Miguel Sanfeliu: «La literatura es capaz de aglutinar a las demás artes, explicarlas, resignificarlas»

Miguel Sanfeliu publica el ensayo «Viajero de salón» (Sílex Ediciones, 2025).

Texto: Hilario J. Rodríguez

 

Entre aquellos a quienes considero artistas, siempre he trazado una línea para separar a los que comparten el producto de un conocimiento adquirido y destilado a lo largo de los años, y a los que solo son capaces de transmitir el camino que les estaba llevando hacia ese conocimiento pero no supieron llegar al final y en algún punto del trayecto -y por razones casi siempre misteriosas- se extraviaron, tomaron un desvío o simplemente abandonaron sus propósitos. Aunque los primeros me producen admiración y respeto, son los segundos a los que suelo prestar más atención, no solo porque me conmueven sino también porque me mueven. Félix Grande lo explicaba muy bien en una conferencia a la que asistí en Mérida hace ya un tiempo, cuando dijo que la historia de la literatura es una gran guerra donde hay mariscales de campo y capitanes sin cuyas órdenes la victoria final sería casi imposible, y donde, sin embargo, sería inmoral olvidar a los soldados y su sangre derramada para que alguien condecore luego a quienes los dirigieron en el campo de batalla.

Miguel Sanfeliu es uno de esos soldados de la literatura española. Aunque ha sido escritor de congresos, festivales, revistas, talleres, cursos y blogs, ha escrito sus cuentos y novelas en silencio, alejado del mundanal ruido salvo en contadas ocasiones. Cada uno de sus libros ha aparecido de manera discreta y ha ido ganando admiradores aquí y allá, en un número creciente. Sus lectores siempre estamos atentos a lo que va publicando, porque sabemos que tendrá calidad, elegancia e inteligencia; también porque sus libros no se parecen a los de ningún escritor español que yo conozca. Eso no quiere decir que no lo asocie, por algún capricho que no sabría explicar, a cuentistas como Gonzalo Calcedo o Pepe Cervera y a novelistas como Sergio del Molino o Paco Cerdá.

Viajero de salón (Sílex Ediciones, 2025) no es un libro autobiográfico, a mí me parece más bien una novela. Trata sobre un Quijote moderno, que —como todos los quijotes— cuando abandona su biblioteca descubre que en el fondo la realidad está mal hecha y que, si regresa a la biblioteca y lee algunos libros más, puede que luego, definitivamente, sea capaz de salir otra vez al mundo y repararlo. La reparación, por supuesto, es lo de menos. Como en las novelas negras donde hay un enigma y un investigador que intenta descifrarlo, sabemos que los finales nunca están a la altura de las grandes investigaciones, eso explica que este libro sea un libro en marcha, un libro que en realidad no acaba nunca, un libro que todos sus lectores, al terminarlo, continuaremos de una forma audaz y misteriosa.

 

¿Hasta qué punto Viajero de salón es una prolongación de Cierta distancia (Sílex Ediciones, 2017)?

Más que una prolongación, yo prefiero verlos como libros complementarios. Cierta distancia se centraba más en mi relación con la escritura. En él me preguntaba si alguien puede considerarse escritor sin haber publicado nada. Viajero de salón se centra más en mi relación con la lectura, con los libros que me rodean en mi despacho. Hablo de mi afinidad con ciertos autores, con esos amigos muertos que tanto necesito y que siempre están presentes.

 

En este libro conviertes al lector y al escritor en una especie de detective que no investiga el quién o el qué, como en una novela normal, sino el dónde, el lugar del crimen, la biblioteca.

Una biblioteca invita a explorar el interior de quien la organiza. En ella se pueden rastrear tus intereses a lo largo de tu vida, tanto los que se han mantenido como los que han sido sustituidos. Puedes recorrerlas en varios sentidos. Todas van ordenándose de un modo misterioso, a lo largo de toda una vida. Su ubicación y su organización determinan las personalidades de sus creadores.

 

También te detienes a explorar argumentos relacionados con la justicia, la ciencia, la antropología… Además de la literatura, ¿cuáles son tus intereses más fuertes?

Es difícil decirlo. Suelo tener curiosidad por muchas cosas: la religión, la psicología social, la ética, la historia… Últimamente, desde la pandemia, me interesa todo lo relacionado con la física cuántica. Es más, me interesa la posible relación entre la física cuántica y la literatura. En este libro hablo un poco de ese asunto. Nombro a un autor ya desaparecido y casi olvidado llamado Gregorio Morales, que fundó el llamado Grupo de Estética Cuántica.

