Nueva York no es city para speak inglés

En Estados Unidos hay ya más de 60 millones de latinos pero no tenemos muy claro si la cultura hispana es influyente o marginal. Nuestro colaborador, el periodista y escritor Alejandro Luque, se acerca en vivo y en directo a la vida de algunos escritores latinos en la ciudad de los rascacielos. Este es el relato de uno de Cádiz por Nueva York.

Texto: Alejandro LUQUE  Ilustración: Hallina BELTRÂO

 

 

Cambios

A los diez años de su última visita a Nueva York, el viajero detecta tres cambios notables. Uno es el aumento de los precios: casi todo está el triple de caro que en España, o más. Una cerveza, 9 dólares. Un almuerzo normal en un restaurante no baja de los 40 o 50 dólares por persona, propinas aparte. La tarjeta de transporte mensual cuesta 127. Ir a la peluquería para un tinte puede superar los 300 dólares, una entrada para ver a Hugh Jackman en Broadway cuesta entre 200 y 500, y es difícil encontrar una habitación decorosa por debajo de los 1.200 al mes. La sospecha queda confirmada por un estudio de la Economist Intelligence Unit (EIU), que señala a la capital de los rascacielos como la ciudad más cara del mundo en 2022, empatada con Singapur.

La segunda novedad es que, desde la legalización de la marihuana con fines recreativos, la Gran Manzana flota en una enorme y densa nube inequívocamente aromática, y los viejos estancos ofrecen todo tipo de productos afines, desde papel de fumar a gominolas de CBD. El último cambio, aún más evidente, es que se oye hablar español más que nunca. Y no solo en los emplazamientos tradicionalmente hispanos, o en los puntos fuertes del turismo, sino por todas partes. Sí, la Gran Manzana se ha convertido en el peor sitio para practicar el inglés: en el metro, en una esquina cualquiera, en un restaurante o en la New York Public Library, si uno se afana en expresarse más o menos torpemente en la lengua de Shakesperare, es muy probable que el interlocutor de turno haga un gesto para sacarle del apuro y le pregunte: “¿Hablas español?”.

Bilingüismo

Una ayuda a la movilidad del Ministerio de Cultura me ha permitido costearme dos meses de estancia aquí para escribir sobre Edmundo Desnoes, un escritor cubano que se afincó en Manhattan en 1979, y que cumple 92 años justo el día que aterrizo en el JFK. En España, sus libros, publicados en los primeros 2000 por el extinto sello Mono Azul, siguen siendo muy desconocidos. Pero su novela más celebrada, Memorias del subdesarrollo, inspiró una película homónima del director Tomás Gutiérrez Alea que ha quedado como uno de los grandes hitos del cine latinoamericano de todos los tiempos.

Desnoes fue hijo de español y jamaicana de raíces francesas. El padre le hablaba en su lengua y la madre en inglés, cosa que le avergonzaba cuando la señora se dirigía a él en público. Cuando empezó a probarse como escritor, nunca dudó entre las dos lenguas: el suyo sería siempre el español de José Martí, de Pablo Neruda y de don Antonio Machado, sus poetas. Sin embargo, el inglés le salvaría la vida muchas veces, como cuando ejerció el periodismo en los años 50 para la revista Visión, o cuando se autoexilió y se ganó la vida en algunas de las más prestigiosas universidades americanas. Hoy, los hispanos que habitan esta desmesurada metrópolis saben lo que él aprendió entonces: que manejarse con fluidez en los dos idiomas multiplica las posibilidades de encontrar trabajo, o de mejorar el que ya se tiene.

Comunidad

Cuentan que los cubanos y puertorriqueños que, como Desnoes, llegaron a Nueva York en los años 70 y 80, eran muy poco gregarios. Quizá desconfiaban unos de otros, quizá querían asimilarse cuanto antes a esta tierra, disolver su exceso de identidad. No es el caso de los emigrantes más jóvenes, que han creado una comunidad muy viva y compacta al otro lado del río Hudson, en Nueva Jersey. Enrique del Risco, Enrisco, habanero radicado en Estados Unidos desde 1997, tuvo la ocurrencia de titular un libro suyo Enrisco para Presidente, y desde entonces todos lo reconocen con ese cargo, aunque él vive muy feliz dando clases en la New York University sin mayores ambiciones de poder.

A Enrique se le conoce en España por un par de espléndidos libros de relatos, Lágrimas de cocodrilo y ¿Qué pensarán de nosotros en Japón?, así como por una novela, Turcos en la niebla, que ganó el Fernando Quiñones, y un imprescindible ensayo biográfico para comprender la Cuba de los 90, titulado Nuestra hambre en La Habana. Esta noche toca celebrar su cumpleaños, y su casa se llena de cubanos jóvenes y talentosos que un día decidieron abandonar esa isla gobernada por los hermanos Castro desde hace seis décadas.

