Mónica Ojeda: “El refugio no es un lugar, es una emoción”

“Chamanes eléctricos en la fiesta del sol” nos sumerge en un estado de trance entre volcanes, música electrónica andina, chamanes, hongos alucinógenos y una desesperada búsqueda del sentido de la vida. Esta novela consagra a Mónica Ojeda como poseedora de una narrativa telúrica que ya solo es suya.

Texto: Antonio Iturbe  Foto: Asís G. Ayerbe

 

Noa es sonámbula, camina hacia atrás en la noche. No sabemos si se está transformando en una chamana o es el resultado de su angustia interior. Su amiga Nicole trata de anclarla a la realidad, alejarla de ese arrebato y esa charlatanería de los chamanes eléctricos, pero ella se escabulle. Frente al consejo racional de Nicole de que no vaya al encuentro de ese padre que la abandonó cuando más lo necesitaba para no sumirse en el dolor, ella estira hacia el otro lado. Entre medias, el misticismo del Poeta, el arrebato de la música, el eco de violencia de un país triturado por el narcotráfico. Pero es inútil tratar de explicar una novela sensorial y arrebatada como esta donde los tambores, como la escritura de Mónica Ojeda, abren puertas y modifican la mente con sus vibraciones. En la novela se susurra: “Lo salvaje necesita lo salvaje y lo profundo necesita lo profundo”.

 

Te fuiste de Ecuador expulsada por el clima de violencia del país, pero estás más metida que nunca en la tierra pura.

Tengo presbicia literaria. Soy capaz de mirar mi presente con claridad. Toda mi literatura viene de una reflexión a posteriori de las experiencias que me han tocado de cerca. Me cuesta hablar de mi presente emocional o intelectual, siempre estoy volviendo hacia un ejercicio de cosido con mucho esmero y trabajo que mira al pasado.

¿Te fuiste para poder estar?

Cuando se trata de trabajar geografía y territorio, que para mí es emocional e imaginativo, un disparador de la mirada poética, lo que estoy haciendo es regresar a esa experiencia de donde vengo. También se trata de investigar dolores propios, porque la emigración siempre es cambiar unos dolores por otros. Y explorar lo que significa un cuerpo desterritorializado, que al no poderse afianzar en lo físico genera un territorio mental. Mi territorio es un Ecuador que pervive en mi cabeza y a la vez está transformado por mi imaginación.

Me llama la atención que hayas explicado que eres una “escritora muy oficiosa”, que aunque hay cosas que se abren desde de lo profundo de la conciencia también había mucha tarea de corrección.

Para mí un libro no existe si no están las dos cosas.

¿En esa balanza pesa más al arrebato o el artesano que pule con esmero la pieza?

Me gusta ese proceso de escritura primigenio donde interviene el arrebato y lo inconsciente, lo insospechado. Ese momento en que el texto se desvía y rompe la planificación. Me interesan esas variaciones porque muestran que la escritura está viva y que además se piensa a sí misma durante el proceso. Me parece fascinante como escritora, pero para poder terminar un libro después tiene que intervenir esa parte oficiosa, disciplinada, que relee el texto y da forma a algunos arrebatos y caminos bifurcados. Sentarme a escribir siempre es un ejercicio de contradicción: por un lado anhelo el control y, por otro, el descontrol. La escritura te lleva a lugares muy profundos que nos sabes cómo apalabrar. El reto es dar forma a esa materia desbocada sin castrar su espíritu.

Uno de los personajes consulta al yachak (el chamán) “¿Cómo hago para domar mi diablo?” y le responde: “Pregúntale al volcán cómo es que duerme el fuego”.

Tiene que ver con afinar un tacto, una escucha y una mirada sobre el mundo. Esta es una novela coral donde el punto de vista está en los diversos personajes y están colindando el flujo de conciencia, con digresiones, saltando de un tema a otro. No es una narración ordenada sino sentimental. Una estructura desestructurada.

Es una novela de conciencia pero también de acción, donde hay reflexión  y también violencia. El volcán, el baile, incluso la creatividad, aparecen señaladas como eventos eruptivos y violentos. Señala la narradora que ya el nacimiento que marca el inicio de nuestras vidas es un acto violento.

Pascal Guignard habla del nacimiento como el momento en que te arrojan al mundo y te desprendes del lugar de origen y ese es un momento de desamparo. Esa idea de la separación está en el ejercicio escritural. Pero ha de ser legible para otros, no basta con que tenga sentido para ti. De alguna manera, esa exposición de tus ideas te arroja al mundo. En ese intento de hacer una experiencia comunicable podemos ser muy condescendientes con los lectores y a mí no me interesa se condescendiente. Creo que el ejercicio de la escritura puede tener otras sensorialidades si el lector está dispuesto a pasar por otras formas que no son las que estamos acostumbrados. ¿Hasta qué punto estoy haciendo un trabajo que solo es para mí, o hasta qué punto estoy probando caminos que pueden ser seguidos por otras personas? Se trata de buscar comunidad, de ir a un colectivo lector.

