Hein de Haas: “Si queremos controlar la llegada de inmigrantes debemos volver a regular los mercados de trabajo”
El catedrático de sociología de la Universidad de Ámsterdam y especialista en migraciones, Hein de Haas, publica el ensayo Los mitos de la Inmigración. 22 falsos mantras sobre el tema que más nos divide (Editorial Península).
Texto: David VALIENTE
“Me sorprende comprobar lo poco que saben las personas, no importa su ideología, sobre la cuestión migratoria. Sus conocimientos distan mucho de la realidad”, dice el catedrático de sociología de la Universidad de Ámsterdam y especialista en migraciones, Hein de Haas. El también profesor de Migraciones y Desarrollo en la Universidad de Maastricht ha escrito el ensayo Los mitos de la Inmigración. 22 falsos mantras sobre el tema que más nos divide (Editorial Península) donde refuta los argumentos políticos tendenciosos de todos los espectros ideológicos, sustentándose en su campo de especialización y en otras disciplinas como la historia. “El tema de la inmigración es candente y despierta el lado emotivo de los seres humanos; sin embargo, la polarización en la que estamos inmersos no nos permite observar muchos de los efectos reales que produce sobre las sociedades y los individuos”.
En la actualidad, la polarización política ha generado dos trincheras argumentativas. Están aquellos que se parapetan en lo positivo del fenómeno y no emiten ningún tipo de crítica. Por el contrario, en la trinchera de enfrente, podremos encontrar a miembros de la élite política que describen la inmigración como una amenaza para la estabilidad de nuestras sociedades y la independencia de nuestra cultura. Cada uno de los bandos solo quiere escuchar la parte del relato que refrenda sus discursos simplones. En realidad, el grueso de la ciudadanía tiene una visión más poliédrica del asunto: “Entienden que los migrantes llegan a nuestros países para trabajar y les preocupa lo que les pueda suceder durante el trayecto; tampoco les gusta que los inmigrantes sean explotados o que se produzca el fenómeno de la segregación. Por supuesto, la mayoría de la ciudadanía es completamente consciente de que los inmigrantes necesitan protección”. Con su libro, pretende enriquecer el debate con evidencias y dar a los lectores herramientas para que sean más críticos con los discursos polarizados que los políticos han pergeñado sobre la inmigración.
Hein de Haas lleva estudiando la cuestión migratoria desde hace treinta años. De hecho, fue uno de los fundadores del International Migration Institute de la Universidad de Oxford y en la actualidad funge de director. Su dilatada experiencia en la materia ha acrecentado su frustración porque ha comprobado que más de un siglo de conocimiento sigue apolillándose en las estanterías de las bibliotecas, esperando a que la sociedad (y los políticos) se empapen de toda esa información y formulen una visión que rompa con los estereotipos más recurrentes.
“Una buena parte de nuestros políticos tratan de ignorar las evidencias que no encajan con su ideario; por esta razón, es apremiante que los periodistas leáis mi libro y que os inspire para hacer preguntas críticas a los dirigentes. Es importante que la sociedad coja con pinzas la retórica política, cuando dicen cosas como que roban el trabajo a los locales, son criminales o la causa de la crisis de la vivienda; también cuando las palabras tienden a ensalzar el fenómeno migratorio sin muchas pruebas”.
En el libro sostiene que la inmigración no se está desbocando, simplemente los flujos migratorios se han invertido (antes la migración salía de Europa y arribaba a países del sur global a causa de la colonización y ahora es al revés). Además, los refugiados son un porcentaje muy pequeño de toda la inmigración mundial. Entonces, ¿es legítimo afirmar que ahora mismo en Europa tenemos un problema con la inmigración?
