Robert D. Kaplan: “Los presidentes de la Europa actual serán condenados al olvido”
Robert D. Kaplan vuelve a tomar el pulso a algunos temas de sus grandes ensayos, como «La anarquía que viene» y «La venganza de la geografía», en «Tierra Baldía: Un mundo en crisis permanente» (RBA), pero esta vez da un paso más y trata de vaticinar cuál será el futuro de Occidente.
Texto: David Valiente
El título del último ensayo de Robert D. Kaplan hace referencia al extenso poema del norteamericano T.S. Eliot, La tierra baldía. La analogía deja poco lugar a la imaginación: el mundo se transforma en un lugar caótico, con sociedades menos imaginativas y con una vinculación a la tecnología peligrosa. El periodista y analista político comienza explicando la crisis existencial que golpeó a la República de Weimar y la Rusia imperial del zar Nicolás II, y muestra las similitudes entre los periodos previos al caos de los ‘ismos’ y la realidad actual.
En su ensayo Tierra Baldía se percibe cierto tono de frustración no tanto por las dificultades que se avecinan en Occidente, que también están presentes, sino por el tiempo perdido y las energías agotadas en debates insustanciales.
Mientras escribía el libro no sentí esa sensación de frustración que menciona; sin embargo, la valoración que hace es acertada. La base de nuestro mundo actual la conforma el entretenimiento. Los medios de comunicación han perdido la seriedad de antaño y, con ello, los representantes públicos y los miembros de la sociedad también han perdido esa seriedad. Gracias a la imprenta, durante la Guerra Fría, Europa fue más estable y los políticos y la ciudadanía eran más formales y responsables.
Una de las tesis principales de Tierra Baldía es que el continente europeo se sumió en el caos y la anarquía, mayoritariamente, debido a la desaparición de los grandes imperios gobernados por familias reales legitimadas por la historia. Sin embargo, en los tiempos que corren, estos sistemas políticos se encuentran en decadencia, ¿qué pueden hacer nuestras democracias liberales?
No creo que las monarquías, en la actualidad, estén en decadencia. Fijémonos en las familias reales del golfo Pérsico, observamos unos gobiernos que han ganado capacidad y mantienen una gobernanza más efectiva, entendiendo su contexto cultural y si lo comparamos con los gobiernos anteriores. En Europa, las monarquías constitucionales no disponen de un poder político efectivo, aunque proporcionan estabilidad o, mejor dicho, imprimen un aire de seriedad a los Estados. Los políticos elegidos en las urnas saben que se la juegan porque representan a un sistema que rebasa las propias dinámicas democráticas debido al valor simbólico y real que este encierra. Mi tesis en Tierra Baldía es que las dinastías monárquicas del siglo XIX y principios del XX han desaparecido y, por lo tanto, la única alternativa que queda para preservar la estabilidad es la de los políticos elegidos democráticamente.
Precisamente un tema recurrente en su ensayo (y en gran parte de su trayectoria intelectual) es la crisis de liderazgos que sufren los países, sobre todo occidentales…
Ahora mismo Europa carece de líderes talentosos, salvo el primer ministro de Grecia, Kyriakos Mitsotakis, quien gobierna un país pequeño y poco influyente a nivel internacional. En Estados Unidos, hemos votado a alguien tan superficial como la mayoría de los políticos que gobernaron la Alemania de entreguerras. No quiero que se me malinterprete ni que la gente piense que defiendo y alabo al primer ministro israelí, pero creo que la figura de Benjamín Netanyahu tendrá relevancia en la historia mundial y dentro de cien años, los historiadores escribirán libros sobre su legado y ejercicio de poder, mientras que los presidentes de la Europa actual serán condenados al olvido. Veremos qué sucederá, pero realmente estamos ante una crisis de liderazgo en Occidente, si incluimos a Israel dentro de Occidente, algo debatido por los académicos. Desde luego, el liderazgo de Estados Unidos y Europa no me impresiona. Ambas esferas atraviesan una suerte de crisis shakesperiana, ya que la historia no solo la conforman los factores geográficos y las grandes fuerzas que confluyen, sino también los personajes que participan en los eventos más destacables de forma activa, como hicieron los personajes del dramaturgo inglés.
Usted comenta que la naturaleza de líderes autoritarios, tipo Hitler o Stalin, es más proclive a cometer grandes errores que conduzcan a derrotas catastróficas. Muchos analistas pensaron que la guerra que Putin inició en Ucrania sería uno de esos errores, pero, por el momento, parece que el presidente de Rusia tiene todas las de ganar.
Desde el inicio de la guerra, Putin no ha tenido buenos resultados. Sus cálculos fallaron, y lo que iba a ser una intervención de unos días, quizá unas semanas, se ha convertido en un conflicto de tres años, al más puro estilo de las batallas de la Primera Guerra Mundial. Por lo tanto, creo que su posición no es muy buena.
¿Diría usted que la decadencia es solo occidental o afecta a todo el mundo?
