Músika y tragedia en la Grecia de los filósofos

La Atenas del siglo V a. de C., más fuerte por su teatro que por su flota, no es tan idílica. El respetado maestro Eurípides, que suele llegar a casa más bebido de la cuenta, una noche no regresa. Aparece despedazado por una jauría de perros… y no de manera casual. Javier Azpeitia, erudito humilde y experto en ensoñaciones, nos traslada a una Grecia sorprendente en “Músika” (Tusquets). Uno de sus cómplices habituales, el catedrático de Literatura Eduardo Becerra, nos acerca a su mundo.

 

Texto: Eduardo BECERRA  Foto: Asís G. AYERBE

 

Soy lector de primeras versiones de las novelas de tres amigos excelentes novelistas. Doy clases de Literatura, y ahí no hay oportunidad de ese “leer a la contra” que conlleva la lectura de un manuscrito: una lectura más libre, que te enfrenta a un autor ya no ausente —como de los que solemos hablar en las aulas— sino muy presente, con el que puedes discutir, confrontar y a través de ese diálogo descubrir cosas no vistas en esa lectura inicial. Es como si el escritor te abriera la puerta de su taller, la carpintería de su escritura, y así te convierte en testigo de un camino en el que están las huellas de los cambios, correcciones, supresiones y añadidos que muestran su trabajo literario y dan pistas sobre lo que podría llamarse su poética. Cómo no estarles agradecidos.

Este agradecimiento es mucho mayor en el caso de Javier Azpeitia y su última novela, Músika, para mí la mejor de las suyas, que publica en Tusquets y cuya primera versión leí hace ya muchos meses. De entonces a hoy, he asistido a un alarde de depuración narrativa; he disfrutado con una historia perfeccionada en cuanto a una tensión y un ritmo novelescos llevados a su punto exacto y a la impecable estructura de su trama. He leído una narración con un argumento más complejo y rico que el que pude entrever entonces. Cuando la leí por primera vez, estaba convencido de que se escondía una muy buena novela en esas páginas manuscritas, lo que Javier Azpeitia ha extraído de ellas ha resultado ser una ficción extraordinaria, mucho mejor de lo que yo intuí.

Músika relata las vidas del trágico Eurípides y la sacerdotisa Mora, pero también ofrece una lúcida reflexión sobre los vínculos y tensiones entre la creación artística, el mercado y el poder y una meditación sobre los orígenes del arte, que es una manera de preguntarse por los fundamentos de nuestra cultura.

Me gustaría empezar, literalmente, por el principio. ¿Podrías hablarnos del título, de sus significaciones en relación con esta novela?

La palabra griega musikós, “relativo a la Musa”, no solo alude al arte musical, sino también al resto de las artes, muy especialmente la poesía y la danza, los otros dos componentes fundamentales del teatro griego. Una traducción de esa palabra podría ser “cultura”. Al hacer esta novela he aprendido que, en el origen, contar una historia era un acto colectivo, oral, cantado y bailado en corros. Más aún, sé que la transmisión del conocimiento era al principio siempre en verso y con música, que se celebraba en baile comunal: las canciones de los marineros que describían la costa como mapas de navegación, los epitafios en las lápidas que resumían la vida en un instante de dicha o de desgracia, los cantos que evocaban las guerras o se asombraban de las catástrofes naturales… Esa músika es algo así como el ADN externo de la humanidad, una conversación constante de los vivos con la sabiduría de los muertos: nuestra cultura, que en la Grecia clásica comenzó a transmitirse por escrito.

Más de una vez me has comentado que la escritura de tus novelas tiene mucho de proceso de aprendizaje, que sin duda es un aprendizaje cultural, pero que es, sobre todo, digamos, vital. ¿Qué has aprendido escribiendo Músika?

Puedo recordar mi vida en torno a las novelas que he escrito; el inconsciente del texto, por decirlo de algún modo, que yo manejo con facilidad: la novela en torno a una mujer que seduje o me sedujo, la novela en torno a una niña que me transformó en padre, la novela que ajustaba cuentas con las ilusiones que me robó el oficio de editor… No lo sabía al empezar, pero Músika ha resultado la respuesta vital a la pregunta de por qué me dedico a escribir novelas. ¿Para qué sirve narrar? Músika es la historia de una muchacha que ha descuidado su capacidad de cantar las ficciones de su cultura, que su madre le transmitía de niña en verso. Su aprendizaje la lleva a recuperarla, a dar con el sentido de su vida. Para eso escribo yo también: para encontrar y narrar las historias de mi cultura, increíblemente ligadas a la actualidad y, también, a mi vida.

