mejor, y a los que tengo por más íntimos, he estado muchas veces sin decir nada y cuando no hay nada que demostrar, ni tienes que epatar a nadie con tus frases ni con tu inteligencia, simplemente mirando lo mismo y pensando cada uno en lo suyo… Esos momentos de absoluta paz, en confianza, me parece que son oro. Poder estar tranquilo.

Son amigos que no saben muchas cosas del otro. ¿Vivimos obsesionados por controlar a las personas que queremos, por conocerlo todo de ellas?

Parte de la esencia del amor es el respeto y respetar incluye dejar zonas desconocidas y no querer saberlo todo y contentarse con lo que disfrutas de una compañía. No tienes que saber todos los secretos, las zonas en sombra que están voluntariamente en sombra, toda persona tiene derecho a su intimidad mental, un lugar vallado por su propia mente. Probablemente, una de las preguntas más incómodas que te puede hacer un amigo o una pareja es “¿qué estás pensando?”. Dan ganas de decir “y a ti ¿qué te importa?”.

El personaje es editor y hay muchas referencias literarias en esta novela, empezando por el nombre de Yorick. ¿Son sus propias referencias?

Muchas, evidentemente. En esta colección imaginaria de clásicos ilustrados para eruditos, que no son los típicos clásicos, que también me encantan, he intentado buscar unos libros un poquito más escondidos, hay libros que me encantan y he leído y me he imaginado cómo los ilustraría.

¿Qué piensa de las colecciones de clásicos ilustrados?

Lo que piensa el propio personaje, que son un poco como anzuelitos, “coffee table books”, pero las ilustraciones tienen un valor, eso es evidente. Si te compras un libro ilustrado por Ralph Steadman, pues tienes un libro con unos dibujos magníficos, aunque es mejor leer el texto autónomo.

Pero ¿cuál cree que es la utilidad de estos libros?

Tiene un objeto de perversión lo de… Me acuerdo, cuando yo era pequeño, que estaba la revista Reader’s Digest, que se publicaba en castellano y tenían este sistema de hacer los libros, coger el Quijote y quitarle muchas páginas por en medio, coger Moby Dick… entonces la gente podía decir que se había leído Drácula de Stoker, pero no es Drácula entero, son como unas paginitas… lo hacían para que se entendiera el “plot”, pero se quitaba mucha literatura, claro. Bueno, pues esto pasa. Hay ciertos libros que han pasado al acervo popular y que no son precisamente Spider-Man, sino que son bastante más complejos y que tienen una representación muy pálida de lo que son. En eso entran también esto de dar las cosas en formatos más fáciles en vez de leerte el libro.

¿Literatura adulterada?

No digo que tenga nada de malo, pero, desde luego, pensar que con esa adulteración uno ya conoce el libro es un poco absurdo, pero bueno, cada uno mira lo que quiere y lee lo que le da la gana.

Yorick, el bufón de la corte. Dice Shakespeare: “De infinita guasa, de excelentísima fantasía”. ¿Por qué ha elegido a Yorick?

Para ser bufón hay que tener talento. Por un lado, para hacerlo semiimaginario, también por la broma de que su padre era un fanático de Shakespeare y le llamaba Yorick desde niño y por la historia de un bufón, una historia pretérita que en el libro solo aparece referida, lo único que vemos de él es su calavera. Hombre, ¡adoro a Shakespeare, pero eso es tan obvio decirlo! Es como decir que adoro a Cervantes.

Hay muchísimo sentido del humor en esta novela. ¿Es necesario para aliviar el peso de la reflexión sobre la vida y la muerte?

Para mí, el sentido del humor siempre ha sido esencial a la hora de escribir, quizá hay libros que me lo han permitido menos, como Rendición, que es una historia contada por un hombre sin demasiado sentido del humor y entonces no podía salirme del personaje. También, en esta historia la muerte tiene una presencia especial, por lo menos la reflexión sobre la muerte y su contrario, la vida, y me parecía que la única manera de aligerar eso era con unas dosis altas de sentido del humor.

¿Eso es lo que hace en la vida, aplicar sentido del humor a reflexiones profundas?

Para empezar, no sé si tengo reflexiones profundas.

Si no las tuviera, no las tendrían tampoco sus personajes…

Desde luego, sí que aplico el sentido del humor a cualquier situación, incluso a la más negativa porque me parece que es la única manera de mirar una cosa desde dos ángulos distintos, no te enfrentas con las cosas de una manera plana, una realidad invencible, el sentido del humor te angula y te da la posibilidad de mirar desde otro lado.

Meditar sobre la muerte y la vida, ¿tiene que ver con su momento vital y por eso está en este libro?

Es inevitable, ya lo dije en su día, después de que sufriera una condición bastante grave… y he pasado muchos meses en la cama en un hospital y luego en mi casa también en la cama, quieras que no, te da que pensar. Por otro lado, no puedes hacer nada más que darle vueltas a la cabeza y entonces, claro, la novela se impregna de todo eso.

