La fascinante India de Abraham Verghese

El escritor y médico Abraham Verghese publica «El pacto de agua» (editorial Salamandra).

Texto: David VALIENTE

 

Abraham Verghese (Adís Abeba, 1955) ya acostumbró con Hijos del ancho mundo a sus lectores a novelas profundas, ricas en matices y tramas, a veces fugitivas y con toques de bondad muy emotivos; sin embargo, quien lea su nueva creación literaria, El pacto de agua (editorial Salamandra), vivirá atrapado en la red ilusoria de Maya o en el paraíso de los cristianos (con breves e intensas estancias en el infierno). La novela nace tras la lectura de un cuaderno escrito por su madre en 1998 después de que una de sus nietas le preguntara cómo era la vida en su infancia. Las 157 páginas, donde Miriam Verghese protegió sus recuerdos del inexorable paso del tiempo, cayeron en las manos del escritor en 2016 cuando su progenitora murió a la edad de 93 años. El pacto del agua es un canto épico a la vida y un recorrido por la historia de un país con muchas heridas aún por sanar; pero, sobre todo, es un alegato a las aventuras y desventuras de una familia cualquiera con un pasado bien definido, un presente vivo y un futuro casi incierto en las lindes de un estado, Kerala, situado en el sur de la India, con importantes matices culturales, enriquecidos por un progreso social más acuciante en comparación al resto del país.

La historia comienza en 1902 en lo que antaño era el reino de Travancore, hoy absorbido por el estado de Kerala. Una niña de 12 años llega a la plantación agrícola de Parambil, tras casarse con un viudo que le saca casi 30 años. De la noche a la mañana abandona su mundo infantil para responsabilizarse de su nuevo hogar dentro de un paisaje exótico, selvático y mágico que la verá convertirse en la Gran Ammachi, la matriarca de la familia y uno de los personajes más insoslayables y enternecedores de la novela. A primera vista parece una condena de por vida, pero el transcurrir de los días demuestran que no lo es tanto, pues ese marido, en apariencia tosco, intentará que Gran Ammachi sienta Parambil como ese espacio infranqueable para la desgracia, aunque una especie de peculiaridad familiar relacionada con el agua no haga de esa labor una tarea fácil.

Gran Ammachi descubre que sobre la familia de su esposo cae una especie de maldición: en cada generación ha habido miembros que han sentido auténtico temor hacia el agua o directamente han muerto ahogados. Resulta paradójico que el autor haya dotado algunos de sus personajes de esta extraña desgracia, puesto que en las tradiciones indias sus aproximadamente 15 000 ríos juegan un papel capital, el agua es un derecho fundamental tipificado en la Constitución y no se puede negar que el país engendra nadadores verdaderamente hábiles en luchar contra las corrientes de las aguas (y también de la vida): “Me pareció una propuesta interesante para la novela”, comenta Abraham Verghese en una entrevista concedida a Librújula en su visita a la capital para promocionar su libro. “En Kerala, los bebés aprenden a bracear antes incluso que a dar sus primeros pasos; me resultó, como punto de partida, un problema sugestivo para desarrollar en la ficción”. De hecho, prosigue el autor, esta idea rondó en su cabeza durante muchos años: “A veces, a mis alumnos de medicina les propongo resolver una especie de rompecabezas que consiste en identificar posibles condicionantes que provoquen el ahogamiento durante varias generaciones”.

Sí, Abraham es médico especializado en medicina interna y profesor en Stanford. En El pacto del agua desarrolla otra trama protagonizada por un joven cirujano, Digby Kilgour, que huyendo de un pasado traumático en Irlanda se refugia en el país de los 300 millones de dioses y avatares. “Me encanta la cirugía, entre otras cosas, por el drama inherente que porta y que no está tan claro en el tipo de medicina que yo practico”. Los casos que cuenta en la novela son una mezcla de vivencias personales y experiencias de otros compañeros decorados con el fino pincel de la imaginación. Y es que Abraham comenzó a estudiar medicina en su ciudad natal, Adís Abeba; sin embargo, la guerra civil de 1974 le obligó a posponer sus metas y trasladarse a Estados Unidos. Una vez en la tierra de las oportunidades, ejerció de enfermero hasta que retomó sus estudios de medicina. Se especializó en enfermedades infecciosas y, precisamente, su lucha contra el sida y su enfoque más humano en el tratamiento (no centrándose únicamente en los aspectos clínicos, sino también en las necesidades emocionales del paciente) le valieron uno de los reconocimientos más importantes de Estados Unidos: la Medalla Nacional de las Humanidades.

