José Zoilo muestra en “La frontera de piedra” cómo quince siglos atrás los pueblos emigrantes ya topaban con la valla de Occidente

Con esta odisea de los alanos tratando de colarse por las grietas del Imperio Romano, el autor tinerfeño ha ganado la sexta edición del Premio Edhasa de novela histórica.

Texto:  Antonio ITURBE    Fotografía: Luisa ARREGUI

 

Un grupo de pastores alanos que llevan todas sus posesiones en carromatos llega al río Istro, que ahora llamamos Danubio. Acampan al caer la noche y montan sus yurtas precarias, que desmontarán a la mañana siguiente y será como si se las hubiera llevado el viento. Cuando miran al otro lado de la orilla, donde empieza el territorio del poderoso Imperio Romano, les asombra ver las fortificaciones de adoquines y las torres de vigilancia. Su mundo es un mundo portátil, ligero, de potros y equipaje liviano. Por eso esa frontera les parece de piedra.

Hay pueblos de diversos orígenes en ese final del siglo IV buscando mejores territorios en una época en que el clima se enfría y los pastos escasean, pero se topan con esa dura valla romana. Uno de ellos son los alanos, uno de los pueblos menos conocidos de ese proceso crucial para el devenir de Europa que fue la desintegración del imperio romano.

En La frontera de piedra José Zolilo nos traslada al año 363. Es una época en la que las defensas romana se ven amenazadas por hunos, vándalos o alanos. Nos cuenta en su novela José Zoilo que son tiempos duros para los alanos. Los terribles hunos los han expulsado de la tierra de sus antepasados y los hacen moverse hasta que topan con esa frontera de los romanos que no les deja progresar. Los romanos los observan con algo más que desconfianza y deciden aplastarlos antes de que se les cuelen dentro, en lo que será la histórica batalla de Adrianápolis: un imperio armado y fortificado contra  un montón de tribus que levantan defensas con carromatos.

Durante décadas la caída del imperio romano se ha enseñado en las escuelas de Occidente como una debacle que abrió el oscuro periodo de la alta Edad Media. Sin embargo, la novela histórica se está encargando en estos últimos años de abrir nuevas miradas a la cuestión: quizás no fue tan trágica la caída de un imperio decadente, corrompido y voraz. Lo sería, en todo caso para los romanos, pero José Zoilo señala que “también fue un momento de esperanza para mucha gente. Es un momento en que todo mejora para muchos pueblos que han vivido en condiciones de subsistencia precaria”. Estos pueblos se expandirán muchísimo, como el caso de los godos. O los propios alanos protagonistas de la novela, que llegarán a la península ibérica. De hecho, se produce una gran paradoja: estos pueblos a los que se acusa de demoler el refinado imperio romano, acaban renunciando a sus costumbres nómadas y adoptan el modelo de vida más cercano a los estándares occidentales. Explica el autor que “muchos reinos germánicos acaban sosteniendo a la propia administración romana en pleno declive”.  Zoilo no niega que son tribus belicosas, que para tomar su sitio no fueron mancos a la hora de combatir y podían ser brutales, como cualquier pueblo guerrero de la época, “pero en cuanto se establecen en los lugares ya no destruyen, conservan el patrimonio urbanístico, hacen que la vida siga”.

Respecto a la mala fama de estos pueblos “bárbaros”, hasta el punto de que uno de ellos, los vándalos, han quedado en el diccionario como sinónimo de bestias y destructores, explica que “el término vándalo en ese sentido negativo es bastante reciente. Lo utilizó por primera vez en 1794 Henri Grégoire, obispo de la ciudad francesa de Blois. Se le ocurrió tomar a este pueblo de origen germánico como podía haber tomado a otro en la denominación. Hay que tener en cuenta que el conocimiento que tenemos de estos pueblos es por las referencias romanas, que son especialmente negativas puesto que eran sus enemigos. De los hunos decían que cuando se bajaban del caballo caminaban a cuatro patas”.

Su novela entremezcla algunos personajes históricos suficientemente documentados con otros de ficción: “esta época me interesaba porque hay alguna documentación, fundamentalmente romana, pero también muchos huecos donde es posible activar los mecanismos de la imaginación”. Eso sí, una imaginación modulada por la documentación: “yo dedico aproximadamente un año a documentarme sobre el tema y después me pongo al ordenador. Hay que conocer el tema, leer libros, incluso me gusta visitar los lugares porque cuando estás en el lugar se te ocurren cosas que no surgen en la frialdad de tu rincón de trabajo y fantaseas. Pero hay que poner un límite: si esperas tener la documentación perfecta, estarías la vida entera”. El autor tinerfeño cree que “es importante impregnarse de la documentación, pero sin que el lector lo perciba, siendo preciso en situar la vida cotidiana de la época pero sin hartar de datos la narración”.

Zoilo es un autor en racha: ganó en 2020 el premio de novela histórica Pozuelo de Alarcón con El alano, el premio Cerros de Úbeda en 2021 con El nombre de Dios situada en la batalla de Guadalete y el premio de novela histórica Ciudad de Cartagena en 2022 con la novela sobre vikingos, Lordemano.  Ha explicado que no se trata de estajanovismo escritor, sino que ha ido sacando las novelas que tenía en el cajón desde que empezó a escribir hace diez años.  El editor de Edhasa, Daniel Fernández, se congratuló de añadir a la escudería de su editorial a Zoilo “un excelente autor que venía de publicar en Ediciones B, perteneciente al poderoso grupo Penguin Random House, lo que demuestra que no siempre el pez grande se come al chico”.