Los 8 ingredientes de la novela negra mediterránea

El Festival de novela de intriga BCNegra arrancará la próxima semana sobre el eje Barcelona-Marsella-Nápoles: tres ciudades volcadas al Mar Mediterráneo donde el puerto es puerta… para que entre y salga cualquier cosa.

Texto y foto: Sabina Frieldhudssën

 

 

1/  Las malas calles son las buenas

Los protagonistas de las novelas negras barcelonesas, napolitanas o marsellesas siempre se extravían por los barrios portuarios o las zonas copadas por emigrantes, como les pasa a los personajes Jean Claude Izzo en los barrios conflictivos de Marsella, a Pepe Carvalho en Las Ramblas de Barcelona o a Milo Malart, el inspector de Aro Sáinz de la Maza, que después de la bronca con su ex mujer se va a vivir al barrio portuario, la Barceloneta.

 

2/  Hay que sentarse a comer

Frente a la novela policiaca nórdica de gélido sándwich vegetal comido de prisa en el despacho o la norteamericana de perrito caliente mordido de pie, aquí los investigadores se sientan a la mesa. Con mantel, tenedor y cuchillo. Y pan para mojar. En las novelas negras mediterráneas los investigadores van poco al gimnasio pero mucho a los restaurantes y los bares a hacer levantamiento de cuchara. La comida (con vino) es un momento para poner ideas en común o estirar de la lengua de los que no pensaban decir tanto.

 

3/ Desencantados, nunca cínicos

Uno de mucho pisar malas calles en el Barrio Chino de Barcelona es el gran Inspector Méndez del añorado Paco González Ledesma. Méndez ha sido policía durante el franquismo; no es simpático, no es ortodoxo, no es un ejemplo a seguir, pero cuando investiga un caso siempre se pone del lado de los que sufren. Los mediterráneos no son esos detectives rocosos del hard bolied americano. La inspectora Petra Delicado de Alicia Giménez-Bartlett es dura, incluso brusca, arisca a ratos, intolerante a veces, siempre irónica. Pero, por dentro, el dolor de los demás le duele, nunca le es indiferente

 

4/ ¿Poderosos? No, gracias

A los poderosos se los mira con desconfianza. Leonardo Sciascia en sus relatos denuncia el poder de la mafia y sus filtraciones en los engranajes de la alta política. Giorgio Scerbanenco retrata de manera hiriente la corrupción de la clase dominante milanesa son dos autores italianos con mucho orgullo de clase.

 

5/ El puerto es puerta

El Mediterráneo es un patio de vecinos donde las puertas de los rellanos son puertos y la luz de la escalera, un faro. En el puerto de Marsella se incautaron el año pasado más de 2 millones de toneladas de cocaína. En el puerto de Nápoles no se mueve un contenedor sin que lo sepa la camorra (y pida su parte). El puerto de Barcelona es un laberinto de contenedores con 3.280.000 movidos al año. Y eso da para muchas historias que investigar. Una de las últimas, la serie de Netflix Mano de hierro protagonizada por un capo de los estibadores.

 

6/  La familia importa

Frente a la panda de detectives divorciados y solitarios de la novela nórdica, aquí los investigadores no solo regresan a casa, sino que muchas cosas se resuelven en el nido familiar, como le pasaba al Maigret de Georges Simenon. El investigador griego Kostas Jaritos de Petros Markaris puede ser completamente insoportable y a veces obcecarse, pero su maravillosa mujer, Adrianí, le soluciona la papeleta y el recurso a familiares le deshace muchos nudos.

 

7/ Novela muy social

La novela Meditérranea es de izquierdas. Vázquez Montalbán dejó de militar en el partido comunista pero nunca dejó de militar en la crítica social. Petros Markaris a veces parece más interesado que en la investigación de Jaritos en el chup chup de esa Grecia en bancarrota y esas plazas que hierven de indignación de la gente que protesta con rabia.

 

8/ Despachos sin techos ni paredes

El investigador mediterráneo no es de despacho como el neoyorquino. Aquí todo se sustancia afuera, en los bares, el taburete del limpiabotas, la esquina de las pilinguis, los locales de striptease o las iglesias. La ciudad no es un decorado ni el pasillo anodino de un centro comercial, sino el lugar donde todo pasa. La verdadera oficina de los detectives mediterráneos es la calle.