«Relatos autobiográficos», de Thomas Bernhard

Anagrama reedita en un solo volumen los cinco «Relatos autobiográficos» de Thomas Bernhard.

Texto: David PÉREZ VEGA

 

 

Los cincos Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard (Heerlen, Países Bajo, 1931 – Gmunden, Austria, 1989) que componen este volumen son El origen (1975), El sótano (1976), El aliento (1978), El frío (1981) y Un niño (1982). Yo los había leído todos en la segunda mitad de la década de los 90. No me acerqué a ellos en el orden cronológico, ni seguidos. Su lectura se intercaló con otros libros durante un periodo que debió de abarcar unos dos años. Leí tres de la biblioteca de Móstoles, y dos más los compré porque no estaban allí. Anagrama los vuelve a editar ahora en un solo tomo, con un prólogo del prestigioso traductor del alemán Miguel Sáenz, después de que su reedición en la colección Otra vuelta de tuerca llevara años descatalogada.

Hay una idea inicial en el prólogo de Sáenz que me llama la atención de entrada: nos cuenta que en 1991 Louis Huguet, de la universidad de Perpiñán, trató de contrastar los hechos relatados en estos libros con la esquiva vida de Bernhard, para descubrir que todo lo que contaba el autor en estas páginas no era real, como habían creído hasta entonces los críticos germanos. De hecho, yo leí estos libros, hace más de veinte años, pensando que, efectivamente, sí que eran narraciones que reflejaban al completo la vida de Bernhard. Pero lo cierto es que realidad y ficción se entremezclan aquí, igual que en el resto de sus novelas.

El origen nos lleva al Salzburgo de 1943, cuando el narrador tiene unos doce años y se encuentra interno en un colegio de secundaria. Mientras se desarrolla la Segunda Guerra Mundial, él se encierra en el cuarto donde se guardan los zapatos en el colegio para practicar con su violín, a la vez que los pensamientos suicidas le asaltan y trata de no sucumbir a ellos. El origen no da tregua al lector desde su primera frase: «La ciudad, poblada por dos clases de personas, los que hacen negocios y sus víctimas, solo es habitable, para el que aprende o estudia, de forma dolorosa, una forma que turba a cualquier naturaleza, con el tiempo la disturba y perturba y, muy a menudo, solo de forma alevosa y mortal.» Y digo que el narrador no le da tregua al lector en dos sentidos: en uno semántico, con sus frases largas, alambicadas, llenas de comas, con sentencias que se persiguen a sí mismas, con matizaciones exasperadas. Además, estas construcciones semánticas tomarán grupos de palabras como motivo compositivo y se irán repitiendo como el estribillo de una pieza musical. En este sentido me llama la atención la construcción «la así llamada», que funciona de un modo irónico, al rebajar el valor del sustantivo que Bernhard coloca a continuación.

Y también el narrador no dará tregua al lector porque su propuesta es radical desde el primer momento: los libros de Bernhard siempre son críticos con su época, sus conciudadanos y sus ideas políticas (nazis, sin ir más lejos) o religiosas (católicas, que llega a equiparar a las ideas nazis), y el narrador siempre estará hablando del suicidio, al que no se atreve a entregarse por cobardía.

 

El narrador irá, periódicamente, recordándole al lector que está escribiendo unas memorias, rememorando acontecimientos que sucedieron hace unos treinta años.

«La época de aprender y estudiar es, principalmente, una época de pensar en el suicidio, y quien lo niega, lo ha olvidado todo.» (pág. 23), estas narraciones están repletas de sentencias como ésta. O esta otra de la página 60: «No hay padres en absoluto, solo hay criminales como procreadores de nuevos seres, que actúan contra esos seres procreados por ellos, con toda su insensatez y embrutecimiento, y en esa criminalidad son apoyados por los gobiernos.»

«Quien está a favor del deporte tiene a las masas de su lado, quien está a favor de la cultura, las tiene en contra, decía mi abuelo, y por eso todos los gobiernos están siempre a favor del deporte y en contra de la cultura.» (pág. 52)

En realidad, los sucesos narrados en una novela como El sótano son escasos: tocar el violín en el cuarto de los zapatos del internado, huir hasta los túneles de Salzburgo cuando hay alarma de bombardeo y contar cómo los símbolos del catolicismo sustituyeron a los del nazismo en el internado, una vez que se acabó la guerra. Sobre este tema, cuenta Sáenz en su prólogo que Franz Wesenauer, al que se refiere Bernhard como «el Tío Franz» en el libro, le puso al autor una querella por difamación y la ganó. Esto hizo que se tuvieran que retirar algunas de las páginas del libro, y así nos ha llegado a nosotros.

