Zülfü Livaneli: “Me gusta manifestar mis sentimientos a través de la música y convertir mis pensamientos en novelas”
El escritor e intelectual turco, Zülfü Livaneli, publica la novela «A lomos del tigre» (Galaxia Gutenberg), donde cuenta la gloria del sultán del Imperio otomano, Abdülhamid II (1842-1918), y su posterior caída en desgracia.
Texto: David Valiente
No sería exagerado calificar a Zülfü Livaneli de homo renascens. Escritor, editor, músico y director de cine, parece que su creatividad siempre se activa constantemente para expresar lo que estudia, ve, oye y siente en diversos lenguajes. “Me gusta manifestar mis sentimientos a través de la música y convertir mis pensamientos en novelas”, comenta el autor en una entrevista escrita. Zülfü Livaneli tiene razón al decir que en una canción no puede analizar una época o crear personajes autónomos, como sí se logra con las bellas letras. “La literatura es mi principal vehículo de expresión, pero las dificultades pretéritas me obligaron a compartir mis creaciones musicales con la audiencia. El primer álbum que publiqué consistía en una serie de elegías que compuse y dediqué a unos amigos que fueron ejecutados por el ejército”.
Y precisamente en las siguientes líneas vamos a hablar de la situación política de Turquía, una parte de su historia y su nueva novela, A lomos del tigre (Galaxia Gutenberg), donde cuenta en formato novela la gloria del sultán Abdülhamid II (1842-1918) y su posterior caída en desgracia a causa de intrigas palaciegas que, en el Imperio otomano, muchas veces cosechaban víctimas de rancio abolengo. A lo largo de la novela, Hamid, “se defendió de las acusaciones de déspota, represor y asesino que recaen sobre su persona. ¿Será cierta y legítima su apología?”, se pregunta el autor.
Zülfü Livaneli realiza una descripción del sultán y protagonista de su novela A lomos del tigre: “Como sus antepasados, Hamid era cruel, de esto no hay duda; pero prefería resolver los conflictos a través de la diplomacia. Odiaba la pena de muerte porque decía que era un castigo irreversible. Se sabe que aprobó solo once condenas de muerte en treinta y tres años sentado en el trono. El castigo más habitual del sultán era enviar a sus oponentes a lugares de exilio inhumanos. Sin embargo, era un paranoico y sentía miedo de todo: su reinado estuvo marcado por la censura, el exilio y la opresión”.
¿Qué le llevó a narrar la vida de Abdülhamid II?
El sultán no es solo un mero personaje histórico, es también un tema de debate importante entre islamistas y seculares en la Turquía actual. Para contrarrestar el culto secular hacia la figura de Kemal Atatürk, Recep Tayyip Erdoğan ha convertido a Abdülhamid II en casi un santo del islam. Series y declaraciones políticas en la cadena pública han intentado presentar al sultán como un héroe islámico. Por supuesto, la imagen es completamente falsa, ya que a Abdülhamid le gustaba la cultura europea, bebía alcohol y trataba de occidentalizar el Imperio. Además de esto, quise examinar el estado psicológico de un monarca que tuvo un poder absoluto durante tres décadas y luego fue arrojado a una casa sin muebles, en plena noche. Y también he de reconocer que siempre me han interesado las novelas latinoamericanas que tratan sobre las figuras de dictadores.
Abdülhamid II era un gobernante humano no carente de excentricidades. En estos tiempos de múltiples guerras y crisis, ¿necesitamos más líderes como Hamid?
No lo creo. Tenga en cuenta que cuando derrocaron a Hamid, trató de defenderse de las acusaciones que recaían sobre su persona, pero la realidad es que era un sultán cruel. En la novela, entrelazo la embriaguez estimulada por el poder y la psicología de un hombre que teme perder la vida. Una persona nunca tiene una sola cara, sino que la máscara cambia según el contexto. Algo así como la obra Seis personajes buscan a su autor de Luigi Pirandello.
En la novela, caracteriza a un personaje histórico llamado Atif Hüseyin, un médico que atendió al sultán durante su exilio en Salónica y hasta su muerte. Atif Hüseyin escribió en un diario, compuesto por doce cuadernos, las conversaciones que mantuvo con el monarca, y el sentimiento que el médico expresa en ese diario era compartido por una buena parte de los súbditos otomanos. ¿Por qué esa animosidad del pueblo hacia su gobernante?
La población musulmana le era leal en tanto ostentaba el cargo de califa. Sin embargo, los intelectuales y políticos griegos y armenios vivían con el constante temor de ser deportados. No dio descanso al servicio secreto en su tarea de reprimir al ala progresista del ejército, que estaba influenciada por el ideario de la revolución francesa, y a la prensa. De hecho, un periodista crítico con su gobierno que viviera con su familia en Estambul podía encontrarse al día siguiente exiliado en Yemen.
