Marta Barrio: “¿Qué se creen, que la gente va a abortar alegremente?”

Marta Barrio trabaja como editora en Alianza Editorial y con su segunda novela “Leña menuda” ha ganado el Premio Tusquets Editores de Novela. Una historia sobre la maternidad pero, sobre todo, una historia de libertades individuales.

 

 Texto: Susana PICOS  Foto: Asís G. AYERBE

 

Quedo con Marta Barrio en un hotel de Barcelona donde me recibe con una gran sonrisa y su cara de niña tímida que se sonroja fácilmente, pero esa imagen frágil desaparece en cuanto empieza a hablar sobre Leña menuda. Una novela sobre una mujer embarazada a la que le diagnostican acondrogénesis, una grave enfermedad que afecta al hueso y al cartílago y provoca que el bebé muera antes de nacer o poco después del parto. El diagnóstico le llega pasado el tiempo legal para abortar en España y decide hacerlo en el extranjero.

A partir de esa idea central, Marta reflexiona sobre la maternidad, sobre cómo afecta a la madre pero también a su círculo íntimo y sobre el hecho de que vivimos en un mundo lleno de desigualdades donde se nos prohíbe, en muchos casos, ejercer nuestra libertad individual.

¿Leña menuda es un cuaderno del duelo?

En realidad es un falso diario. El diario es un pretexto narrativo desde tiempos inmemoriales. Me gustaba la intimidad del diario y llevar un registro sentimental de las emociones, porque en el duelo hay un proceso de altibajos muy importante. El duelo no solo lo vive una persona en la familia, me interesaba también el duelo familiar de un futuro bebé que llega y se va muy pronto, que es algo que sucede muchas veces, o directamente que no llega. También me interesaba la escritura como una catarsis y encontrar los referentes o buscarse en otras lecturas o en otras historias.

En la novela haces una reflexión sobre los motivos para hacer público lo personal.

He trabajado con una compañera años y años, y a raíz de la publicación del libro me contó que sus gemelos murieron al nacer, y pensé: “Guau, esta es una pieza que me faltaba para conocer a esta persona y es una pieza importante de cómo se configura su personalidad”. Sin embargo, no creo que haya que sacar necesariamente a la gente del armario del duelo. Si están quietecitos ahí y a ellos les gusta, hay que respetar su parcela de intimidad. Hay quien quiere explicarlo en las redes sociales a bombo y platillo —a mí es algo que por pudor me inhibe mucho— y otros se quieren guardar para sí el duelo. Creo que hay que normalizar los dos puntos de vista.

¿Es una novela testimonial?

Esta novela nació de una forma muy cerebral, porque, a pesar de partir de testimonios de muchas personas cercanas, yo quería que fuera un artefacto narrativo, no quería que se ciñese estrictamente a lo testimonial. Porque lo testimonial está muy bien, pero nos acostumbramos a ello, como con la violencia; en cambio, si ofreces una mirada más amplia, te permite un cierto respiro y dar un paso atrás y reflexionar sobre lo que está sucediendo. Hay dos tiempos en el libro, uno es el de la acción y el otro es el de la reflexión y la escritura. Ese tono fue difícil de encontrar y tuve que trabajarlo muy hasta el final, también en la edición de la novela, un proceso que me ha encantado hacer de la mano de Tusquets. Esa reflexión sobre el texto ha sido complicada, pero a escribir se aprende escribiendo y yo he aprendido muchísimo escribiendo esta novela, que me ha servido mucho para pensar en cómo se pueden contar las historias de una manera no necesariamente lineal y sin grandes hitos narrativos.

Mi hija siempre dice “y de repente”. En esta novela no hay tantos “y de repente”; sí que hay algunos, pero es una novela bastante pausada. Yo no quería que fuera una novela gritona, morbosa, llena de sobresaltos. Quería que fuera como suceden estas cosas, callada y en silencio. Como algo más recogido, y eso no quita el dolor. También por un respeto a las historias que se narran ahí.

Escribes: “En la maternidad hay algo de suicidio”. ¿Qué quieres decir con eso?

La maternidad es un vínculo animal que genera mucha felicidad pero también es desquiciante. He de decir que yo he vivido mi maternidad con mucho placer, no así el embarazo, que fue una etapa de sufrimiento absoluto. Tenía contracciones todas las tardes, estaba fatal. Tuve diabetes gestacional, hasta me desmayé en el hospital por toda la sangre que me sacaron. Y el parto no fue nada fácil, pero luego salió todo fenomenal.

Por ello citas una frase de Marguerite Duras en el libro que dice: “Tal vez el martirio forme parte de la condición femenina”.

