Rushdie, hacedor de mundos
El drama personal de Salman Rushdie, condenado a muerte por el ayatolá Jomeini en 1989, ha hecho que se hable más de su vida bajo protección policial o el terrible atentado que sufrió el pasado verano, que de su obra literaria. Nos adentramos en su nueva novela, “Ciudad Victoria” (Literatura Random House).
Texto: Pere SUREDA
Después de Comala, ¿qué? Macondo. Pero ¿Y después de Macondo? Después de Macondo, Salman Rushdie. No creo que exista en el panorama actual de escritores/as vivos nadie con la autoridad, el humor y el estilo para dar vida propia a un mundo entero.
Pero sobre todo quiero recalcar la autoridad. Nos lo lleva demostrando durante años y obras, y gustará más a unos que a otros. Pero -y por motivos obvios dejo al margen sin ninguna valoración peyorativa a los creadores de ciencia ficción y fantasía- no hay otro como Rushdie con una imaginación tan fértil y asombrosa y que a lo largo de su ya dilatada obra no decae. Mejora, en todo caso. Existen, por supuesto, escritoras/es que son capaces de crear mundos propios, no citaré nombres pero tengo tres o cuatro en la mente –por poner un ejemplos en castellano- que serían un buen ejemplo de ello, pero les falta obra. Les falta batirse en más batallas y traspasar los límites del idioma –por bien encaminada que vaya su obra- para obtener de los lectores de todo el mundo esa autoridad que solo ellos pueden otorgar.
Y de aquí no me sacarán. Así lo veo y así debo expresarlo para que se entienda bien la magnitud del escritor al que nos enfrentamos con la lectura de su última novela publicada, Ciudad Victoria.
Recuerdo con nitidez un encuentro con Jaime Salinas y Miguel Riera (Quimera, etc ) en Madrid donde el creador de Alfaguara (azul) nos habló literalmente fascinado de su último descubrimiento y contratación en la Feria de Francfort. Era 1982 y tenía veinticinco añitos. Y ese descubrimiento se llamaba Los hijos de la medianoche, de Salman Rushdie. Alfaguara contrató también su primera novela Vergüenza. Pero fue tal la acumulación de adjetivos superlativos que lanzó Salinas a favor de la obra, que hasta la publicación de la traducción de Miguel Sáenz de la dichosa novela, en mayo de 1984, la esperé con tal ansia que cuando comencé tenía miedo de que yo mismo me hubiera creado falsas expectativas. Pero no. El viejo editor sabía bien de lo que hablaba y su olfato literario estaba en plena forma. Fue un acontecimiento mundial y un éxito sin precedentes, desde el primer día de su puesta a la venta en varios países simultáneamente. Ahí nació para muchos un escritor al que he seguido en cada uno de sus libros.
Lo que más me gusta de Salman Rushdie es su capacidad de mezclar. Sabe mezclar especias, personas diversas muy diversas, ancianos, hombre y mujeres que aunque son reales en el libro al mismo tiempo son personajes fascinantes. Es un gran mezclador de temas, destila pasajes –sé que ya se ha dicho- de los Cuentos de las Mil y una noches, con una prosa nítida, refrescante, divertida y no por ello menos honda. No por ello deja de ejercer de acusación con solo mostrarnos un mundo. Combina magistralmente ambientes, atmósferas y olores que hacen que todo tenga sentido, el sentido que la han dado a la gran narrativa los Grass, Kundera, Sterne, y tantos otros que hoy forman parte del panteón de los clásicos que están vivos en cada lectura.
Si bien lleva escribiendo décadas y conserva viva una vasta obra con sus altibajos, en esta Ciudad Victoria se reivindica como un genial hacedor de mundos. Me ha recordado en determinados momentos a Los hijos de la medianoche, su segunda y multipremiada novela ( Premio Booker y etc.)
Entremos en materia. Y les quiero avanzar que no cuento ni un el cinco por ciento de la novela, que es la historia de la creación de un imperio con todo su ecosistema. ¿Cómo lo hace Pampa Kampana para crearlo? Fácil. Susurrará la existencia de esa ciudad, de ese mundo. Y de esos susurros aparecen ante nuestros ojos edificios, casas, ríos, animales, personas, que se levantan de la nada ante mis ojos alucinados.
“Luego empezó a cobrar vida, y centenares –no, millones- de hombres y mujeres, se sacudieron el polvo de su indumentaria y abarrotaron las calles con la brisa vespertina. Perros callejeros y vacas huesudas pululaban por las calles, de los árboles salieron brotes y hojas y el cielo se pobló de loros, sí, y de cuervos.”
Y es que cobran vida, es cierto. Recalco, es verosímil, lo veo y lo siento en las páginas de la novela. ¿Y quién es Pampa Kampana? Pues se trata de una niña de nueve años que tiene un encuentro divino que cambiará su vida. Para siempre, tanto que la hará llegar a los doscientos cuarenta y siete años.
En el siglo XIV, a raíz de una batalla en India, la niña presencia la muerte de su madre y afligida por el dolor se convierte en el recipiente de una diosa, que la guía en el surgimiento de una gran ciudad a la que llamará Bisnaga, literalmente “ciudad de la victoria”.
Durante los siguientes casi doscientos cincuenta años, la vida de Pampa Kampala se entrelaza profundamente con Bisnaga para cumplir con la tarea que le encomienda la diosa que la posee: dar a las mujeres la misma representación que a los hombres en un mundo opaco y patriarcal.
