«El otoño o los límites del lenguaje», de Ramiro Gairín
Ramiro Gairín Muñoz es nacido en Zaragoza, e ingeniero de montes por la Universidad Politécnica de Madrid, trabaja desde hace dos décadas como especialista en hidráulica, hidrología y medio ambiente en una consultora de proyectos de infraestructuras y obra civil de ámbito español e iberoamericano. Casado y con un hijo, reside con su familia actualmente en la pequeña población pirenaica de Fiscal (Huesca), tratando de ralentizar su vida y ofrecer a su hijo otra manera de ver y estar en el mundo.
Con Carreteras que brillan en el bosque ha obtenido el Premio Ciudad de Salamanca 2024, y ha sido finalista además en premios como el Gil de Biedma, José Hierro o Pilar Fernández Labrador. Ha publicado con anterioridad más de una decena de libros de poesía, entre los que se pueden destacar Que caiga el favorito (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2011), Aguanieve (Isla de Siltolá, Sevilla, 2015), Lar (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2016), Llegar aquí (Versátiles, Huelva, 2020), La ciudad que no somos (Polibea, Madrid, 2020) o Tiempo de frutos (Piezas Azules, Madrid, 2022).
Sus textos han formado parte de diversas antologías de poesía y haikus (Gobierno de Aragón, 2016; Olifante, 2017; La Garúa, 2023; Libros del Aire 2024,…) y sus poemas se pueden encontrar también en múltiples revistas literarias de los últimos años, como Turia, Isla de Siltolá, Caracol Nocturno o Rolde.
EL OTOÑO O LOS LÍMITES DEL LENGUAJE
ver lo que ve el sol cuando resbala desde las rocas
(Louise Glück)
Que no seas la chica
que en Madrid ha aplastado
el árbol derribado en la borrasca
de origen celta. El hijo
de escritor que murió a los cuatro años
y le dictó su libro verdadero,
esos niños ahogados en piscinas
familiares, vencidos por el humo
de un incendio en su casa,
arrollados por trenes
en la costa, de noche, que volvían
cruzando a oscuras desde la verbena.
El joven atacado con navaja
-la gente lo adoraba-
tras una discusión absurda
y acertado, maldita puntería,
en pleno corazón.
No sabía que el arco iris
se puede atravesar. Ahora mismo,
al pie de la ventana del despacho,
está naciendo uno, llegaría a alcanzarlo
con la mano, tocar de qué está hecho.
Del suelo salen; dejan sus raíces.
Este que aquí delante se me abre
parece que quisiera recoger un mensaje,
llevar algo, decirme algún lugar.
No le pido el apego de los dioses,
que la energía universal,
si se ha de equilibrar,
te coloque en el lado de la suerte.
No pido privilegios para ti;
solo quiero estadística.
Pido que llegues a viejo,
como la mayoría de los hombres;
que pases los otoños, ojalá,
bajo estas peñas, frente a la arboleda
que ahora te defiende.
Con un abrigo escaso
porque hay que tener siempre algo de frío,
intentando explicarte todo esto
hasta alcanzar los límites del lenguaje.
Que pierdas cada año algunas hojas,
que vivas en las casas
hasta que sepas cómo
se les llenan los pies de barro,
que en los últimos días
sean tus brazos ciervos milenarios.
No pienso ahora en tu conciencia,
en cómo deberás autoexigirte
cuando a final de tarde
seas de amor examinado.
Reclamo solamente
la aplicación estricta
de la ley natural:
que veas muchos muertos
antes de que te baje alguien los párpados.
Carreteras que brillan en el bosque
Ramiro Gairín
Reino de Cordelia
94 págs. 13’95€