Theodor Kallifatides: “La guerra no soluciona nada, solo engendra más problemas”

El escritor griego cierra su trilogía sobre la II Guerra Mundial y la guerra civil de Grecia con “Una paz cruel” (Galaxia Gutenberg).

 

Texto: David Valiente  Foto: Asís G. Ayerbe

 

Theodor Kallifatides (Malaoi 1938) avanza en el aprendizaje del español. Durante la entrevista que concedió por el cierre de su trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil de Grecia, se animó a charlar un poco en la lengua de Cervantes: “Aunque no tengo muchas oportunidades de practicarlo, puedo hablar un poco de español. Empecé a estudiarlo a los ochenta y dos años, una edad muy tardía. No creo que mucha gente a esa edad se atreva a aprender un nuevo idioma”, dice con una ligera sonrisa. Es un apasionado de las lenguas y una prueba fehaciente de ello es haber escrito en sueco Campesinos y señores, El arado y la espada, y Una paz cruel (Galaxia Gutenberg).

Sus libros empiezan con una descripción del pequeño pueblo de Yalós y sus gentes, para luego relatar la ocupación alemana sufrida por la población griega entre 1941 y 1944. Una vez los invasores se retiran, Grecia se sumerge en una guerra civil que obliga a Minos, el personaje más destacado de las novelas, a mudarse con su familia a la capital griega. Allí vivirán las dificultades de la posguerra, mientras Minos emprende ese camino ya de por sí difícil de convertirse en un hombre.

 

¿Por qué inició la escritura de esta trilogía?

La primera vez que se me ocurrió escribir estos libros fue cuando tenía 18 años. Acababa de terminar el instituto y me encontraba en Atenas (a los ocho años tuve que huir junto a mi familia de mi aldea natal porque estábamos en peligro). Recuerdo que ese día estaba lloviendo y busqué resguardo en el cine. Mientras esperaba a que dejara de llover, estos tres libros vinieron a mi mente: visualicé escenarios, acciones y rostros de los personajes… y pensé que algún día escribiría esos libros. Por aquel entonces tenía muchos recuerdos de mi pueblo, invadido por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y de la acción de la Resistencia para combatirlos. Sin embargo, era muy joven y tuve que esperar hasta mi sexto año viviendo en Suecia para comenzar a escribir la trilogía.

 

¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en estas novelas?

No hay nada de ficción en estas novelas; todo lo que cuento ha sucedido en la vida real. Sin embargo, respecto a la parte autobiográfica es diferente. Los acontecimientos relacionados con mi vida personal están maquillados: he cambiado los lugares y las fechas de los sucesos como una manera de mostrar respeto a las personas cercanas que aún estaban vivas cuando se publicaron los tres libros. Pero en mi obra no hay espacio para la ficción; solo espero a que maduren en mi mente, me siento en el escritorio y las escribo en el papel.

 

Al leer estos tres libros, se aprecia un narrador sardónico y mordaz que construye la historia con una dosis de acidez perfecta. ¿De esta manera irónica ve el mundo o es simplemente el narrador que ha utilizado para transmitir esta historia?

Supongo que soy ese tipo de personas que ven el mundo con dosis de ironía. No se puede escribir como si fuera otra persona, uno escribe tal y como es. De hecho, en estos tres libros esta característica es mucho más intensa que en mis otras novelas. Cuanto más difícil es una temática sobre la que se escribe, más recursos literarios se deben emplear para allanar las dificultades. No es fácil mirar de frente a la crueldad. A veces, se necesita el humor o cualquier otra herramienta que tenga el escritor en su repertorio.

 

Ha comentado que esta historia surgió en su mente a la edad de dieciocho años; sin embargo, no lo plasmó en un libro hasta los años setenta. Si ahora tuviera la oportunidad de volver a escribirla, ¿mantendría hasta la última coma impresa?

Claro que cambiaría algunas cosas. Hace muchos años que la escribí, y mis recuerdos a los ochenta y seis años no son los mismos que tenía a los treinta y pico. Seguramente tomaría otros caminos literarios y no escribiría el mismo libro, sino uno diferente. También habrían sido diferentes si, en lugar de escribirlos en sueco, los hubiera escrito en griego. Abandoné mi lengua natal porque sentía que solo transmitía mentiras, que palabras como libertad y justicia no tenían el mismo sentido que indicaban en los diccionarios. En cambio, cuando decía ‘sí’ en sueco sabía que no significaba lo contrario.

 

Por lo general, la historia siempre se ha contado desde la perspectiva de los grandes personajes y los acontecimientos considerados relevantes. Sin embargo, usted narra la vida de un pueblo y de sus gentes con un tono muy épico que me recuerda a los inicios de la literatura occidental…

En momentos como los vividos durante la Segunda Guerra Mundial, probablemente, la vida en la aldea era lo más importante que suceda para sus habitantes. Mi Malaoi natal estuvo en peligro, y tuvimos que enfrentarnos a preguntas difíciles. Nuestras creencias en la justicia, la libertad o la cristiandad entraron en crisis y fueron cuestionadas. Al escribir las novelas he tratado de mantener ese tono épico para tomar distancia de la realidad que viví en mi niñez y adolescencia. Cuando escribes un libro, es importante tener en cuenta que lo central no es tanto el sufrimiento del autor, como el saber transmitirles a los lectores el padecimiento experimentado en los hechos que se narran. En estos libros no trasmito mi propio sufrimiento, sino el de la gente. Para escribir esta trilogía tuve que tomar distancia y observar todo desde una perspectiva más amplia. Y, por supuesto, Suecia me ayudó mucho, ya que me dio el espacio necesario.