Para mí, el martirio en este caso es que encajen todas las piezas. Ahora intentamos tener una vida tan plena que se nos va la vida en el intento. Creo que a veces hay que bajar un poquito el nivel de exigencia. Igual no tienes que hacer tú los bizcochos de espelta y hacer yoga y, además, ir a cenar con la pareja y, además, ir al teatro con las amigas y, además, hacer colecho. Tenemos una serie de imposiciones. A mis amigas sin hijos casi las odio porque me dicen: “Si no sacas tiempo para hacer yoga es porque no quieres”. No entienden que la carga de trabajo en mi casa la lleve yo porque mi pareja vuelve a casa a las nueve de la noche, y para ellas soy una mala feminista. No entienden que mi hija tiene que cenar a las siete, y si su padre termina a las nueve… ¿qué hago? No es que yo haya reducido mi jornada o haya renunciado a mí misma. ¡Mira dónde estoy ahora! Pero la conciliación es muy difícil y además con la culpa, porque esa culpa de ser una mala feminista no la tenía mi madre.

¿Vivimos en una sociedad donde las mujeres tienen que tener hijos sí o sí?

A raíz de la escritura de este libro me he dado cuenta de que nunca has de decirle a nadie si tiene que tener niños o no. Yo antes daba el coñazo a mis amigas para que tuvieran hijos, hasta les mandaba enlaces de cómo bajaba la fertilidad a partir de cierta edad; ahora ya no lo hago. Una amiga me contaba de cómo a ella y a su pareja la gente les decía: “¿Por qué no tenéis hijos? Sois unos comodones”. Había sufrido diez abortos, todos en el primer trimestre, pero como no te ven con la tripa es un duelo totalmente silenciado. Cuando lo supe, pensé: “Dios mío, si yo lo hubiera sabido no le hubiera dado la turra con tener hijos”. Por eso creo que basta ya de esa imposición social. Hay algunos países anglosajones que son mucho más prudentes con la intimidad, pero en España casi nos metemos en la cama de los demás. Esa invasión de la intimidad me molesta mucho y por eso este libro es tan pudoroso. No me gusta hacer una exhibición del dolor. Es verdad que es un libro que trata temas dolorosos, pero siempre desde una cierta sobriedad del lenguaje y de la narración. Con una cierta distancia, a pesar de ser en primera persona.

¿Qué es el Comité de Interrupción del Embarazo?

Muchas veces en los hospitales no te cuentan que hay un Comité de Interrupción del Embarazo. No es tanto, a veces, que la Ley esté mal sino que la aplicación no se hace. Hay un Comité de Interrupción de Embarazo que puedes solicitar y el médico, en principio, no tiene derecho a oponerse, aunque a veces lo haga. Para documentarme para la novela hablé con la investigadora Silvia de Zordo y el doctor Santiago Barambio, que centran sus estudios en la salud de la mujer, y me contaron que estos Comités dependen de las Comunidades Autónomas y según dónde estás toman unas decisiones u otras. Por ejemplo, en Andalucía son menos abiertos, en Cataluña mucho más y en Madrid, depende de quién te toque. Hay una desigualdad en función del lugar geográfico donde nos encontremos. Esto aparece en el libro de una manera tangencial, porque forma parte de la documentación previa para poder abordar el tema con la lucidez necesaria, porque no quería escribir una crónica periodística. Yo he hecho una novela que parte de un testimonio pero va hacia la fábula. Para hacer crónicas están los periodistas.

Pero ese tono de denuncia aparece en la novela cuando, por ejemplo, explicas que en España no se puede abortar después de las veintiuna semanas y seis días.

Sí, porque la trampa es que la ecografía importante te la hacen en la semana veinte, pero los resultados de una amniocentesis tardan quince días. Por ejemplo, mi vecina tiene una niña de 2 años que ni habla ni camina. A ella tardaron un mes en darle los resultados de la prueba. Cuando se los dieron ya estaba fuera de plazo.

Tú hablas del “turismo abortivo”…

Esa fue la razón por la que me decidí a escribir este libro. Me pregunté cómo era posible que esto pasara y no se conociera. La información es poder y, si te están negando cierta información, te están negando la potestad de decidir.

Pero tu protagonista tiene que empeñarse para poder ir a Bruselas a abortar.

Sí, es dinero. En Bruselas es una pasta, pero es mucho más caro en otros países. En Estados Unidos, por ejemplo, puede llegar a valer 45.000 dólares cuando estás de 35 semanas. Más la semana de alojamiento del hotel, ponle 1.000 dólares, y sigue sumando.

En la novela aparece una frase que a mucha gente le puede parecer muy dura: “Hay algo ominoso en el nacimiento de una criatura destinada al dolor”.

Hemos hablado de la maternidad como sacrificio, pero el problema también es: ¿qué pasa cuando yo no estoy? Si ese bebé me sobrevive, ¿qué sucederá con él? ¿Qué esperanza y dignidad de vida va a tener? No vivimos en una sociedad que garantiza un amparo social a estas familias. Este es el miedo, pero a día de hoy también es una realidad para muchas de ellas que se sienten totalmente vendidas en un Estado que no les garantiza una atención. Ante una criatura que va a estar destinada al dolor, que no va a poder desarrollarse o que no va a poder disfrutar de una vida digna, igual lo mejor es optar por el aborto. Yo considero que mi novela tiene un final feliz.

