Tras las pisadas del exilio español

Mireia García Contreras publica «Las palabras calladas» (Espasa) donde narra las dramáticas circunstancias que sufrieron los cerca de medio millón de republicanos que huyeron a Francia en 1939 y fueron internados en los campos de concentración galos.

 

Texto y fotos: Francisco Luis del Pino Olmedo

En estos tiempos convulsos donde la exaltación partidista intenta deslegitimizar la Historia, y mantener o subvertir la indignidad del abandono a las miles de personas que yacen en las fosas comunes y cunetas de España, negándoles con su cerrajón vengativo, una sepultura  “cristiana”. El tema del exilio español y las dramáticas circunstancia que sufrieron los cerca de medio millón de republicanos que huyeron a Francia en 1939 y fueron internados en los campos de concentración galos, con sus dramáticos y hasta trágicos destinos posteriores, resurge y cobra vida en la novela nuevamente. Esta vez de la pluma de la periodista y socióloga Mireia García Contreras que con Las palabras calladas (Espasa) hace un ejercicio sereno de homenaje a través del reencuentro entre algunos de los representantes de aquella diáspora maldita, y sus descendientes. Una novela coral que discurre en una atmósfera suficientemente próxima para que el lector se sienta afectado por los acontecimientos que narra, y al tiempo admirado del buen pulso que, además de no entrar en ningún tipo de viscelaridad, acaba por dejar un poso de reflexión que choca frontalmente con el griterío de quienes intentan una vez más deformar con sus mentiras y exigencias espurias, la realidad objetiva de una parte de  la Historia trágica de nuestro país.

 

Una mirada al techo de la historia

En la segunda planta del MUME (Museu Memorial de l`Exili) situado en la Jonquera (Girona), donde nos hemos reunido con la autora por ser esta población el paso fronterizo por el que huyó la mayor parte de los exiliados camino a Francia, hay, plasmado en el techo  una alegoría que representa las pisadas de todos aquellos que dejaron su huella forzada por el drama del exilio.

Mireia García Contreras mira fijamente esas huellas que, probablemente le sirvieran de inspiración para trazar en la ficción de la novela, las vivencias de seis personajes, tres de ellos en febrero de 1939 huyendo de las tropas franquistas vencedoras de aquella incivil Guerra Civil (1936-1939) que después de  las tres guerras carlistas en el siglo XIX fue la más sangrienta, y cuyos ecos vibran todavía hoy con tremendo furor. Y los otros tres, descendientes de los primeros, que se encuentran casualmente en la estación ferroviaria de Portbou y cuya convivencia dura 24 horas en febrero de 2019.

 

La descripción de aquella Retirada convertida en una desbandada que, entre la población civil presa del pánico, fue una auténtica odisea con sus ancianos y niños a cuestas, se fija en Las palabras calladas en la figura de tres soldados republicanos que cruzan la frontera y son internados en el Campo de Argelés-Sur- Mer, en el Sur de Francia.

 

Una lectura sosegada proporciona la reflexión que por ser esta su primera novela publicada (“que no escrita”), sobresale, entre otras apreciaciones, la excelencia de su lenguaje, amén de la armonía en el desarrollo de un doble plano temporal que utiliza como espejos uno del otro: “la memoria familiar callada de unos hombres y mujeres que vivieron la tragedia del exilio, y sus peripecias, valor y emociones que afloran varias generaciones más tarde”.

 

Sorprende que Mireia García Contreras no conociera hasta hace unos quince años “las aventuras que tuvieron que vivir cientos de miles de republicanos obligados a cruzar la frontera”. Aunque sí conocía la represión franquista del interior por uno de sus abuelos que fue represaliado. “Cuando acabó la guerra mi abuelo materno como había sido, no solo soldado republicano, sino un personaje significado políticamente en su pueblo –una pequeña localidad de Granada- porque era socialista. Y su hermano alcalde durante la República, se lo llevaron primero al Presidio del Puerto de Santa María -que era el infierno- ; y después, al Valle de los Caídos a picar piedra durante diez años. Murió un año después de salir al ser indultado. Todo aquello destrozó la familia y esta historia siempre ha formado parte de la mitología familiar. En mi caso no como vergüenza que era un sentimiento heredado de la represión”.

