Narges Mohammadi, la paz encarcelada

El pasado mes de diciembre, Narges Mohammadi debía estar en Oslo recogiendo el premio Nobel de la Paz. Pero estaba en una cárcel de Irán, condenada a diez años de prisión por hacer “propaganda contra el Estado”. En su libro, “Tortura blanca” (Alianza) habla con otras doce mujeres encerradas por querer ser mujeres libres.

Texto: David VALIENTE

 

El brutal asesinato de Mahsa Amini, en septiembre de 2022, a manos de la policía de la moral, indignó a la sociedad que tomó las calles de las diferentes ciudades de Irán al grito de “Mujer, vida y libertad”. La joven de 22 años fue detenida y torturada por llevar el hijab de una manera poco acorde con el código de vestimenta. De inmediato, Mahsa Amini se convirtió en un símbolo de disconformidad en un país donde la degradación a la mujer se intensifica cada año. “En Irán, la discriminación por cuestiones de género, trabajo y etnia está institucionalizada. El régimen de los ayatolás pisotea los derechos de las mujeres, al igual que los de las minorías étnicas y religiosas. Narges está luchando contra la segregación social”, dice el periodista y marido de la premio nobel Narges Mohammadi, Taghi Rahmani, que se encuentra en España de visita para promocionar el libro de su mujer, Tortura Blanca (Alianza Editorial).

Las protestas se prolongaron durante varias semanas y se cobraron la vida de centenares de personas, otras tantas resultaron malheridas y 20.000 fueron arrestadas. Entre las víctimas mortales, encontramos más nombres de mujeres (Hadith Najafi, Ghazale Chelavi, Hanane Kia y Mahsa Mogoi) que se suman a una lista que no ha cesado de crecer en este año. Sin ir más lejos, en octubre, Armita Geravand, de 16 años, encontró la muerte por no llevar puesta una prenda que le cubriera el pelo. En las imágenes grabadas se puede ver que un grupo de mujeres sacan su cuerpo inconsciente de un vagón de metro. Según revela Taghi Rahmani, si hoy en Irán se produjeran elecciones libres ni un 10% de los ciudadanos apoyarían el sistema impuesto en el 1979. “El pueblo iraní mostró sus desesperanzas. Todas las capas populares están disconformes con el régimen”.

Un año después del inicio de las protestas, la Academia Sueca concedió su máximo galardón a Narges Mohammadi, activista y periodista iraní, una manera de “honrar su valiente lucha por los derechos humanos, la libertad y la democracia en Irán”. No es la primera activista iraní que recibe el Nobel. En 2003, la abogada Shirin Ebadi, quien además prologa Tortura Blanca, recibió el mismo galardón por los esfuerzos invertidos en conseguir que Irán se transformara en un país democrático y garante de los derechos humanos.

En la actualidad, Narges Mohammadi se encuentra cumpliendo una condena de 10 años dentro de la prisión de Evin (Teherán) junto a muchas otras mujeres y hombres encarcelados injustamente. Pero la lucha continúa, y prueba de ello es Tortura blanca, una auténtica demostración de que las convicciones humanas son, en momentos de injusticia, mucho más fuertes que cualquier aparato estatal represivo.

Tortura blanca. Entrevistas con mujeres iraníes encarceladas se compone del testimonio de la nobel y de 12 entrevistas hechas por Narges Mohammadi a mujeres que han compartido su mismo sino. El volumen se complementa con un prólogo escrito por Shirin Ebadi, unos apuntes biográficos sobre Narges recopilados por la académica Nayereh Tohidi y una introducción firmada por la historiadora Shannon Woodcook, donde cuenta qué es la tortura blanca. Esta reunión de voces pretenden mostrar las condiciones a las que se ven expuestas las presas y denunciar un tipo de tortura que, como nos recalca Taghi Rahmani, “no es historia” y que si bien no deja huellas físicas (al menos no debería), destroza el espíritu hasta puntos inimaginables para nuestras cómodas almas europeas.

Taghi Rahmani atendió a los medios de comunicación españoles en una rueda de prensa organizada por Periodistas Sin Fronteras en la Asociación de la Prensa (Madrid). Ataviado con un traje azul oscuro y unas gafas negras de pasta, en su rostro no se aprecia ni un atisbo de alegría, lo que viene a contarnos resulta desagradable: “Mi esposa está en prisión por ser periodista y mujer. Se encuentra enferma, pero nadie atiende sus necesidades médicas”. Desde hace 22 meses la familia no ha tenido ningún contacto telefónico con ella: “Pero sabemos que se encuentra animada gracias a vías indirectas”.

