Tom Gauld: “Jane Austen entra en un bar y….”

El ilustrador y autor de cómics y chistes gráficos ha hecho de la literatura y la ciencia el centro de una obra que captura el lado más desmitificador y desternillante de ambos mundos.

Texto: Antonio LOZANO  Ilustración: Tom GAULD

 

Convendremos que ningún escritor del planeta es capaz de levantar entusiasmos absolutamente unánimes, pero hay alguien que, riéndose de los escritores, ridiculizándolos -siempre desde el respeto y el cariño- ha puesto de acuerdo a todos. Y no sólo mofándose de ellos sino del conjunto de piezas del mundo del libro: agentes, críticos, editores, traductores, responsables de prensa y de márketing, libreros, bibliotecarios… y, por supuesto, de los propios lectores. No parece haber nadie que al cruzarse con las tiras cómicas de Tom Gauld no haya caído seducido por el ingenio y el sentido del humor con el que retrata las miserias del microcosmos literario, ese gran carnaval de vanidad, envidia, esnobismo, apariencias y fracasos. Pero es que exactamente lo mismo podríamos decir de la comunidad científica, la otra principal diana de sus dardos llenos de inventiva e ironía.

Diecisiete años lleva Gauld publicando tiras sobre ambas esferas -en The Guardian, las librescas y en New Scientist, las de ciencia- que acaban revelándose hermanas en los sustratos de absurdidad y ruindad que hierven bajo su imagen de repositorios de las más altas cotas de inteligencia y logros del espíritu humano (tales son las similitudes que el dibujante ha declarado que en ocasiones no sabe hasta el final si irán en uno u otro medio).

No sólo esto, sin embargo. También juega con el acervo cultural común  y sus piezas dan la bienvenida a todos: desde los académicos y doctorandos con más conocimientos en la materia a los que no acabaron los estudios básicos. Un meritorio e inusual punto de encuentro entre el Premio Nobel y el ni-ni, con una vuelta de tuerca desternillante a la esencia de algunos clásicos y a los códigos de la literatura de género. (Ejemplos que obviamente sólo alcanzan todo su sentido y potencial sobre el papel:  por una viñeta encabezada por la frase “Novelas en edición resumida para lectores modernos con poco tiempo” desfilan títulos alternativos como Cien minutos de soledad de García Márquez, Veinte leguas de viaje submarino de Verne o El corto adiós de Chandler; o Jo March, autora de Mujercitas, se decanta por titular su novela El ataque de las novias zombi uniendo los dos desenlaces posibles que le sugiere su editor al comentarle que “si la protagonista es una chica, al final tiene que acabar casada o muerta”.

Ambos botones de muestra se extraen de La venganza de los bibliotecarios, su último libro, una selección de tiras cómicas recientes publicadas por The Guardian, que se suma a una anterior, En la cocina con Kafka. Ha habido también recopilaciones de sus tiras científicas (El Departamento de Teorías Alucinantes y Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora), cómics sueltos (Goliat, Un policía en la luna), un álbum ilustrado infantil (El pequeño robot de madera y la princesa tronco) y ocasionales portadas para el semanario The New Yorker. Gauld visitó el pasado noviembre Barcelona y Madrid de cara a promocionar su novedad. Este periodista no calibró la expectación que despertaría la presentación en la librería Finestres; diez minutos antes del arranque del acto todas las sillas estaban ocupadas y los rezagados nos veíamos forzados a distribuirnos por los rincones de la sala a la búsqueda del mejor ángulo visual. En retrospectiva resultaba evidente que un artista cuyos chistes son celebrados con alborozo por todos los sectores retratados (que no son pocos), que incendian las redes sociales y cuyas versiones en forma de postal o fotocopia pueblan los corchos, neveras y otros espacios de muy variados departamentos profesionales iba a protagonizar un lleno total (“Nada me produce más satisfacción que recibir un email de un geólogo pidiéndome permiso para utilizar una tira en una de sus conferencias”, ha declarado).

