La enfermera que recetaba libros para salvar vidas en el Hospital de Ifema
La enfermera Ana María Ruiz López del SUMMA 112 se propuso llevar libros a los pacientes del hospital de campaña de IFEMA y su experiencia la plasmó en “Libros que salvan vidas” (Plataforma), que obtuvo el premio Feel Good patrocinado por la Fundación La Caixa. Una obra donde cada página te reconcilia con el ser humano al ver las cosas maravillosas que algunas personas hacen por los demás.
Texto: Susana PICOS Foto: Asís G. AYERBE
Hace un año, cuando en los primeros tiempos de la Covid-19 se tuvo que improvisar a toda prisa el hospital de IFEMA se llevaron camas, gasas, equipos… pero el sentimiento de soledad que ocupaba todo el espacio era insoportable. Eso es lo que pensó Ana María Ruiz López cuando entró embozada para protegerse con cuatro guantes, pantalla, mascarilla… y una especie de traje en el pabellón número 5 a curar a los enfermos. Ana María es una “enfermera lectora”, dos pasiones que la han empujado a conseguir que durante los momentos más duros de la pandemia se iniciase una ola de solidaridad en torno a los libros que hasta entonces no habíamos visto en nuestro país y que cuando se estudie este periodo quedará como uno de los actos más generosos de nuestra sociedad.
Ella fue la que pidió a sus compañeros que le donasen libros, a sus amigas del club de lectura, a sus vecinos… los metió todos en su coche y se fue a IFEMA a luchar contra el virus, con su ropa de protección, sus medicinas y sus libros. De esta manera nació la Biblioteca de IFEMA, que más tarde se llamó Biblioteca Resistiré; por la decisión de una enfermera de dar esperanza y vida a sus pacientes.
En esta obra hay dos grandes pasiones: la enfermería y los libros.
La enfermería es algo que llevo dentro desde siempre. Mi madre ha sido cuidadora de mi padre, de mis abuelos…El cuidado ha sido mi piedra angular. Desde pequeña soy enfermera; me gusta mucho cuidar y creo que “Cuando se deja uno cuidar es una ofrenda”, como decía José Luis Sampedro. Yo utilizo muchas frases de otros porque los leo y los admiro. Los libros tienen unas cualidades maravillosas de las que muy pocas veces se habla, la capacidad curativa, la de acompañamiento. Son dos cosas que valoro mucho y las hago propias.
¿Cómo fue tu entrada en el complejo ferial de IFEMA convertido en un hospital de campaña?
Estaba muy nerviosa; estábamos todos nerviosos. No sabíamos lo que nos íbamos a encontrar. La entrada fue muy impactante. Tenía miedo, pero a la vez nerviosismo; quería entrar, dar el relevo a mis compañeros y empezar a cuidar a mis pacientes. Sabíamos que la situación era muy complicada, muy difícil, con casos especialmente trágicos. Estaba deseando entrar para ayudar. Me gusta mucho el contacto con el paciente, preguntarle qué tal está y, si no desea hablar, estar a su lado y si quiere hablar, dejarle que lo haga, pero en seguida me di cuenta de que eso no lo iba a poder hacer, ni yo ni nadie; era imposible, teníamos muchos pacientes por atender, más de cincuenta y éramos solo dos enfermeras y un técnico sanitario en un espacio enorme, sin ventanas, donde para ir al baño había que recorrer una gran distancia. Por la noche, muchos pacientes dormitaban, otros estaban despiertos y algunos se quedaban con la mirada perdida, aburridos, no tenían móvil, no tenían televisión, ni charla, no tenían gente. Y fue instantáneo: pensé en los libros; les ayudarían a entretenerse y los llevarían a otro sitio. Desde el primer momento supe que allí los beneficios de la lectura eran del todo necesarios.
¿Y cómo se hizo realidad esa idea?
Pedí dos libros a cada compañero, pero al día siguiente en vez de dos llegaron muchos más. Yo misma me quedé sin libros en casa. Tenía todos los de Rosa Montero y me quedé sin ninguno, incluso regalé mi preferido, La ridícula idea de no volver a verte. Mis amigas del club de lectura me dieron un montón, mis vecinos…la gente, que guardaba sus libros con tanto cariño, los cogió y los regaló sin dudar porque los libros iban a cuidar a pacientes y salvar vidas. Nunca imaginé que de esta idea iba a salir algo tan grande, solo pensé que tendría un carrito con ruedas e iría de aquí para allá con los libros.
Los libros lograron sacar lo mejor de las personas.