Occidente floreció, ha tenido su etapa de éxito, pero después de un tiempo ese crecimiento lleva a un periodo de decadencia. Fuera de Occidente, otras regiones atraviesan fases distintas. China, sin ir más lejos, estuvo sumida en el caos desde las Guerras del Opio hasta la apertura en 1978 y solo en las últimas décadas ha logrado desarrollar una clase media sólida. No sería justo afirmar que China experimenta un proceso de decadencia como sucede en Occidente, aunque su modelo de gobierno incorpora elementos del leninismo totalitario, que pueden ser peligrosos. Por otro lado, me preocupa la inestabilidad de Rusia. Los medios de comunicación están obsesionados con proyectar a su presidente como un líder de gran magnitud, a pesar de la fragilidad de las instituciones públicas y del daño que la guerra de Ucrania sigue causando en el país. Cada gran potencia se encuentra en circunstancias diferentes. Por lo tanto, solo puedo asegurar que Occidente está en decadencia.
Usted dice que la ONU es un organismo internacional anticuado, que no representa la realidad ni el balance de poderes del actual panorama internacional, además de haber demostrado una clara deficiencia a la hora de solucionar los últimos conflictos. ¿Cree que es posible una reforma de las Naciones Unidas o estamos ante un nuevo fracaso como el que se produjo en el siglo pasado con la Sociedad de Naciones?
La reforma de las Naciones Unidas es una tarea sumamente compleja, ya que, de llevarse a cabo, India debería ser admitida en esa especie de club exclusivo llamado Consejo de Seguridad. Por supuesto, los integrantes del Consejo no quieren repartir su cuota de poder y presionan para que ningún nuevo país se incorpore a su club. Actualmente, el conflicto en Ucrania ha generado una profunda división en su seno. Donald Trump está en proceso de cambiarla, aunque dudo mucho que vaya a reestructurar la organización. La ONU tuvo su gran momento durante la Guerra Fría y, sobre todo, tras la caída del Muro de Berlín, pues representó las esperanzas de todos aquellos que anhelaban un mundo globalizado. No obstante, consolidada la globalización, organizaciones como el Foro de Davos o el Club Bilderberg le hacen la competencia y provocan que las personas perciban que la ONU tiene cada vez menos influencia en el panorama internacional.
¿Qué podemos esperar de la China actual de Xi Jinping? ¿Cuán probable es un conflicto militar con Taiwán?
Los chinos destacan, sobre todo, por su carácter negociador, sofisticado y su habilidad organizativa. Xi Jinping seguirá trabajando en la senda de un plan de guerra que, según su visión, libere a Taiwán. Sin embargo, dudo mucho que sea el presidente de China quien precipite el inicio de la guerra. De hecho, hará todo lo posible para mantener buenas relaciones con Trump. Lidiará con la amenaza arancelaria y sus esfuerzos estarán enfocados en que no aumente la probabilidad de que se produzca una guerra violenta entre ambas potencias. Los chinos han encontrado problemas a la hora de analizar el perfil del nuevo inquilino de la Casa Blanca y predecir sus movimientos. Ellos saben que es un hombre de negocios que parece actuar sin tener una estructura coherente. Asimismo, los chinos son grandes estudiosos de El arte de la guerra y conocen en detalle los conflictos en los Balcanes, el Golfo Pérsico y también el ucraniano. Toman buena nota, analizan los errores y desarrollan estrategias para evitarlos en un futuro.
Los medios de comunicación hablan de las posibilidades reales de que Rusia lance una bomba nuclear. Si bien es cierto que nuestras sociedades cada vez son menos sensibles ante el temor de que estalle un conflicto nuclear, usted advierte de que existen formas incluso más dañinas y sofisticadas de terminar con el rival. ¿Estamos entrando en una etapa en la que la guerra tecnológica puede llegar a producir mayor temor que el hongo atómico de Hiroshima y Nagasaki?
Así es. La bomba de hidrógeno garantizó la paz en Europa en las décadas de la Guerra Fría, ya que ambos bloques estaban aterrados ante la posibilidad de que un conflicto armado en el corazón del Viejo Continente desembocara en una guerra nuclear. En la actualidad, a diferencia de lo que sucedía con la bomba de hidrógeno, se fabrican armas nucleares de menor rango para ser empleadas en el campo de batalla. Si, además, estas armas tácticas se gestionan mediante sistemas automatizados en buques y submarinos, podría producir una rápida escalada del conflicto. En un escenario como este, las personas deberíamos sentir muchísimo miedo de una guerra real. Al expresidente Biden se le ha acusado de no haber suministrado las suficientes armas a Ucrania durante su administración. Creo que se precipitan cuando hacen este tipo de acusaciones, deberíamos esperar unos años, a que los miembros de la administración empiecen a publicar sus memorias, y entonces podremos comprobar si Biden pecó de prudente o el envío de material militar más avanzado hubiera supuesto una escalada mayor del conflicto provocado por Putin.