Lina Meruane: “Cuando comparas los 40 años de historia del apartheid en Sudáfrica con la actual Palestina, aparecen muchas líneas en común”

En su libro “Palestina en pedazos” la escritora regresa a Beit Jala, el pueblo que sus antepasados tuvieron que abandonar y al que nunca les permitieron regresar.

Texto:  David Valiente

 

Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970) escritora y profesora de la Universidad de Nueva York viene de  Chile, de Italia, de Palestina; de todos estos lugares e incluso de otros más que se han extraviado en la memoria. En su último libro publicado en español, Palestina en pedazos (Literatura Random House), indaga en sus raíces y en el significado de las mismas. Una serie de circunstancias relatadas en el libro la empujan a ‘regresar’ a la tierra de sus abuelos y al pueblo de Beit Jala, que tuvieron que abandonar porque los palestinos perdieron el derecho sobre el territorio de sus antepasados. El libro se compone de tres crónicas que comenzó a escribir en 2012 y que se prolongan en el tiempo hasta un año antes de la pandemia. Sus crónicas no solo hablan de su descubrimiento y sus sensaciones en la tierra de sus antepasados, también cuenta lo que ve y lo que oye sobre el conflicto más enquistado del Próximo Oriente.

En una entrevista concedida a Librújula, Lina comenta que sus publicaciones sobre Palestina han recibido respuesta: “En algún momento he sentido cierta tensión, sobre todo cuando algún medio de comunicación estadounidense publicó mis textos y al día siguiente había una queja o una carta procedente de la embajada de turno”. A estas técnicas de amedrentamiento hay que sumarle el intento de ciertas personas por evitar que sus libros salgan a la luz: “De repente un editor que iba a publicar mi libro se salía de la conversación y no volvía a saber nada de él o personas que contactan con mis editores para disuadirles de publicar mi trabajo porque este va a generar muchos problemas”. En el ámbito universitario también ha visto cómo intentaban boicotear su trabajo. Durante la entrevista, Lina Meruane narra un suceso que aconteció en el ámbito universitario y que recoge en el libro: “Un día un grupo de alumnos universitarios propalestinos hicieron una performance política. La universidad amenazó con sancionarles; los profesores salimos en su defensa firmando una carta de protesta por las intenciones de la universidad. Un compañero entró en mi despacho y me dijo que yo no debería firmar esa carta, que me iba a generar muchos quebraderos de cabeza. Yo le respondí que ya había escrito un libro sobre el tema y que, por lo tanto, yo ya había firmado, y rubriqué la carta”.

Where are you from from?

(Risas) I don´t know. Me interesa mucho esa pregunta. Las personas tendemos a pensar que podemos responderla únicamente con el nombre de algún país o de alguna ciudad. Un poema de Marwa Helal que recojo en el libro nos dice que en realidad las personas somos de muchos contextos diferentes. De hecho, si nos hiciéremos un test de ADN descubriríamos que en cada individuo hay un largo recorrido familiar y también personal. En algunos contextos, pongamos el caso del americano, preguntan ‘¿de dónde eres?’ suponiendo que tu origen está lejos de Estados Unidos. Cuando la respuesta es: ‘soy de aquí, soy estadounidense’, la siguiente pregunta será ‘¿de dónde eres eres?’ (where are you from from?). Plantean el supuesto de que no eres de ese lugar. Pero en realidad nadie viene de un único lugar y por ello la pregunta debería ser: ‘Where are you from from from from…? En mi caso, lo poco que sé de mi genealogía es que soy de Chile, de Palestina y de Italia, pero también sé que hay mucho que desconozco y que nunca me he hecho una prueba genética.

Cuando viajaste a Palestina y te encontraste con tus familiares lejanos, ¿qué sentiste?

