Román Piña Valls: “No podemos arrancarnos la expresión de lo humano”

El profesor, escritor y editor Román Piña Valls publica “Una heroína intergaláctica”, una revisión muy personal del eterno tema del fin de la infancia.

Texto: Diego PRADO

 

Román Piña Valls (Palma, 1966) lleva dedicado a la literatura media vida. Profesor de Griego en secundaria, creó desde las limitaciones geográficas que impone una isla como Mallorca la mítica revista La bolsa de pipas (1994-2016), por cuyas páginas pasaron algunos de los mejores narradores y poetas españoles, así como muchos debutantes. De ello nació el ya desaparecido premio Café Món de literatura y el proyecto de una editorial que el pasado año cumplió quince de vida: Sloper, un homenaje a la señora de la limpieza que aparece en El mundo según Garp de John Irving. Con más de cien títulos publicados, la editorial ha ido creciendo en prestigio y ha combinado en sus filas a autores nuevos y emergentes con consagrados de la talla de Abilio Estévez, Miguel Dalmau, Pedro Ugarte o Gonzalo Calcedo por solo citar unos pocos, amén de rescatar a autores raros y excepcionales como Felipe Hernández. Pero Piña es también escritor, con más de una docena de títulos publicados entre relatos, novelas y poesía, además de desempeñarse durante años como columnista de prensa, crítico literario e incluso ocasional compositor de canciones. Con motivo de su nueva novela Una heroína intergaláctica, una revisión muy personal del eterno tema del fin de la infancia, le hemos sometido a este librujulesco interrogatorio.

 

Hace años te pregunté cómo lo hacías, teniendo en cuenta que también tienes una familia, para poder dedicar tu tiempo a tantas cosas (profesor, editor, escritor, columnista…), y me dijiste que durmiendo poco. ¿Sigues durmiendo poco?

Bueno, me he quitado de columnista y un poco de padre, ya con los hijos volando. Pero me sigue faltando tiempo, de modo que solo es posible llevar las responsabilidades con una buena disposición hacia la irresponsabilidad y el escaqueo. Duermo igual que antes.

Sloper, tu proyecto estrella, ha cumplido ya quince años, lo cual es todo un logro, y más teniendo en cuenta que se trata de un sello que ha de enfrentarse a todos los problemas derivados de la insularidad. ¿Cómo valoras estos quince años?

Los valoro con sentimientos encontrados, como siempre que se valora el paso del tiempo. Con la alegría de ver que la empresa se consolida, con la pena de saberse más viejo, con el consuelo de que hemos aprendido y resuelto muchas dudas. La incorporación a Sloper de Ben Clark, como autor y socio, ha sido una inyección de sangre bullente y un salto cuantitativo y cualitativo.

Supongo que no paras de recibir originales para ser valorados. ¿Qué ha de tener un libro para lograr ser publicado en Sloper?

Van llegando, pero sin aluviones, pues la web avisa de que no aceptamos originales en estos momentos. No tengo un molde con el que cotejar si una obra se ajusta a mis esperanzas. Pero sé, siento, reconozco cuándo una obra me está excitando la inteligencia, entreteniendo, divirtiendo o mereciendo mi admiración. Ha de tener esa capacidad. Supongo que he de reconocer en ella una voz diferente y un oficio dominado.

Como editor fuiste el primero en apostar por un autor tan consagrado hoy como Agustín Fernández Mallo, en un momento en que nadie le conocía y con una propuesta arriesgada. Sin embargo, dicen las malas lenguas que os distanciasteis. ¿Es difícil la relación entre el autor y el editor?

La relación entre un editor, cuando es independiente y pequeño, y el autor, no debería ser difícil, pero si lo es, lo es sobre todo para el editor porque va mucho más de culo que el autor. El editor tiene cien autores en danza, el autor tiene un par de editores. El autor puede sentir celos porque ve que el editor tiene debilidades. Ambas cosas son inevitables, pero encima los celos en general son infundados. El editor a veces rechaza un manuscrito de un autor de la casa: eso es difícil para todos. Por tanto, la relación por la que me preguntas es difícil, compleja, pero sobre todo es un tesoro, crecen en ella amistades estupendas. Algunos distanciamientos no tienen más remedio que darse.

