Tim Marshall: “La geografía sigue siendo un pilar fundamental en el juego de poder internacional”

El periodista y escritor Tim Marshall publica «El poder de la geografía. Los diez territorios que desafían nuestro futuro« (Península). 

Texto: David Valiente

 

En El poder de la geografía. Los diez territorios que desafían nuestro futuro (Península) Tim Marshall sigue la línea de su gran éxito de ventas, Prisioneros de la geografía, y examina la historia, las ventajas y desventajas geográficas y el papel internacional que Australia, Irán, Arabia Saudí, Reino Unido, Turquía, Grecia, el Sahel, Etiopia y España jugarán (si no lo hacen ya) en la partida internacional y en el sistema de contrapesos e influencia que las grandes potencias desarrollan en la carrera por convertirse o seguir siendo el hegemón.

Su nuevo libro publicado en español es el segundo volumen de su trilogía sobre la geopolítica. De hecho, contiene un capítulo dedicado a explicar la carrera espacial que conecta con la tercera parte, The Future of the Geography, que todavía no ha sido traducido a nuestro idioma. A través de la pantalla del ordenador, Tim Marshall explica que esta trilogía hace un guiño humorístico a la obra radiofónica de Douglas Adams, Guía del autoestopista galáctico, y es una manera de explicar la geografía mundial y facilitar el proceso de comprensión de los fenómenos que azotan el panorama internacional.

 

Tanto en Prisioneros de la geografía como en El poder de la geografía, usted muestra lo condicionante que puede llegar a ser la geografía en la toma de decisiones políticas y en la construcción de una estructura de seguridad para los países. Sin embargo, en el libro que se acaba de traducir al español hay un capítulo dedicado a explicar la carrera al espacio. Entonces, ¿cree que la geografía sigue teniendo la relevancia de antaño en lo referente a las relaciones internacionales?

Yo diría que sí. Pero los avances tecnológicos han provocado que centremos nuestro interés en otros aspectos de la propia geografía. Por ejemplo, en el siglo XIX el combustible fósil más empleado era el carbón. Los mapas que se realizaban trataban de localizar las fuentes para proyectar las estrategias y asegurar su extracción. En los siguientes siglos, el carbón fue sustituido por el petróleo y, eventualmente, integraremos las energías renovables que requerirán de una serie de minerales para su consecución técnica. Esto significa que los mapas continuarán siendo importantes al transmitir la información que se precisa en cada momento. Además, los avances tecnológicos tampoco han superado del todo las barreras del espacio geográfico. Ya sabemos que el último bombardeo efectuado por Israel a puntos claves del territorio iraní requirió una preparación logística e intendencia que incluyó la localización de las zonas de repostaje de aviones y la forma de abastecerlos durante la operación.

 

El cambio climático, la lucha por el agua o las migraciones son desafíos muy presentes en nuestro tiempo. ¿Podrían estar creando un nuevo mapa geopolítico?

Claro. En las regiones altas de América Central uno de los cultivos más extendidos es el café. Si el cambio climático sigue elevando la temperatura de la tierra, los cafeteros tendrán que desplazarse a las regiones más bajas, donde seguramente se produzcan conflictos con los agricultores establecidos desde hace generaciones. A su vez, esta competencia provocará la emigración de miles de personas a los Estados Unidos, afectando a su política interna. Los mapas también nos muestran que las rutas empleadas hoy por los migrantes para llegar a Ceuta y Melilla son las mismas que hace siglos se empleaban para el comercio.

 

Con el fin de la Guerra Fría, un creciente optimismo se apoderó de los académicos. Se publicaban sendos ensayos justificando que la geoeconomía iba a sustituir a la geopolítica y que el soft power dejaría a un lado las herramientas del hard power. ¿Parece que los académicos fueron algo imprudentes?

El poder blando tiene una gran importancia. A pesar de todo lo sucedido, Estados Unidos sigue contando con una buena imagen y eso se debe a los esfuerzos desplegados en fomentar su poder blando. Sin embargo, es un error pensar que terminará por desbancar las medidas más coercitivas. A principios de este siglo, los intelectuales europeos creyeron que en el Viejo Continente la guerra había terminado para siempre, y mira ahora. Esos académicos estudiaron los últimos treinta años de historia y se olvidaron de los siglos anteriores. Nunca hemos dejado de ser humanos, y hasta que nuestra naturaleza no consiga evolucionar más a nivel cualitativo, las medidas que impliquen poder duro seguirán estando a la orden del día.