Esta es la base que sustenta toda la novela. Y discurre de la manera más clásica que tenemos: comienzo, nudo, nudos y desenlace.
Pero en doscientos cuarenta y siete años, las creaciones tienden a alejarse del creador, y en Bisnaga a medida que pasan los años se mantienen y se pierden lealtades. Se ganan y se pierden batallas, las guerras, los conflictos, mientras Rushdie nos va mostrando ese mundo con todos sus pequeños detalles, y como no puede ser de otra manera sobre Bisnaga se cierne un crepúsculo trágico y fatal.
Me interesa resaltar la facilidad con la que el escritor me ha hecho sentir verosímil y hasta lógico que dentro del reino animal, y concretamente dentro de la especie de los loros, que son muchos en todas partes, existan las castas. ¡Las castas! Existen, lectores, existen. Y lo que siento como real, es real mientras perdura ese sentimiento que transmite a través de su inagotable imaginación y su escritura precisa, con audacia y estilo, nuestro querido y amenazado –demasiado amenazado- Salman Rushdie.
Para esta obra de imaginación fértil pero informada, creo que le ayudó, por lo que he averiguado, el estudio del auge y colapso histórico del imperio Vijayanagar, que fue fundado en el siglo XIV por dos hermanos de una tribu de pastores de vacas, un dato que Rushdie hace suyo en la novela. En el apartado final de agradecimientos, Rushdie cita una docena de libros en los que se basó para su investigación, incluidos textos y obras sobre la cultura, la política y la civilización de la India medieval.
La traducción de Luis Murillo Fort, que finalmente es el texto que he leído, ha hecho perfectamente fluida la lectura de la novela.
Finalizada la lectura, quedo huérfano. Mis compañeras y compañeros de viaje, los hombres, las mujeres, los cuervos las vacas y tantos olores, sabores, momentos que ya no están. Por el arte del susurro también puede desaparecer un mundo. Aunque como bien nos recuerda Pampa Kampala, y yo no olvidaré:
“Las palabras son los únicos vencedores”.
Sin perdón
Todas las grandes religiones dicen ser únicas, pero todas se parecen. Todas presumen de ser abanderadas de la misericordia y la fraternidad, pero todas han acabado matando. Algo de eso sabe Salman Rushdie.
Nació en 1947 en Bombay. Su familia era acomodada y culta, con un padre comerciante que se había formado en el Reino Unido y una madre maestra. El propio Salman fue enviado a estudiar a Inglaterra con 14 años y acabó licenciándose en Historia, con especialización en historia de Oriente. Trabajó un tiempo en el sector publicitario, donde era apreciada su imaginación y su habilidad para las palabras, pero lo que estiraba dentro suyo era el afán de contar historias.
Su carrera como escritor despegó enseguida. Ya había ganado el premio Booker (el premio literario más prestigioso de Gran Bretaña) cuando publicó en 1988 Los versos satánicos. El título hace referencia a dos versos eliminados por Mahoma del Corán, porque se dio cuenta que estaban inspirados por el diablo. Una historia de dos actores indios que sobreviven a un accidente de avión provocado por un atentado, que nos va llevando a reflexiones e historias que tienen que ver con parábolas del islam y la vida de su profeta, Mahoma. Hubo islamistas radicales que vieron el libro como un insulto. Algunos se escandalizaron de que dos prostitutas tuvieran nombres de esposas del profeta Mahoma.
El ayatolá Jomeini, la máxima autoridad religiosa de Irán, lanzó contra él en 1989 una fatwa, una sentencia de muerte que se retransmitió por la radio:
“Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de ‘Versos satánicos’, un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el Profeta del Islam y el Corán, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los musulmanes en lo sucesivo. Quien muera por esta causa será mártir, si Dios quiere”.
En febrero de 1989, varias personas murieron en disturbios contra Rushdie en India, la embajada británica en Teherán fue apedreada, y Reino Unido e Irán rompieron relaciones diplomáticas. El texto todavía está prohibido en India y en muchos países musulmanes.
Aunque Rushdie refutó las acusaciones de blasfemia y pidió disculpas a los ofendidos, la fatwa no fue retirada. Hitoshi Igarashi, el traductor al japonés de la obra de Rushdie, fue asesinado a puñaladas fuera de su casa. Ettore Capriolo, traductor al italiano, sobrevivió a un ataque en su apartamento en Milán. Al editor de la novela en Noruega le dispararon en una calle de Oslo.
Rushdie vivió durante más de diez años con escolta permanente y cambiando de domicilio cada pocas semanas, en una huida permanente. Después, decidió normalizar dentro de lo posible su vida, pero con cautela.
33 años después de aquella fatwa, el pasado verano Salman Rushdie acudió a una librería de Nueva York a hablar de literatura. Un hombre de 24 años llamado Hadi Matar se fue hasta él y no llevaba un libro, sino un cuchillo de gran tamaño. Lo apuñaló salvajemente en el rostro, el cuello y el abdomen. Más de quince cuchilladas. Cuando llegó al hospital, pensaron que no sobreviviría. Pero tras unos días de angustiante incertidumbre, salvó la vida. Ha perdido la vista en un ojo y la movilidad en una mano al cortarle la hoja los nervios. Una cuchillada en el hígado le hará tener una peor calidad de vida.
Fue un ataque brutal, pero la buena noticia es que Salman Rushdie sobrevivió, como ser humano y como escritor.
Sabina Frieldjudssën