¿Y le ha servido de alguna manera en lo personal la escritura de este libro?

No creo en la escritura como terapia, pero desde luego sí creo que el miedo siempre es más grande que el perro, en el sentido de que la peor de las situaciones, cuando la tratas mucho, la acaricias y empiezas a hacerte amigo de ella, resulta que no era para tanto o es lo que es, sencillamente. La enfermedad y la muerte, que la he visto de cerca, tienen esta cosa de que son muy simples. La enfermedad duele y la muerte mata, no hay muchas más cosas que pensar al respecto.

El personaje pasa su enfermedad solo, ¿la enfermedad es una circunstancia solitaria?

Sí, los demás te pueden acompañar y está bien y te ayuda, pero al final esa situación es de uno.

Volviendo a las referencias y no solo por este libro, sino por su trayectoria, da la sensación de que es usted un poco mitómano, ¿no?

Puede, sí. Pero no me interesa tanto la mitomanía como ver por qué estos personajes afectan de una manera concreta a ciertos individuos. Soy mitómano, pero no tanto como para tener en mi casa fotos.

Tiene 56 años y sigue siendo el moderno de la literatura joven española. ¿Cómo lo ha conseguido?

Probablemente, por pereza mental de los que te clasifican. Me acuerdo también de que cuando empecé a publicar, un buen amigo, Julio Llamazares, un magnífico escritor, tenía entonces veintipocos años, me dijo: “Ya vas a ver, esta etiqueta de escritor joven te va a durar hasta los 40-45”. Y me ha durado más, porque todavía hay quien lo dice. Tengo casi 60 años, ya no puedo ser un escritor joven ni muy moderno, creo.

Mencionaba a Llamazares… Usted siempre ha sido solidario con sus colegas.

Siempre, sí. No es tanto solidaridad, como naturalidad. Si leo un libro y me gusta, estoy encantado de presentarlo, comentarlo, citar a otros colegas en entrevistas, hablar de escritoras que a lo mejor ni siquiera conozco, pero que me encantan. Esta cosa mezquina que a veces hay en este mundo de la literatura siempre me ha molestado y pienso que cuánto más libros venda Rosa Montero, mejor, y cuántos más mi amiga Almudena… no pienso que lo que vende ella esté dejando de venderlo yo.

¿Y usted ha recibido lo mismo?

Desde mis amigos, sí.

A usted le fue muy bien en la literatura desde el primer libro…

Me vino bien en su día, porque cogí mi primer trabajo casi con… no tenía ni la edad legal, me hicieron un contrato de aprendiz al principio, tenía 17 años. Me apetecía irme de casa, empezar a ganarme la vida para no cargar a mis padres con mi sueño de querer ser escritor.

¿Con 17 ya sabía que quería ser escritor?

Sí, de hecho, el primer libro lo escribí mientras trabajaba en esa tienda.

¿Cómo se siente en el mundo de hoy?

Creo que lo más que cambia es el sujeto. La brecha digital, por ejemplo, a mí ahora los cacharritos estos me superan, yo solo por el mundo no podría ni viajar, no tengo ni teléfono de código QR. No es que el código QR esté mal, es que yo no me he adaptado, me da pereza o es tarde para mí, no sé. No es la realidad la que me ofende, sino yo que me arrincono.

Se calla sus opiniones, pero, sin embargo, sí quiso hablar del tumor y la enfermedad. ¿Por qué?

Habían pasado dos años, iba a sacar una novela tarde o temprano y tampoco quería que toda la atención (“¿te pasa algo en un ojo?”) acabara pringándolo todo. Y alguien se enteró y me ofreció… y antes de que se cuente de otra manera, prefiero contarlo yo, pensé.

Es muy consciente, entonces, de que es un personaje público. ¿Cómo convive con ello?

Mal, nunca me ha gustado, a pesar de la fama del principio, de escritor mediático. Siempre he pensado que el trabajo es escribir. Y luego está esta otra parte [las entrevistas], que la llevo ya como de oficio.

¿No le gusta hablar de sus libros?

No, y me parece que siempre le haces un flaco favor al libro cuando lo explicas. Un libro lo escribes para que sea leído y cuando lo tienes que reducir a tres comentarios o a cuatro, no está en la textura del libro. Un libro lo has calculado de una manera y al reducirlo a unas explicaciones, me parece que lo desmenuzas. El libro para el escritor tiene un tiempo de vida, una vez que lo acabas, desaparece de tu cabeza y cuando lo tienes que empezar a contar es casi un elemento estrógeno, ya no es el libro cuando estaba dentro. Se me hace muy difícil, porque ya estás pensando en otra cosa. Los libros son como rumores en la cabeza hasta que se solidifican.

Pues si no le gusta, podemos dejarlo ya.

Es que me da, además, un poco de pudor.