El acto empezó con un pase de diapositivas con algunas de las nuevas tiras cómicas que provocaron la hilaridad general y permitieron comprobar otra de las razones de la conexión del público con ellas: el reconocimiento. La del individuo que al acostarse en la cama deja el libro que planeaba leer sobre el regazo y saca el teléfono móvil para “tontear en las redes sociales durante 45 minutos”, paso previo a acabar apagando la luz, nació de la propia experiencia del autor pero quedó claro que era compartida por todos los presentes.

Otra de las habilidades comunicativas de Tom Gauld surge de incorporar la actualidad a sus microhistorias, dos tiras unidas por el tema del confinamiento que mostró al púbico ilustraron la cuestión. En una asistimos a la imperturbable actitud de un gato ante las diferentes fases del proceso (él va a lo suyo, resumible en un inmovilismo placentero, mientras el mundo parece derrumbarse), y en la otra encontramos a una especie de cucaracha trabajando afanosamente en casa, móvil y ordenador atendidos de forma simultánea, con un pie de dibujo en el que leemos: “Al despertar una mañana, Gregorio Samsa se encontró convertido en un insecto gigante, pero, debido al confinamiento, su vida siguió más o menos igual que hasta entonces”,

Según sus propias palabras, Gauld se interesó por el dibujo desde muy niño, en parte influenciado por su padre, un arquitecto al que veía siempre entre lápices y papel, en parte por su amor infinito por los cómics. Señaló su deuda formal, con la llamada “línea clara”, de los álbumes de Tintin y de Astérix, los únicos presentes en la biblioteca de su barrio, supone que por cierto esnobismo, en el sentido de que sólo el aroma intelectual que desprendían estos representantes europeos de un género en esencia menor merecían atención. Estudiante de Bellas Artes en Edimburgo y después en Londres, no tardó en descubrir que el humor era el terreno en que se sentía más a gusto, pero su especialización en el ámbito literario fue accidental. Contratado como ilustrador esporádico por The Guardian, su gran oportunidad en el diario llegó cuando la mítica Posy Simmons -de quien ningún fan de Gauld debería perderse su libro El mundillo literario (Salamandra Graphic), de estética bien distinta aunque con afinidades temáticas y tonales- se tomó unos meses de descanso y el director de arte le propuso cubrir su sección.

Aquel fue un salto cuántico que al cabo de poco tiempo derivaría en un espacio propio y el resto son diecisiete años de historia, de tiras cómicas semanales que lo han transformado “en un robot Terminator a la caza de ideas, siempre apuntando cosas en mi mini bloc de notas, mi libreta o mi móvil”. La disciplina que exige la entrega periódica acaba disipando las crisis puntuales que lo llevan a preguntarse si ya lo ha dicho todo. En momentos de estancamiento se le abren opciones como salir a caminar o tomarse un café que lo energice (a veces se suman las dos cosas y acude a una cafetería), o abrir una libreta y escarbar entre los apuntes que un día se dejaron en barbecho con la esperanza de que el paso del tiempo revelara nuevos ángulos o posibilidades (“Tengo la teoría de que una mala idea puede ser el comienzo de una buena idea”, señaló”).

Pese a un rodaje de tantos años, pervive la incertidumbre sobre cuánto va a tardar esa idea primigenia en cristalizar en una combinación de palabras y dibujo que funcione como dispositivo cómico. Hay bombillas que se encienden en forma de imagen o texto que prometen una resolución fácil y lo que aparentaba ser cuestión de unas horas crece y crece. A este respecto comparte un caso concreto:

“Recuerdo, por ejemplo, cuando me vino a la cabeza la imagen de un libro con brazos y piernas recostado en el diván de un psicoanalista. Lo dibujé en cinco minutos pensando que el bocadillo sería coser y cantar, pero me tiré siete horas en dar con el texto (Spoiler alert: al libro le angustiaba la posibilidad de que su dueño le engañara con un audiolibro). Sobre el proceso en general habrá quienes piensen que me sale todo rápido y fácil cuando la verdad es que hago muchos esbozos y dedico mucho tiempo a editar la caja de texto pensando en el efecto de cada palabra”.