La ola de solidaridad que se creó alrededor del libro en IFEMA es un ejemplo. Al tercer día de pedir los libros tuvimos que frenar su llegada porque,amo tanto los libros que no quería que estuvieran en el suelo. A mucha gente les decía “no puedo recibir tus libros porque me los van a dejar abandonados en un pabellón de IFEMA y eso no quiero que pase. Cuando tenga carros y mobiliario me los mandas”. El bibliotecario de Soto del Real me mandó los libros y un carro. Pepe de IFEMA, al que ni siquiera conocía, me dijo: “Yo busco carros donde sea”. Eso es lo que tienen que ver los políticos y todo el mundo, si no hay unión no conseguimos nada. No me canso de decir que nosotros íbamos como los estorninos cuando realizan juntos ese baile tan bonito. Me emociono porque es lo que pasó allí, es lo que pasa entre nosotros, en los hospitales, en las ambulancias… ese es el ejemplo que tienen que ver los políticos. Es el pueblo el que está dando un verdadero ejemplo.
Tu libro se titula Libros que salvan vidas, pero habrá personas que piensen que exageras.
Si piensan que soy exagerada, que escuchen a los pacientes que leyeron en IFEMA. Les sorprendió a muchos, pero no a mí, a mí no me sorprendía nada la labor curativa que estaban haciendo los libros. Había muchos pacientes que no leían nunca, aunque había otros que sí que eran lectores, pero aquellos que no habían leído y se atrevieron, o medio les “obligamos” a la lectura, en seguida se dieron cuenta de los beneficios que da el tener un libro en las manos. En la entrega del Premio Antonio Sancha dieron sus testimonios varios pacientes, y me emocionaron tanto que después casi no pude intervenir, por ver lo agradecidos que estaban por la ventana abierta que la lectura les había proporcionado frente a esos muros grises y tristes de IFEMA. Eso curó al mismo nivel que la medicina. Y yo lo sabía y, por eso, cuidaba los libros del mismo modo que preparaba mis sueros.
¿Un libro es entretenimiento?
Yo no considero la lectura solo como un entretenimiento, la considero más como un acompañamiento. Es diferente. Es como un amigo. Cuando estás en un hospital y estás enfermo, tus familiares y tus amigos vienen a verte, pero en la situación que teníamos en los hospitales y, principalmente en IFEMA, que era un hospital de campaña, nadie podía venir a ver a los pacientes ni a traerles cosas y los libros lo que hicieron fue acompañarlos, no entretenerles; es algo mucho más bonito, más profundo. Recuerdo a una mujer que acariciaba el libro. Había una señora que venía a la biblioteca y me pedía libros para sus nietos y le regalé unos de Star Wars, eso le curó más que el paracetamol para el dolor de cabeza, porque ya pensaba en salir para regalar esos libritos a sus nietos. Le dieron el alta a los dos días.
Siempre hablamos de la dificultad de que la gente lea, pero tú lo conseguiste en situaciones muy duras.
Sí, siempre explico el caso de un chico que estaba muy enfadado conmigo, con el mundo, con la vida, con todo. Y también es respetable, pero yo sabía que le iba a hacer bien leer. Y la casualidad hizo que mi compañero no pudiera llevarlo al baño y, como yo había acabado de tomar las temperaturas y dar la medicación, lo llevé y aproveché a pasarlo por delante de la biblioteca. Tuve mucha suerte de encontrar El Principito. Yo le decía, por favor, cógelo,inténtalo. Después de insistir, se lo llevó y supe después que le había venido muy bien. Que había tenido un rato de acompañamiento con el libro y que las frases le habían servido para charlar con su compañero de al lado.
Pero no solo consigues que lean, sino que comentas los amores entre Pardo Bazán y Pérez Galdós.
Sí, eso fue pasado un tiempo porque el hospital de IFEMA cambió mucho desde ese primer módulo 5 a los que se montaron después. En el 7 y el 9 ya había un ambiente mucho más hospitalario; aun así, seguían siendo “habitaciones” de grupos de seis personas y no dejaba de ser un hospital de campaña. Cuando ponía la medicación o tenía menos carga asistencial pasaba por las salas —no solo yo, también otras compañeras— para darles “charletilla” a los pacientes y sorprendentemente el ánimo de las señoras era siempre más alto que el de los señores. Soy una charlatana tremenda y casi siempre pregunto a los pacientes por la familia. Y ese día la señora me dio pie al hablar de su marido, contándome las ganas que tenía de irse a su casa y su preocupación al no saber cómo estaba. Yo iba con mi carrito de libros y pensé en Galdós, además en Madrid, donde vivo, habían celebrado varias actividades por su centenario, y en el club de lectura habíamos leído la historia de los amores entre Emilia Pardo Bazán y él y me había parecido muy divertida. Visualizaba a Pardo Bazán diciéndole “mofletillos” al comedido y tímido Galdós, y les hablé de ellos y nos pusimos a reír recreando sus amores.
¿Hay un libro para cada persona?
No, no. Es muy arriesgado recomendar libros. Más que recomendar, yo cuento por qué me ha gustado, pero recomendar es muy atrevido; me da hasta cierto pudor. Creo que cada persona tiene una disposición y unos gustos para leer una cosa u otra, pero también hay que abrir la mente a los libros y dejarlos que sean ellos quienes nos conquisten. De hecho, en el club de lectura he leído muchas cosas que pensaba que no me iban a gustar y, sin embargo, me han enamorado.
