«Canina», la maternidad salvaje

 «Canina», de la norteamericana Rachel Yoder, es una novela de metamorfosis brutal, materno-animal y divina, sobre cómo vemos y vivimos la maternidad.

Texto: Isabel DEL RÍO

 

«Un día, la madre era una madre, pero una noche, de repente fue otra cosa.»

 

Canina, de Rachel Yoder, (Blackie Books) habla en primer lugar de la maternidad. Sin embargo, subyace —al tiempo que presenciamos su evolución: de mujer alienada por la sociedad, a mujer mágica y liberada— la vida de su protagonista y los desencuentros y anhelos diarios: la hora de ir a dormir y el encararse con otras mujeres/madres —aquellas que se pierden en lo que se denomina y acepta como maternidad, así como las que se desentienden de ella en pro de lo que llaman ser una mujer moderna y ambiciosa—, los rifirrafes con el marido y el hecho de trabajar fuera o dentro del hogar…

Ya aviso, no es un libro para cualquier lector. Tampoco para todas las personas que tengan hijos. Tan siquiera para todas las madres. Es un libro que te desgarra, como se rompen los tejidos de la protagonista —su tejido físico, emocional y psicológico, así como su alma—, aunque ¿no dicen que para poder construir algo nuevo es precisa la destrucción previa?

Así pues, con Canina nos hallamos ante una novela de metamorfosis brutal, materno-animal y divina, ante una clara crítica a cómo vemos y vivimos la maternidad, sin ningún tipo de profiláctico o calmante para el dolor que sentiremos durante la transformación; si nos abrimos a la experiencia, si permitimos que el juego artístico y chamánico penetre en nosotras. Y hablo en femenino porque invoca esa energía lunar y aterradora: de la luna llena y maternal, pero también de la nueva y sabia; la bruja.

«De niña enciendes un fuego. Lo alimentas y vigilas. Lo proteges a toda costa. No permites que se propague ni prenda demasiado, porque eso no es propio de una chica. No se lo cuentas a nadie. Dejas que arda. Miras a los ojos a otras chicas y ves chisporrotear sus fuegos; les dedicas un gesto cómplice, nunca hablas en voz alta de un ardor casi insoportable, de un incendio que cobra más y más fuerza.

Vigilas el fuego porque si no lo haces estás atrapada, muerta de frío, sola, y no te queda otra que abrigarte, ser práctica, aceptar que esto es lo que hay, acostumbrarte y ser comprensiva y sensata y estar de acuerdo y verlo desde otro punto de vista y verlo desde su punto de vista y verlo desde todos los puntos de vista posibles menos el tuyo propio.»

Un ataque feroz y sincero a la sociedad, una vuelta de tuerca al empoderamiento femenino a través de la visión arcana y natural de la mujer, desde la magia del gesto primigenio de crear vida y de que esta te parta en dos —literal y metafóricamente— para salir al exterior.

La protagonista también vuelve los ojos a su pasado, un lugar remoto en su memoria, que trató de olvidar con su nueva vida e identidad. Ésas mujeres, esa madre, que abandonó sus sueños por ser lo que se esperaba de ella.

Yoder, mediante su Perra de Noche, nos habla de la invalidación de la mujer y su arte, silenciando a su ser más íntimo y propio. Sus páginas nos muestran cómo todas construimos esa coraza en forma de aquello aceptado y correcto, según nuestro entorno histórico, económico y social y, a pesar de ello, la esencia prevalece; sale de noche descalza y canta a la luna, o escarba los parterres del vecino y retuerce pescuezos de animalillos que se cruzan ante ese ser salvaje, demasiado tiempo contenido.

« ¿Cuántas generaciones de mujeres habían postergado su momento de gloria para, al final, ver cómo el tiempo acababa aniquilándolo? ¿A cuántas mujeres se les había agotado el tiempo mientras los hombres no sabían qué hacer con el suyo? Qué artimaña tan perversa llamarlo abnegación o santidad. Qué maldad halagar a las mujeres por renunciar a todos y cada uno de sus sueños.»

Y pese a que es sencillo, cuando hablamos del lugar de la mujer —y de las madres— en la sociedad, señalar y culpar a los hombres, encontramos amor en las páginas escritas por Rachel Yoder. Lo que vemos es a una mujer que acaba por comprender que los límites los pone la sociedad, pero también una misma. Que, en demasiadas ocasiones, reflejamos en otros los prejuicios y trabas que nos han inculcado por ser hembras. Pues, a veces, solo es preciso que seamos capaces de hablar, expresar necesidades, exigir lo que es nuestro; gruñir, ladrar y aullar cuando lo necesitamos.

Canina es un canto antiguo que surge del bosque profundo y de las cuevas que habitaron nuestras ancestras. Un eco que resuena y chirría con lo que nos enseñan de niñas, con lo que nos dice a diario el mundo moderno: la publicidad, la moda, las noticias, la gente por la calle.

¿Qué es ser buena madre? ¿Qué necesita de verdad un cachorro humano? ¿Y una mujer? ¿Tenemos necesidades validas? ¿De verdad importan nuestros anhelos? ¿Y nuestros instintos?

En un momento dado, la propia protagonista se pregunta si importa qué es significativo para ella, más allá de lo que se espera de una mujer-esposa-madre. Y ahí está la clave, el apremio por el cambio. Encontrar la harmonía entre ser madre y ser persona, aunando ambos deseos y sueños, para ser una, poderosa, animal y entera.

Canina es aullido por la transformación de la sociedad y, mucho más importante, un llamado a encontrar en nuestro interior lo que de verdad nos hace Vivir; seamos madres o no.

« (…) tiene por objetivo hacer hincapié en la brutalidad, el poder y los aspectos sombríos de la maternidad, porque nuestra sociedad moderna los ha esterilizado y castrado.»