 

En términos geográficos, Australia se caracteriza por ser una isla-continente. ¿Este factor ha jugado a su favor o en su contra?

No creo que su situación sea la más favorable. Una buena parte de su geografía no contribuye a un bienestar generalizado. La población se concentra en un pequeño arco costero que representa a un 15% del territorio total. El 85% restante es prácticamente inhabitable, inadecuado por completo para el desarrollo de las comunidades humanas. Asimismo, no es autosuficiente en términos energéticos, depende del petróleo que se importa y se transporta en barco a un precio más elevado porque Australia se encuentra lejos de las rutas comerciales, lo que encarece tanto la exportación como la importación de productos. Si a esto le sumamos su vulnerabilidad defensiva, debido a la cantidad de kilómetros de costa que tiene para defender, podemos comprobar que la geografía no le es nada ventajosa. De hecho, además de una buena flota, Canberra necesita de un aliado fuerte que le proporcione apoyo en la creación de una estructura de seguridad.

 

¿Tiene algún punto a su favor?

Bajo el suelo se esconde una gran riqueza en forma de diversos minerales.

 

Los países de la región Indo-Pacífico muestran su descontento con la asertividad china. Uno de esos países es Australia, con quien comparte unas relaciones diplomáticas algo inestables, aunque los intercambios comerciales son fluidos. ¿Qué ventajas podría tener Canberra frente a un hipotético conflicto armado con Pekín?

Para lograr mantener un espacio de seguridad sin fisura, Australia no debe desatender su alianza con Estados Unidos. En 2021, Australia formó la alianza estratégica militar AUKUS junto a Estados Unidos y Reino Unido. Dentro de este marco defensivo, Washington vendió a Canberra unos submarinos de propulsión nuclear que complementan la alta tecnología militar de la que ya dispone el país, y que le podría dar algo de aire en un hipotético escenario bélico (que esperemos nunca suceda). La situación geopolítica de Australia explica su acercamiento a otros actores regionales, como Japón o la India.

 

Desde el asesinato de Masha Amini a manos de los guardianes de la moralidad, la situación social en Irán es muy tensa. Algunas estadísticas aseguran que más del 90% de los ciudadanos no quieren que el régimen de los ayatolás siga en el gobierno. En el exterior, la situación no va mejor para Teherán; los ataques de Israel han debilitado mucho la estructura proxy que había desarrollado en las últimas décadas, dejando su credibilidad internacional hecha polvo. ¿Irán tiene alguna posibilidad de salir de esta encrucijada sin emplear la violencia?

A nivel internacional, los golpes asestados por Tel Aviv a sus agentes proxy (Hamás, Hezbolá, Hutíes) ha mermado su capacidad de respuesta armada. Tampoco me parece probable que Teherán emprenda una acción directa porque los últimos bombardeos de Israel al país golpearon sus defensas antiaéreas e Irán no se atreverá a llevar a cabo una operación ofensiva si no cuenta con la capacidad de defenderse de un contraataque aseguro. A lo mejor podría optar por pequeños ataques, algo así como atentados terroristas, pero no creo que pueda emprender acciones más contundentes. A nivel doméstico, por otra parte, solo le queda la alternativa de la violencia y la brutalidad extrema. De todos modos, esas estadísticas que cita no son fáciles de comprobar. Todavía hay un importante número de iraníes conservadores y religiosos. De hecho, si los ayatolás cayeran del poder, no creo que lo sustituyera un régimen democrático, sino un gobierno militar encabezado por la Guardia Revolucionaria, quienes no solo tienen el poder de las armas, sino también grandes intereses comerciales y, por supuesto, no van a permitir que la democracia les quite el emporio.

 

La némesis regional de Irán es Arabia Saudí. Sin embargo, el año pasado China logró que los dos países retomaran relaciones diplomáticas, hasta el punto de que se han anunciado unos ejercicios militares navales entre ambos. ¿Estamos ante una nueva era regional?

