El lado oscuro del Gobierno turco que desvela Serenata para Nadia

El escritor y músico turco Zülfü Livaneli publica «Serenata para Nadia» (Galaxia Gutenberg).

Texto: David VALIENTE

 

En Serenata para Nadia, el escritor y músico Zülfü Livaneli entreteje con maestría la historia traumática de su país, regado por las precipitaciones propias de un clima multicultural. En Turquía, confluyeron sociedades dispares, algunas provenientes del Mediterráneo, otras de la Asía profunda, que encontraron cobijo entre agridulces poemas épicos y el porreo intermitente de tambores de guerra. El propio Livaneli, mediante una entrevista por correo electrónico concedida a Librújula, reconoce que la fertilidad civilizatoria de su tierra natal es una fuente constante de inspiración para sus obras literarias: “La literatura oriental y la literatura occidental interpelan al escritor que llevo dentro; por un lado siento un gran respeto por el estilo creativo de Oriente que tiene como uno de sus grandes hitos a Las mil y una noche y, por el otro, no pierdo de vista la influencia que el manto cervantino ejerce sobre todos los novelistas”.

Zülfü Livaneli cumple el arquetipo del artista comprometido. Sus textos denuncian la mala praxis de los gobiernos que, en ocasiones, no cumplen con su parte estipulada en el contrato social. Su actitud combativa le ha traído algún que otro quebradero de cabeza: “Durante el mandato de la junta militar, un grupo de artistas nos opusimos al sistema y, por ello, nos encarcelaron o nos tuvimos que exiliar”. No obstante, aunque el régimen militar expiró a principios de los ochenta, el actual Gobierno democrático, cuenta Livaneli, sigue sin permitirles publicar artículos en un gran número de periódicos. “A lo largo de estos años, han prohibido mis obras musicales y literarias”. A pesar de la opresión estatal, afronta su destino con valor y grandes dosis de estoicismo: “Como escritor, elegí el camino de la vedad; y esta decisión lleva su costo».

Serenata para Nadia (Galaxia Gutenberg) bien puede ser entendido como un manifiesto narrativo contra los malos gobiernos que durante decenios han dirigido el presente de millones de ciudadanos con desacierto; pero también expresa la voluntad humana de recordar a las personas que tiempo atrás formaron parte de la biografía más íntima de los individuos. De hecho, uno de los protagonistas de la novela, el profesor Maximilian Wagner, quiere recordar a su querida esposa fallecida en circunstancias traumáticas. Ese acto despertará los siempre atentos radares del Estado, y Maya Duran, una administrativa de la Universidad de Estambul, se verá envuelta en una trama de espías que la conducirá a descubrir los aciagos sucesos del Struma, un barco de refugiados que explotó en extrañas circunstancias frente a las costas turcas.

Pero esta no es la única historia contemporánea y desconocida que el escritor turco recupera del olvido. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Wehrmacht avanzaba por el frente oriental, Ankara instó a los turcos asentados en Crimea a apoyar la iniciativa hitleriana en el llamado Regimiento Azul. Los soviéticos supieron dar la vuelta a la guerra y, tras reconquistar su territorio, se lanzaron a la invasión de la Alemania Nazi. A los miembros del Regimiento Azul no les quedó más remedio que huir hacia el norte de Italia junto a sus familiares y después a Austria, donde fueron apresados por los británicos y entregados a las huestes rojas. Los integrantes del regimiento conocían su destino: su cuerpo se convertiría en un coladero de carne a causa de las balas soviéticas. Tres mil turcos crimeos trataron de huir de ese destino y vieron un pequeño hilo de esperanza en el lago Drava, por aquellas fechas helado. No lo dudaron, decidieron saltar al agua que más que un bote salvavidas era una tumba sin clavos. El Estado turco no movió ni un dedo para ayudar aquellos ‘súbditos’ que iban a perder la vida a causa de su nefasto plan. “Los turcos conocen estos sucesos gracias a mi novela, el Gobierno calló los hechos y los ciudadanos no eran capaces de  recordar todos los desastres causados por la dos guerras mundiales”, asegura  Zülfü Livaneli.