 

¿Crees que todo escritor sedentario acaba reflexionando sobre su biblioteca, convirtiéndola en un personaje más de su obra?

Creo que eso le sucede a todos los escritores, no solo a los sedentarios. Todos reflexionamos sobre aquello que rige nuestras vidas: la lectura y la escritura. Meditar sobre esto es hacerlo sobre una parte de la propia biografía. Es lo que hacen, por ejemplo, los escritores viajeros. Ricardo Moreno, en su libro La vida con libros, dice: «Un aficionado a los libros de viajes puede no ser un buen viajero y preferir un viaje bien contado a un viaje de verdad». Uno de los libros que más me gustan en este sentido es Los libros en mi vida, de Henry Miller, a quien no definiría exactamente como sedentario. Creo que cuando alguien se plantea quién es y se da cuenta de que los libros forman una parte importante de su vida, acabará escribiendo sobre ellos.

 

¿Es un proyecto que ya tenías en la cabeza desde hacía tiempo o surgió casi en paralelo a la escritura? ¿Cuál fue tu hoja de ruta para escribirlo? 

En algún momento pensé que debía escribir un libro sobre mi relación con la lectura, no sé exactamente cómo surgió la idea, pero de repente ahí estaba. A partir de este impulso, lo planteé como un viaje, como un diálogo con autores y obras. Una vez empecé a escribir, apareció también el cine, que ocupa su espacio en mi despacho y también en mi formación intelectual. Pero no tenía un esquema rígido en la cabeza. Yo soy más bien de los que se denominan escritores con brújula: no tenía claro el camino que iba a recorrer, por eso no me importaba ir deteniéndome a cada rato para hablar de otras cosas.

 

Normalmente, un libro así puede compararse con un documental, el tuyo, sin embargo, me parece más una novela.

Me alegra que digas eso. Un ensayo no tiene por qué ser sesudo y arduo, también puede ser ameno, con giros de guion y elementos sorpresa. Siempre he sido partidario de saltarme los límites de los géneros. Y aquí me convierto en un explorador que emprende un viaje de indagación sobre aquello que le interesa y que ha influido en su forma de pensar.

 

Creo que esa cualidad lo abre a un público lector mucho más amplio que el de otros libros sobre literatura, escritos solo para letraheridos y gente muy amante de la literatura. Desde mi punto de vista, es un libro para cualquier tipo de lector.

He procurado huir de las referencias clásicas y me he inclinado más a hablar de autores y películas que pueden formar parte de nuestro imaginario colectivo. Ahí están Simenon o Patricia Highsmith. Y Taxi driver o Network. No hace falta ninguna formación previa para leer este libro, estoy de acuerdo, y tampoco va dirigido exclusivamente a amantes de los libros, aunque estos lo van a disfrutar especialmente. Se trata, como digo, de un trayecto de descubrimientos, de referencias, de indagación sobre cuál es nuestro lugar en el mundo.

 

Tú no eres un simple escritor, tampoco un simple lector, también eres un explorador. ¿Hasta qué punto crees que esa cualidad la has hecho tuya a lo largo de la escritura de este y otros libros anteriores?

Me gusta embarcarme en este tipo de proyectos porque, mientras los redacto, me permiten ir descubriendo obras y autores. En algún momento explico las extrañas circunstancias en que un libro puede cruzarse en mi camino. Tiene mucho de labor detectivesca. Además, yo soy de esos escritores que se rodean de libros relacionados con aquello que están escribiendo, y esto me proporciona lecturas que, de otro modo, habría postergado o, simplemente, no habría abordado nunca. Suelo estar abierto a señales que me dirigen hacia uno u otro libro. Aquello de que son los libros los que encuentran a sus lectores, en mí tiene una absoluta aplicación. Muchas veces voy a una librería en busca de un título y salgo con otro. Me encanta escarbar en las estanterías, es la mejor forma que conozco de pasar una tarde, así que sí, es ese sentido, soy un explorador.

 

¿Dirías que la literatura es el arte total, el único que es capaz de absorber todos los demás artes, más aún que el cine?