Me esperaba sentir alguna señal que me permitiera reconocerlos, algún parecido con otro miembro de mi familia conocida y cercana. Pero no tuve ninguna campanada genética, no encontré ninguna similitud física, sus rostros no me decían nada. Esta situación me hizo pensar mucho. Estamos acostumbrados a un tipo de reconocimiento altamente sentimentalizado importado de Hollywood; pero mi realidad me demostró que los lazos familiares se construyen a través de las relaciones, de una historia compartida, de unos referentes en común, de unas fiestas, a base de alegrías y sufrimientos. Me gusta esta reflexión. Cada vez más se concibe la familia, al menos yo lo hago, como una organización amplia, abierta, que no tiene por qué estar atravesada por la sangre, también menos rígidas (o por lo menos debería serlo cada día menos). Y de hecho esas personan pertenecían a mi familia (las fotografías que aún conservo en mi álbum dan buena muestra de ello), pero al momento de encontrarnos no se creó una relación porque las relaciones nacen de la conversación.

¿Te sentiste parte de esa tierra?

Sentí lo mismo que con mis familiares: en mi primer encuentro no reconocí a Palestina como mi tierra, no contaba con relato (más allá de algunas cuestiones muy muy superficiales). Es más, tuve que construir mi relación con mi familia allí y, por extensión, con el territorio. La construcción de mis relaciones ha sido mucho menos nostálgica de lo que yo pensé en un primer momento. En el caso de Palestina, he edificado una relación atravesada por un conflicto. De ahí que entender que formo parte de esa palestinidad pase también por un compromiso político.

Hay una palabra que surca las páginas de tu libro y es ‘regresar’. ¿Por qué ‘regresar’?

No escogí este verbo de manera consciente, lo que pasa es que una serie de coincidencias que relato en el libro me hicieron ir a Palestina. Cuando les contaba a mis familiares, amigos y profesores mi intención de viajar, siempre empleaba la palabra ‘regresar’. Entonces me di cuenta de que algo operaba en el lenguaje de manera inconsciente. No solo se trataba de un simple viaje, era un regreso, obviamente no era mi regreso, yo nunca había estado allí, sino que era la materialización de la historia de mi familia y de su genealogía. El libro comienza con el verbo ‘regresar’, una palabra que me zarandeó y me ayudó a comprender que había heredado la realidad de una familia desplazada. Mi abuelo no pudo retornar nunca a su tierra de origen, primero se lo impidió el mandato británico y después las leyes israelíes. Todo eso que configuraba el rumor de mi ‘palestinidad’, sin ser una conversación explícita ni politizada dentro del contexto familiar, emergió en forma de verbo. En mi se instaló una especie de mandato del regreso: por un lado un regreso a la familia y a reconstruir los lazos familiares y, por otro, un regreso a la tierra de origen de mis abuelos, al pueblo de Beit Jala, los dos eran de la misma localidad, y, por supuesto, un regreso a la lengua. Mi familia perdió el árabe por presión asimilatoria, aunque concluyo el libro en un árabe no transliterado.

Me he dado cuenta de que muchos escritores latinoamericanos tenéis una gran obsesión por la lengua perdida antes de nacer.

Resulta una idea bonita. América Latina es una región de inmigrantes. La población indígena fue expoliada y diezmada por la guerra, las enfermedades y el exceso de trabajo. Los criollos querían arrebatar la tierra a los indígenas y para ello trajeron a población blanca, también para mejorar la raza. Primero vino la oleada española-portuguesa, luego la mano de obra esclava traída del continente africano; a fínales del siglo XIX y principios del XX los italianos, los judíos, los alemanes, los croatas abandonaron la Vieja Europa empobrecida y se asentaron en el Nuevo Continente. Por esta razón, un montón de escritores latinoamericanos tienen sus raíces en otra parte, y para ellos se ha vuelto importante el relato de ese origen en su intento de entender quiénes y de dónde procedían sus abuelos y tatarabuelos.

Muchas veces esos textos traspiran rabia por la pérdida.

