La ácida mirada de Ali Smith sobre la dividida sociedad británica

La escritora escocesa plantea en su «Cuarteto Estacional», la tetralogía que inició con su novela «Otoño», cuestiones que  ayudarán al lector a comprender cómo se ha llegado al Brexit.

Texto: David VALIENTE    

 

Ali Smith aterrizó en las librerías españolas con la intención de quedarse durante un largo periodo. Lo hizo con Otoño (Nórdica), el primer libro de una tetralogía llamada Cuarteto estacional. Se trata de cuatro novelas escritas poco después del triunfo del referéndum a favor del Brexit en el 2017, que versan sobre las cuestiones sociales que dividieron al país y lo separaron de la Unión Europea. Ahora, cuando acaba de llegar a las librerías Invierno, el segundo volumen de la tetralogía; os recordamos algunas de las claves del inicio de la saga.

Otoño, ganadora del XXI Premi Llibreter, arranca con los mundos oníricos de Daniel, un anciano en la “fase de sueño prolongado”, es decir, en las puertas de la muerte. Desahuciado por los médicos yace casi inerte en la cama de un hospital geriátrico. Sin embargo, no todos sus allegados han tirado la toalla; Elisabeth Demand, una joven profesora de universidad, acudirá casi a diario a la habitación del señor Gluck, apellido de Daniel, para leer libros de gran valor cultural para el viejo continente.

Leer Otoño es adentrarse en una prosa íntima y materializada a través de un estilo modernista renovado que prescinde, por poner un ejemplo, de los guiones largos, permitiendo a la autora continuar con el tono somnoliento a lo largo de la novela, y enriquecerlo mediante el empleo del flashback que, a su vez, le permite indagar en las efemérides de los personajes. A pesar de ello, el relato no pierde vigencia, sino que refuerza los argumentos y plantea al lector del siglo XXI algunas cuestiones que debemos resolver para comprender las dos posturas que dividen a la sociedad británica.

La inmigración masiva, el punto de partida

El fin de la Segunda Guerra Mundial fue también el fin de un sistema internacional y social que, desde antes de la Primera Guerra Mundial, estaba mostrando fallos de engranaje. Los imperios cambiaron su manera de presentarse ante la sociedad internacional, a quienes tenían colonias ya no se les consideraba los más guays del planeta; además, la gran guerra los dejó en un estado tal de devastación, que tuvieron que ceder a regañadientes las competencias políticas a sus legítimos dueños. Nuevos estados, carentes de capacidad técnica, material y administrativa para satisfacer las necesidades de su población, modificaron el mapa político mundial. Por ello, sus ciudadanos, ante la perspectiva de morir de hambre y comprobando que sus nuevos dirigentes estaban más preocupados en llenar sus bolsillos- con el tácito consentimiento de sus progenitores imperialistas-, optaron por emigrar a la vieja Europa que, gracias a los esfuerzos ciudadanos y a la ayuda económica de los americanos, empezaba a atisbar esperanzas de crecimiento. Para cubrir las necesidades del Estado de Bienestar, lo gobiernos europeos occidentales acogieron a inmigrantes, que procedían de sus antiguas colonias. Familias de culturas dispares llegaron a Europa para quedarse.

Contrariamente a lo esperado, los primeros años no supusieron un grave conflicto social. El problema lo encontramos ahora cuando, según nos relata en su novela Ali Smith, “En todo el país, la gente le decía a la gente que se fuera. En todo el país, los medios de comunicación deliraban. En todo el país, los políticos mentían. En todo el país, los políticos se derrumbaban. En todo el país, los políticos se esfumaban. En todo el país, las promesas se esfumaban. En todo el país, el dinero se esfumaba”, en suma, en Gran Bretaña, el orden social sucumbía a las ineptitudes políticas, a los reproches sociales y a los listos de turno, pocos por suerte, que sacan provecho económico de la chispa más endeble.

Con situaciones así, resulta imposible eludir el verdadero reto del siglo XXI: la identidad. Y como no puede ser de otra manera, si deseas llegar a la raíz del Brexit, Ali Smith lo afronta haciéndose la siguiente cuestión: “¿Qué prueba exactamente un pedazo de papel?”. Para la autora no prueba nada, más aún cuando los derroteros del discurso se pierden en debates raciales y en el monopolio de una única etnia representativa de la cultura británica. Como a la autora oriunda de Inverness le importa poco el color de la piel o de los ojos, plasma su crítica en una escena disparatada, en la cual a Elisabeth no se le permite renovar el pasaporte porque la foto no se amolda a un canon determinado por la administración.

