La misteriosa Nefertiti y un debutante de 66 años se alían en el Premio Edhasa de novela histórica

Abraham Juárez ha sorprendido al jurado del premio con su primer libro: “La faraona oculta”, ambientado en una de las época más turbulentas del Antiguo Egipto

 Texto: Redacción  Foto: Lara Franetti

 

En el acto de entrega del V Premio Edhasa de Novela histórica celebrado en Barcelona, el editor y director general de Edhasa, Daniel Fernández, no podía ocultar que seguía estupefacto. Cuando el jurado del premio, compuesto por expertos lectores y conocedores de Egipto, abrió la plica, esperaban encontrar como autor de esas páginas a un especialista de amplia trayectoria o un nombre consagrado en la novela histórica. “Estábamos convencidos de que el autor sería un arqueólogo o un escritor de novela histórica muy experimentado. Cuando abrimos la plica y vimos el nombre del ganador, Abraham Juárez, nos miramos un poco perplejos. Buscamos por internet y nos quedamos sorprendidos al ver que la única huella suya en la red donde aparecía su nombre era en relación a una peña del Barça en Mallorca a la que pertenece”.

Lo corrobora uno de los miembros del jurado, el periodista cultural de larga trayectoria Jacinto Antón, que ha visitado Egipto en 45 ocasiones: ”Es cierto que creíamos que el autor sería un profesional de la egiptología. Es una novela muy bien documentada que nos ha gustado mucho a todos”.

Daniel Fernández afirma con asombro y satisfacción: “Esta es su primera novela, a los 66 años… ¡Lleva toda la vida preparándose para esto!”.

Misterios que rodean a las cosas del antiguo Egipto y que devuelven la fe en los premios literarios, aunque sea por un rato. Lo decía el propio autor, Abraham Juárez: “Los premios tienen la leyenda de que están preparados y yo he podido comprobar que no es así”. Al menos, este de Edhasa, no. Que tomen nota las editoriales -y no son pocas- que se dedican a premiar a presentadores de televisión, influencers o a sus propios autores de la casa para ahorrarse pagarles el adelanto.

Abraham Juárez, empleado de banca con pasión por la fotografía y el Antiguo Egipto, durante el encuentro con la prensa barcelonesa decía estar nervioso pero hablaba pausado, sin estridencias, breve pero con sentido: “Siento pasión por Egipto desde niño. Me apasionó la lectura de Sinuhé, el egipcio y de Dioses, tumbas y sabios de C.W. Ceram. He leído tesis doctorales y ensayos. La novela me interesa menos, hay autores que me gustan como Naguib Mahfuz soy poco lector de novelas. Cuando veo los errores que ponen el algunas novelas, se me caen de las manos”.

Daniel Fernández apunta que el libro de Abraham Juárez “tiene una poderosa trama amorosa, pero también política. Es una época de muchos cambios en Egipto”.

La novela nos sitúa en el Egipto del siglo XIV a.C. Al ser coronado el nuevo faraón Amenophis IV, decide cambiar la religión politeísta por el culto al dios Aton y él mismo cambia su nombre por del Akenatón y funda una nueva capital, lejos de Tebas. Es una época agitada también en lo político, con nuevos enemigos que se alzan en contra del faraón, que tiene revuelto el frente exterior pero también el privado: dos mujeres poderosas buscan compartir el trono, la cortesana Nefertiti y la princesa de Mitanni Teryshepa. Nacerá el descendiente, Tutankhamón, pero no será del vientre de Nefertiti. Y ahí la novela dispara los resortes de la imaginación aupada sobre lo que se conoce de una época turbulenta de pasiones e intereses políticos.

Explica Abraham Juárez que “elegí la época de Nefertiti porque es una etapa crucial en la historia de Egipto. El misterio es que no se sabe qué pasó con ella. Hay teorías que dicen que traicionó a Egipto y Akenatón la desterró. Lo único cierto es que desaparece y se pierde el rastro. Otra teoría dice que se convierte en reina-faraón”. Respecto al cambio de capital, afirma que “fue una maniobra política para dejar atrás el poder de los sacerdotes del culto creado por el padre de Akenatón, Amenophis III, y así poder llevar adelante su plan de cambiar a un dios monoteísta, Aton, aunque tampoco es algo tan innovador en la tradición religiosa egipcia”. No quiere desvelar mucho de los entresijos del argumento narrativo pero nos da una pista: “El padre de Nefertiti es el malo, pero es un personaje fascinante. Es el hilo conductor de la novela”.

Al ser preguntado por sus visitas a Egipto, Juárez sorprende: “No he estado nunca”. Al preguntarle el motivo, señala que “No he ido porque ese Egipto de los libros de historia que me fascina ya no existe. Me da miedo ir y decepcionarme. Lo peor sería estar en una cola junto a unos turistas que no saben ni aprecian lo que van a ver”.

Sí ha viajado a Alemania: “El busto de Nefertiti lo he visto en Berlín. Y ahí empezó a nacer la novela, de la relación de Nefertiti con el escultor Tutmosis. La figura no muestra el rostro real, -según los estudios realizados con escáners, hay debajo otro rostro menos perfecto e idealizado que sería el verdadero de Nefertiti-. Al ver ese busto embellecido me vino a la cabeza la idea de que no era solo una obra de arte sino el resultado de un sentimiento amoroso. Hay una teoría dice que el gran escultor Tutmosis crea este busto como modelo para sus alumnos. Pero yo prefiero la versión más romántica: que fueron amantes”. En la novela, sabremos a través de la verdad de la imaginación por qué al busto de Nefertiti que podemos ver en Berlín le falta un ojo.

Respecto a la escritura, explica que, “al jubilarme empecé a escribir como pasatiempo. A los hechos añadí personajes nuevos. A partir de encuentros entre personajes, surgieron otros personajes. Lo que empezó como pasatiempo se convirtió en problema: me levantaba a las tres de la madrugada de la cama porque no podía dormir y me tenía que poner a escribir una escena”. Cuenta, como si se lo contara a sí mismo, un poco asombrado, que “La mitad de la novela se escribió sola. Yo solo ponía los dedos en el teclado”.

El Premio Edhasa está dotado con 10.000 euros y el jurado de esta edición ha estado compuesto por el editor Daniel Fernández, Sergio Vila-Sanjuán, Jacinto Antón, Mari Pau Domínguez, Carlos García Gual y María José Solano.