El humor ha sido siempre uno de tus caballos de batalla y está presente, de un modo más o menos evidente, en toda tu obra. En las últimas décadas ha habido una eclosión de autores que, desde una calidad literaria incuestionable, han defendido el elemento humorístico en sus libros. ¿No te parece que aún hoy la crítica española se muestra muy rígida frente a este hecho, como si un libro con humor no pudiera ser un gran libro?

Creo que la opinión general es la contraria a tu enunciado: Muy pocos libros sin humor pueden ser grandes libros. Yo no veo a la crítica enrocada en una posición anti humor. En Sloper celebramos el humor siempre que podemos, por ejemplo, en los libros recientes de Gonzalo Campos Suárez, Raúl Jiménez o Carlos Torrero.

Acabas de publicar la novela Una heroína intergaláctica, en la que me ha parecido entrever ecos de El guardián entre el centeno, por ejemplo, y también una vuelta de tuerca al tema de la infancia que se acaba, que pierde su inocencia, y que de algún modo ya aparecía en tu libro Som lletjos (2005). ¿Por qué te interesa tanto esa etapa de la vida? ¿Cuánto hay de Román Piña en Jorge Fuster?

Es que Una heroína es una versión aumentada y mejorada (¡espero!) de Som lletjos. Pero ahora tiene mucho más peso la historia del enamoramiento y el personaje de la adolescente amada. La infancia es un gran tema, tiene mil razones para serlo: confluyen territorio virgen, sensibilidad máxima, encrucijada decisiva, descubrimientos, sueños, esperanzas, traumas, miedos… Y volver a ella desde el futuro permite chapotear en algo tan fecundo poéticamente como es la nostalgia.

La nostalgia de la infancia es un recurso muy utilizado en la literatura universal, quizá porque es la época de los grandes descubrimientos e ideales. ¿No crees que el tiempo tiende a magnificarla en exceso?

Puede ser. Es un peligro, que uno se quede prisionero y esterilizado en esa etapa. Pero si no se llega a tanto, yo creo que no se magnifica sino que se le reconoce su magnitud justa, que desde luego es inmensa. Nuestra infancia fue un viaje trepidante y muy breve, es irrepetible. Podemos reinventarnos como adultos, cambiar de vida, pero no podemos salvar la infancia.

En Una heroína intergaláctica hay también mucha música. ¿Cuál fue la música que marcó tus años de adolescencia?

Mi adolescencia tuvo dos etapas. De los 14 a los 15 y de los 30 a los 45. Siempre he dicho que soy un músico frustrado pero una vez alguien me regaño y me dijo: “¡no digas frustrado! Di músico y punto”. Mi música a los 14 era Beatles, Supertramp, Kinks, Billy Joel, Queen, Stevie Wonder… A los 30 the Pixies, Smashing Pumpinks, Frank Black, La búsqueda…

Has escrito indistintamente poesía, relatos, novela, ensayo y artículos y tus libros, aunque tienen una seña de identidad muy particular, suelen ser muy distintos temáticamente. Sin embargo, abundan en ellos los personajes marginales o inadaptados, y las situaciones disparatadas o surrealistas.  ¿Crees que esos son los elementos que te definen como autor?

Esos rasgos sirven para definir mis libros hasta 2018, cuando publico El arqueólogo (Ediciones del Viento). Ahí muestro un tipo de novela más clásica, más pegada a la normalidad y el realismo, que evita el absurdo y lo excéntrico. Una heroína intergaláctica está en esa línea.

Eres desde hace años profesor de Griego y Cultura Clásica en un instituto. ¿Cómo ves el futuro de las humanidades, siempre aparentemente amenazadas?

Hace más de treinta años ya me preguntaban esto, pero el griego y el latín siguen teniendo su hueco en el bachillerato. Si las Humanidades están amenazadas será porque la literatura esté expulsada de los programas de las distintas lenguas, asignaturas troncales. Pero que se proscriban las Humanidades de los planes de estudios sólo querrá decir eso: que no están en la enseñanza. Seguirán estando aquí, en este mundo. No podemos arrancarnos la expresión de lo humano, que eso es lo que entendemos como disciplina humanística en cualquiera de sus facetas. Cuando alguien te suelta, malvado, que eres profesor de lenguas muertas, conviene decirle que en cien años el muerto será él, pero el latín y el griego seguirán vivos.