«La Central»
La Central
Élisabeth Filhol
Trad. Rubén Martín Giráldez
Anagrama
136 págs. 17’90€
La Central es la primera novela que leo de Élisabeth Filhol. Breve, concisa, implacable.
Nos cuenta la vida de un joven técnico de una central nuclear y la contaminación de un trabajador temporal que desconoce, a sus 25 años, el peligro que corre y que lo descubrirá por sí mismo, a través del trágico destino de un amigo, cuando ya no hay remedio. La escritura que nos arrastra es fría y distante, pero literaria, excelentemente literaria, aunque nos deja un frío interior difícil de olvidar.
El efecto realista y a la vez poético de esta obra proviene, creo, de la subjetividad del joven narrador, arrojado a una situación tan fuerte que ha logrado que me solidarice con la tragedia que le espera.
La escritora, aunque lo pretenda, no puede – y no debe, añado yo – garantizar que su libro también sea leído como un libro político. Es una novela pero al denunciar, en un lenguaje estrictamente literario, la explotación del hombre por una tecnología monstruosa subraya que todo el sistema se basa en la ética individual de los técnicos.
Tienen condiciones laborales inhumanas, horarios irregulares, nómadas, con alta probabilidad de fracaso. Pero tienen conciencia moral: tienen, frente a su comunidad, una lucidez que sus superiores no tienen. Es un sistema perverso: en la energía nuclear, la rentabilidad debería venir después de la seguridad. Lo pasmoso es que la verdadera responsabilidad recae en los empleados de abajo.
“Todo es normal en el sentido normal de las agujas del reloj, los vientos del hemisferio norte giran así durante los anticiclones, todo lo que viene del noreste baja hacia el suroeste y, del mismo modo, sube desde la Unión Soviética hacia los países escandinavos. La mañana del 27 de abril de 1986, el viento sopla sobre las playas del mar Báltico. Un viento del sur tras seis meses de invierno. Barre el espacio inmenso de arena y mar, y los veleros lo enfilan. Y la gente camina descalza…”
Poética, cierto. Pero implacable.
Pere Sureda