Recetas para evitar una desigualdad a la latinoamericana

El economista y profesor Diego Sánchez Ancochea publica «El coste de la desigualdad. Lecciones y advertencias de América Latina para todo el mundo»  (Ariel)

 

Texto: David VALIENTE 

 

Con su reciente publicación El coste de la desigualdad. Lecciones y advertencias de América Latina para todo el mundo, el economista y profesor de Oxford Diego Sánchez Ancochea, desde un tono didáctico, pretende mostrarnos todo lo que podemos “aprender de la experiencia latinoamericana y cómo ese conocimiento nos ayudará a mejorar la situación en nuestros países”, dice Diego a través de Google Meet. Que la desigualdad carcome la paz social de la región es un hecho incuestionable, que también puede llegar a ser nuestra realidad si las políticas neoliberales siguen acumulando las riquezas para una pequeña parte de la población. América Latina nos previene, nos insta a reforzar nuestro sector público con políticas redistributivas de riqueza: “Es una región apasionante con muchas dificultades para la creación de Estado, muchos retos, pero también muchas promesas y enseñanzas para el resto de países del cono norte y sur”, asegura el profesor.

¿Crees que el keynesianismo es la teoría económica más acertada para afrontar una situación similar a la que vive Latinoamérica?

Sin duda. Pero no solo para resolver los problemas de Latinoamérica también los del resto del planeta. La economía mixta, es decir, la capacidad de combinar mercado y Estado con el fin de generar crecimiento y bienestar,  fue el gran invento del siglo XX. Países exitosos, en la línea de Suecia, combinaron a la perfección estas dos variantes que aún pueden enseñar mucho a otros países con dificultades a la hora de crear Estado.

El keynesianismo recibe críticas feroces por parte del liberalismo, si es un sistema tan acertado ¿cómo es que tiene tantos detractores?

Hay dos elementos claves para entender esto. Uno de ellos es el éxito que la narrativa facilonga del esfuerzo individual dentro de un marco de liberalización económica ha tenido en nuestra sociedad; y el otro tiene relación con la capacidad que los grupos económicos poderosos han mantenido a la hora de promocionar esta narrativa, basada en unos datos cuestionables sobre el crecimiento en el siglo pasado.

Comenta que el discurso sobre el origen de la desigualdad en Latinoamérica se encuentra polarizado entre quienes afirman que hay que buscarlo en la colonización y quienes consideran la primera gran oleada global del capitalismo como su simiente, ¿por cuál se decanta? 

Esto puede sonar diplomático, pero me quedo con una combinación de ambas. La colonización creó una serie de instituciones excluyentes, sin embargo, la economía de esos siglos no tendía al crecimiento masivo, por lo tanto no existían la posibilidad de crear una desigualdad tan profunda. En el siglo XX, en cambio, la primera gran globalización sembró unas condiciones de crecimiento mucho más amplias que, sumado a la debilidad institucional, provocaron una marcada desigualdad.

Por lo tanto, ¿no existe una tendencia endémica hacia la pobreza?

Yo diría más bien una tendencia a la desigualdad. La clave es la existencia de la riqueza porque, al fin y al cabo, la pobreza es la otra cara de la misma moneda. Pensemos en Chile, el 1% de la población se lleva casi un tercio del total de la producción anual. Esta situación impide un reparto equitativo de los recursos y complica la posibilidad de reducir los niveles de pobreza.

Y algo fundamental para reducir la desigualdad es la educación, cosa que hicieron en Corea del Sur y Singapur, los tigres asiáticos.

Sin duda. Pero una educación vinculada al sector productivo, es decir, a la vez que invirtieron más en educación, crearon una política industrial y sectorial capaz de generar mejores puestos de empleo, desarrollando de este modo la oferta y la demanda de puestos de trabajo. En Europa, no podemos negarlo, el gasto en educación ha sido mayor que en otras regiones, aunque ahora países como el nuestro tomen el camino contrario. El sector público se ve erosionado y sustituido por lo concertado y, en este sentido, la Comunidad de Madrid está generando mucha desigualdad.

Vamos, América Latina es la antítesis de los tigres asiáticos y de Europa.