 

Por suerte, hace ya un tiempo que en Europa Occidental no hemos conocido la sensación que produce vivir una guerra en primera persona. ¿Cómo es crecer en un ambiente así?

Espero que nunca se vuelva a experimentar; lo espero y lo deseo, porque la guerra obliga a los individuos a aplicar una doble vara para medir las cosas, juzgando de manera distinta según las circunstancias. Si quieres sobrevivir debes hacer todo lo posible para adaptarte, porque de lo contrario caerás. Todo se cuestiona, desde las posturas éticas hasta el concepto de familia… Además, los griegos sufrimos una guerra civil tras el fin de la ocupación, similar a la que vivieron en España. Sin duda, los pueblos se enfrentan a una gran prueba: ver a los hermanos o a los padres con los hijos peleados. Los familiares y amigos se pueden convertir en el enemigo. Algunas personas podrán mantener su humanidad y su moralidad intactas, aunque para ello pagarán un precio muy alto; otras, sencillamente, no soportan la presión. En realidad, nunca sabes lo que eres realmente capaz de hacer hasta que te dicen que tus familiares y tú podéis perder la vida. Quizá, piensas que te mantendrás aferrado a tus principios éticos y que conservarás la compostura, pero a la hora de la verdad el instinto de supervivencia prevalece sobre cualquiera de los valores que fundamentan tu vida diaria. Y esto sigue siendo muy humano. Desde luego, no me gustaría tener que volver a pasar por esa prueba, ni deseo que nadie más lo haga, ni quiero juzgar a nadie.

 

Hablemos un poco, pues, de las guerras civiles, de ese impasse de tiempo cuando las personas, como usted ha referido,  agreden a sus familias, sus pueblos y sus países. Se crean heridas tan profundas que, me pregunto, si alguna vez podrán sanar.

Me gustaría decir que con el alto al fuego llega la paz, pero si dijera tal cosa estaría mintiendo. En Grecia, la guerra civil terminó oficialmente, pero muchas dinámicas sociales y políticas continuaron presentes en el día a día de los ciudadanos durante años. Esos sentimientos que condujeron a las personas a combatir contra su hermano o su vecino no desaparecen de la noche a la mañana. Las futuras generaciones los heredan y tardan mucho tiempo en superarlo definitivamente. De hecho, creo que las generaciones jóvenes de hoy lograrán liberarse de las actitudes conflictivas de sus antecesores. Se quiera o no, los griegos somos hijos de una guerra civil.

 

¿Estos libros le han ayudado a comprender la naturaleza humana?

Creo que sí. He aprendido que el espíritu humano es inmenso. He visto a personas comportarse como ángeles en el ámbito familiar, traspasar la puerta de su hogar y convertirse en demonios. Y esto no solo se aplica a los griegos; también podemos hablar en estos términos de los alemanes. Los soldados podían pasar tiempo en la aldea, bebiendo y jugando de una forma pacífica con los aldeanos. Eran amables con ellos. Pero unas horas después, o al día siguiente, mataban a esas mismas personas con las que habían compartido un rato de ocio. Podían arrasar una aldea por completo y dejar en el ambiente un olor a carne quemada durante semanas. ¿Qué conclusiones puedes sacar al ver a quienes por la mañana jugaban contigo al fútbol cometer atrocidades horas después? La única conclusión a la que puedes llegar es que no existen límites para lo que el ser humano puede hacer o sentir. Y da miedo descubrir esto, especialmente cuando aún eres joven. Por eso creo que solucionar los problemas con guerras es una mala idea y da lo mismo si se está en Europa del Este, Próximo Oriente o África; en el momento que la gente trata de resolver los contratiempos empleando la guerra como mediador, se abren las puertas del fanatismo y la crueldad, de donde solo saldrán cosas terribles. Por eso, abogo para que el primer paso sea siempre la paz, y ya después se discuta los términos; pero siempre se debe empezar por entender que la guerra no va a ofrecer soluciones.

 

¿Y qué significa para usted la paz?

Por supuesto, hablamos de paz cuando cualquier tipo de violencia ha cesado. Sin embargo, debemos entender que la mayoría de los problemas no tienen soluciones perfectas. En la vida, no siempre dos más dos son cuatro, a veces el resultado es inesperado. Pero sin el camino de la paz, no hay diálogo, ni posibilidad de buscar soluciones; solo queda eliminar al adversario. Así sucedió con Caín y Abel, y desde entonces, el ser humano sigue cometiendo los mismos errores. Para mí, la paz es la única respuesta definitiva. Es hora de que dejemos de tomar el camino de la violencia para solucionar los conflictos, porque no resuelve nada. Se dice que la Segunda Guerra Mundial se libró para defender principios como la democracia y la libertad. Se supone que los aliados ganaron y restauraron los sistemas democráticos. Sin embargo, permitieron que algunos dictadores permanecieran en sus asientos, como sucedió en España y Portugal, y en otros países, Grecia es un ejemplo de ello, incluso surgieron dictaduras nuevas. Una vez terminada la guerra, los americanos se convirtieron en los nuevos maestros del mundo, ocupando un puesto que previamente había sido ocupado por los británicos y los alemanes. Durante la posguerra se produjeron grandes movimientos migratorios; las aldeas griegas quedaron vacías porque las personas emigraban a Australia, Sudamérica… Las economías se transformaron: solamente unos pocos acumulaban cantidades ingentes de riqueza, mientras que la mayoría de la gente se empobrecía cada vez más. Entonces, ¿de qué sirvieron los esfuerzos invertidos en las campañas de la Segunda Guerra Mundial para tratar de establecer la justicia, la libertad y la democracia, si al final ninguno de estos ideales ha sido puesto en valor? La guerra no soluciona nada, solo engendra más problemas.