Deepa Anappara: “Si queremos terminar con la desigualdad en la India, necesitaremos voluntad política y voluntad social”

La periodista y escritora india publica “Los detectives de la línea morada” (Destino)

 

Texto: David VALIENTE  

 

La India evoca misterio y tradición. No es de extrañar la pasión suscitada en ciertos grupos de escritores, que han venerado y amado al país de los yoguis a través de las palabras. Sus historias han marcado, en gran medida, la visión que desde Occidente tenemos del lejano padecer indio; han mantenido viva esa idea petulante, que las tragedias griegas muestran, de una región enferma y necesitada de las bondades del hombre europeo. Sin embargo, la globalización, lejos de acercarnos a su contexto, nos mantiene ignorantes ante una realidad, ahora sí, dolorosa. Aquellos que fueron a obtener rentabilidad económica encontraron un territorio extenso, heterogéneo, rico en diversidad tanto material como cultural y, como todo buen hijo de vecino, con sus desigualdades internas. Instalaron un gobierno machacón y soberbio, incapaz de entender- y por lo tanto de gestionar- esa superestructura humana. Asimismo, la falta de interés de los gobernantes y su insaciabilidad de riquezas materiales, les llevó a concebir un país que años más tarde conseguiría la libertad, a cambio de mantener abiertas las heridas. Hoy su población lo paga con creces.

En pleno siglo XXI, hablar de la India no es recordar historias fantásticas de animales parlantes, noches de cuentos bajo la luz de las estrellas o espesas selvas indómitas; mentar hoy a la India, es recordarnos que hay gente en el mundo que viven en condiciones lamentables, en ocasiones, sin una mísera migaja que llevarse a la boca. Lo más “gracioso” de la situación es que nuestra posición cómoda nos permite apartar la vista de la realidad, y, ciertamente, muchas personas no se atreven a mirar y observar. Porque todos sabemos que donde esté el Taj Mahal que se quite una barriada de Utta Pradesh.

No obstante, para las personas que deseen recibir un enorme jarro de agua fría y saber la realidad de millones de personas, les recomiendo leer la novela de la periodista india, especialista en derechos humanos, Deepa Anappara. Su discurso es claro, cargado de argumentos y directo. No se pierde en florituras innecesarias, narra lo que ha visto y le han contado fuentes de primera mano. Por eso, su novela, Los detectives de la línea morada, transcurre, casi en su totalidad, en una barriada de Delhi, donde las extrañas desapariciones de unos prepúberes, pone en sobre aviso a la comunidad. Un niño llamado Jai emprenderá una investigación, junto a dos amigos más, para descubrir quiénes están detrás de las desapariciones de esos jóvenes. La autora me confesó en la entrevista: “la novela se basa en algunas historias que conocí mientras trabajaba de periodista en las calles de Delhi”. Esas historias le impresionaron, sobre todo, porque “los policías no hacían nada, aunque los padres interpusieran denuncias”. Aproximadamente 180 niños desaparecen al día en la India y las autoridades competentes, lejos de ayudar a unos padres desesperados, les exigen sobornos. Durante la charla dejó muchas cosas claras, pero una de especial relevancia y que por la redacción de la novela y de esta entrevista puede quedar obnubilada: “La India es también un país rico, con niños que viven con un alto nivel de vida. Sin embargo, la cantidad de ellos que viven en la absoluta pobreza es superior a los que se pueden permitir una vida sin preocupaciones”.

 

Al leer su novela, he sacado una conclusión: los niños deben sacarse las castañas del fuego, ¿me equivoco?

Es así, pero depende también del tipo de familia proveniente. Algunos niños no tienen padres, viven en las barriadas y deben crecer más rápido, desarrollar lo que llamamos street-smarts. Por regla general, estos niños sobreviven gracias a las amistades que establecen con otros niños en su misma condición. Conforman grupos con un líder mayor que el resto o con mayor experiencia en los vericuetos de la calle. Para estos niños, en particular, su inocencia termina muy pronto.

Usted nos describe una escuela que parece una cárcel, con unos docentes más preocupados en que no les agredan que en enseñar a los alumnos. ¿Qué papel juega el sistema educativo indio en esta cuestión de los niños desaparecidos?

El sistema educativo indio está desarrollado para ayudar a los padres, proteger a los niños y alimentarlos. La Constitución defiende una educación universal y gratuita hasta los 15 años. Si parece una cárcel de alambradas altas es para impedir que nadie entre en ellas. Yendo a la escuela, los niños se aseguran una comida completa y nutritiva al día. Pero, a causa de la pandemia, desde marzo se cerraron los colegios. Esto ha obligado a muchos padres sin recursos a enviar a sus hijos a trabajar, según me han contado varias fuentes. En la cuestión educativa la voluntad política es fundamental; cada estado establece los parámetros que marcan la educación. El estado de Kerala se ha implicado en mejorar su sistema educativo, por lo que el analfabetismo se ha reducido considerablemente. Por otro lado, no conozco ninguna historia de profesores implicados en casos de secuestro, aunque sí han llegado a mis oídos los duros castigos que algunos profesores imparten a sus alumnos. Pero, de la misma manera, hay profesores maravillosos que ponen todos sus esfuerzos en ayudar a sus alumnos. Aunque, bien es cierto, todavía nos queda mucho camino que recorrer en la India, en cuanto al sistema educativo se refiere.

