Angélica Tanarro es dolor, memoria, mirada y lenguaje

Menoscuarto publica su poemario «Lo que (no) sé de las palabras».

Texto: Enrique Villagrasa

 

Lo que (no) sé de las palabras (Menoscuarto), de la poeta, periodista y docente, Angélica Tanarro, es un libro, sencillo, humilde, sobre el dolor y el propio lenguaje poético que lo explica, que se lee de tirón, con lápiz en la mano, y que te deja balbuceando. Se nota que tras estas palabras, estos versos, estos poemas, aún no sabiendo, a sus espaldas, o sea detrás de ellas sentimos que está funcionando una inteligencia del todo excepcional: emocionante. Y además de todo esto está escrito en verso libre, para que luego digan que no hay verso libre para el que pretenda escribir algo bueno: la excepción en este caso confirma la regla diríase: “Si aire contuviese tu aliento/ volvería la vida/ al diccionario”.

Conocemos que Ángelica Tanarro está especializada en información cultural, campo en el que ejerce la crítica literaria, cinematográfica y de arte contemporáneo. Que ha sido jefa de Cultura en el periódico El Norte de Castilla y responsable de su suplemento cultural La sombra del ciprés, donde sigue colaborando, además de sus otras colaboraciones en revistas especializadas como PW en español o en Turia. Además, coordina para la Fundación Miguel Delibes el ciclo Cronistas del Siglo XXI. Y es autora de los libros de poesía Serán distancia (1994) y Memoria del límite (2002).

Este, Lo que (no) sé de las palabras, su tercer poemario, está dividido en cuatro apartados con una sesentena de páginas. Los poemas muy bien hilvanados, van acompañados de señeras citas de René Char, Alda Merini, José Ángel Valente, Emily Dickinson, Olvido García Valdés y Alejandra Pizarnik. Y es que nuestra poeta sabe, conoce, y es consciente de que poetizar es: “Siembro palabras en las dunas/ y nada crece/ salvo el silencio”. Pura inteligencia, pues es pura emoción. Y ya saben ustedes, personas lectoras, que no puede haber inteligencia sin emoción: “Algunas noches echas de menos el peligro/ o aventar el miedo al cielo del pasado”.

Supongo que la poeta Angélica Tanarro en este poemario ha intentado comunicarnos, hacernos partícipes de su sensación de y sobre sus cosas, su dolor por la ausencia o por la presencia de esa ausencia, en el modo en que estas son percibidas, no en el modo en que se conocen: la realidad es por y para el poema: “Como exiliada/ del orden de las cosas/ junto a la fosa común/ de los suicidas/ me busco/ en la niña en carne viva que fui”.

Poemario donde quedamos seducidos por las imágenes y tropos que utiliza la poeta en este destierro suyo, exilio o diáspora, en busca del valor universal de las palabras, como ya nos indica en el título del poemario: Lo que (no) sé de las palabras. De ahí que su búsqueda poética sea tan extraordinaria como su poesía, en la imbricación de sus ideas y sus originales pensamientos en sus versos: “Cuando la primera luz distingue lo soñado/ de lo por vivir”.

Lo que (no) sé de las palabras destaca por ese intimismo testimonial y existencial ante este tiempo de dolor que nos ha tocado en suerte. Aunque la poeta levanta su esperanza como refugio ante la soledad y el vacío de la humanidad. Hay una preocupación cívica. Hay una apuesta en defensa de la verdad frente a la mentira, de la libertad frente a la opresión y de la solidaridad frente a la soledad. Dignidad humana y libertad de pensamiento: “He olvidado el nombre de las flores/ que respiran de noche/ en la quietud de los claustros.// En su secreta armonía/ amé tu oscuridad.// Acaricio tus ojos/ en el perfil de la piedra.// Su vacío/ Tu silencio”.

 

De la niebla recuerdo

su misterioso abrazo

el miedo a no reconocerme

a amanecer desnuda

sin idioma.