Todo depende de qué entiendas por problema. Antes, los europeos migraban a los países del sur global en su mayoría, ahora el Viejo Continente se ha convertido en el destino de los inmigrantes. España es un ejemplo de lo que digo. En ciertas ciudades y barrios españoles se aprecia un ascenso de la población de entre un 20% y un 30% o incluso más. De todos modos, los porcentajes de inmigración en España son inferiores a la media de Europa Occidental, pero esto no quita, por supuesto, que las personas que viven en esas ciudades o barrios concretos experimentan unos cambios significativos. Sin embargo, esto no significa que los niveles de inmigración globales estén fuera de control o a punto de desbordarse. Es importante destacar que la gran mayoría de los inmigrantes llegan de manera legal. Por ejemplo, según mis cálculos, aproximadamente nueve de cada diez africanos que llegan a Europa lo hacen de manera legal. Bajo mi punto de vista, la verdadera crisis ocurre en la frontera o en el país de origen de los inmigrantes. Está muy bien que los periodistas pongan el foco en el sufrimiento del inmigrante o del refugiado que no tiene papeles y que sufre la explotación laboral. No obstante, aquellos que afirman que la inmigración en sí misma produce una crisis es que no entienden el fenómeno; no entienden que migrar es parte de nuestra naturaleza humana. Por esta razón, identificarse como proinmigración o antiinmigración es tan estúpido como si alguien dijera que está a favor de la economía o en contra. Con esto, no quiero decir que la inmigración no pueda causar problemas. De hecho, si están segregados, son explotados o viven en la pobreza, entonces la sociedad sí tiene un problema. Por eso creo que sería más útil que los políticos con honestidad digan que los inmigrantes cumplen una función económica, que puede o no generar tensiones sociales, en vez de emplearlos como chivos expiatorios para no afrontar los verdaderos escollos que atosigan a las personas en el día a día y que tienen que ver con el aumento de la desigualdad y del coste de vida, la decadencia de la seguridad laboral, las dificultades para acceder a una vivienda asequible en las grandes ciudades a causa de las malas políticas económicas y sociales. Por supuesto, las personas están preocupadas y enfadadas por esta situación, pero los políticos, en vez de dar la cara y revertir las políticas que ellos mismos han creado, echan la culpa a los que vienen de fuera del descontento social. Asimismo, políticos populistas emplean a los inmigrantes como una herramienta para generar temor social y unir a la comunidad. No hay nada más efectivo que crear un enemigo externo e imaginario para ganar elecciones. Por eso describen a los inmigrantes como terroristas, violadores o criminales, a los que hay que detener construyendo muros. Como se ha demostrado en varios países entre los que podemos citar a Estados Unidos, Reino Unido, Italia y Hungría, esta retórica beligerante puede ser muy efectiva.
En su libro es muy crítico con los medios de comunicación.
Quizá debí haber matizado más mis argumentos en el texto, lo trataré de hacer con mi respuesta. En todo caso, soy crítico con los medios de comunicación convencionales, con esas grandes editoriales que tienden a ser muy superficiales en su forma de cubrir las noticias sobre la inmigración y apenas son críticos con las propuestas que hacen los políticos. Esto se puede ver en España, pero también en toda Europa. De hecho, hoy mismo, un líder europeo ha dicho que sus intenciones son luchar contra los traficantes para detener la inmigración ilegal. ¿Por qué ninguno de los periodistas acreditados en la sala le preguntó si cree de verdad que esas mismas medidas políticas que en estos últimos treinta años han fracasado van a tener éxito esta vez? ¿Cómo pueden pensar que las mismas políticas que crearon el problema ahora lo van a resolver? Si en las siguientes elecciones españolas un político promete al electorado que cada hogar español recibirá mil euros extra, espero que algún periodista levante la mano y le pregunte de dónde va a sacar el dinero. Deberían de tener la misma actitud crítica ante la inmigración. El discurso migratorio está plagado de cuestiones morales y éticas, que por supuesto son importantes, pero también tenemos que saber sobre la eficacia real a largo plazo de las políticas migratorias. En España han llegado a la conclusión de que los esfuerzos por frenar la inmigración y detener la llegada de pateras han sido un fracaso. Ahora toca preguntarse: ¿por qué?
Por lo general, los políticos de extrema derecha aseguran que cuando asuman el gobierno cortarán los flujos migratorios. ¿Eso es posible?