Pero escribiendo esta novela he resuelto para mí varios enigmas, creo. Pongo un ejemplo que no se plantea en el texto: ¿por qué llamamos tragedia (literalmente, en griego, «canto de cabra») al género teatral? «No hay ningún vestigio caprino en lo que conocemos de la tragedia griega», nos dice con extrañeza la Guía Cambridge del teatro. Y las cabras no cantan, habría que añadir. La respuesta de este enigma es muy sencilla: al sacrificar a una persona o, más tarde, a un animal (el chivo expiatorio, por ejemplo), se le corta la yugular primero, y la sangre se vuelca sobre el altar como ofrenda a los dioses. Para tapar las quejas del sacrificado, su maldición, las mujeres griegas cantaban entonces el ololigyé, o ululato, un canto gutural agudo y tembloroso que hoy conservan mujeres bereberes y árabes en ciertas celebraciones (lo llaman zhageerit). Ese es el «canto de la cabra». Todas las tragedias que nos han llegado constituyen poemas que se dramatizan para evocar el dolor de la muerte en tiempo festivo. Este hallazgo es una hipótesis discutible, claro. Pero yo sé que he dado en el clavo.

En el conjunto de tu obra hay un continuo diálogo entre el pasado y el presente, y este vínculo crea un efecto inmediato, las novelas ubicadas en nuestro tiempo, pienso en Hipnos o Nadie me mata, están llenas de reminiscencias y guiños que evocan épocas pasadas, mientras que las situadas en tiempos lejanos (como El impresor de Venecia o la propia Músika) desarrollan asuntos llenos de ecos y reflejos en el presente, sin que ello suponga, me parece, tergiversar o manipular en exceso la historia. ¿Podrías ahondar un poco más en esto?

Cuando hago novela histórica practico el actualismo puro y duro: indagar en el pasado de nuestra cultura sirve para intentar explicarse el mundo al que nos enfrentamos. En la cultura griega pueden verse muy bien muchas de las virtudes de la nuestra, como la democracia, la hospitalidad o el amor al arte, pero también nuestra misoginia, nuestra xenofobia, nuestra tendencia a esclavizar a los otros, a resolver los enfrentamientos con la violencia o la guerra… Para mí es evidente que como individuos no somos más que la historia que nos contamos, de la que depende nuestra salud: una ficción construida por la memoria y que omite la mayor parte de nuestra vida. Eso explica que la palabra persona, antes de designar al individuo, se utilizara en latín para nombrar la máscara de los actores, igual que la palabra prósopon, en griego. Vivimos ensimismados nuestras vidas individuales de ficción, gesticulando fuera del coro, intentando no pensar en lo que hay detrás de la máscara, antes de arrancárnosla y volver a fundirnos con la manada.

El género policial ha sido un modelo narrativo al que has recurrido a menudo, pero me parece que en Músika articula de principio a fin la trama. En este sentido, me ha llamado mucho la atención que, en una ficción que transcurre en la Europa de hace veinticinco siglos, optes por la vertiente más dura y violenta del género negro, una apuesta muy arriesgada pero que en la novela encaja muy bien. Lo que sí queda claro es que a través de esta estrategia das una visión de esa época muy lejana a la de un mundo idílico, entregado al ocio, el arte y la filosofía, como suele representarse.

La pregunta que se hace el lector de novela policíaca, «¿Quién es el culpable?», es una pregunta que atraviesa nuestra cultura desde la tragedia griega. O desde antes, en los mitos que la tragedia reutilizó para retratar la espiral de resentimiento y venganza a la que arrastra la culpa como guía de las relaciones humanas.

En Músika, a través del personaje de Mora, la sacerdotisa amiga de Eurípides, desarrollas una reflexión sobre el origen del arte y su carácter sagrado, trascendente, como una realización esencialmente femenina pero que a través de la historia se ha ido manipulando y adulterando…

La cultura patriarcal griega vio en la mujer un ser irracional abandonado a sus pasiones, capaz de enredar al hombre en ellas al seducirlo. Las temían y demonizaban. Y se defendieron de ellas con dos extraños hallazgos culturales nefastos que todavía atraviesan nuestra cultura: la castidad y la pederastia. Consiguieron excluirlas de la ciudadanía y relegarlas a la maternidad y el cuidado de la casa. Mora, mi protagonista, es una salvaje llegada a Atenas de la Tartesos ibérica. Pero su sentido de la vida no es sagrado, sino sumamente materialista: en mi novela su cultura esclavizada ha entendido que la superchería lleva a los fenicios y a los griegos a asumir literalmente ficciones que todos los pueblos comparten: la sacralización como confusión de la ficción con la realidad. ¿Cómo explico la situación cultural? El sentido con que se trazaron los poemas que dieron lugar al Génesis bíblico en la cultura hebrea no era realista, pero hubo un tiempo en que negar que Dios hizo el universo en siete días te llevaba a la hoguera. Otro ejemplo: el rapero que canta el discurso de un banquero, un asesino machista o un terrorista no está asumiendo este discurso en absoluto, como creen los jueces que lo encarcelan. La ignorancia de estos jueces es del orden de la de los espectadores que esperan con piedras en los bolsillos, en la puerta trasera de los teatros, la salida del actor que ha hecho de villano en la obra. Confunden realidad y ficción.