Si en Hijos del ancho mundo el sida es la enfermedad que contagia la trama (es más, “me convertí en escritor para contar la historia del sida”, aclara Verghese), en su nueva novela el patógeno no es otro que la lepra, una enfermedad que siempre le pareció fascinante y de la que vio sus efectos en individuos de África e India. “En mi infancia los leprosos me daban miedo, pero cuando ingresé en la universidad de medicina comprendí que bajo todas esas llagas y deformidades había un ser humano igual que yo”. Abraham es completamente consciente del estigma y el rechazo social que generan quienes portan esta enfermedad.

No cree que la medicina engendre buenos escritores, aunque identifica puntos de encuentro entre sus dos pasiones: “Por ejemplo, la medicina te enseña a observar y a establecer un diagnóstico con las señales que ofrece el cuerpo, es decir, aprendes a prestar atención a los detalles, algo que todo escritor requiere”. Por otro lado, “la escritura me ha convertido en una persona más atenta con el paciente; no solo trato de curar su dolencia, sino también de entenderle y comprender quién es. Esto no es algo innato, la escritura me ha sido de gran ayuda a la hora de desarrollar esta cercanía y empatía con el paciente”.

Tenemos la idea de que los matrimonios concertados son infelices, en cambio, su novela comienza con un matrimonio concertado en el que el hombre, unos cuantos años mayor que ella, es muy respetuoso con su joven esposa.

Según algunas observaciones que he hecho, los matrimonios concertados funcionan por el profundo compromiso que asumen las partes contrayentes. Con esto, no quiero decir que no haya matrimonios concertados que no funcionen, que claro que los podemos encontrar, pero si no se creyera en el sistema este tipo de matrimonios no existirían. Los padres escogen a un pretendiente de características similares a la de sus hijos y, al hacerlo, echan una mano en esa parte arriesgada de elegir a una persona para formar una familia. Es cierto que si uno de los cónyuges es infeliz resulta difícil abandonar ese matrimonio, pero, si lo comparamos con las rupturas que se producen en los matrimonios católicos, puede llegar a ser más fácil iniciar los trámites del divorcio, más aún hoy, cuando se producen constantemente. Desde siempre me ha impresionado que dos completos desconocidos unan sus vidas a través de la institución del matrimonio y logren matrimonios largos y fructíferos. Los actuales sistemas de citas con Apps se asemejan un poco: te reúnes con alguien en un café, tomas algo, charlas con esa persona y a lo mejor son compatibles y surge algo a largo plazo. Con el sistema de matrimonios concertados también puedes quedarte y comprometerte o directamente comprobar que son incompatibles y desdeñar a esa pareja; eso sí, debe de haber compromiso por parte de los dos, no vale que uno juegue un tiempo y luego no quiera saber nada, eso hundiría la reputación de la otra persona.

 

¿Qué valor se le da a la familia en la India?

En la mayoría de las comunidades, especialmente en las pequeñas, como la descrita en el libro, donde todos los matrimonios tienen lugar en su seno, dan una gran importancia a la familia y la reputación. Cualquier pequeño detalle, bien un rumor, antecedentes de epilepsia o de locura, puede afectar a la imagen y por extensión determinar el futuro marido de una hermana o de una prima. Si es un hombre, siente profundamente que su casa está donde nació, mientras que si es una mujer, el hogar es el domicilio donde vio la luz por primera vez el marido; aunque se mude a un nueva casa justo en frente de la suya, lo siente como si  hubiera emigrado a otro país porque el casamiento la traslada a un nuevo sitio. La familia es muy importante, pero no mucho más que en algunas sociedades occidentales. He vivido en Texas durante 16 años, y allí hay una gran comunidad hispana y siempre he encontrado muchas similitudes en el valor que otorgan a la familia, la forma de respetarse entre su gente y el cuidado que dispensan a los mayores. Me recuerda mucho a la India.