En mi caso no es así. No siento la pérdida del árabe como un dolor, entre otras cosas porque mi padre no lo conocía ni tampoco de cría escuché a mis abuelos hablarlo: mi abuela llegó a Chile siendo muy niña por lo que su vida diaria transcurría en español y mi abuelo, que también hablaba el alemán, dejó de hablarlo porque sus hijos se manejaban también en español. Así que la perdida está muy atrás en mi familia; lo reconozco como una perdida, pero no es dolorosa. Además a lo largo de mi historia vital me han acompañado varias lenguas y he ido adquiriendo y perdiendo pequeños pedacitos de otras.

¿La culpa por el daño producido a las comunidades judías provoca que desde Occidente aún se apoye ciegamente el proyecto israelí en palestina?

La fuerza geopolítica de Israel es muy grande y en cierto modo se debe a la deuda histórica (que sobre todo asume Europa) contraída por el Holocausto. Alemania todavía está pagando reparaciones a Israel y a los familiares de las personas que murieron en las cámaras de gas; el movimiento pacifista y de resistencia pro-palestino Boicot, Desinversiones y Sanción (BDS) está ilegalizado precisamente por presiones internas. Sigue muy vivo en el imaginario los terribles sucesos de la Segunda Guerra Mundial, la discriminación antisemita francesa y los pogromos  producidos en Europa del Este e Israel se ha ocupado de que así sea, elaborando una fina red de conmemoraciones del holocausto y tachando de antisemita a todas aquellas personas críticas con las acciones de Israel. Por eso es tan difícil obligar a Tel-Aviv a que cuide de todas las comunidades situadas en su territorio y exigirle que obedezcan las leyes internacionales, que impiden, sin ir más lejos, la creación de nuevos asentamientos judíos en los territorios palestinos estipulados por el armisticio de 1967.

A veces da la sensación de que su proyecto es una venganza histórica.

Cuando se fundó el Estado de Israel, se produjo una gran reflexión por parte de los futuros israelíes, se preguntaron cómo hacer para que no vuelva el sufrimiento que parecieron durante tantos siglos. El haber adquirido una identidad más fuerte responde a la nueva manera de ser judíos en Israel, a cómo proteger su tierra y a sí mismos. El problema es que intervinieron en un territorio donde ya había una población árabe muy numerosa y eso ha generado tensiones y conflictos. Por lo tanto, con esa nueva formulación de ciudadano nacional de Israel y el contexto diario, cualquier crítica o agresión fruto de la situación colonial se percibe de inmediato como un ataque sin causa. Entonces, Israel se arma y se defiende, pero a la vez que se defiende también ataca. Deja de ser una víctima absoluta y se convierte en el victimario, tanto en los momentos de guerra, como en el día a día, con la presión que ejerce contra la población palestina, violando sus derechos en territorio de Israel y en la Gaza ocupada.

Recoges la frase de John F. Kennedy: “Todo hombre libre, donde sea que viva, es un ciudadano de Berlín”. ¿Ahora todo hombre libre es un ciudadano de Jerusalén?

No creo que la comparación sea acertada por la distancia temporal que hay entre los dos sucesos. Cuando Kennedy dio este discurso, en un tono algo populista, quiso generar alianzas y declarar su compromiso con la liberación de la Berlín ocupada por los soviéticos. Dicho esto, el mundo ahora mismo no se siente de la misma manera; ojalá el líder de un país tan poderoso mostrara un compromiso idéntico o al menos empatizara con la misión de liberar Jerusalén. Pero el mundo está muy lejos de esta sintonía. Hace setenta años, en los orígenes del conflicto, el apoyo árabe a Palestina era firme. No obstante, ahora las naciones árabes pactan con Israel, y los palestinos se ven cada vez más solos. Ahora el pequeñísimo David desarmado se llama Palestina.

¿Ni si quiera en Occidente Palestina encuentra nuevos apoyos?