Me encantan el cine y la pintura y la escultura, pero la escritura me parece que ha sido y es esencial para la supervivencia y la transmisión de nuestra cultura. No hace falta ningún aparato para reproducirla, tan solo un papel y un lápiz; y con elementos tan básicos puedes construir mundos asombrosos o provocar un cataclismo cultural o social. La literatura es capaz de aglutinar a las demás artes, explicarlas, resignificarlas. No tiene límites.

 

Tu relación con los géneros literarios ha sido de adaptación y subversión continuas, intentando ajustarte a sus códigos, para luego dinamitarlos. ¿Se debe a los diferentes materiales a partir de los que has trabajado, como periódicos, revistas, programas de televisión, películas, viajes y compañeros de trabajo?

 ¿Quién establece los códigos? ¿Y quién dice que esos códigos son inamovibles? Me gustan los libros que no respetan los márgenes y se van por las ramas y no tienen problema en acercarse a la cultura popular, a la televisión, a revistas, a autores pulp o a artículos y reseñas que se cruzan en el camino, ofreciendo nuevos intereses que me apetece explorar. Que en una película como La vida de Brian aparezca de pronto un platillo volante con dos extraterrestres que secuestran al protagonista y lo pasean por el espacio antes de devolverlo al punto de partida, me parece una genialidad. Vila-Matas, en el libro Ese famoso abismo, donde conversa largamente con la periodista Anna María Iglesia, dice que sueña con una novela definitivamente instalada en la frontera: «una literatura mixta, donde los límites se confundirían y la realidad podría bailar en la frontera con la ficción». Me gusta mucho esa idea.

 

Tu vida personal y literaria a veces se mezclan, como si biografía y arte no pudiesen desligarse. Hasta cierto punto, tu libro podría considerarse una biografía rota, cuyas piezas encajan pero sin seguir un orden lógico.

Bueno, es que mi biblioteca tampoco tiene lo que puede denominarse un orden lógico, y eso debía reflejarse en la estructura del libro. Además, tampoco mis intereses siguen una ruta bien marcada, sino que se desvían con mucha frecuencia, se quedan mirando lo que se encuentra en los márgenes del camino. La verdad es que las líneas rectas me aburren, prefiero estar abierto a todo aquello que parece desviarte de tu propósito inicial. Así creo que es la vida: imprevisible y sorprendente, fuera de nuestro control. Y mi libro quería que fuese un reflejo de la vida. En ese sentido, me parece acertado hablar de él como de una especie de puzzle cuyas piezas van encajando conforme avanza la lectura. Y ese rompecabezas se puede aplicar también a mi vida, que, inevitablemente, va dejando sus rastros cuando hablo de mis intereses.

 

¿En qué medida este es un libro distinto de los tuyos anteriores? ¿Cuáles serían sus posibles modelos?

No creo que tenga relación con mis libros de narrativa. Mi modelos son todos aquellos libros que hablan de libros, como Tocar los libros o Los reinos de papel, de Jesús Marchamalo, o los de Ricardo Moreno y Henry Miller que ya mencioné antes. O La novela del buscador de libros, de Juan Bonilla, o Citas de lectura, de Sylvia Molloy, o Librerías, de Jorge Carrión, o Una historia de la lectura, de Alberto Manguel, por citar algunos. En cualquier caso, en este libro voy un poco más allá e introduzco elementos ficcionales en el texto ensayístico. Me permito ciertas libertades que me han divertido mucho, como esas irrupciones de los escritores de los que quiero hablar y que entran en mi despacho y me interpelan directamente.

 

¿Eres uno de esos escritores a los que les cuesta disociar entre vida y obra? 

La literatura es un modo de vivir. Vida y obra, de hecho, son lo mismo. Hay quien las distingue, quien piensa que la vida no es lo que pasa mientras estás escribiendo, pero yo creo que cuando escribes y lees estás viviendo, quizá en otro plano, de otra forma, pero experimentas cosas que nunca experimentarías si no leyeras o escribieras.

 

¿En que sección de la librería y de la biblioteca pública colocarías Viajero de salón?

Me encantaría que se pudiera encontrar en los apartados de narrativa, aunque supongo que será más probable que termine en las estanterías de ensayo literario. Pero ante todo es un ejercicio literario. Partí de un ensayo, pero quería llegar a otro sitio donde predomina la creación.

 

¿Qué preparas ahora mismo?

Pues lo próximo en lo que voy a embarcarme es en una novela titulada El comunicador, en la que narro veinticuatro horas en la vida de un presentador de un talk show sin demasiados escrúpulos, por no decir ninguno.