Roderick Beaton: “La Revolución Griega no solo fue un acto de autodeterminación, sino también uno de los puntos de partida de la Europa contemporánea.”
El filólogo e historiador Roderick Beaton publica «La Grecia: biografía de una nación moderna» (Ático de los libros).
Texto: David Valiente
Pocos nombres en el mundo académico contemporáneo conocen Grecia como el profesor Roderick Beaton. Filólogo, historiador y catedrático emérito del King’s College de Londres, Beaton se ha dedicado durante décadas a desentrañar los hilos culturales, políticos y literarios que conforman la compleja identidad griega. Su mirada abarca desde la Grecia bizantina hasta la modernidad, con especial sensibilidad por los procesos que han moldeado al Estado griego contemporáneo.
Con la publicación de su ambiciosa obra La Grecia: biografía de una nación moderna (Ático de los libros), Beaton ofrece una lectura rigurosa y accesible sobre el nacimiento y desarrollo del Estado griego hasta el presente. Su libro no solo presenta una historia cronológica del país, sino que analiza cómo los griegos han imaginado, construido y reconstruido su nación a través de guerras, independencia, ocupaciones, migraciones y renacimientos culturales. Beaton escribe como un historiador, pero también como un pensador comprometido con los dilemas y logros de la nación griega en la escena europea y global.
Creo que la mejor forma de comenzar esta entrevista es determinar el origen de la nación griega. ¿Cuándo podemos decir que se plantó la semilla que, más tarde, daría lugar a la Grecia moderna en la mente de los propios griegos?
La nación griega moderna nació en el siglo XVIII. Sin embargo, más que fijar la fecha exacta de su nacimiento, me interesa mostrar algo menos conocido: los griegos participaron con entusiasmo e ideas en la configuración de la Ilustración. Los ilustrados helenos, incluso aquellos que eran súbditos del Imperio otomano, estaban al tanto de los debates sobre conceptos como nación, gobierno o estructuras sociales. Creían que su relación con el pasado civilizatorio era especial, lo que les otorgaba cierto prestigio, pues el movimiento ilustrado hunde en gran medida sus raíces en la cultura grecolatina. Algunos pensadores griegos, inspirados por su historia antigua, fundamentaron su idea de nación en esos tiempos remotos. Este ideario caló en la sociedad y empezó a tensar las relaciones de la comunidad griega con el poder imperial.
Es curioso que los griegos desarrollaran un sentimiento nacional tan combativo contra los otomanos. La historiografía enseña que el Imperio otomano, siempre dentro de su contexto, era un lugar bastante acogedor para las minorías étnicas, lingüísticas y religiosas. Entonces, ¿por qué nace ese deseo en las élites de conseguir la independencia?
A diferencia de los Reyes Católicos, los sultanes de los siglos XV, XVI y XVII nunca obligaron a los judíos a abrazar la fe de Alá ni los expulsaron por negarse a hacerlo. Estambul, siempre y cuando pagaran los tributos correspondientes y cumplieran con sus deberes para con la Sublime Puerta, respetó a las minorías que estaban bajo la tutela imperial. Por lo tanto, creo que la Independencia se produjo porque, justo cuando despiertan los movimientos nacionales, el Imperio otomano estaba en declive; se le veía como una construcción política anticuada. Ni siquiera sus intentos de adaptarse a los tiempos que corrían pudieron evitar el colapso. Los griegos, con su desafío, contribuyeron de manera decisiva a esa caída. El órdago heleno revestía tintes europeístas: no solo surgía de un grupo de personas desafectadas de la política, sino también de la sensación de que su singularidad histórica y religiosa no era reconocida. Los griegos se consideraban europeos y los países del Viejo Continente se sentían vinculados con la joven nación por la historia compartida. La Revolución Griega no solo fue un acto de autodeterminación, sino también uno de los puntos de partida de la Europa contemporánea.
Y en esa nación se destacan dos tendencias culturales opuestas: una representada por la Grecia Clásica y la otra por el bizantinismo. ¿Cómo han convividos estos dos mundos?
Ya en los tiempos de la Revolución de 1821, los griegos se reconocían en ambas tradiciones. De la cultura clásica tomaron su identificación con Occidente; del pasado bizantino, su secularidad en las instituciones y su pasado oriental. Grecia siempre ha estado posicionada entre dos mundos, mirando a Occidente y Oriente. Esta división no solo atraviesa los partidos políticos, sino que recorre la sociedad de arriba abajo, interpelando a las comunidades, a las familias y a los individuos. Algunos de mis amigos se sienten más próximos a la cultura occidental; otros, a la oriental. Por eso creo que Grecia no debe elegir entre ambas identidades: su esencia reside precisamente en integrar las dos.