Medios de comunicación, malos aliados

Al jefe de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, se le atribuye la siguiente frase: “Repite una mentira con suficiente frecuencia y se convertirá en verdad”. No obstante, aunque la mentira refuerce nuestros argumentos y nuestra seguridad, las consecuencias son, la mayoría de las veces, fatales: “Tu y yo sabremos algo que tu madre no sabe, lo que hará que nos sintamos distintos no solo con tu madre, sino también entre nosotros. Se abrirá una brecha” y “la mentira nos rebajará a todos”.

La mentira, prosigue Ali Smith, es seductora y, en cierto modo, alivia la impotencia de los obstinados. Motivo de sobra para que los medios de comunicación se aprovechen y traten por todos los medios posibles de secuestrar el relato, porque “si soy el narrador del cuento lo puedo contar como me apetezca”.

De esta manera, un discurso delirante se propaga calumniando al discurso inclusivo y tolerante con las diferentes culturas: “Imagínate qué pasaría si todo el mundo empezara a disfrazarse de árbol, dijo el hombre armado. Sería como vivir en un bosque. Y no vivimos en un bosque. Este pueblo ha sido un pueblo desde mucho antes de que yo naciera. Y ha sido bueno para mis padres, y mis abuelos, y mis bisabuelos”.

El miedo es normal, pero no debe ser la regla

Por otra parte, el miedo a que el “abuelo” sea sustituido es completamente lícito, olvidamos que las personas por naturaleza interactuamos, lo que conlleva que nuestro abrigo cultural también lo haga. Por mucho rechazo que algún aspecto cause, siempre habrán otros atractivos que se imiten, creándose un sincretismo que, en cierta medida, te aleja de los “bisabuelos”: “Pero si te salieras con la tuya, disfrazarías a nuestros hijos de árbol, disfrazarías a nuestra esposa de árbol. Eso tiene que cortarse de raíz”. Pensando así, nunca conoceremos el disfraz de árbol, entonces juzgaremos sin causas claras, simplemente porque un discurso ha sido secuestrado y difundido por diferentes medios. Y esta es una de las claves para entender la obra de Alí y el Brexit: el egoísmo que nos impide siquiera probarnos por unos minutos el disfraz de árbol y comprobar que no todo los aportes discursivos son ciertos. Si nos atreviéramos a hacerlo, demostraríamos que progresar, en ocasiones, implica dejar atrás nuestra algunos aspectos de nuestra cultura prístina que no tienen porqué modificar nuestra identidad. Es innegable que las futuras generaciones se verán afectadas, pero ese tiempo es otra época y, por lo tanto, una nueva identidad, per se.

Poca atención al aspecto político

Si bien es cierto que su análisis es meramente social y cultural, cuando sale a relucir la cuestión política, sus frases son directas, bien claras: “Cuando el Estado no es amable, el pueblo se convierte en carne de cañón”. Poco más se puede añadir: se agradece, pues, los intentos de la autora de prescindir de la perspectiva política. Existen muy buenas novelas sobre el Brexit desde una perspectiva política, pero, por desgracia, falta mucha labor literaria que analice los conflictos de identidad desde la perspectiva social. Novelistas, investigadores, académicos, estadistas, analistas y periodistas han perdido mucho tiempo en analizar la coyuntura política, sin darse cuenta de que, en gran medida, esa coyuntura existe porque hay mutabilidad, nuevos retos con orígenes soterrados en la historia social de un país, y no tanto en una suerte de positivismo histórico.

Sócrates como solución al problema

En este mundo demagogo y falto de sentido común, Ali Smith revive la figura de Sócrates en el viejo Daniel; la forma de mantener diálogos, de hacer pensar a la gente, nos recuerda constantemente al tábano de Atenas; incluso, al final del libro, cita en varias ocasiones el nombre del maestro griego.

Con Sócrates, Ali Smith, apela a una vuelta al diálogo constructivo que nos encauce por el camino de la verdad perdida. Apelar al sabio ateniense es redescubrir esa máxima que ornamentaba el pronaos del templo de Delfos con palabras sensatas: “Conócete a ti mismo”. Una invitación, nada desdeñable, a recorrer un camino interno, alejado de la palabrería de los medios, que nos haga reflexionar sobre nuestra realidad. Asimismo, retornar a la figura de Sócrates es revivir la Grecia Clásica, que dio los pilares maestros a la Europa de nuestro tiempo y que nos unió a través de los visionarios romanos. Acaso, ¿hay algo más Europeo que Sócrates?