En la fiesta converso, entre otros, con Rolando Arco, que acaba de debutar como narrador con los relatos Semillas de Anón, publicado en España por Verbum. Nacido en San Petersburgo, entonces Leningrado, hijo de cubano y de judía rusa, Rolando estudió en Lvov (Ucrania), la misma ciudad que cantó como nadie el poeta Adam Zagajewski. Vivió esperanzado los nuevos aires de la Perestroika que hoy yacen sepultados bajo los escombros de los bombardeos de Putin, y ahora el simple hecho de ver un telediario le deprime.

La comunidad cubana de Nueva Jersey incluye también músicos, artistas plásticos, teatreros, gente de ciencia. Llevan la isla en el corazón, la llevarán siempre, denuncian los atropellos del régimen en las redes sociales y están al día de cuanto se cuece en la cultura habanera y del resto del país, pero a todos los efectos son perfectos newyorkers: han echado ya raíces en esta orilla, algunos de sus hijos han nacido aquí, vibran con los interminables partidos de los Yankees y sus domingos tienen Central Park como telón de fondo. Pero, si les preguntas quién es el Presidente, es muy probable que no respondan Trump ni Biden, sino Enrisco. “¿Quién si no?”

Tamales

En la sede de la CUNY se celebra un recital de poesía acompañado de música y danza. La poeta Zelene Suchilt, mexicana afincada en Nueva York, se dirige al público indistintamente en inglés y español para desgranar los versos de su nuevo libro, Música para mariposas, pero acaba prevaleciendo el segundo idioma. Allí me encuentro con el editor del volumen, viejo amigo de las noches sevillanas de quince años atrás: el inquieto y ubicuo Iván Vergara. Responsable de la plataforma PLACA y del sello Ultramarina, el chilango-andaluz Iván lleva desde 2006 publicando autores de España, México y Estados Unidos, y promoviendo encuentros en los tres países. Un ejemplo de iniciativa migrante para fomentar el entendimiento y la integración que celebramos esa misma tarde en Bryant Park comiendo tamales recién hechos por Lisseth Morin: otra simpática mexicana, neoyorkina de adopción, que sueña con poder escribir algún día la historia de su familia de origen gallego.

Princeton

Doy un salto a Princeton para saludar a Sergio Ramírez, que da clases allí. Tomamos un café con su esposa, la pintora Gertrudis Guerrero, en un bar de estudiantes. El nicaragüense, premio Cervantes 2017, reconoce que el ambiente escolástico del campus, que recuerda a las vetustas universidades inglesas, resulta un poco tedioso, pero solo trabaja un par de días a la semana, hablando de modernismo a los muchachos, y el resto del tiempo puede escribir, o dar un salto a Nueva York para ver exposiciones. Una alumna de Sergio se acerca a saludarlo y le pregunto si es buen profesor. “He’s amaaaazing”, responde enfáticamente.

Brooklyn

Toledano, Hilario Barrero llegó a Nueva York solo un año antes que Desnoes, en 1978. Poeta, traductor y diarista, ha sido también durante estos años una suerte de embajador de las letras españolas en la ciudad de los rascacielos. Reside junto a su compañero de vida, Jesús, en un coqueto apartamento en Brooklyn, entre libros dedicados por Azorín o Aleixandre y discos de ópera, donde nunca falta la buena conversación ni el té acompañado de algún dulce delicioso. Desde allí publica Hilario una colección de plaquettes, Cuadernos de Humo, y escribe cada mañana un diario que va viendo la luz de imprenta cada cierto tiempo. Una de sus últimas entregas, cuyo título debe al parque cercano, Prospect Park, comprende los años 2014 y 2015, cuando la pandemia ni siquiera era una sospecha. De vuelta a casa, en una página subrayo una frase que me encandila: “De la luz a la sombra, del amor al olvido, de la vida a la muerte, de Brooklyn a Manhattan”.

Olores

Sin cruzar el East River, pero más al norte, en la zona de Astoria, respira y escribe —algo que en ella es casi la misma cosa— Marina Perezagua, quien lleva ya más tiempo en esta ciudad que en su Sevilla natal o en la Marbella de su infancia. Su trabajo como profesora de la NYU no le ha impedido sacar adelante una notable obra narrativa (Criaturas abisales, Leche, Don Quijote en Manhattan, Seis maneras de morir en Texas), ni le impide ahora cuidar de su hija de pocos meses. “Le hablo sobre todo en español, pero a veces se me escapan expresiones en inglés”, me confiesa en el restaurante de Chinatown donde quedamos para almorzar bajo la mirada azul de Estrella. Marina siempre está pensando en regresar, pero sabe hasta qué punto puede ser adictiva Nueva York. Una vez me contó en una entrevista que aquí sentía algo muy parecido a lo que sentía al regresar a Andalucía: olía su infancia.