Puedo presuponer que la lengua y la ortodoxia ejercen un efecto cohesionador.
Siguen siendo elementos fundamentales. El cristianismo ortodoxo forma parte de la identidad griega, sin duda. Aunque no es tanto debido a una ferviente creencia en Dios, como a una crianza ligada a los ritos y las liturgias. Me atrevería a decir que esta es una huella del largo periodo bajo el dominio otomano. Al sultanato no le importaba la cultura con la que se identificaran los pueblos, siempre que pagaran sus tributos, aunque sí tenía en cuenta la adscripción religiosa a la hora de organizar su imperio. Para la administración, los cristianos ortodoxos eran rûm (romanos), sin distinguir entre búlgaros o griegos, algo que a estos últimos les incomodaba. A pesar de que hoy muchos griegos asumen su ortodoxia, hubo épocas en que esta característica de su identidad era secundaria. Durante siglos, en las islas del Egeo existieron comunidades de griegos católicos, y en Tesalónica se asentó una importante comunidad de judíos, que fue diezmada durante el Holocausto.
En su libro, hace hincapié en el carácter pionero de los griegos y su nación.
Efectivamente. No suele reconocerse, por eso trato de defender esta idea con argumentos sólidos. En tiempo de crisis, los comentarios negativos sobre el pueblo griego proliferaron, y eso que seguían formando parte de la vanguardia creativa. Así nos lo muestra la crisis de 2011. Los griegos fueron los primeros en experimentar con soluciones políticas, como el populismo. Sin embargo, cuando vieron su inutilidad, también fueron los primeros en rechazarlo. En otros países continuaron su apuesta por esta solución y aún no han regresado a posturas menos extremistas. Por otro lado, a pesar de la relación complicada que Atenas ha tenido con la Unión Europea, ha comprendido su utilidad, y más que destruirla, invierte muchos esfuerzos en abrirse un espacio en ella. Sin duda, los griegos mantienen un compromiso férreo con el orden basado en reglas, que terceros países están empeñados en destruir.
¿Qué tan fuerte es la tensión entre el nacionalismo y la Unión Europea?
Como en cualquier país miembro, la relación de Grecia con las instituciones supranacionales ha generado tensión dentro de su identidad nacional. En la década de los setenta, el país estaba gobernado por un régimen dictatorial incompatible con Comunidad Económica Europea— predecesora de la actual Unión Europea-. Aun hoy existen partidos que representan el nacionalismo extremo y los estudios siguen mostrando niveles de xenofobia bajos. Sin embargo, comparado con décadas pasadas, la situación ha mejorado notablemente. Es un logro asombroso alcanzado en apenas medio siglo, y que no debería menospreciarse, sobre todo cuando en otros países los discursos de odio contra la inmigración han calado en la política nacional. En líneas generales, dos polos ideológicos coexisten en Grecia: uno más interesado en profundizar la relación con la Unión Europea y otro más centrado en reforzar el carácter nacional. Ambas posturas han aprendido a convivir, aunque el consenso general cada vez está más próximo a la idea de que los intereses nacionales serán mejor defendidos si se coopera con Bruselas.
Grecia ha sido, desde el siglo XIX, un espejo donde Europa proyectó parte de sus fantasías civilizatorias. ¿Crees que la Grecia moderna ha tenido que adaptarse a esa imagen romántica para ser comprendida —y aceptada— por Occidente?
Sí, lo creo. Volvemos a lo que comentamos al principio de la entrevista: Europa y Grecia están unidas por el cordón umbilical de la cultura ilustrada. Es comprensible que las ideas europeas influyeran con fuerza en la periferia del continente, más aún cuando los padres de la Ilustración otorgaron a Grecia el título de cuna de la democracia y uno de los pilares principales de la civilización occidental. Es consustancial a la naturaleza humana asumir una imagen tan idealizada e intentar estar a la altura de las expectativas que otros han proyectado sobre ti.
¿Cuál es el origen?