Lo dudo mucho. Pekín ha salido beneficiado de este movimiento diplomático. Ha enviado un mensaje al mundo: los países en conflicto con sus vecinos ya no necesitan la intermediación de los Estados Unidos, es mejor recurrir a China si lo que se desea es la paz. Pero la estabilidad conseguida en este caso será temporal. En los últimos cruces de palabras hostiles entre Irán e Israel, el primero insinuó que si a los israelíes se les ocurría atacar sus instalaciones petrolíferas, ellos harían lo propio pero con las instalaciones de Arabia Saudí. Eso no son muestras de buena relación. De hecho, detrás del conflicto geopolítico, está la rivalidad religiosa. Los chiitas no van a aceptar que la Casa Saud dirija la Umma cuando, según lo estipulado en sus creencias, Alí es el verdadero sucesor del profeta; ni tampoco consentirá que los árabes derroten al pueblo persa. Si los ataques de Hamás no se hubieran producido el 7 de octubre de 2023, Arabia Saudí e Israel hubieran establecido relaciones diplomáticas, siguiendo el camino recorrido por otros países musulmanes como Egipto, Sudán, Jordania o Emiratos Árabes Unidos. Así que, cuando la espiral de violencia termine, estoy seguro de que Arabia Saudí e Israel retomarán las negociaciones de paz porque los intereses comerciales así lo requieren.

 

Da la sensación de que Arabia Saudí tiene mucho que ganar si Irán e Israel se enfrentaran en una guerra directa…

Teherán teme la buena sintonía entre los israelíes y los sauditas, porque eso quiere decir que su mayor rival económico se aliaría con su mayor oponente militar. Desde tiempos modernos, Arabia Saudí no ha ocultado los recelos que siente por Irán y, aunque una guerra regional le resulta incómoda, la debilidad que está mostrando el régimen de los ayatolás beneficia los intereses de Riad. Se podría decir incluso que está silenciosamente satisfecho con el bombardeo de Israel sobre posiciones militares iraníes. Creo que cuando la guerra termine, los sauditas presionarán para que el plan de los dos Estados vuelva a estar sobre la mesa de negociación. Y esperemos que esta vez sí sea exitoso.

 

Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se ha encargado de proporcionar seguridad a Arabia Saudí. Sin embargo, en los últimos dos años Riad se acerca cada vez más a Pekín. ¿Qué lectura podemos hacer de este movimiento?

Sí, es verdad que ambos países han estrechado lazos comerciales. Los comentarios de Joe Biden por el asesinato de periodista Jamal Khashoggi en la embajada saudí de Turquía convirtieron al país en una especie de paria internacional. Sin embargo, unos cuantos meses después, Estados Unidos y Arabia Saudí acercaron posturas por la necesidad que tenía el mundo de petróleo árabe. Por otro lado, el temor a Irán no ha desaparecido, los saudíes saben que en caso de un conflicto directo China no acudirá en su ayuda. Por lo tanto, las condiciones tácitas del acuerdo entre Estados Unidos y Arabia Saudí no ha desaparecido: uno abastece a los mercados de combustible y el otro proporciona seguridad al país. En relaciones internacionales, los países juegan con los balances según las exigencias coyunturales. Hay veces que ponen todos sus esfuerzos en mantener buenas relaciones con un Estado, otras bifurcan esos esfuerzos. En el momento actual y en el caso que atañe a Arabia Saudí su principal interés es conservar su buena sintonía con Washington. Esto no quiere decir que en un futuro la situación cambie, pero por el momento es como es.

 

Uno de los países decisivos en la segunda mitad del siglo XXI será sin duda Turquía. Pero su relación con Occidente no ha sido del todo amistosa y ha experimentado algunos altibajos. ¿Los europeos hemos dado la espalda a nuestro vecino?