Esa incoherencia entre escribir desde lo que surge de adentro, pero publicar para que lo lean otros afuera lleva a la trillada gran pregunta: ¿escribes pensando en el público, si es que se puede pensar en ese magma informe que es toda la gente?

Hay mucha clase de lectores muy diversa. Me interesa probar hasta qué punto uno puede relacionarse con una historia. La belleza es ese intento por conectar con alguien. También hay una sed de conexión, porque si no la tienes entonces escribes y lo guardas en un cajón, no lo mandas a la editorial. Creo que el escritor que dice: “yo escribo para mí”, no es cierto. Escribimos para conectar con otros que tengan una sensibilidad afín a la tuya. La expectativa de los lectores es algo abstracto, hay muchas expectativas. Escribes desde ese lugar íntimo que conecta con lugares íntimos de otros.

Tal vez, siguiendo la idea de Jung del inconsciente colectivo, igual se escribe para ese flujo de conciencia, para participar en esa conexión…

Es que escribir da un placer psicológico, la posibilidad de crear un nuevo tiempo que no es del del capital tan veloz y ligado a la producción, sino otro tiempo más lento. Me parece desafiante. En esa nueva temporalidad hay una posibilidad de pensamiento nueva que tiene que ver con la demora. A veces no soportamos que un libro implique demora. Me gustó mucho Los llanos de federico Falco, que se lee muy lentamente. Es bellísimo. Eso me atrae mucho.

Me ha llamado una verdad cruda que se dice en la novela: nunca está tan unido a otra persona como para ver su intimidad.

Puedes tocar la intimidad de alguien, pero sin saber claramente qué estás tocando. Escribir es buscar ese tanteo de la intimidad del otro.

Tus páginas nos hablan de un festival musical multitudinario, tus personajes conviven juntos y hasta revueltos, están unos con los otros bailando, golpeándose… y, sin embargo, se los ve muy solos.

Están desamparados y andan en busca de algún tipo de refugio, aunque no sean conscientes. Son jóvenes y están sedientos de tener un lugar donde poder afianzarse y crecer, pero no lo encuentran. Van a este festival a las faldas de un volcán en un contexto de violencia y muerte, por eso la fiesta tiene connotaciones políticas poderosas. tiene que ver con despojar el cuerpo del miedo, con sacarlo al lugar público. En contextos de guerra y violencia tiene una fuerza muy grande. La fiesta en un estado así es un reclamo del espacio público y un reclamo de la vida. Buscan un refugio en la experiencia musical extrema que los haga evadirse, pero la fiesta los regresa a su lugar de llaga, a sus pérdidas, a sus faltas de futuro.

Nicole quiere seguir enraizada en eso que llamamos realidad y Noa se acerca más al tono mesiánico del Poeta, queriéndose ir de la realidad. Hay una moda de literatura de naturaleza que habla de los que han huido del mundanal ruido. ¿Podemos huir?

La naturaleza nunca es un lugar de escape.

Entonces no eres de irte a una cabaña a la naturaleza para sacarle el meollo a la vida…

Me encantaría irme un tiempo a una cabaña en la naturaleza, pero no me parece un lugar de huida. Me parece, igual que la fiesta, un lugar de retorno más fuerte a lo que llevas dentro. El temor reverencial esa sensación de fragilidad frente al mundo que tratamos de opacar con las ciudades donde si llueve tenemos techo, los hospitales… Las ciudades nos dan una falsa sensación de seguridad, de invulnerabilidad. Pero cuando vas a la naturaleza de verdad, no al parque del Retiro, uno sabe que es tan frágil como el pequeño ratón que anda por la montaña.

¡Y peor que el ratón!

Peor, claro, porque el ratón está acondicionado y tú te has olvidado. Para mí la naturaleza es bella, pero no es idílica. También está el miedo que tiene que ver con la fragilidad y el terror ante la muerte. La naturaleza no es cruel, pero es violenta y nosotros nos tratamos de resguardar como especie. En la naturaleza la violencia es parte de todo. No me interesa la naturaleza en sentido naive sino pensar por qué le tenemos tanto miedo y a la vez nos atrae tanto. En el libro los personajes tienen miedo. Noa siente angustia por la experiencia del abandono de su padre. Ella va al festival como momento previo a la búsqueda del padre que la abandonó. Nicole también tiene miedo, no es tan osada para exponerse a esa vulnerabilidad del festival y no se quiere dejar llevar a esa imaginación colectiva casi arquetipal. La búsqueda de la vida en medio de la tormenta, del volcán, de la muerte.

En una entrevista que te hizo un periodista español llama al padre de Noa, Ernesto, “el monstruo”. Es cierto que él no quiere a su hija, o no tanto como para haberse quedado a hacer de padre, pero lo reconoce, no hay hipocresía, incluso siente cierto remordimiento. Se aleja de ella, la abandona, pero no la quiere dañar.