No me atrevo a señalar una fecha concreta; más bien, esta imagen idealizada sobre Grecia es fruto de un proceso evolutivo. La Ilustración y el Romanticismo estuvieron en la raíz, aunque el fenómeno del turismo de masa del siglo XX también contribuyó a su florecimiento. La pluma de grandes escritores e intelectuales—como Lawrence Durrell, Virginia Woolf, James Joyce, Sigmund Freud— proyectó esa imagen al exterior. Todos ellos quedaron fascinados con el país y lo retrataron como un lugar liberación, con playas y mares bañados por el sol Mediterráneo. Por supuesto, son estereotipos que han atraído a los turistas, deseosos de comprobar por sí mismos lo que habían leído en esos autores. Que los griegos hayan intentado adaptarse a esa imagen no significa que no hayan sufrido las consecuencias de las expectativas ajenas. En 2010, en plena crisis financiera, la prensa extranjera fue poco amable con ellos, describiéndolos como una sociedad en proceso de desintegración, algo muy alejado de la realidad. Les decían que antes fueron admirables, pero que las crisis modernas les habían sobrepasado. A mí me parece un contraste injusto. Como historiador, no tiene sentido comparar a los griegos de la Antigüedad con los contemporáneos: han pasado muchos siglos y el mundo ha cambiado bastante.
Me ha preparado el camino para adentrarnos en el tema de la crisis. En el libro se analiza este tema en profundidad. Desde hace un tiempo, Grecia parece sumida en una crisis perpetua. ¿De algún modo, los desafíos de estas últimas décadas han contribuido a modificar su carácter nacional?
Es la realidad del pueblo griego: una historia marcada por terribles sucesos, cometidos tanto por ellos mismos como contra ellos. Es un relato dramático, difícil de contar para los historiadores y poco agradable de leer para el público, pero son hechos que han sucedido y que han dejado huella en cada generación. Si comparamos la crisis iniciada en 2010 con la que se vivió hasta 1970, esta última fue mucho más dura. Hasta entonces, los griegos afrontaron dos guerras mundiales, ocupaciones extranjeras, guerras civiles, el conflicto con Turquía y desplazamientos masivos de población, todos ellos golpes profundos a la esencia del país. En mi círculo de amigos griegos, todos tienen algún familiar que fue asesinado por el régimen dictatorial, murió en combate, perdió su hogar o vivió en el exilio. Muchas generaciones crecieron con la idea de que Grecia estaba en peligro o de que era una nación perseguida. Y es comprensible: a lo largo de su historia han estado sometidos a poderes extranjeros. Sin embargo, en los últimos años esta percepción se ha ido atenuando. Hoy, los griegos tienen una visión más positiva de sí mismos y de su historia: se ven como creadores y pioneros, no como víctimas.
Por cuestiones de cercanía geográfica y cultural, Grecia, en algunos momentos de la historia, ha buscado acercarse a Rusia. En la guerra de Ucrania, ¿dónde se posiciona Atenas dentro del conflicto?
En lo esencial, coincide con la postura de la Unión Europea y la OTAN. Para los griegos, esta guerra tiene un significado especial porque en el país agredido vive una importante minoría helena. Les impactó profundamente el asedio y bombardeo de Mariúpol en la primavera de 2022, debido a los lazos históricos que comparten. Antes de que Catalina la Grande trasladara el asentamiento, dos griegos pónticos de Crimea, Ignatios y Arkhip Osipov, fundaron la ciudad en el siglo XVII. El primer ministro griego ha asegurado que, si Mariúpol vuelve a formar parte del territorio ucraniano, su país financiará la reconstrucción del teatro destruido durante el asedio. Sin embargo, no todos comparten este sentimiento: una parte de la población, sobre todo de origen obrero y con un arraigo más fuerte en la identidad ortodoxa, considera que Grecia debería acercarse más a Rusia.
¿A qué se debe, en el caso de los griegos?
Ese sector de la ciudadanía da más peso a la ortodoxia que a la política. Durante la Guerra Fría ocurrió algo parecido: aunque la URSS no tenía nada de ortodoxa, algunos griegos se sentían atraídos por el pasado común. Me llamó la atención una encuesta publicada al inicio de la guerra que señalaba que el 70 % de la población admiraba a Vladímir Putin y querría tener un presidente como él. Por fortuna, el electorado no parece dispuesto a elegir un candidato con un perfil similar. Como comentábamos al principio de la entrevista, las tensiones entre Oriente y Occidente siguen latentes, aunque Grecia siempre ha sido, en el fondo, más prooccidental.
Creo que tras la idea de nación subyace el intento de una comunidad de compartir un relato. ¿Cuál es el relato que pretende contar Grecia de sí misma?
Nunca he dejado de ser un extranjero que ha dedicado cincuenta años de su vida a construir, a través de sus experiencias, una narrativa coherente sobre Grecia. Pero no deja de ser eso: una narrativa que, inevitablemente, no cubre todos los aspectos de la realidad y puede ser desafiada por otros relatos. Crear una narrativa dominante es una tarea titánica. Después de toda la tinta gastada y de todas las conferencias impartidas, quizá no sea la persona más indicada para responder a esa pregunta. En mis libros propongo un relato que espero pueda resistir el paso del tiempo.