En 2012, Narges Mohammadi se separó de su familia, pues Taghi Rahmani, a causa de su activismo, no tuvo más remedio que exiliarse en París, donde hoy reside junto a sus dos hijos, Ali y Kiana, que le siguieron al poco tiempo. La última vez que vio a los mellizos fue hace 8 años, casi una década que pesan en la activista y madre más que las propias torturas: “No sé si mis hijos sabrán quién soy cuando salga en los próximos años. ¿Me reconocerán la voz? ¿Volverán a llamarme madre?”, escribe.

“El libro explica la dura situación del país, más en concreto las condiciones de vida en las cárceles”, dice el marido de la activista. Las 12 mujeres (13 si contamos con el testimonio de Narges) cuentan sus experiencias en las celdas de aislamiento, un espacio que apenas permite estirar el cuerpo, donde las horas pasan cansinas porque el disfrute se reduce a la reflexión y a la lectura del Corán. Los habitáculos cuentan con un pequeño ventanuco muy alto por el que se filtran pequeños rayos de luz: una forma de incrementar la sensación de tortura al no permitirles asomarse a la calle, aun sintiéndola tan de cerca. De hecho, la angustia y la sensación de intemporalidad se acentúan por culpa de una bombilla que no cesa de emitir luz fría y artificial incluso durante la noche: “Sentía que no transcurrían los días ni las noches, el tiempo estaba detenido”, atestigua la propia Narges. Aunque, en cierto modo, a los verdugos el tiro les sale por la culata. Al menos, las presas no pierden del todo la noción del tiempo, pues la llamada a la oración delata los intervalos del día. Al tedio y al aislamiento, hay que sumarle los largos interrogatorios que deben soportar las reclusas, algunos tan largos como una jornada laboral de 8 horas con su descanso para tomar el té y comer, exclusivo para los verdugos. La experiencia se completa cada vez que tienen que ir al baño con los ojos vendados o las someten a parones de sueño.

Sin embargo, aparte de lo injusto del tema, llama especialmente la atención que ninguna de las mujeres repudien el islam. Por el contrario, se abrazan fuerte a su fe y sus creencias: “Leía el Corán antes de entrar en prisión. Todos los días leía dos páginas con su traducción al persa (…). Pero a lo largo de un año, durante mi confinamiento en la celda de aislamiento, lo leí catorce veces de manera cuidadosa y dándole significado. Esta labor tuvo un efecto tremendo a la hora de reforzar mi resistencia. Resistí gracias a mis creencias religiosas”, atestigua Zahra Zehtabchi una de las entrevistadas. Sus palabras concuerdan con lo expuesto por Taghi Rahmani en la rueda de prensa: “Mi esposa y yo somos religiosos, pero lo consideramos una parte de nuestra identidad que compete a nuestra esfera privada. Tener fe no supone un obstáculo a la hora de continuar con la lucha, es más, nos da tranquilidad y satisfacción”.

Para terminar con este régimen cruel y represor, Taghi Rahmani pide a las sociedades occidentales “que sean la voz de Irán” y no vuelvan a cometer los errores cometidos en países vecinos, léase Irak y Afganistán: “El régimen de los ayatolás emplea a estos dos países como ejemplos de lo que puede pasar si su gobierno cae”. Asimismo, las ganancias que proporcionan el petróleo y sus derivados lo emplean para mantenerse en el poder y evitar la asunción de un sistema democrático. Taghi Rahmani pide a los ciudadanos de Occidente que presionen a sus Gobiernos para que cambien su estrategia respecto a Irán y dejen de pensar de una vez solamente en los combustibles baratos.

Al leer las entrevistas, compruebas que muchas de las mujeres son ‘reincidentes’, es decir, han sido encarceladas en varias ocasiones, empezando por la propia Narges Mohammadi. Los años de encierro y tortura no han logrado doblegar sus convicciones. De hecho, podría decirse que han producido el efecto contrario y han reforzado su garbo combativo: “Nuestra voluntad es inquebrantable. Aspiramos a construir con solidaridad y vigor un proceso pacífico e imparable cuyo fin sea alejarnos de un gobierno religioso tiránico y restaurar la gloria y el honor de Irán, que así el país esté a la altura del pueblo”, escribe Narges en una carta destinada al comité sueco. “Creemos que el Nobel es el mayor de los premios que se le puede otorgar a una persona, además puede permitir que nuestra voz llegue más lejos”, asegura su marido en la rueda de prensa. Ahora todo depende de hasta cuándo está dispuesta la comunidad internacional a escuchar el grito del pueblo iraní y hasta dónde está dispuesta a arriesgar sus intereses en favor de la solidaridad.