De hecho, Livaneli registra otro suceso histórico que Turquía trata de ignorar. Corría la primavera de 1915, cuando los Jóvenes Turcos, henchidos de patriotismo, cometieron lo que algunos han denominado el genocidio armenio. Sin duda, tanto por los enemigos de Turquía como por los mismos gobiernos que han dirigido el país, el genocidio armenio se ha empleado como arma arrojadiza contra rivales políticos, pero también es cierto que las torturas y los asesinatos de la población armenia está más que documentada, aunque con resultados ambiguos, como se puede comprobar. De ahí que no todos los países reconozcan este acontecimiento (España sigue sin reconocerlo), y que las palabras jueguen un papel crucial a la hora de describirlo: “No podemos olvidar que el Estado armenio, el Estado turco y la diáspora armenia tienen perspectivas diferentes. Mi amigo el periodista Hrant Dink, asesinado en 2007 por los fascistas, trató de resolver la controversia entre las tres partes. Para ello, sugirió usar la palabra ‘Gran Catástrofe’ o ‘masacre’ para referirse a los acontecimientos. Los armenios y los turcos estaban dispuestos a aceptar esta última concepción, pero lo que nunca aceptarán los turcos es el empleo de la palabra ‘genocidio’”.

Entre tanto acto bárbaro, la novela también documenta sucesos históricos optimistas. Turquía, quizá, perpetuó un genocidio, pero también salvó a cientos de personas de otro. Ankara, durante los oscuros años del ascenso del nazismo al poder y la Segunda Guerra Mundial, acogió a población alemana que huía del hervidero en el que se estaba convirtiendo el Tercer Reich por las políticas racistas. Entre esos refugiados había académicos que ayudaron a apuntalar los cimientos de la naciente universidad moderna turca: “Desde luego, fue una oportunidad excelente para los turcos que los profesores alemanes asentaran las bases de nuestra universidad durante los años 30 y 40 del siglo pasado”, afirma el escritor y músico que conoció “algunos discípulos de los profesores alemanes y eran personas con una amplia formación”. Sin embargo, por desgracia, “en la actualidad el nivel de la universidad y de otras muchas instituciones turcas ha decaído”

Hace unas semanas aconteció un terrible terremoto en Turquía y Siria que se ha cobrado la vida de 45 000 personas, hasta el momento. La posición de Recep Tayyip Erdoğan, presidente de Turquía, ya era delicada antes de este terrible suceso, ¿estamos ante su final político?

Creo que sí. Como consecuencia de la inflación, la economía del país se encuentra en pésima forma y las personas con ingresos mínimos se encuentran al borde del hambre. El Gobierno ha mostrado su incompetencia en la gestión del terremoto y eso lo pagará.

¿Cómo ve el futuro de Turquía?

Turquía se compone de diferentes creencias y grupos étnico-culturales, y esta diversidad se debe ver reflejada en el sistema democrático. Si esto no sucede, no se propagará el respeto a las diferentes identidades ni los derechos de los turcos tendrán sentido. Por este camino, sin duda, mejoraremos nuestra relación con nuestra vecina, la Unión Europea. Pero, por el contrario, si el gobierno que se establezca tras las elecciones apuesta por la vía de la violencia, el rechazo y la opresión ciudadana, nos será difícil, incluso, mantener la integridad. Soy optimista y creo que prevalecerá la primera opción.

Usted nos muestra en la novela que Turquía, lejos de ser un país exclusivamente islámico y asiático, congrega culturas de todos los rincones del Mediterráneo, por supuesto asiáticas también, ¿de dónde nace ese afán de islamizar?

En Turquía es donde se puede apreciar con más agudeza el conflicto Este-Oeste. Tras la caída del Imperio otomano a principios del siglo XX, millones de antiguos súbditos de todas las regiones de la Europa Oriental huyeron a Anatolia. Allí, se congregó un nutrido y heterogéneo grupo de gente que incluso en nuestros días mantienen los aspectos culturales de su lugar de origen. Kemal Atatürk intentó unificar esta masa de personas en un Estado-nación, pero no contó con la base nacional mínima para hacerlo. Mi generación creció en un país con tendencias seculares y una educación occidental, aun así no se logró evitar las revueltas religiosas, muy lacerantes en el este de la península. Y Erdoğan, junto a sus ‘amigos’, aprovechó esta tendencia para derrocar la república secular y crear un estado basado en la sharía. Sus primeros acordes fueron muy taimados y recibieron el apoyo de los socios occidentales. Sin embrago, la masa ha alzado la voz y ha dicho que repudia el fascismo militar y el fascismo religioso.