«Ecos en la nieve», la nueva novela de Mohamed El Morabet

El escritor, traductor y politólogo marroquí Mohamed El Morabet, afincado en España desde su adolescencia, cuenta la historia de una joven embarazada que, huyendo de su hogar, encuentra refugio en una choza dentro del bosque. Morabet visibiliza lo universalizado que sigue estando la violencia contra las mujeres, pero también da muestra de su resiliencia y lucha contra una serie de conductas que no son solo características del norte de África.

Texto: David Valiente

 

Leí por primera vez a Mohamed El Morabet en 2022, cuando vio la luz su segundo libro, El invierno de los jilgueros, ganador del Premio Málaga de Novela. Acudí  a mi entrevista con el autor un día lluvioso de abril o mayo, no recuerdo el mes concreto, muy satisfecho porque su texto me había causado una excelente impresión; sentí que no había perdido mi tiempo por haber salido de la zona de confort que me suelen proporcionar los clásicos. Ecos en la nieve (Galaxia Gutenberg), su nueva novela, me ha generado esa misma impresión, a pesar de no contar con esos giros de 180º tan reseñables en la trama de su anterior libro. He leído a un Morabet diferente en apariencia pero sumamente preocupado por los mismos temas.

En esta ocasión, Mohamed El Morabet cuenta la historia de una joven embarazada que, huyendo de su hogar, encuentra refugio en una choza dentro del bosque. Sin embargo, el relato es bastante más complejo. Lo primero que llama la atención es la ausencia de nombres propios —tanto geográficos como de personajes—. Los hechos que narra bien podrían haber sucedido en su Marruecos natal o en cualquier otra región o continente. Aunque, por sutiles referencias, me atrevo a aventurar que la acción transcurre en su país de origen. Quizá esta omisión, claramente intencionada, pretenda visibilizar lo universalizado que sigue estando la violencia contra las mujeres, pero también dar muestra de su resiliencia y lucha contra una serie de conductas que no son solo características del norte de África.

Y por este motivo apremia recordar una parte de la historia que no deja de repetirse. La mejor muestra de esto que digo son los esfuerzos de la protagonista de narrarle a su bebé aún en el vientre cuáles son los motivos que la han empujado a abandonar a su familia y establecerse en una cabaña abandonada en medio del bosque. Por supuesto, la elección narrativa del autor también puede estar motivada por la tradición oral y de contar historias tan ancladas aún en las comunidades del Masreq y del Magreb. Sin embargo, no se nos escapa que recientemente la Editorial Cabaret Voltaire ha publicado una novela del argelino Kamel Daoud, Huries, que también relata la historia de una joven que escapa de su hogar y cuenta su historia y la de su país al inquilino que habita en sus entrañas. Se aprecia en estas historias un afán reivindicativo, una especie de denuncia a ultranza que, si bien, también se complementa con los códigos culturales y tradicionales de expresión típicamente regionales, sería difícil de justificar fuera de los discursos de género actuales.

A diferencia de El invierno de los jilgueros donde la historia trata de recordar un mundo comunitario casi extinto por los vientos de la modernidad, Ecos en la nieve se cuela por los huecos de las ventanas y las puertas para examinar las condiciones intrafamiliares, prerrequisito ineludible en la búsqueda de perspectivas dentro del plano del individuo. Por este motivo, si en su anterior obra la violencia se analizaba a través del prisma social, ahora arraiga en el sentir individual, femenino en este caso, que absorbe traumas provocados por la persecución de demonios de carne y hueso.

Su protagonista ha superado las barreras de Olga, personaje de su anterior novela, que, como me comentó en nuestro encuentro en aquel lluvioso día de primavera, no era  “capaz de construir un relato desde la soledad”. La joven refugiada en el chamizo lo hace con soltura y firmeza, convencida de que su porvenir depende, no tanto de su reconexión con la civilización, sino de mantenerse a flote entre las corrientes temporales del pasado, representado en su memoria, y del futuro, encarnado en el bebé. Dicho de otra manera, la protagonista intenta vislumbrar el ‘Horizonte’. Entrecomillo esta palabra porque en el mundo literario de El Morabet el horizonte es sinónimo de presente.

En esta novela, la naturaleza hace las veces de coprotagonista; no es un mero paisaje que cobra vida porque el autor quiere y lo necesita para hacer creíble la trama, sino que es el interlocutor directo de la protagonista. Los árboles, la poca agua que guarda en un cubo, el fuego que la mantiene caliente, los animales que la observan con extrañeza dialogan con la joven, hasta el punto de recrear una nebulosa de sentimientos simétricos a los que experimenta ella perdida en la soledad. Aunque la naturaleza pueda parecer que la acosa, su rol me ha suscitado una pregunta: ¿hasta qué punto los seres humanos podemos estar verdaderamente solos? Sin duda, Mohamed El Morabet juega de manera magistral con los ecos de la vida natural y las ambivalencias que suscitan en los humanos, unos seres cada vez menos naturales.

Cabe mencionar unas palabras respecto al estilo que el autor ha empleado en la escritura de Ecos en la nieve. Solo merece una definición: profundamente poético. Las oraciones, por lo general, son breves y crean imágenes evocadoras que apelan a una reflexión mesurada incluso cuando la escena invita al sadismo. Este es un punto que me ha encantado de su obra: el rechazo de la brutalidad narrativa en la historia, algo que muchos escritores toman como una solución a la falta de lectores de su obra y por la competencia que las plataformas seriales suponen para ellos.

En definitiva, Ecos en la nieve no es la crónica de una derrota, es más bien una invitación a contar incluso aunque alrededor solo se escuche el retumbar del silencio inhóspito. En las tensiones generadas por la fricción entre la memoria y el presente, y el murmullo de la naturaleza y el clamor de la conciencia, Mohamed El Morabet construye una historia que no desea encontrar ni respuestas ni consuelos fáciles, sino que nos recuerda que todo horizonte —por cercano o remoto que parezca— empieza en la obstinación de narrarse a uno mismo.