De ahí el miedo y la paranoia que acosaban al sultán Hamid…
Pertenece a una dinastía en la cual muchos de sus antepasados fueron asesinados. En la noche que uno de los sultanes ascendió al trono, mandó estrangular a diecinueve de sus hermanos, uno de ellos era un bebé. Otros miembros fueron asesinados como resultado de un levantamiento. Hamid tenía miedo por estos antecedentes y estaba obsesionado con la muerte. Además, el contexto histórico no ayudaba a calmar su paranoia, pues muchos imperios estaban colapsando y sus gobernantes terminaban sus días asesinados. Esta situación extremó sus miedos hasta la locura.
Realiza una crítica muy voraz a Occidente. ¿Por qué?
En la novela, dedico un apartado al viaje que realizó Hamid con su tío el sultán Abdülaziz I por Europa. Ahí muestro la admiración otomana por Occidente, aunque la respuesta no sea recíproca y no se aceptara primero al Imperio otomano ni después a Turquía. Todo lo contrario, las grandes potencias del momento hicieron grandes esfuerzos para destruirlo y expulsar a su población de Oriente Medio. Al terminar la Primera Guerra Mundial, el Imperio se desmoronó y Francia, Reino Unido, Italia y Grecia ocuparon el territorio, relegando a los turcos a una diminuta zona del centro de Anatolia y tomando el control de Estambul. En otras palabras, nos quedamos sin país, hasta la guerra de independencia de 1922, cuando recuperamos una parte de lo perdido. Soy uno de los millones de personas que recibieron una educación occidental. Sin embargo, “Occidente” prefirió a los islamistas que obligan a sus mujeres a llevar el velo e intentan introducir la sharía como legislación, en vez de a nosotros, que adoptamos sus valores. Y hoy en día esta elección no ha cambiado. Cuando el Gobierno francés me concedió la Legión de Honor, en un discurso en el jardín del Palacio Francés de Beyoglu, afirmé que la República francesa rechazaba apoyar a quienes siguen los ideales que fundaron su modelo político. Les pregunté por qué lo hacían, por qué nos rechazaban y brindaban apoyo a los islamistas. La situación ha cambiado ahora; Europa ha comenzado a experimentar el peligro que supone el islam radical.
Desde que Erdoğan está en el poder, la situación social y política se ha ido deteriorando y se ha experimentado un retroceso significativo en los estándares democráticos. ¿Qué papel jugáis los intelectuales en la Turquía de hoy?
No es fácil explicar en pocas palabras la compleja situación que vivimos en Turquía. Durante 250 años, tanto el Imperio otomano como la República de Turquía lucharon por acercarse al estilo de vida europeos. Algunos sultanes trataron de modernizar el Imperio, asemejarlo a Europa, pero terminaron sucumbiendo a las presiones de los ulemas. De hecho, Kemal Atatürk no es tanto el comienzo del proceso como el resultado. Es verdad que durante los años republicanos se impulsó la modernización en Turquía; sin embargo, “Occidente” no ha querido colaborar en su proceso, ni durante los siglos otomanos ni en el período de la República. Nunca lo aceptaron. Por otro lado, los árabes no nos consideran miembros de su mundo, y no lo somos. Los turcos hemos traído el idioma y las tradiciones de Asia Central y eso nos mantiene fuera de la esfera de Oriente y Occidente. Durante la era de Bush hijo, los neoconservadores, además de crear un nuevo modelo en Estados Unidos y Europa, impulsaron a Erdoğan al poder, como si se tratase de un gobernador colonial. Erdoğan tiene un reconocible talante islamista y sus colaboradores en el poder han tratado de disuadir a los turcos de que se aproximen a Europa y, por el contrario, les intentan convencer para que miren hacia Oriente Medio. Todas las instituciones de la República fueron destruidas, y luego aseguraron que este era un modelo democrático y en consonancia con la libertad de creencias; pero la realidad es que el sistema democrático y la gobernanza islámica no son compatibles, a menos que el país sea laico. Por desgracia, al principio, algunos intelectuales turcos apoyaron el modelo propuesto por Erdoğan y los suyos. Sin duda, cometieron el mismo error que los miembros del partido Tudeh en Irán. Es verdad que luego se arrepintieron, pero ya era demasiado tarde, el gobierno islámico se había hecho más fuerte. Quienes nos oponíamos tuvimos que luchar contra ese régimen, el ejército y este grupo de intelectuales. La vida era complicada, especialmente para mí, porque desde los años 70, los gobiernos de derechas y el ejército me han perseguido y encarcelado; y, en este último cuarto de siglo, mis obras musicales han sido prohibidas por los islamistas. Como puede comprobar, mi lugar siempre ha estado en la oposición.
La novela aborda continuamente las ambigüedades morales que enfrentan los personajes en tiempos de conflicto. En situaciones extremas, ¿los principios morales se disuelven o simplemente se transforman?
Su pregunta me ha hecho reflexionar mucho, y no puedo darle una respuesta exacta porque la desconozco. Sin embargo, creo que la situación puede variar según la persona que lo experimente; aunque pienso que los principios morales tienden a desaparecer en circunstancias desafiantes.