Huellas

La presencia hispana en Nueva York no solo es un asunto literario. En el MET se inaugura una gran muestra de arte maya, en el Whitney expone una colección de artistas puertorriqueños, en el Museo del Barrio de Harlem hay una retrospectiva de Juan Francisco Elso y en el MOMA se anuncia una exposición sobre el Pinocchio de Guillermo del Toro. En la agenda de conciertos diarios confluyen mundos sonoros tan distantes como Melendi, Isabel Pantoja, Raphael, Diego el Cigala o Jorge Drexler, y en algunas calles puede verse, sobreimpresionado sobre el asfalto como una huella de dinosaurio, el logo de Motomami de Rosalía. Quizá todo quede disuelto en la olla inmensa de esta moderna Babel, confundido en su incesante marea; pero lo seguro es que hace mucho que lo hispano dejó de ser un elemento marginal o anecdótico en la cultura neoyorkina.

Focos

Aunque la Hispanic Society, con sus formidables Sorollas, permanece cerrada por obras, hay otros focos de irradiación de la cultura española, como el Instituto Cervantes o el King Juan Carlos Center. A este último acudo para ver y oír a jovencísimos compatriotas como Irene Reyes Noguerol o Alejandro Morellón, que hacen una larga gira por Estados Unidos de la mano de Granta; otros días me pasaré a saludar a amigas como Marta Sanz, Cristina Morales o Gabriela Weiner, invitadas al ciclo sobre nueva narrativa española Todas deberíamos ser escritoras; y escucharé a Ana Merino defender la altura del cómic español un día después de que su pareja, Manuel Vilas, presente en el Cervantes la edición americana de su superventas Ordesa.

Allí saludo también a Mary Ann Newman, neoyorkina enamorada de Cataluña, considerada por muchos la persona que trajo el català a Estados Unidos, estudiosa de D’Ors y traductora de Quim Monzó, de Segarra y de Joan Fuster. Y me cruzo con el escritor mexicano Daniel Saldaña París, que pasará un año aquí desarrollando un proyecto de investigación. “Ha sido muy grato encontrarme con la comunidad latina de Nueva York que yo ya conocía en parte, porque había venido antes muchas veces. Esta es una ciudad latinoamericana y cosmopolita como la Ciudad de México, hay todo un sistema cultural en torno a la lengua que se sostiene por sí mismo, con independencia del sistema de legitimación de los escritores anglófonos —me cuenta—. Es un poco triste que sean mundos que se dan la espalda, hay muy poco intercambio entre uno y otro, pero yo he querido navegar un poco entre ambos. Hace falta más esfuerzos para juntar esos círculos y permitir que fluya el financiamiento del mundo en habla inglesa hacia los hispanos, porque la diferencia es abismal, desde los adelantos de las editoriales a los eventos pagados. Pero eso también ha ido mejorando, la barrera mental está cayendo”. Todas las sesiones del KJCC son muy concurridas por su alto nivel, pero también por sus degustaciones de quesos, embutidos y vinos, verdaderos artículos de lujo en una ciudad en la que tienes de todo siempre que puedas pagarlo.

Nacer en español

En el ensayo inédito Nacer en español, Desnoes, que vivió el bilingüismo como un desgarro, trata de demostrar que el inglés y el español no son formas de expresión intercambiables, sino moldes que conforman una manera de ser y de estar en el mundo. Ahora que casi el veinte por ciento del Estado de Nueva York es latino, y que los hispanohablantes se acercan a los cuatro millones, las palabras del cubano cobran un sentido aún mayor: “El español y el inglés no solo son idiomas útiles, son maneras de pensar y sentir y soñar. El inglés está imbuido, saturado de pragmatismo, es manipulado por los angloparlantes como una herramienta; la mayoría del tiempo existe, en el mundo contemporáneo, como un instrumento empírico. El español, en la vertiente opuesta, es la cosa en sí; lo blandimos como una realidad concreta, una piedra o una caricia. Si nuestra lengua fuese un instrumento, podríamos lo mismo tomar la palabra como dejarla de lado. La lengua inglesa es una opción. Pero el español es inevitable, no lo puedes dejar, no puedes ignorar su corporeidad. Te va la vida en su presencia”