«In morte», de Fernando de Villena
Fernando de Villena (Granada, 1956) ha publicado veinticinco libros de narrativa con títulos como: Relox de peregrinos, La casa del indiano, El hombre que delató a Lorca, Sueño y destino, Iguazú, El testigo de los tiempos, Udaipur, Mundos cruzados, Valparaíso. El secreto del Sacromonte, Los conciertos, El rostro de San Juan, El reloj de la vida, El cautivo de su paraíso, Ubi sol occidit, Las siete edades, Los nueve círculos y Cuatro casos de Damián Cubero… Como poeta ha desarrollado una extensa producción agrupada en los volúmenes Poesía 1980-1990, Poesía 1990-2000, Los siete libros del Mediterráneo (2009), Los colores del mundo (penúltimos libros de poesía)(2014), Acerca de los días(2020) y La vida más allá del crepúsculo (2024), además de la antología Las estaciones de la existencia. Profesor de Literatura, ha dedicado también algunas obras al estudio de la producción literaria en los siglos de Oro y en el siglo XX y ha escrito ensayos como el titulado 127 libros para una vida. Pertenece a la Academia de Buenas Letras de Granada, a la Academia Hispanoamericana de las Buenas Letras y al Instituto Patafísico Granatense.
IN MORTE
A mi hija, Teresa
¡Qué amargo es al volver de cada sueño
encontrar la verdad de que te has ido!
Te has ido para siempre
y uno mide el rigor de esa palabra
y se niega a aceptarla.
No veremos ya más
tus ojos de bondad e inteligencia,
tu sonrisa de luz limpia y serena,
tu cuerpecito esbelto y delicado,
tus manos cinceladas en marfil,
la noche tunecí de tu cabello…
Ahora que nos faltan
tus besos de jardín,
tus besos como oreo
de rosas y celindas
en las noches del sur,
ahora que no llega a mis mejillas
el rocío latente de tus besos,
¿cómo sobrellevar
el peso del vivir?
Como en los mismos sueños,
se confunden ahora,
en esta amarga y vertical vigilia,
la gracia de tu infancia campesina,
tu dicha en los veranos junto al mar
o en la dorada Italia,
tus ímprobos esfuerzos del estudio,
tus años de dolor y de hospitales…
Yo pensaba auxiliarme de tu brazo
cuando la edad venciera mis cimientos,
y soñaba a tus hijos
jugando cada tarde en mis rodillas.
Injusto, sin embargo, me parece,
terrible cruel e injusto,
que yo siga viviendo
anciano, torpe y terco,
mientras tu juventud de oro se aleja
por un río de sombra hasta lo ignoto.
Insolente la luz pues no la gozas;
inútil el esfuerzo del mar sin tu mirada;
ingratas las palabras
pues tú eres ya silencio.
No quisiera quejarme
porque tú casi nunca te quejabas
a pasar del dolor y su cortejo;
no desesperaré
porque jamás a ti logró vencerte
la desesperación,
ni perderé la fe
pues tú la conservaste, valerosa,
hasta el último instante de tus días
como quien el secreto inmenso guarda
de la inmortalidad.
Es muy triste vivir
tan sólo del recuerdo
cuando se tienen treinta años,
por eso pido a Dios te ofrezca ahora
mañanas sin crepúsculo,
rosas inmarcesibles,
caravanas de estrellas…
No se oyen los tambores de la lluvia
ni la risa del río y las acequias
porque todo es silencio.
Hoy que el aire se impregna de tristeza
y los cielos se tornan muros negros,
nuestras vidas ya no nos pertenecen
y sólo nos conforta
tu sonrisa final y la esperanza.
A finales de agosto de este amargo 2024, cuando ya estaba en imprenta La vida más allá del crepúsculo, escribí este poema que debió poner fin a sus páginas y que espero incluir, si alguna vez la obra se reedita.