Andar con Thomas Bernhard
La editorial Contraseña publica «Andar» de Thomas Bernhard.
Texto: Antonio García Vila
Al ver la reciente publicación de Andar, del furibundo Thomas Bernhard, una pregunta acudió a mi mente: ¿Por qué leíamos con tanta fruición a ese austriaco obsesivo, antipático y deslenguado? A lo largo de los años 80, servidos con impecable pericia por Miguel Saénz, los lectores más curtidos esperábamos cada nueva entrega de la obra de Bernhard como un creyente la comunión. Fue así durante años, pero, ¿qué nos llevaba a esa espera inquieta?, ¿qué ansiábamos de los escritos redundantes, oscuros, pesimistas de ese músico frustrado que flagelaba al mundo desde sus enrevesados textos? Una respuesta podía ser ese masoquismo tan burgués que nos permite contemplar nuestros pecados desde las alturas, desde una higiénica distancia que al tiempo nos tortura y nos depara un íntimo placer culpable. Podía ser, igualmente, todo lo contrario: un sadismo sórdido que nos animaba a criticar con implacable furia todo lo existente, a destruir todos los valores con inaudita crueldad de profeta. Y pensaba todo eso porque, tras muchos años sin frecuentar la obra de Bernhard, me daba algo de miedo volver a ella. O mejor: que, ahora, me decepcionara, como sucede con algunos autores que en algún momento nos fascinaron pero que, al pasar el tiempo, han dejado de afectarnos. Pero una cosa les aseguro, si nos gustaba tanto Bernhard, si lo leíamos con tanta veneración, no era ni por sadismo ni por masoquismo; era por una razón mucho más sencilla. Era porque Thomas Bernhard es pura literatura. Y literatura de la mejor.
Andar fue publicado en 1971, cuando el autor ya había entregado algunas de sus grandes sinfonías de la destrucción, como Helada, Trastorno o La calera. Después llegaría su maravilloso ciclo autobiográfico, cerca de una veintena de obras de teatro y algunas novelas imprescindibles, como El malogrado o El sobrino de Wittgenstein, además de algunos poemarios. Una obra extensa e intensa, de un pesimismo asfixiante, de una contundencia insoslayable que introduce al lector en una espiral literaria que apenas da respiro, de la que hay que salirse con esfuerzo para ventilar el cerebro y mirar al horizonte recuperando el aliento. El argumento de la novela es tan nimio e irrelevante como el de cualquier otro texto de su autor, es una mera excusa para poner en marcha su arrollador discurso contra Austria, contra la paternidad, contra la superficialidad, contra la propia vida, en suma. En este caso se trata de la conversación, contada por el narrador, del que ignoramos hasta el nombre, que este mantiene con Oehler tras el ingreso de Karrer en el manicomio de Steinhof. El episodio que desencadena el ataque de locura de Karrer, del que Oehler fue testigo, es uno de los jalones que sirven a Bernhard para impulsar el relato y ofrecer un alarde de humor negro y lucidez pavorosa. Un Bernhard quintaesenciado.
En Andar, cuyo título bien podría ser Pensar, pues ambos se funden en el texto, encontramos buena parte de los temas que el austriaco aborda obsesivamente en sus obras y una escritura recurrente, marcadamente musical, enrevesada, que obliga a releer y parar, en la que Oehler dice al narrador lo que Karrer le dijo y lo que él mismo dice, mientras andan, en un discurso maniaco que, en el caso de Karrer, desemboca en la locura. Un colapso inevitable, por otra parte, pues en los textos de Bernhard siempre está presente esa especie de inapelable amenaza de una desgracia inminente que, a la postre, acaba por sepultar a sus personajes. Figuras de una inteligencia excepcional, de una sensibilidad exquisita y de un carácter insoportable que son aplastadas por una sociedad enferma, por un Estado aniquilador y, sobre todo, por una desoladora inercia que los sume en su propio discurso obsesivo, demencial, irresoluble. En el texto, como en tantos otros del autor, aparece Wittgenstein, la crítica feroz a Austria, auténtica bestia negra de Bernhard, que incluso prohibió, en su testamento, la representación allí de sus obras y la publicación de los inéditos; el desprecio mordaz a la paternidad, el suicidio, la locura, el enaltecimiento de la verdadera ciencia y la filosofía… En definitiva, poco más de cien páginas que nos ofrecen a un Bernhard implacable, en pleno uso de sus facultades literarias; demoledor, exagerado, cómico y perturbador. No se lo pierdan.