 

Gran parte de su novela se desarrolla en una comunidad cristiana situada en el estado indio de Kerala. En la India, los principios del sistema de castas son factores promotores de las injusticias sociales y contrarios, por ende, a los fundamentos del cristianismo…

Cuando era niño no entendía cómo, siendo mi comunidad cristiana, había gente trabajando para nosotros que no eran bien recibidos en nuestra iglesia y tenían que formar la suya propia. Mis abuelos no veían nada raro en ello, en cambio, mis padres, que se encontraban en un impasse generacional, entendían perfectamente mi inquietud. De todos modos, esa contradicción no solo se genera en la India con el sistema de castas, por ejemplo, en Estados Unidos, los cristianos se empeñaron en no permitir la asistencia de los negros a las escuelas. Existen muchos desencajes entre los principios del cristianismo y la realidad de este mundo.

 

Philipose, hijo de Gran Ammachi, es un entusiasta de la literatura, que decide estudiar en la universidad de Madrás, pero un contratiempo bastante urgente le hace volver a casa cargado con dos baúles llenos de libros (clásicos de la literatura) y una radio que, parafraseándole, «le permitirán conocer el mundo sin salir de su pequeño rincón». ¿Es posible eso?

He conocido algunas personas que por su situación personal y familiar no tuvieron otra manera de acceder al conocimiento. La muerte de sus padres les hizo responsables de la educación de sus hermanos pequeños, labor que se tomaron tan en serio que llegaron a descuidar las oportunidades que ellos tuvieron para formarse. Quizá cuando creé a Philipose estaba pensando en ellos. Ahora mismo me viene a la mente una persona de Carolina, que tenía cuatro hermanos menores y abandonó su sueño educativo por cuidar de la finca y procurar a sus hermanos una vida plena. Sus ideas un tanto románticas de la universidad le impulsaban a ir, pero, aunque la situación no se lo permitió, compensó esa indisposición convirtiéndose en una fuente de sabiduría gracias a los muchos libros que leyó.

 

Los personajes de la novela son ejemplo de pura bondad. Esto no quiere decir que no cometan errores, pero no son a propósito, sino por descuidos; esta imagen contrasta un poco con el mundo que podemos observar en la actualidad…

Me resulta interesante que digas eso porque la crítica de The New York Times dijo algo parecido de mis personajes. Por supuesto que hay personas inherentemente malas, psicópatas que desde niños dan señales de maldad, pero son casos excepcionales. Por lo general, la mayoría de los individuos que cometemos errores buscamos ser perdonados. A Lee Marvin le preguntaron una vez por qué solo interpretaba personajes malvados en el cine, a lo que él respondió que lo hacía porque no había hecho el mal en su vida. Por lo tanto, mi perspectiva es que la mayoría de las personas tratamos de hacer lo correcto y, si cometemos algún error, buscamos la redención.

 

Arjún le dice a Philipose lo siguiente en el tren: “Media vida he pasado en trenes y he visto a desconocidos de todas las religiones y castas llevarse bien en un compartimento. No comprendo por qué no pasa lo mismo fuera del tren. ¿Por qué, sencillamente, no nos llevamos bien todos?” Te transmito esa misma pregunta.

Cuando estás en un compartimento de tren dejas fuera tu mochila de vivencias e incluso puedes inventarte tu pasado porque nadie te conoce. Creo que es un experimento interesante, sobre todo si viajas en un coche cama.

 

En su libro habla de la insurgencia naxalita, un grupo maoísta considerado terrorista por el Estado indio, ¿cómo está en la actualidad? ¿Tiene la fuerza de antaño?

Todavía existen en algunos estados, pero hubo ciertos momentos del siglo pasado donde el descontento de la población por la explotación de los ricos a los pobres hubieran podido cambiar las cosas o, al menos, hacerlas distintas. Los naxalitas se extendieron por todo el país, hubo momentos en los que parecía que se iba a producir una revolución a la china que supusiera un desafío serio a los poderes del Gobierno. La respuesta gubernamental fue violenta por el terror que les produjo ese hipotético escenario. Ahora continúan su lucha, con menos fuerza que antaño. Pero sí, cuando yo iba a la universidad estaban mucho más activos y si tenías una finca en propiedad debías tener cuidado porque te podías convertir en un objetivo del movimiento.