Giorgia Meloni, presidenta de Italia, llegó al poder defendiendo un discurso antiinmigración. Sin embargo, sus palabras no han servido de nada porque su país está experimentando un récord en cuanto a la llegada de inmigrantes. Los políticos que hacen estas grandes promesas ocultan los intereses económicos de los grandes lobbies empresariales: prometen blindar las fronteras pero luego miran a otro lado y se muestran permisivos con la presencia de indocumentados que desempeñan trabajos esenciales. Un gran proyecto de investigación que hicimos en la Universidad de Oxford reveló que no existen grandes diferencias entre las políticas migratorias de los gobiernos de derecha y de izquierda: emplean discursos diferentes, pero las medidas que toman son las mismas, ya que reciben constantes presiones de lobbies para que hagan la vista gorda con los empresarios que contratan a inmigrantes indocumentados o con papeles, pero en unas condiciones laborales pésimas. Esto explica que, durante el mandato de Donald Trump, la inmigración ascendió a sus cuotas más altas. Muchas personas creen de verdad que fue el magnate quien erigió el muro, aunque en realidad fueron sus antecesores los encargados de levantarlo. Los periodistas deben exponer la hipocresía del sistema: la falta de voluntad de la clase política para hacer cumplir la ley laboral y castigar a los empresarios que exploten a los inmigrantes. La verdadera causa de la inmigración es la demanda de mano de obra y esto se aprecia claramente en España y en el resto de países occidentales. Desde los años 90, la economía española y el mercado laboral marcharon muy bien y la afluencia de inmigrantes aumentó rápidamente. Sin embargo, la crisis económica de 2008 aumentó la tasa de paro, con lo que más gente se marchaba de España de la que entraba. Luego, cuando la economía volvió a repuntar, la inmigración retomó a niveles previos a los de la crisis. Todo esto nos demuestra que no se está produciendo ninguna invasión, como dicen algunos, sino que la fluctuación del número de inmigrantes depende de la demanda de mano de obra que exijan los mercados.
En Europa se dice que la inmigración procedente del continente africano y de Asia no se integra, ya que su modo de vida es incompatibles con nuestros valores. ¿Está de acuerdo?
Ese tipo de afirmación es muy vaga. Es justo afirmar que una persona católica proveniente de Latinoamérica, por regla general, se integra más rápidamente a la idiosincrasia española que un marroquí o un sirio. Pero tampoco debemos exagerar la situación, porque, en cambio, los árabes están mejor integrados en Estados Unidos que el grupo que tradicionalmente ha sido considerado problemático: los latinos. Con ellos, la sociedad americana comparte más elementos culturales y religiosos que con el otro grupo. Entonces, ¿por qué ocurre esto? Muy sencillo: la mayoría de los inmigrantes árabes que llegan a Estados Unidos lo hacen con una alta cualificación; por el contrario, los latinos constituyen la clase obrera que desempeña trabajos esenciales. Por lo tanto, enfocarse únicamente en los valores a la hora de determinar la compatibilidad entre los distintos pueblos encorseta el análisis y deja fuera aspectos fundamentales como la clase social o la etnia, ambos determinantes en el proceso de integración. Las investigaciones realizadas en Reino Unido han mostrado que los inmigrantes de origen paquistaní y bangladesí notablemente bien, sobre todo la segunda generación. A lo mejor, la primera generación todavía vive apegada a su religión y trata de recrear el modus vivendi de su país de origen, pero su descendencia se integra con bastante facilidad. Las investigaciones a nivel global revelan que los inmigrantes se adaptan a su nuevo espacio con mucha facilidad si disponen de los mismos derechos que los autóctonos. Esto no quita que las cosas se puedan torcer, y lo harán si a los inmigrantes les toca afrontar una exclusión social de larga duración, no se les concede la ciudadanía o tienen que vivir en barrios segregados. Este fenómeno se llama ‘asimilación descendente’.
Entonces, ¿privar de derechos a los inmigrantes por un largo periodo de tiempo es la receta perfecta para crear las famosas no-go zones?
Diría que sí. Francia es un buen ejemplo de ello. Para entender por qué sucede esto debemos retrotraernos a los años 60, cuando, debido a la falta de mano de obra, las empresas francesas fueron a países africanos de sus antiguas colonias en busca de personal para trabajar en los sectores industriales y mineros mayoritariamente. La crisis económica de las siguientes décadas envió a muchos trabajadores al paro, entre los que estaban una buena parte de los inmigrantes. Ante esta situación, el Gobierno francés miró a otro lado, tal vez con la esperanza del que el problema se resolviera solo o por la convicción de que los inmigrantes regresarían a sus países de origen. Pero en realidad hicieron lo contrario: se asentaron en barrios donde los franceses no querían vivir, que se transformaron en vertederos sociales de inmigrantes desempleados. Ocurrió lo mismo en el resto de Europa Occidental. A los inmigrantes se les da la bienvenida cuando necesitamos mano de obra, pero cuando las tasas de paro suben son los primeros en ser despedidos. Debemos dejar de verlos exclusivamente como trabajadores y atender su parte humana. Por eso, creo que los Gobiernos deben trabajar activamente para integrarlos, impartiéndoles clases de idiomas (la manera más rápida de integrar a alguien es romper la barrera lingüística) y luego formándolos para que puedan desarrollar una actividad laboral. Sin duda, esta es la única manera de resolver los escollos vinculados a la inmigración. En este sentido, se podría tomar como ejemplo a Canadá y a Australia, algo más racionales en su manera de entender el fenómeno migratorio.