En el libro nos hablas con gran cariño del club de lectura en el que participas.
Pertenecer a un club o hablar de lectura con la gente te abre un mundo que es supergratificante. Somos un grupo de mujeres, yo soy la más joven, las demás tienen más de 65 años, y siempre digo que me nutro de ellas.
Has ayudado a los demás proporcionándoles lecturas. ¿La lectura también te ha ayudado a ti durante la pandemia?
He leído muchísimo, más que nunca, porque lo he necesitado. Cuento pocas cosas desagradables y feas, pero también ha habido. En el momento que entré en IFEMA dejé de compartir la habitación con mi marido. Era vector portador y no sabíamos nada de este bicho y tampoco me habían hecho pruebas, por lo que me fui a dormir a la habitación de Martina, mi hija pequeña, que tenía un año y medio y la estaba amamantando. Yo no podía ni quería irme a un hotel, como otros compañeros; tengo tres hijos. Tuve que destetar a mi hija de un día para otro y mi marido Tomás, que estaba en ERTE, me apoyó y me dijo que él se quedaría con la niña. Para mí fue duro y para ella también. Dormía en otra habitación y utilizaba uno de los dos baños de la casa para estar un poco aislada y proteger a mi familia.
Te emocionas al contármelo.
Llegaba por la mañana a casa, ya que los de 112 solo trabajábamos por las noches. Me duchaba y casi me quitaba la piel al lavarme para no contagiar a mi familia porque no sabía si era positiva. Había estado con cincuenta pacientes. Mi descarga emocional eran mi marido y mis niños, que me traían el desayuno y me cuidaban. He recibido tanto amor que ¡cómo no iba a darlo! Pero me metía en la cama a dormir y no podía. Necesitaba pensar en cosas diferentes a las que había vivido horas antes y me ayudaron tanto los libros… Marián Izaguirre, Luis Zueco… he leído un montón porque ellos me llevaban a otro sitio. Lo que los libros hacían a los pacientes, lo hacían también conmigo. No tienes que estar enfermo para disfrutar de los beneficios de la lectura.
¿Se te ocurrió a ti el nombre de Biblioteca Resistiré?
No, no, el nombre no lo puse yo. Solo puse Biblioteca y lo escribí en un folio y lo pegué con esparadrapo. El nombre vino después. La biblioteca vivió un proceso, en el que empezó a añadirse gente, ya no solo vinieron libros sino también manos para ponerlos a disposición de los pacientes. Una de las instituciones que se sumó a este proyecto fue el SUMMA Protección Civil y una de sus miembros propuso el nombre a la dirección del hospital y a todos nos pareció precioso. Fue una elección de equipo.
¿Qué ocurrió cuando se empezó a desmontar el hospital de campaña?
Soy enfermera desde hace veintiún años y hablé con la gente que conozco de diferentes hospitales por si querían recibir libros y varios dijeron que sí; una tanda de libros, por ejemplo, fue al Ramón y Cajal. Otra de las sorpresas que me dieron fue cuando María Ángeles Semprún, directora de catástrofes del SUMMA 112, me mostró que en cada paquete de material de IFEMA que se enviaba a las residencias de ancianos se incluían pañales, EPIS, gasas… y un puñadito de libros. Me puse a llorar y me emocioné. Me abrazó y me dijo: “Esto lo hemos hecho por ti”. Se lo agradecí muchísimo.
¿Hay bibliotecas en los hospitales?
Hay unas cincuenta en toda España. A mí me parecen pocas. En el Hospital Militar Gómez Ulla hay una biblioteca para que el personal sanitario pueda estudiar, pero ahora se ha puesto en marcha un proyecto de una biblioteca para los pacientes. Este fue uno de los hospitales a los que mandamos los libros; de hecho, los llevé yo en mi coche y ahora están amontonaditos en cada control de enfermería y el paciente los tiene a su disposición. No veía normal que hubiera un televisor y no hubiera libros. Mandé, incluso, un tuit al consejero de sanidad de Madrid, Enrique Ruiz Escudero, pidiendo una biblioteca para el nuevo hospital central de Madrid. Estoy segura de que iría mucha gente voluntaria a llevar libros a los pacientes, pero que compren una biblioteca para que le den al libro la importancia que tiene. ¡Poned libros por favor a disposición de los pacientes!
La asociación de editores de Madrid otorgó el Premio Antonio Sancha a la Biblioteca Resistiré y tú fuiste a recogerlo.
En mi discurso dije que “este premio es para la biblioteca y que estoy muy agradecida tanto a los que mandaron los libros, como a los que participaron del cuidado de la biblioteca y a los que quisieron y no pudieron”. Todavía no me puedo creer que haya charlado con Rosa Montero, que fue la madrina de la entrega, y le regalara mi libro. Es un regalo de la vida. No lo merezco porque yo no he hecho nada especial, solo lo que tenía que hacer.