T.C. Boyle: «No hay esperanza alguna mientras Donald Trump esté en la Casa Blanca»

Su novela «Los terranautas» cuenta la experiencia de ocho científicos (cuatro hombres y cuatro mujeres) que, en pleno desierto de Arizona, se confinaron en 1994 en una cúpula de cristal llamada Ecosphere.

Texto: Anna María Iglesia  Foto: Jamieson FRY

 

T.C. Boyle se conecta a Zoom junto a su taza de café. Con casi treinta títulos a sus espaldas, Boyle es un experto en eso de la promoción, si bien reconoce que con la pandemia todo está siendo bastante extraño. Se muestra amable y agradecido con la acogida que Los Terranautas (Impedimenta) ha tenido entre los lectores españoles. La novela, en una espléndida traducción de Ce Santiago, cuenta la experiencia de ocho científicos (cuatro hombres y cuatro mujeres) que, en pleno desierto de Arizona, se confinaron en 1994 en una cúpula de cristal llamada Ecosphere. Se trataba de un experimento que quería probar el aguante del individuo para sobrevivir en reclusión y en aislamiento, al mismo tiempo que la cúpula buscaba ser un prototipo de una posible colonia extraterrestre.

En The Road to Wellville, ambientaba la novela en el balneario-sanatorio propiedad de John Harvey Kellogg; en Drop City la acción giraba alrededor de una comuna mientras que en The Killing’s Done era alrededor de las islas del canal de California. Aquí nos encontramos en el interior de Ecosphere. ¿Qué le interesa de los espacios circunscritos?

Es una muy buena pregunta. Podríamos decir que Los Terranautas es como una obra de teatro que tiene lugar en un escenario cerrado, en un espacio limitado, la Ecosphere, que obliga a los personajes a mantener entre sí relaciones muy íntimas. De hecho, lo que ahí se vive es un estado muy alto de intimidad, de ahí todos los problemas que surgen. En cierta manera, el espacio de opresión que describo remite a las obras de teatro de Jean Paul Sartre, en concreto a la obra A puerta cerrada.

“Todo el mundo está dentro de una burbuja de creación propia nos guste o no”, leemos en la novela. ¿Vivimos tan aislados con respecto a lo que nos rodea como los ocho participantes en el experimento de Ecosphere? ¿Somos víctimas y verdugos del individualismo?

La idea de la burbuja debe leerse como una metáfora, que se plasma de forma explícita en el espacio del Escosphere. En cierta manera, como se lee en la novela, todos vivimos en una burbuja en cuanto no solo vivimos ajenos a la naturaleza que nos rodea, sino que la hemos destruido a nuestro antojo. Y lo peor de todo es que esta destrucción se ha llevado a cabo conjuntamente con la de la libertad del individuo. Sospecho de todo tipo de control autocrático y, si pensamos en la novela, vemos cómo la vida de los ochos personajes está absolutamente controlada desde fuera. Este control que va de fuera hacia dentro es, en gran medida, el de nuestras sociedades.

¿La pesadilla de George Orwell se ha hecho realidad?

Sin duda, tanto si tenemos en cuenta lo que sucede en la novela como si consideramos la actual sociedad norteamericana. Pensando en Los Terranautas, he de decir que mientras la escribía me sorprendió mucho observar de qué manera los personajes aceptaban el control y la pérdida de libertad en nombre de un experimento y, sobre todo, de su éxito. Los ochos personajes voluntariamente aceptaron el control, no fue necesario que nadie se lo impusiera. Y la pregunta es hasta qué punto esto no es lo que hacemos en cierta manera todos, es decir, ¿no aceptamos acaso que se nos controle?

En este sentido, su novela dialoga con la película El show de Truman.

Sí, es cierto. No lo había pensado, pero tienes razón. Además, El show de Truman es una de mis películas preferidas, en cuanto la idea que plantea me resulta sumamente interesante e impactante. Al final, lo que se nos muestra ahí es nuestra vida, puesto que, en cierta forma, todos vivimos una realidad virtual. Dicho esto, desde el inicio de mi carrera literaria me ha obsesionado observar de qué manera vivimos en el mundo en tanto que seres naturales con otros seres y cómo nuestra manera de vivir y de relacionarnos con la naturaleza ha ido cambiando.

La novela reflexiona sobre la manipulación, por ejemplo, del mormonismo y la cienciología o, en general, sobre creencias convertidas en verdades. ¿Hasta qué punto la aspiración de colonizar Marte no es una búsqueda de salvación o de redención?

En mi opinión hay un componente religioso en lo que está haciendo actualmente la NASA con sus intentos de colonizar otros planetas, y en concreto Marte, convenciéndonos de que tarde o temprano será posible vivir ahí. Sin embargo, nos olvidamos de que ya tenemos un ecosistema propio en el que poder vivir y que el principal objetivo no debe ser buscar otros planetas o crear biosferas sino mantener, conservar y proteger nuestro planeta. Si no lo hacemos así, nuestra especie se extinguirá.

¿Con qué talante asiste a la actitud negacionista de Donald Trump ante el calentamiento global?