¿Y cuál es la verdadera escuela de los niños? ¿Dónde se forman como persona?

La cultura popular juega un papel importante. Los programas de televisión o las películas son muy populares dentro de la sociedad india; importa poco el background del individuo, desde el más pobre al más rico, todos disfrutan de la programación televisiva. De ahí, muchos niños adoptan modelos a seguir. Sin embargo, nos deberíamos preguntar cómo aprenden las asignaturas básicas como ciencias, matemáticas, historia. Recurren a la ayuda de las ONG, que fundan bibliotecas en los barrios pobres. En mi libro, Pari asiste a una biblioteca de este tipo para aprender materias más exhaustivas. Recientemente, las ONG han recibido un duro golpe, pues el Gobierno estableció límites al dinero enviado desde el extranjero. Lo tendrán complicado para sacar adelante sus proyectos, y, sin duda, repercutirá en la educación de los niños.

Pari afirma que la India nunca será una superpotencia mundial hasta que no cese el trabajo infantil, ¿está de acuerdo con ella?

Así es. La India no remedió el problema de las desigualdades; por el contrario, se ha convertido en un mal endémico. Los niños trabajan porque sus padres buscan desesperadamente dinero para alimentar a la familia y pagar las facturas. Las prioridades del Gobierno son los negocios, y la desigualdad sigue en un puesto secundario. No obstante, si queremos terminar con la desigualdad en la India, necesitaremos voluntad política y voluntad social.

A veces da la sensación en su novela de que magia, mito, superchería y realidad se mezclan.

Muchas personas creen en lo sobrenatural porque se sienten desatendidas. Si el Gobierno no les protege, recurren a los espíritus para sentirse protegidas. En el primer capítulo del libro, recreo lo que me contaron los niños: ellos creen que los espíritus de otros niños, que vivieron y murieron en las calles, les protegen. Con los jinn ocurre algo parecido; existen lugares donde se les rinde culto, incluso las personas escriben cartas en las que les piden cosas específicas. En conclusión, cuanto más olvidada esté una persona por el Gobierno, más proclive será a creer en lo sobrenatural.

En su novela nos describe a un cuerpo de policía corrupto, ineficaz, violento e inoperante, que requiere de continuos sobornos para no agredir a la población. ¿Cuál es para usted la raíz de esta corrupción policial?

A grandes rasgos, establecería tres causas: salarios muy bajos, falta de independencia respecto a los poderes políticos y necesidad de mejores infraestructuras y equipamientos. Los policías, al igual que el resto de la población, viven en la pobreza. Sus salarios no les permiten llevar una vida digna, entonces si les sobornan, lo aceptan. Asimismo, en la India, los cuerpos de seguridad están ligados a las fuerzas políticas. Se han dado casos de policías que intentaron ir contra la voluntad política, pero se les sometió a un “traslado punitivo”, es decir, se les cambia de región. Los policías de calle disponen de infraestructuras paupérrimas y si los comparamos en número con la población, son muy pocos. Además, su conocimiento técnico en temas forenses es inexistente. Gracias a la prensa nos enteramos de casos irresueltos por la torpeza policial; contaminaron la escena del crimen con su rastro.

¿Quién “gana” en corrupción: la policía o el Gobierno?

Tiendo a culpar a los gobiernos, porque cuando hay compromiso político, como es el caso de Delhi con la educación, se llega a buen puerto. La corruptela, al igual que la desigualdad, es endémica entre los políticos de la India; les preocupa atender las exigencias de las personas que financian sus campañas y de los pobres únicamente se preocupan unas semanas antes de las elecciones. También debo mencionar la responsabilidad social; un dicho dice que cada sociedad tiene a los políticos que se merece. La sociedad india no ha hecho lo suficiente para detener a los actos de sus políticos corruptos. Es algo todavía pendiente.

¿La India es solo hinduista?

Eso promueve la agenda de Modi, incluso crea divisiones para priorizar a la religión mayoritaria. Yo me crie con una Constitución que defiende la igualdad de todas las personas, sin importar la religión o la casta de origen. Para mí es decepcionante observar a personas educadas repetir los argumentos del Gobierno, y es aún más decepcionante que hayan accedido de nuevo al poder.

¿Los musulmanes, ante esta situación, a quién pueden apelar?

El Tribunal Supremo defiende los derechos de los individuos. Desgraciadamente, todo depende de los jueces que investiguen los casos. Es cierto que algunos han protegido a la comunidad musulmana, pero, al cuestionar las disposiciones políticas, acabaron defenestrados. Entenderemos que pocos se atrevan a desafiarlas. Con la prensa ocurre algo similar; pocos medios se oponen a la postura del Gobierno, sobre todo porque quienes lo han intentado terminaron entre rejas y las publicaciones nunca llegaron a salir. Con actos como estos, la India se está transformando en un país cada vez más autoritario. Cuando en un país occidental ocurre algo similar, la población se enfrasca en intensos debates; en cambio, en mi país, casi no debatimos el tema, y desconozco si es intencionado o directamente no comprendemos la magnitud a la que puede llegar el autoritarismo.