Sophie Ward, inteligencia artificial y conciencia
Acostumbrada a romper esquemas en su vida personal y profesional, Sophie Ward (Londres, 1964) debuta en la novela con «Amor y otros experimentos mentales» (AdN), donde filosofía, ciencia y emociones convergen para explorar algunos de los mayores misterios de la naturaleza humana.
Texto: Antonio LOZANO Foto: Leo HOLDEN
Una hormiga paseando por un cerebro, un astronauta en misión a una de las lunas de Marte, dilemas y juegos filosóficos, las consecuencias de que la Inteligencia Artificial alcance la Singularidad, líneas vitales desdobladas… En su búsqueda de respuestas sobre aquello que más nos define y más nos elude (los mecanismos del amor, el duelo, la fe, la confianza en el prójimo…), Sophie Ward ha asumido todos los riesgos que se supone que deben evitar los escritores primerizos y ha sido recompensada por ello siendo finalista del premio Booker 2020. A partir de diez experimentos mentales —la apuesta de Pascal,
el zombi filosófico de David Chambers, el cerebro en una cubeta de Gilbert Harman…—, que conforman otros tantos capítulos sustentados por voces distintas, la autora expande nuestra conciencia preguntándose sobre los límites de la misma. ¿Acaso no somos igual de incapaces que un ordenador a la hora de descifrar el amor?, ¿aceptaríamos la vida eterna a cambio de renunciar a nuestro cuerpo?, son algunos de los interrogantes que nos plantea un libro tan lleno de capas y estímulos que reclama una segunda lectura tan pronto se cierra.
Actriz de cine, teatro y televisión atraída en el segundo acto de su vida por la fuerza gravitatoria de la literatura y la filosofía, comprometida activista por los derechos del colectivo LGTBI desde su sonado matrimonio con una mujer tras tener dos hijos con un veterinario, Sophie Ward despedaza incluso las expectativas más nimias al responder al cuestionario de Librújula apenas dos horas después de habérselo enviado.
Una actriz debe trabajar a partir de un texto pero es una aproximación a las palabras muy diferente al de una escritora. De todas maneras, ¿diría que su experiencia frente a la cámara y sobre las tablas le ayudó en su salto a la literatura?
Ambas disciplinas parten de la imaginación y del mundo que una crea tras reflexionar en torno a un personaje y una situación. Cuando visualizo mis escenas como actriz, me siento en buena medida como una escritora, preguntándome acerca de las mismas cuestiones en torno a lo que me comunican mis sentidos y lo que estoy pensando y sintiendo. Sin embargo, para la actriz las palabras ya han sido elaboradas por otro. Si eres afortunada, resultarán maravillosas, pero siempre dependerá de ti insuflarles vida.
De adulta decidió cursar estudios de Literatura y Filosofía. ¿Qué la impulsó a ello?
Mi infancia fue muy peripatética. Mi padre era actor y yo misma seguí sus pasos con apenas diez años. Por fortuna, mis ansias de conocimiento no se vieron afectadas, de modo que cuando mis hijos empezaron el colegio yo opté por hacer lo propio. Comencé matriculándome en una universidad a distancia que me permitía compaginar los estudios con mi trabajo actoral. Con el transcurso del tiempo me sentí más y más atraída por el punto de confluencia entre la filosofía y la literatura, es decir, por los experimentos mentales.
¿Resultó clave en su apuesta por escribir una novela?
Tras graduarme y cursar un máster en escritura creativa, me doctoré en la especialidad. Puede sonar muy premeditado y fluido pero, por descontado, resultó muy aleatorio, con las complicaciones lógicas de combinar trabajo, formación, crianza de los hijos y cuanto la vida te va sirviendo. El proceso abarcó unos quince años en total.
La conciencia es el motor de su novela. ¿Fue el hecho de que siga sin poderse descifrar, pese a ser lo que seguramente más defina al ser humano, una de las razones principales que la llevaron a orbitar hacia ella?
Sí, la conciencia preserva su naturaleza de gran desconocida, como tantas otras facetas de la vida, por otro lado. En cualquier caso, nuestras mentes, nuestras almas se hallan en la raíz de cuanto hacemos, y las historias constituyen un bello vehículo con el que explorar la naturaleza del yo y nuestro entendimiento de otros seres. Son capaces de acceder a estos asuntos mejor que cualquier ecuación.
Amor y otros experimentos mentales contiene elementos de ciencia ficción, un género que habla sobre el presente aunque la acción se sitúe en el futuro. ¿Cuán apegada a sus ansiedades actuales está el libro pese a la tentación de creer que trata con preocupaciones muy abstractas o remotas?
Me interesa mucho la ciencia dentro de la cienciaficción y pude visitar las instalaciones de Space X [la empresa aeroespacial y de telecomunicaciones fundada por Elon Musk] como parte de mi proceso de documentación. A medida que avanzaba con el libro, me sentí menos preocupada con lo que ya sabemos que seducida por las posibilidades que se nos abren. Por supuesto que me inquieta el cambio climático y la crisis existencial detrás de la Inteligencia Artificial, pero los interrogantes abiertos son tan fascinantes que me impulsan a continuar investigando.
Recurrir a la narrativa para ilustrar ideas filosóficas profundas, apoyarse en una trama y unos personajes para lidiar con conceptos complejos, se antoja un gran desafío para una novelista primeriza. ¿Hubo momentos en que sintió que el proyecto la superaba?
Absolutamente. Dudar de uno mismo supone el mayor desafío al que se enfrenta cualquier escritor y no fueron pocos quienes se mostraron escépticos al hablarles de mi proyecto. Pero yo sabía que, si los temas analizados me interesaban tanto —cuestiones tan extraordinarias como las “otras mentes”, o la religión, o las esperanzas, creencias y conexiones que compartimos— probablemente conseguiría despertarles idéntico interés a los otros. Hablamos de asuntos fundamentales para los que probablemente no existan respuestas y que son susceptibles de generar debates universales porque todos los experimentamos.
La novela se estructura alrededor de diez experimentos mentales. ¿Esta decisión técnica propulsó el desafío del libro?
Me resultó de gran ayuda disponer de una estructura de la que partir. ¿Quizá de algún modo supuso hacer trampas? Tras dar con cada uno de los experimentos, dejé que mis personajes los exploraran. Esto me supuso una liberación desconocida para el actor, la resultante de ser capaz de volver sobre tus pasos y continuar zurciendo historias e incidentes en el texto.
La Inteligencia Artificial tiene un papel clave en la novela. ¿Debería ser regulada con más severidad?
No creo que sea posible regularla del modo que más nos convenga de cara a protegernos. Aquí convergen muchas cuestiones, desde quién controla el proceso desde el punto de vista del conocimiento militar a ese generador de fantasías que es el concepto de singularidad… la posibilidad de que la Inteligencia Artificial llegue a desarrollar conciencia. Hablamos de asuntos de IA blanda y dura que dudo que los seres humanos puedan refrenarse de investigar a fondo. A título personal, me encantaría trabajar en un departamento que investigara la dimensión ética de la IA y aportar mis conocimientos como novelista, llegando a fijar algunos parámetros.