Según tengo entendido, ambos países empiezan a tener problemas con la inmigración…
En términos generales son un ejemplo a seguir, pero no quiere decir que debamos copiar sus políticas a rajatabla y que no hagamos una crítica al sistema que han desarrollado. De hecho, uno puede ser crítico con la elevada inmigración que se produce en Australia. Creo que una política migratoria debe únicamente servir a los intereses empresariales. Por otro lado, deberíamos reflexionar sobre el valor que damos al trabajo de baja cualificación. Sin duda, perdió la imagen más digna del pasado, lo que se ha traducido en una disminución salarial, una mayor facilidad para conculcar las leyes laborales y un bajo reconocimiento social. Por estas razones, las personas autóctonas en paro no aceptan trabajar en estos trabajos. En 2009, se vio claramente. Muchos españoles desempleados no quisieron hacer estos trabajos manuales que, finalmente, ocuparon personas de otros países. Para solventar este problema se tiene que asumir una postura crítica ante los depauperados derechos y condiciones laborales de ciertas profesiones y, por supuesto, los bajos sueldos que suelen ir asociados. Se debería debatir sobre el modelo social que deseamos implementar, preguntar, por ejemplo, quién se va a ocupar del cuidado de nuestras familias: de los niños, los ancianos o los enfermos. No cabe duda de que va a suponer un gran reto, y no solo para España. El papel que desempeñará la inmigración en todo esto no va a depender de lo que digan los académicos, sino de los debates y las decisiones que, tarde o temprano, tendrán que tomar los políticos.
El término Vieja Europa cada vez es menos metafórico; la demografía va en nuestra contra si la comparamos con la de otros países africanos y asiáticos. Se dice mucho que en la inmigración está la solución a ese problema. ¿Es eso cierto?
Este es un discurso ilusorio. El proceso de envejecimiento social combinado con un alto crecimiento económico y una persistente escasez de mano de obra causadas por la tendencias más arriba explicadas inevitablemente atraerá inmigrantes y creo que es hora de que reconozcamos esta realidad. Por supuesto, las personas venidas de fuera ocuparán, como hemos dicho, vacantes de empleo, pero en ningún caso solventará el problema del envejecimiento de nuestras sociedades. Una población que envejece se somete a un cambio fundamental en la estructura de su composición que los niveles de inmigración actuales no podrían compensar, salvo que el flujo migratorio creciera cinco o diez veces más. Por otro lado, las sociedades de los países de origen de los inmigrantes también están envejeciendo. Marruecos, sin ir más lejos, tiene una tasa de natalidad de 2,3%, es decir, se encuentra al límite del nivel necesario para el reemplazo que evitaría el cambio estructural. En efecto, en un futuro, lo que hoy concebimos como países de origen, podrían llegar a ser países de recepción. En este sentido, siguiendo con el ejemplo de Marruecos, ya atrae a inmigrantes de Senegal o Mali, que se desenvuelven en trabajos que los propios marroquíes no quieren hacer. Y sí, todavía hay países con potencial demográfico, en espacial en África subsahariana, pero tendemos a olvidar que los inmigrantes también envejecen, y su descendencia asume las mismas dinámicas culturales de la población autóctona y acaban teniendo más o menos el mismo número de hijos.
Respecto a las ONG, parece que la cantidad de ONG y filiales está creciendo. Algunos críticos aseguran que se debe a que han visto en la inmigración una manera de hacer negocio…
Los inmigrantes no van a España porque haya más ONG, sino porque buscan mejores oportunidades laborales, reunirse con sus familias o, en el caso de los refugiados, porque huyen de un conflicto en su país de origen. Por lo tanto, las ONG cubren el espacio que debería estar cubierto por la acción estatal y que se traduce en la asistencia a los inmigrantes y refugiados. En los países donde los Gobiernos se responsabilizan de ellos, el número de ONG es más reducido que en aquellos que no lo hacen. No me gusta encasillar este tema en cuestiones ideológicas porque alimenta la polarización y no muestra la realidad, porque también muchas personas conservadoras y religiosas sienten mucho afecto por los refugiados y los inmigrantes. De hecho, muchas asociaciones religiosas son las primeras que se lanzan a proveer esta ayuda humanitaria. Las ONG no son las causantes de la migración, pero sí son una muestra más de las críticas que deberíamos hacer sobre la élite política que no se ocupa de esta cuestión.