 

En El sótano el narrador nos contará cómo decide dejar el instituto, a los dieciséis años, y buscar trabajo en la «dirección contraria», un trabajo que sea lo contrario de lo que se supone que debe desear. De este modo, acabará trabajando de dependiente y chico de los recados en una tienda –ubicada, como nos indica el título, en un sótano– en uno de los barrios marginales de Salzburgo. En esta novela podemos encontrar algunos motivos sociales, porque Bernhard pondera positivamente a la población, casi siempre marginal, de este poblado frente a la del resto de la ciudad; una población con la que se volverá a encontrar con los años en la sección de sucesos, crímenes y juicios de las páginas de los periódicos. En el sótano el adolescente Bernhard hará buenas migas con las compradoras de la tienda y su jefe, en unos años (finales de los 40) en los que solo se hablará de la guerra recién acabada.

 

En El aliento se narrará el internamiento del joven protagonista de dieciocho años en un hospital como consecuencia del enfriamiento (pleuresía húmeda, en realidad) que sufrió una mañana en la tienda del sótano por descargar un camión de patatas con poco abrigo. En mi primera lectura, hace ya unos veinticinco años, El aliento fue el libro que más me gustó del conjunto y creo que ahora ha vuelto a ocurrir lo mismo. A pesar de que está narrado desde un moridero, desde una planta terrorífica del hospital, en la que médicos y enfermeras depositan a los pacientes solo esperando su muerte, El aliento es un terrorífico canto a la vida, al deseo de vida de un joven, que además de dedicarse a ser aprendiz de tendero había empezado a tomar clases de canto, auspiciado por su abuelo, para convertirse en un cantante de ópera. Un sueño que se verá truncado por los problemas pulmonares que ya va a arrastrar de por vida.

 

En El frío los problemas de salud del joven Bernhard empeorarán al contraer la tuberculosis en un centro de curación de su pleuresía húmeda. Aquí ya nos contará Bernhard que a los dieciocho años ha comenzado a escribir. «Mi abuelo, el escritor, había muerto, ahora tenía que escribir yo, ahora tenía yo la posibilidad de escribir» (pág. 280). La persona que Bernhard más admira, su referente vital, es su abuelo materno, que ha sido anarquista en su juventud y de adulto trata de ser novelista con escaso éxito. Bernhard no llega a conocer a su verdadero padre, alguien que sedujo a su madre y luego abandonó a ésta y a su hijo. La figura paterna la ocupará alguien distante, pero correcto, al que denomina «mi tutor», que tendrá dos hijos con su madre, a los que Bernhard sacará una buena cantidad de años. El frío acaba con un Bernhard de diecinueve años enfermo y con bastante desaliento vital por delante.

 

Si bien los cuatro libros anteriores seguían un orden cronológico en los sucesos contados, Un niño empieza cuando Bernhard tiene ocho años. Es decir, el narrador se va a centrar ahora en los años que preceden a El origen, y nos narrará, principalmente, la relación con su abuelo materno y sus diversas mudanzas.

Hay personas que prefieren empezar estos Relatos autobiográficos por Un niño, pero creo que es más recomendable leerlos en el orden cronológico de escritura y no de acontecimientos narrados, porque así se puede apreciar mejor la evolución de la escritura de Bernhard: las repeticiones y frases alargadas y repletas de comas y subordinadas de El origen se van apaciguando hasta unos párrafos más limpios en Un niño.

Como me ocurre al leer a Michel Houellebecq –quizás el sucesor más claro de Bernhard–, al contrario de lo que puede parece a primera vista, aunque Bernhard hable de suicidios, enfermedades, hospitales, pobreza… su escritura tiene tanta fuerza, que su rabia y sus desahogos son muy vitales, y al final su crítica feroz y despiadada, su disparar contra todo (médicos, instituciones, profesiones respetables, etc.) tiene un punto humorístico.

 

Opina Miguel Sáenz que Thomas Bernhard es el mejor escritor en alemán de la segunda mitad del siglo XX (el de la primera mitad sería Franz Kafka), y creo que poco más se puede decir. Estos Relatos autobiográficos los recordaba como una de las grandes lecturas de mi vida, y mi reencuentro con ellos no me ha decepcionado en absoluto. Todo un acierto de Anagrama esta reedición de estos libros que ya no se encontraban en el mercado.