Explica la escritora a Librújula que desde muy joven comprendió que parte de las circunstancias familiares se debían a lo que habían pasado. “Los que habían vencido  siguieron con su vida, aunque hubieran sufrido la tragedia, que también perdieron a mucha gente. Pero eran los vencedores y pudieron recuperar su orgullo, el estatus que tenían antes o acrecentarlo si se quedaron con los bienes de los republicanos. Sin embargo, a los vencidos se les arrebató todo.”

 

La autora es de la opinión que los vencidos pierden dos veces y eso lo quería reflejar en la novela. Pero, afirma que no deseaba que la historia familiar cobrara protagonismo en la creación literaria.  A la pregunta de si ha tenido algún problema por la cercanía del tema, asegura que no. “Porque no hay ningún familiar mío en esta historia. Sí, parte emocional, pero no biográfica, con lo cual no he tenido el miedo de ofender ni perderle el respeto a nadie. De faltar a la verdad”.  “Y además“, añade, “porque creo que hay que poner una buena barrera para que la realidad no se te coma una buena ficción. Y tiré por ahí, por el exilio en el Sur de Francia”.

 

La autora de “Las palabras calladas”, reconoce que no ha recogido ningún testimonio, “porque casi no queda nadie vivo de aquella tragedia. Lo que sí he hecho ha sido leer libros y ensayos de Historia en los que se habían recogido testimonios. Y también he visto documentales, algunos muy interesantes”.

 

La novela está estructurada en diversas partes: primero los personajes que están en Portbou, después en Argelés, más tarde en Montpelier. La cuestión es hasta qué punto la documentación ha podido guiar la historia. “A partir de la segunda parte, en la que a uno de los personajes (Rafael) lo mandan al campo de Trabajo argelino de Djelfa. Yo no tenía pensado situar a ningún personaje en Argelia; pero documentándome descubrí que muchos republicanos prisioneros en el Sur de Francia, sobre todo los que estaban en el campo de castigo de Le Vernet d´Ariège, donde si se portaban “mal” los enviaban a construir el ferrocarril transahariano, como le ocurrió a Max Aub. Esto lo descubrí con la documentación y leyendo también al escritor. Por lo que pensé, esto tiene que aparecer”. Argelia, precisa la autora, es el único de los lugares de la novela que no ha visitado. Aunque, ha suplido esa ausencia física con información y lectura sobre esa parte de la historia. Se reafirma en que “me he empapado de toda la información relevante”.

 

Volviendo a la escritura de la novela, la historia funciona a base de regresiones. Solo hay un momento que el narrador se adelanta a los acontecimientos. “Sí, es el único que le he permitido al narrador adelantarse a la historia”.

 

García Contreras explica a quienes va dirigida la novela. “A la gente que perdieron la voz. A esta generación de vencidos que fueron doblegados varias veces. Y a los que taparon la boca e hicieron callar”. Reconoce que es un homenaje y que durante la escritura lo ha tenido siempre muy presente. Pero igualmente a los más jóvenes que, después de tantas generaciones, el sufrimiento se ha diluido tanto que ya no les afecta. Me encantaría que leyeran la novela para conectar un poco con la Historia”.

 

Librújula pregunta también por el tema de las 150.000 personas que siguen en las cunetas y fosas comunes, muchas todavía sin descubrir. Y en los nietos de aquellos abuelos que pueden ser potencialmente un grupo sensible a convertirse en lectores. Y si la autora pensó en ellos al escribir la novela. “Si te soy sincera cuando estaba escribiéndola intentaba no pensar en el potencial lector, porque si no te condiciona. Durante la escritura no me lo planteaba. Pero ahora, pienso que sí puede ayudarles a  recomponer su historia familiar, o darles ánimo para seguir indagando. Para luchar para que no haya tantas trabas burocráticas para poder exhumar a tu abuelo de una cuneta, y lo mismo para rescatar sus sumarios”.

 

En cuanto a otros posibles lectores de su novela, Mireia García Contreras, añade que” yo creo que el lector de esta novela ya está muy posicionado políticamente. Los exaltados que mencionas ni se van a acercar a Las palabras calladas. Me sorprendería –muy gratamente- lo contrario. Y a ese grupo neutro tan joven se le podría abrir una ventana. Las novelas creo que más que conocimiento aportan una forma de entender el mundo”.

Y concluye alzando la vista hacia las huellas alegóricas de tantos miles de exiliados republicanos que huyeron por este paso en una ruta dramática hacia Francia. “Quizá, en un momento que, como tú dices, las posiciones están tan polarizadas, pueda aportar un poco de serenidad”.