Se dice que las mafias son otro agente que promueven las migraciones…
Las investigaciones han demostrado que la mayoría de los traficantes no pertenecen a ninguna mafia, pero son personas locales de los países de origen, como pescadores, que transportan a los migrantes. También puede darse el caso de que un inmigrante ayude a otro a cruzar la frontera; y no siempre tiene por qué haber detrás un motivo económico, a veces los seres humanos ayudamos a otros altruistamente. Ahora bien, en 1991, España firmó el Acuerdo Schengen, imprimiendo la obligación de pedir un visado a muchas de las nacionalidades que quisieran acceder al país. Por ejemplo, antes de la firma del Acuerdo, los inmigrantes marroquíes entraban y salían sin mayores dificultades porque no requerían de visados para entrar. Sin embargo, la introducción de las visas y un control cada vez más sólido de las fronteras obligó a muchos marroquíes a esconderse en furgonetas o camiones que cruzan la frontera o a contratar a pescadores que los llevaran al otro lado de la costa mediterránea por una ruta alternativa. De este modo dio comienzo el fenómeno de las pateras en 1991. Entre 2005 y 2006, personas provenientes del África Occidental empezaron a cruzar el Atlántico desde Mauritania hasta las Islas Canarias principalmente porque el control fronterizo en Gibraltar dificultaba su entrada. Definitivamente esta política migratoria (el control de las fronteras) no ha cumplido sus objetivos: no solo no han dejado de venir, sino que el volumen del tráfico aumentó y, por ende, los beneficios de aquellos traficantes que sí cobran por el transporte de personas. Los inmigrantes van a invertir todos los medios a su alcance para llegar al otro lado de la costa, donde podrán ganar un sueldo al menos cinco veces mayor que el que ganan en su tierra natal. Lo irónico de todo es que los traficantes no son la causa de la inmigración ilegal, sino un mercado que se ha creado como respuesta a los controles fronterizos. Entonces, ¿tiene sentido plantear políticas que sigan poniendo el énfasis en un mayor control de las fronteras? Hace unos días, Úrsula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha pedido esto mismo para solventar el problema con la inmigración que llega a nuestras costas. Mire, desde que comencé a estudiar estos temas, he escuchado una y otra vez los mismos argumentos; y la evidencia demuestra que no es la manera de terminar con el tráfico. Por supuesto, no defiendo a los traficantes, pero si hacemos un análisis comparado de la inmigración ilegal y la lucha contra las drogas en Estados Unidos, nos damos cuenta de que las restricciones han conducido al mismo callejón sin salida del crecimiento de un mercado del tráfico.
Se recuerda con nostalgia las décadas de mayor migración de los españoles a otros países, años 50 y 60. Para algunos, ese modelo migratorio sí que tiene sentido, pues viajaban con un contrato de trabajo debajo del brazo y en el país de acogida el consulado o la embajada se ocupaba de supervisar que las cosas fueran correctamente. ¿Se está mitificando el pasado?
Venimos de un pasado en el que la inmigración estaba muy regulada por los Gobiernos dentro de Europa. Resulta difícil imaginarlo ahora. Pero sí que hay algo de mito en esa versión de la historia porque, aun con las regulaciones, muchos inmigrantes europeos accedían a los países de destino sin la debida documentación. No obstante, por aquellas décadas, los sindicatos tenían mayor capacidad de influir en la acción de los gobiernos y la izquierda de países como Alemania, Francia, Holanda, Bélgica o Suiza se mostraba más estricta y no estaban de acuerdo en traer inmigrantes a sus países si no se les podía dar las mismas condiciones laborales que a los trabajadores autóctonos. Sin lugar a dudas, el modelo que se desarrolló entre la década de los 50, 60 y 70 puede ser nuestra inspiración para construir un modelo nuevo. Nos muestra que existe una variante fundamental que se debe debatir y es la de proteger la parte humana de los trabajadores. Sin embargo, hemos desmantelado a nuestros sindicatos y hemos hecho del mercado un lugar flexible. Si queremos controlar la llegada de inmigrantes, repito, debemos volver a regular los mercados de trabajo. Pero esto va en contra de la agenda gubernamental, sobre todo de los partidos de derecha.