Gauld recuerda que uno nunca es el más fiable crítico de su trabajo: con frecuencia le ha ocurrido que algo que ha entregado con reticencia porque no le había parecido muy logrado ha acabado siendo una pieza muy apreciada por la gente. Hablando de aprecio, sale en la charla que a todos los sectores sobre los que se ríe se lo pasan en grande con su trabajo. Jamás ha recibido una queja, todo lo contrario, muchos profesionales de las más variadas disciplinas le escriben solicitándole permiso para reproducir una de sus tiras cómicas en una charla púbica. En su opinión, esto es prueba de que dibuja sólo desde el cariño y el interés, si nota que en el germen de alguna viñeta está la rabia o la frustración, se le encienden las alarmas y da media vuelta. El turno de preguntas del público confirma esta teoría. Una mujer levanta la mano y explica que está ahí en representación de su marido, un bibliotecario atrapado frente al mostrador que le ha rogado que memorice cuanto pueda del acto para luego reproducírselo en casa.  El autor de cómics confiesa que el título La revancha de los bibliotecarios fue una operación de cálculo comercial pues sabía que era un sector particularmente entusiasta de su trabajo y que así se garantizaba unas ventas generosas de entrada. La elaboración de la respuesta profundizó en el modo en el que filtra la información que la realidad le sirve para obtener una determinada respuesta por parte del lector.

 

“Tengo una biblioteca muy cerca de casa a la que me encanta acudir y me tomé como una afrenta personal cuando el gobierno británico empezó a recortar los fondos presupuestarios para bibliotecas. Mi primera reacción fue hacer una airada tira cómica sobre ello, pero habría sido una respuesta previsible y movida por la amargura, de manera que me decanté por presentar a los bibliotecarios al modo de granjeros levantados en armas. Respaldé su causa mostrándolos malvados, lo que se puede antojar paradójico pero que funciona en el maravilloso mundo de los cómics. Una de las claves de mis tiras cómicas radica en subvertir los lugares comunes, hacer añicos las expectativas del lector. Uno se espera que un bibliotecario sea alguien tranquilo, silencioso y con un punto retraído, lo que me condujo a representarlos en una actitud agresiva e irascible”.

Hacia el final del acto toma la palabra su traductor, Carlos Mayor, para hablar de las reiteradas dificultades a la hora de encontrar equivalentes en la lengua castellana para los juegos de palabras y guiños culturales que atesoran sus viñetas. En más de una ocasión la barrera es tan infranqueable que Tom Gauld se ha prestado a confeccionar algunas específicas -retocando líneas o cambiando dibujos- para las ediciones no anglosajonas.

Durante una hora, Tom Gauld ha ido ofreciendo una clase magistral sobre el oficio desde la humildad y la calidez: la claridad lo es todo: “Si por un momento al lector le embarga el desconcierto y debe salir de la experiencia para preguntarse qué panel toca a continuación, estás perdido”; la composición, esto es, la manera en que se despliegan las imágenes y las palabras en el texto es lo que en última instancia convierte al cómic en una forma artística, no las imágenes o las palabras por sí solas/ los álbumes permiten jugar mejor con las pausas y los silencios, con esos momentos en los que pareces encontrarte a solas con los personajes y procuras imaginar lo que estarán pensando/las tiras cómicas tienen una segunda y mucho más expandida vida en las redes sociales, lo que determina en parte su elaboración.

La cola para firmar ejemplares sale de la librería para serpentear por las calles. Mi nulo sentido mitómano impide que me una a la intimidante fila. Quizá algún día sí que contacte con el protagonista para pedirle autorización para usar una de sus tiras cómicas, dedicada a los críticos literarios, en algún curso o similar. Titulada “El dado de las reseñas”, en ella se invita a confeccionar un dado que salga en tu auxilio cuando no tengas claro qué clase de reseña literaria vas a escribir. Las opciones que sirven las diferentes caras son las que siguen:

.Un análisis refinado y esclarecedor

.Un ensayo personalista sin ton ni son que apenas mencione el libro

.¡Una carta de amor apasionada!

.¡Una crítica despiadada!

.Una explicación superdetallada del argumento que lo destripe entero

.Una invectiva escrita con una cortesía brutal