Lo que está haciendo Donald Trump con su actitud negacionista ya lo hizo en su momento George Bush, cuya política se caracterizó por detener y no llevar a cabo ninguna de las medidas necesarias para combatir el calentamiento global. ¿Qué voy a decir? Es un completo desastre. Y no hay esperanza alguna mientras Donald Trump esté en la Casa Blanca. Además, una vez que nos deshagamos de Trump como presidente, tardaremos décadas en reparar todos los daños provocados por sus políticas, en recuperar aquellos pequeños logros que ya se habían recuperado y en mejorar las condiciones medioambientales, muy dañadas durante esta presidencia.

Si pensamos, por ejemplo, en Greta Thumberg, ¿quizás la esperanza está en el compromiso medioambiental de los jóvenes?

Cuando yo era un niño, no había conciencia medioambiental ni tampoco movimientos políticos que pusieran a la naturaleza y al medioambiente en el centro de sus programas. Recuerdo que, siendo niño, la basura la tirábamos en cualquier sitio, sin pensar en las consecuencias de nuestro gesto. A partir de los 70 las cosas fueron cambiando; ahora tenemos un Partido Verde que pelea por el medioambiente. Pensando en la novela, creo que no debemos olvidar lo diverso que es, en términos de naturaleza y de seres vivos, nuestro planeta. Si viajas a Australia, justo en la otra punta del mundo, te encontrarás con animales completamente distintos a los que pueblan Europa y Estados Unidos, con una vegetación también distinta, y es que cada parte del mundo tiene su propia riqueza medioambiental. No hay que hacer experimentos, crear biosferas artificiales o conquistar nuevos planetas para sorprendernos y encontrarnos con animales raros.

Por tanto, ¿la ciencia tiene que ser más humana?

El problema es que la ciencia ha estado demasiado al servicio del ser humano. Es decir, fíjese en todo lo que hemos hecho para controlar y subyugar a los animales y a los espacios naturales por mero interés… Y nos hemos olvidado de que nosotros formamos parte de la naturaleza y, por tanto, estamos a su servicio. Esto es lo que nos ha enseñado la pandemia de la Covid-19: no estamos por encima de la naturaleza, sino que dependemos de ella. Debemos estar más pendiente de las necesidades de nuestro planeta, pues no somos inmunes a él ni a sus procesos naturales.

¿Hay algo de incontrolable en la naturaleza?

Sin duda. Elisabeth Koldert, que colabora habitualmente con el The New Yorker, ha publicado un ensayo, The Sitxth Extinction, en el que señala que todas nuestras bellas construcciones, nuestras creaciones arquitectónicas, nuestras ciudades, toda esa belleza que creamos y admiramos… en un millón de años no será más que una finísima línea grabada en la inmensidad del universo.

Producimos y consumimos para que al final no quede nada…

Sí, de esta dinámica del consumo he hablado más de una vez en mis obras. Hay quien dice que esto es culpa del capitalismo, en el que estamos insertos de tal manera que es imposible salir de este círculo vicioso. Son muchos los que sostienen que para que el sistema se aguante tenemos que gastar, consumir… es decir, hay que mover el dinero. Sin embargo, no estoy para nada seguro de que no haya otra alternativa. De hecho, en Drop City planteo la posibilidad de volver a esa vida armónica que proponía el movimiento hippie, una vida marcada por el equilibrio entre el individuo y el ambiente y por la huida del consumismo. En otras palabras, una vida en lo que solo importaba lo exclusivamente necesario.

Habrá quien le diga que el movimiento hippie planteaba una utopía.

No estoy de acuerdo con esta idea. Diría más bien que han salido grandes cosas del movimiento hippie, empezando por el cuestionamiento de la tierra o la defensa de la tierra. Y diría que ciertos planteamientos críticos que hoy se realizan vienen precisamente de ahí, de los ideales que se defendieron en aquellos años. Personajes como Greta Thumberg serían impensables sin los ideales que se fraguaron a lo largo de aquellos años y que, de una manera u otra, siguen vivos.

Con su narrativa, usted ha ido recorriendo la historia reciente de los Estados Unidos, una historia que con Los Terranautas sigue relatando.

Acabo de entregar a los editores mi libro número treinta de ficción y, como en todos los anteriores, lo que intento es no ceñirme únicamente a la realidad norteamericana, sino plantear cuestiones que nos preocupen a todos, estadounidenses o no. Es cierto que la historia de mi país está muy presente, pero lo está para poder plantear preguntas más generales. Al final, me interesa indagar en cómo habitamos el mundo, cuál es nuestro lugar en el mundo en tanto que especie.

¿Entiende la literatura como una herramienta política?

Es cierto que muchos me consideran como un novelista político, pero mi objetivo con mis obras de ficción no es influir en los lectores. Evidentemente, cuando doy mi opinión a lo largo de una entrevista o de una charla intento convencer a los que me escuchan con las ideas que defiendo. Sin embargo, yo soy un escritor y mi trabajo se tiene que justificar y defender por sí mismo, no por mis ideas. Es cierto que en todas mis obras hay una invitación a meditar sobre determinadas cuestiones, pero una cosa es invitar a pensar y otra cosa muy diferente es querer influir. Hay artistas geniales que no buscan ni influir ni hacer pensar a través de su arte, pues su objetivo es el entretenimiento. Este no es mi caso: como te decía, yo quiero hacer que los lectores se detengan a pensar en algunos temas, pero quiero que lo hagan al mismo tiempo que encuentran en mis libros una forma de entretenimiento.