Occidente siempre ha intentado definir a Turquía y entender si su naturaleza es asiática u occidental. Los europeos no se han tomado en serio las pretensiones turcas de formar parte de la Unión Europea y han terminado por hacerle caso omiso. Esto se debe sobre todo a cuestiones económicas y culturales: Ankara ha mostrado su incapacidad de alcanzar los requisitos estipulados para acceder a la membresía de la Unión. Por supuesto, la actitud europea no ha sentado nada bien a los turcos, aunque las relaciones comerciales no se han visto afectadas por esto. Con la OTAN, la relación cada vez es más complicada; la asociación no ha visto con buenos ojos que Turquía comprara a los rusos S-400 (sistema de transporte de misiles). No hace mucho tiempo se hablaba de la posibilidad de que Ankara abandonara el tratado, ya que no dejaba de ser un miembro atípico que tenía unas relaciones frías con Estados Unidos y otros miembros de la Organización. Ahora esto no se plantea, aun cuando Turquía no se ha sentido respaldada por el resto de miembros debido a sus problemas con el separatismo Kurdo. Dentro del país crece el ultranacionalismo y su presencia como potencia regional militar y económica en los Balcanes o el Norte de África no es desdeñable. Turquía es un poder de segunda fila con capacidad para liderar.

 

Desde luego, su relación con Grecia es más que tensa. Se ha podido ver en diversas ocasiones las amenazas vertidas por los turcos y como terceras potencias han tenido que mediar o posicionarse con el bando griego. No obstante, desde que comenzó la guerra en Ucrania y en Oriente en el Mediterráneo Oriental se respira más tranquilidad.

En 2021 se produjo un cruce de reproches, el tono era cada vez más beligerante, incluso se produjeron pequeños incidentes de índole militar. Un año después comenzó la guerra y Turquía desplazó su atención al mar Negro. En defensa de los turcos tengo que decir que han ejecutado bien su labor de ser los policías del estrecho del Bósforo. También se han implicado en las negociaciones entre Rusia y Ucrania por el asunto del trigo y el grano. De hecho, aún mantiene la esperanza de ser el mediador que consiga hacer que los dos países levanten la bandera blanca. Con todo esto, lo que quiero decir es que las tensiones en el Mediterráneo Oriental están en pausa y que cuando la guerra termine regresarán otra vez. El foco de Turquía está puesto en otra parte, pero la carrera armamentística entre los dos países no ha cesado y las heridas históricas siguen sin sanar.

 

Vamos a hablar de la guerra en Oriente. Tengo la sensación de que Israel está demostrando su poder con sus intervenciones en Gaza y el sur del Líbano y con los ataques a Irán.

Antes de nada quiero dejar claro que no estoy a favor ni en contra de las iniciativas de Israel, lo que voy a expresar ahora no refleja una opinión personal; es un análisis que pretende ser lo más imparcial posible. Desde una perspectiva geopolítica y de seguridad, Israel tenía muy pocas opciones de respuesta a lo sucedido en octubre. Durante las últimas siete décadas, su estrategia ha consistido en convencer a sus vecinos de que contaba con un mayor poder militar y político. Sin embargo, la estrategia de la disuasión se hizo añicos hace un año y en un solo día. De pronto Israel se veía vulnerable, por eso a los israelíes les apremiaba reconstruir una imagen de poder y fuerza, aunque ello supusiera hacer cosas muy incómodas. En gran medida está logrando sus objetivos con los ataques que ha emprendido a diferentes actores de la región. En un año ha logrado restablecer lo que se perdió en un día. Ciertamente, su despliegue de poder ha afectado a la economía. Sin embargo, desde su perspectiva, la inseguridad regional también afectaba a su crecimiento económico porque sin estabilidad territorial ninguna actividad puede desarrollarse. Uno de los motivos, por tanto, de la invasión del sur del Líbano ha sido asegurar la región norte de Israel, permitir que los 60 000 ciudadanos regresen a sus tierras para reactivar la agricultura y la industria, que estaban de capa caída. La reputación internacional del país también se ha visto dañada en algunas partes del mundo y en el campo de batalla Israel ha perdido cientos de soldados. Desde luego, no puede prolongar eternamente la invasión del sur del Líbano, aunque aún tiene unos meses para sostener su actitud beligerante; ya lo hizo en 2006 y se aseguró dieciocho años de relativa calma. Creo que Hezbolá está buscando el momento adecuado para retirarse de la guerra y esto sucederá cuando pueda mostrar a sus seguidores que han ganado la batalla, y que con magnanimidad permiten a los israelíes retirar sus tropas. Ellos también se retirarán unas millas de la frontera y siempre que los agentes sionistas no vuelvan a atacar, la paz reinará en la región.