A mí no me parece un personaje monstruoso sino humano, con todas sus contradicciones, defectos, llagas y traumas. Yo sentí piedad por ese personaje por momentos. Abandonar a su hija es una situación difícil, estamos en un momento social en que se penaliza el abandono o de los hijos y por supuesto estoy en contra de eso, pero en la novela me interesaba entender qué pasa en el cuerpo de quien abandona, porque no es tan sencillo. Quería profundizar. Siente mucha culpa judeocristiana por no sentir un amor tan fuerte para estar con ella y su amor es débil y no es lo suficientemente fuerte para quedarse, para cuidar. Creo que es honesto porque se dice a sí mismo la verdad: siente culpa y no se arrepiente: “Yo no tengo verdades no dolorosas que decirte, por tanto me cierro en el silencio”. Es un personaje complejo y cojo emocionalmente. También está muy solo, aunque está satisfecho con esa soledad.

Ernesto dice una cosa que va a acompañar mucho. Al hablar de su hija, desea que antes de que se nos trague la tierra “ojalá que mi hija encuentre la ternura”.

Desea a su hija que encuentre su propio refugio, que no es el mismo que el suyo, pero le desea que encuentre su lugar igual que él ha encontrado el suyo. Y es tras esa visita al padre, cuando conecta con las huellas de su abuela muerta, encontrará el camino.

Su amiga Nicole es compleja, incluso contradictoria: respecto a esa búsqueda del sentido a nuestras vidas, ella dice que la búsqueda del propósito es un espejismo. Pero al llegar al volcán dice: venimos aquí porque tiene que haber algo más que la muerte. ¿Tú cómo andas de búsqueda del sentido de la vida?

Hay contradicción. Uno siente que el sentido de la vida es una voluntad humana y tratamos de darle ese sentido a través de muchas cosas. Noa busca una manera y Nicole tiene otra. La novela gira en torno a la idea de que el refugio no es un lugar sino una emoción y por tanto la vida la transitamos en busca de momentos en que nos sentimos refugiados. Son emociones evanescentes y has de seguir buscando la siguiente. Todos los personajes van tras eso. Encuentran sentido a través de dar su voluntad de vida a la música.  Encontrar el sentido a través del arte, de la creación de tambores, porque tiene algo de eterno.

Tu Chamanes eléctricos en la fiesta del sol coincide con la aparición en castellano del maravilloso libro de Davi Kopenawa, La caída del cielo, donde él, como chamán yanomami, explica su forma de ver el mundo, mucho más interior.

Ojalá tengamos más en cuenta en occidente las filosofías ancestrales porque son formas de pensamiento brillantes que se habían negado. Se consideraba superchería y primitivismo pero son formas muy profundas de pensar la vida en la tierra y de asumir las crisis sociales. Pensar la Tierra como un lugar de respeto porque es nuestra casa. Eso que ahora está de moda en Occidente es de toda la vida. Harpour, Joseph Campbell, Mircea Eliade… me interesa esa narrativa mítica. Porque te habla de reconciliar lo irreconciliable, dar sentido a lo que no tiene sentido, de dar forma al mundo y conectar con nuestra literatura contemporánea.

Mircea Cartarescu con su manera de escribir sin corregir, como en estado de trance, podría ser un chamán literario.

Leí Solenoide y me pareció absorbente. Creo que hay un desprestigio de los autores que no trabajan desde el control y la racionalidad. Es algo que crispa los nervios a ciertas personas. Se quiere concebir la escritura como un artefacto de lucidez y claridad mental. ¡Pero la escritura nunca es solo eso! Siempre hay momentos de surgimiento de lo indomesticado. Yo escribo para buscar esos momentos.

Aunque en la novela, a través de la mirada de Nicole, se advierte de “esa gente que en lugar de mirar al lado, miraba arriba y por eso eran capaces de las cosas más atroces”. ¿Estar pendiente de lo elevado nos hace menos permeables al dolor de los otros?

Puede suceder que se esté demasiado enfocado en la idea de lo divino o lo trascendente y no se cuide lo más evanescente. Igual merece más cuidado lo vulnerable que lo invulnerable, como es la idea de lo eterno. Yo soy atea pero las religiones me interesan mucho a nivel poético. Ese misticismo, esa búsqueda de lo divino es una búsqueda de refugio, algo que late en este libro. A veces la gente cuida a su alrededor porque hay algo más grande. No siempre mirar arriba significa no mirar al lado. No es tan sencillo como Nicole lo pone. No estoy instalada en la creencia absoluta pero me encantan los conjuros, los mitos, los rituales y la música como elemento trasformador. Yo me relaciono con todo eso desde el lugar del arte. Allan Moore dice que el arte es la magia contemporánea y yo creo en el arte como un lugar de pensamiento mágico.

¿Qué aporta el arte a tu vida?

A mí el arte lo que hace es afinarme la escucha, la mirada, el tacto y el gusto sobre esta tierra. Tras leer un buen libro regreso renovada, el arte me intensifica la vida, me hipersensibiliza. Me doy cuenta de que vuelvo a mirar el mundo como una niña.