Por ejemplo, en Estados Unidos, que es el escenario que mejor conozco, el poder del lobby judío y sionista es muy fuerte y consigue con facilidad llegar a las esferas de alto poder político. Todos los presidentes trabajan con ahínco para no enemistarse con la comunidad judía y conseguir sus votos. Muy diferente a lo que sucede con la pequeña comunidad palestina allí residente.

Visitó una escuela donde niños palestinos e israelíes aprenden a convivir en paz y armonía. Allí conoció a Ira, a cargo de este proyecto, e intentó convencerla de que si los niños son educados con esas premisas en un futuro podría haber un punto de concordia. ¿Te persuadió?

Para nada. Hablaba como una persona que estaba trabajando muy duro para lograr una educación que integre a los niños de ambas comunidades. Su esfuerzo es muy loable, pero la posibilidad de que consiga su objetivo a nivel político es muy limitada. Y, diría, ahora lo es más que nunca porque las fuerzas políticas más extremistas en Israel están muy fortalecidas y no paran de crecer en número. Esta realidad es ineludible y dificulta el cambio de liderazgo. Además, los padres de los niños de esa escuela, sobre todo los niños judíos, desempeñan labores relacionadas con el poder: son políticos, periodistas, militares con un ideario muy bien formada del conflicto. No veo la manera de generar una brecha.

El sufrimiento palestino está más que documentado, pero ¿hay algo así como un sufrimiento israelí?

Aunque no hice un trabajo de captación de testimonios dentro de la comunidad israelí, sí pude percibir el ambiente de estrés, paranoia y preocupación que les produce el temor a un nuevo ataque. En Escribir en la oscuridad, David Grossman, precisamente, indaga sobre las carencias que los judíos de Israel tienen. Supuestamente, el Estado tendría que proporcionarles por primera vez en su historia un lugar seguro. Pero el hecho de haberse asentado en ese territorio, haber cerrado prácticamente las fronteras y las comunicaciones con el exterior y mantener una guerra con sus vecinos ha generado una sensación de aislamiento en la que se sienten de todo menos seguros.

¿Palestina es sujeto de apartheid?

Sí. Es una palabra que molesta mucho. Sin embargo, cuando comparas los cuarenta años de historia de apartheid en Sudáfrica con los acontecimientos actuales de palestina, aparecen muchas líneas en común. Muchos intelectuales reflexionan sobre los sucesos en Palestina en estos términos.

¿Israel es la China del Próximo Oriente?

Israel se ha desarrollado mucho en cuestiones de seguridad. Ya cuando las dictaduras latinoamericanas estaban en el poder, exportaban a esos países sus sistemas. Si haces una búsqueda en internet encontrarás compañías con altos niveles de sofisticación, que ofertan, por ejemplo, cámaras con reconocimiento facial empleadas en los Check Point. Tal vez ese control que ejerce Israel sobre la población palestina sea comparable al control que ejerce China sobre los Uigures. Mientras estaba investigando el tema de las cámaras, descubrí que Reino Unido y Alemania cuentan con el mayor número per cápita de cámaras de toda Europa. La abundancia ha hecho que los temas de seguridad ciudadana sea un objetivo prioritario para los países. La diferencia entre Reino Unido e Israel es el modo de usarlo, cuando el clima democrático no es del todo fiable, cabe la posibilidad de que este tipo de soportes tecnológicos se empleen de tal forma que rebose su legitimidad.

¿Y las mujeres palestinas? ¿Están bien organizadas?

Las mujeres se organizan en grupos pequeños y medianos, sobre todo tienen mucha voz y mucha fuerza en pequeñas comunidades y en zonas rurales de Palestina. Hay un grupo de mujeres que consigue dinero para construir centros comunitarios. En estos centros descubren que organizarse les da poder; se han vuelto más conscientes de sus limitaciones como mujeres, pero también se han vuelto más feministas. Las organizaciones las dotan de mayor fuerza, pero aún hay pocos grupos de mujeres que puedan oponer una gran resistencia a Israel. Sobre todo son comunidades de alerta.