”Fiume», de Fernando Clemot

En “Fiume”, Fernando Clemot narra la historia del escritor Gabriele D’Annunzio que, junto a 200 voluntarios, intentó crear un estado propio con una parafernalia y un discurso que el fascismo utilizó una década después para llegar al poder.

Gabriele D’Annunzio

 

Texto: José de María ROMERO BAREA

 

Décadas de libros de autoayuda nos han acostumbrado al prejuicio del viaje como una huida hacia uno mismo, un impulso tan falaz que, una vez mitigado, descubrimos que, en realidad, nunca nos hemos movido del sitio: “¿Cuándo se cerró la puerta de aquella primera carnicería para abrirse las puertas de la siguiente? Fue allí, en [el Estado libre de] Fiume”. Sabedor de que nada de lo que comienza finaliza, trama el escritor Fernando Clemot (Barcelona, 1970) sus periplos a través de las amenazas que el discurso único inflige a nuestras libertades de expresión.

“La memoria es una ruleta rusa en la que de tanto en tanto se carga una bala”. Fluye el collage de puntos de vista a través del desbarrancadero de la Historia: “La piedra marcó la gloria de Europa (…) el barro y el hielo marcaron su colosal decadencia”. Navegamos junto al protagonista, el periodista estadounidense Tristam Vedder, a través de las aguas del nacionalismo, impulsados por temas siempre presentes: “La autarquía. El orgullo. La patria”. Tentador leer la saga Fiume (Editorial Pre-Textos, 2021) como una parábola sobre nuestro inhumano desvarío: “La violencia anidaba dentro de nuestros cuerpos, nos la habían inoculado con saña”.

Se centra el relato en los esfuerzos del alter ego del profesor en la Escuela de Escritores de Madrid por narrar un viaje de vuelta a Italia, treinta años después de que, en la ciudad de Fiume, en 1919, el dramaturgo, periodista, militar y político Gabriele D’Annunzio (1863 – 1938) se rodeara de militares voluntarios para formar un estado independiente. El idealismo inicial pronto deviene en locura: “Todos queríamos regresar”.

El poeta decadentista se convierte en figura arquetípica para futuros fascistas, entre otros, Benito Mussolini o Adolf Hitler. La claustrofóbica aventura deviene una desafortunada empresa (“Somos la mortaja de lo que fuimos”); una vez adentrados en el núcleo de la oscuridad, no logramos salir, porque “la memoria es un tahúr que juega siempre con ventaja”. A medida que regresa, el corresponsal del New York Tribune abunda en la corrupción como una forma de salvajismo en la que “la masa se mueve como un solo hombre”.

La búsqueda de comprensión conduce a la incertidumbre de “la corriente removiendo sus cuerpos, las piedras ancladas en el limo del fondo. La oscuridad”. Il Vate es adorado en Fiume como un dios por los nativos. Al igual que la antigua Roma, “no compartía con nadie. Nada debía sobrevivirla”. A los peligros inminentes suceden las crípticas advertencias, las sangrientas emboscadas de las tropas de élite Arditi, la tensión en escenas de barbarie: “Se desvanece la imagen en mi memoria (…) Recuerdo sólo lo más intenso”.

En Fiume, la intoxicación de la extrañeza precede a la fascinación por lo abominable: “Todo hombre es un arcón que guarda un misterio”. Se basa nuestro interlocutor en los eventos presenciados, experiencias más allá de un documento literario que expone las consecuencias de la unilateralidad. Captar el significado de lo que leemos es como intentar atrapar el agua con los dedos: “Sentado aquí, frente al río, se ha detenido el tiempo”. Nunca concluye el viaje del narrador, no logra encontrar respuestas, “el extremismo y la violencia, inoculada hacía años, seguía latiendo dentro de mí como una serpiente”.

Consigue el finalista del Premio Nacional de Narrativa de 2010 por la novela El golfo de los Poetas encapsular en un breve relato una ideología capaz de deshumanizar a hordas enteras, a base de combinar las distintas facciones de una presunta supremacía racial, una tendencia ancestral que todavía colea: “El fascismo no se abandona nunca. Es una instalación ética”. Una odisea interior conduce a un descubrimiento, como todos, incompleto: “Nadie puede indicarnos el camino porque todos conocemos las consecuencias (…) Su soledad y su tibieza”. Eso no impide esta investigación enajenada, este viaje de pesadilla a ninguna parte, que desemboca en las turbias aguas del totalitarismo que todos llevamos dentro.