Tu protagonista está segura de abortar, pero a la vez tiene dudas.

¿Qué se creen, que la gente va a abortar alegremente? Un aborto en estas etapas es como un parto y es un proceso muy doloroso para el cuerpo y para la mujer. Si se hace es por una razón, una razón de peso. Por eso me parece una infantilización absoluta los días de espera que marca la Ley. Muchas de estas mujeres viajan y tienen que esperar el plazo marcado para poder abortar y puede que el feto esté poniéndolas en peligro. Es una doble vía. Está también en juego la salud de la madre. En muchos países por preeclampsia te puedes morir. Este tiempo obligado de espera me parece una atrocidad, violencia institucional.

La novela se centra en el aborto y en las decisiones que conlleva, pero vas más allá y nos planteas cuestiones sobre la libertad individual.

Hay una reflexión sobre el papel que ocupa la Iglesia en las instituciones educativas, en nuestra forma de pensar o en la forma en que nos planteamos ciertos tabús o silencios. Sobre el aborto nos dicen los que están en contra que quieren proteger la vida, pero al final ¿qué vida están protegiendo? En ginecología muchas veces se pierde la noción de que el feto no es el paciente, el paciente es la mujer. Hemos hablado antes de que nosotras somos las que cuidamos, o por lo menos yo soy la que cuido en mi casa, por lo que nosotras tendremos que decidir si queremos o si podemos permitirnos cuidar a un niño que no va a ser nunca un ser independiente.

Desde el momento en que a la protagonista le atacan unos perros, su vida cambia totalmente porque es a partir de las pruebas que le hacen que descubren que el feto viene con malformaciones.

La escena del ataque de los perros está basada en un caso real que me impactó muchísimo, aunque en la realidad fue mucho más salvaje. Sucedió en Francia, una jauría de perros atacó a una mujer embarazada que falleció. De algún modo, cada uno lee el periódico a su manera. Me impactó esa noticia, también otra de un médico portugués que no había diagnosticado las malformaciones de un bebé y cuando nació no tenía nariz ni parte del cráneo, el caso saltó a la prensa y a partir de aquélla se descubrieron otras quince reclamaciones de mujeres que no habían sido diagnosticadas a tiempo y sus bebés nacieron con graves malformaciones o murieron al poco de nacer. O sobre la epidemia de Zika, cuando el gobierno brasileño recomendó a las mujeres no embarazarse por las altas posibilidades de dar a luz un niño sin cerebro. Esos niños viven y es terrible, porque son como muñecos sin pilas. El gobierno brasileño prohíbe el aborto. Si te diagnostican esta enfermedad y tienes dinero suficiente para salir del país puedes abortar en el extranjero, pero si no lo tienes, muchas de esas mujeres se practican un aborto clandestino, con el riesgo de morir por una hemorragia o cualquier otra complicación derivada de la falta de asepsia. Yo tuve complicaciones en el parto y en el posparto con mi hija, y si hubiera vivido en otro país o en otra sociedad ni mi hija ni yo hubiéramos sobrevivido. Pensar en la desigualdad sanitaria que hay en el mundo me afecta muchísimo.

En la novela hay muchas metáforas relacionadas con los animales.

La mirada a los animales es una reconstrucción de todo lo que nos parece un tabú insalvable por esta cultura judeocristiana que tenemos. A mí lo que más me ha fascinado es el aborto espontáneo. Ese instinto biológico que hace que la hembra decida que si da a luz a la cría que lleva dentro se la va a comer el macho nuevo, entonces, mejor aborta y tiene otra cría del macho nuevo que ha llegado. Es de una genialidad adaptativa total. ¿En qué momento nosotras hemos perdido el contacto con nuestro cuerpo? A lo mejor podríamos saber hacer eso. Negamos siempre que somos animales y lo somos. Es una realidad a la que le damos la espalda, pero que está ahí. Solo hay que mirarla.

Con tu primera novela, Los gatos salvajes de Kerguelen, quedaste finalista del Premio a la Mejor Primera Novela Negra de la Semana Negra de Gijón, y con esta segunda has ganado el Premio Tusquets. ¿Qué toca con la siguiente?

He empezado a escribirla, pero ahora estoy de gira y he parado. Necesito también un poco de barbecho. Estoy intentando no repetirme. La escritura es como una vida paralela que tengo, que me divierte y con la que a la vez aprendo. He sido una grandísima lectora, pero ahora leo con otra mirada. Esta novela tiene mucho de cómo contar las cosas de una manera diferente, porque podría haber sido perfectamente un testimonio narrado exactamente en primera persona y en presente desde el principio hasta el final, pero quería que fuera algo más digresivo, que fuera un árbol con más ramas donde perderse en ciertos caminos, para hablar de mitología y para, en realidad, hablar de todo lo que rodea la maternidad.