Correcto. Allí coexiste en un ambiente de mucha desigualdad acentuado por una élite que crea su fortuna de los sectores tradicionales. Existen pocos incentivos para invertir en educación de calidad y mucho menos cuando es muy difícil recaudar los impuestos suficientes. Por lo tanto, la desigualdad se acrecienta y se perpetua en el tiempo.

En su libro habla de la incapacidad de los Estados latinoamericanos de cobrar impuestos a las grandes fortunas, ¿los nuevos Gobiernos de Chile y Colombia podrán cambiar esta tendencia?

Lo intentarán sin duda, además será su gran reto. En principio, ambos Gobiernos pondrán el acento en una política económica distributiva y, desde luego, se van a encontrar con muchos obstáculos. En contexto de gran desigualdad, las élites tratan de construir nuevas narrativas que consigan frenar las reformas de los Gobiernos. Ojalá esta vez consigan sus objetivos.

¿Cómo lo haría usted?

¡Qué difícil! Construiría una narrativa que haga comprender a la población que no todos tienen que pagar impuestos, tan solo las grandes fortunas; es decir, pondría el acento en la redistribución y en que esos impuestos son necesarios para las mejoras ciudadanas que todos queremos.

Pero están los liberales que afirman que el capital huye de los impuestos…

Eso no es siempre así, máxime si los impuestos van destinados a mejorar los servicios y la productividad, los inversores se querrán quedar en el país porque eso se traduce en seguridad y mayor rendimiento. De todos modos, a los liberales debemos recordarles lo importante que sería disponer de una unidad internacional en temas de impuestos; debemos intentar que en todos los países las grandes fortunas paguen una cuota similar. Hemos avanzado mucho en este último año y medio y espero que sigamos por este camino.

Usted recoge una fecha clave: la gran crisis económica de 1982; ¿es una crisis especial?

No lo dudes. Abre las dinámicas de crisis financiera del siglo XX en todo el mundo. Desde entonces se producen más crisis, en gran medida, por la libertad económica y la falta de restricciones que se pone al capital. Es, además, una crisis profunda y determinante para la región sudamericana y centroamericana, pues si vamos a los datos, por poner un ejemplo, en 1990, los ciudadanos de la región eran más pobres que 10 años antes.

Los movimientos populistas del siglo pasado trajeron muchos beneficios a los trabajadores, pero ¿por qué los descarta como opción política alternativa?

No son sostenibles básicamente debido a dos motivos. Por un lado, basan su discurso en la polarización, acentuando la distancia que existe entre el ellos y el nosotros; a nivel social mantener este discurso en el tiempo se vuelve una tarea ardua, insostenible diría yo. Por otro lado, y desde el punto de vista económico, este tipo de movimientos funcionan cuando el país crece económicamente, así disponen del dinero para cumplir sus promesas, pero cuando se presenta un escenario de contracción económica sus promesas quedan sin cumplir.

Los populismos de este siglo dicen estar con los trabajadores cuando dan palmaditas en la espalda a las grandes fortunas, ¿a qué se debe ese cambio?

Ahora mismo el populismo se ha equivocado de bando, y quizás la explicación resida en la dificultad de la izquierda de responder a los retos actuales. El economista Thomas Piketty analiza esa dificultad en su trabajo. Además el discurso, tanto liberal como antimigratorio, presenta soluciones fáciles e inútiles a una población descontenta ante la situación que viven cada día.

Hablando de la migración, ¿por qué ha evitado tratar ese tema?

Quería hacer pensar a las personas sobre aquellos elementos relevantes que conducen a la desigualdad y que pueden (y de hecho afectan) a los países del norte. Los países occidentales u occidentalizados reciben inmigrantes, no los emiten. Por este motivo, no hablo de la inmigración, ni de las drogas, ni del poder que EE.UU. ejerce sobre la región. Mi intención es sacar lecciones a partir del escenario latinoamericano.

Sin embargo, no elude el tema de la violencia, especialmente el estimulado por las bandas y las maras. Hace poco Nayib Bukele declaró la guerra a las maras salvadoreñas, ¿ha hecho bien?

No lo ha hecho. Una respuesta de este tipo nunca ha contribuido a solucionar el problema a largo plazo y además pone en riesgo el discurso democrático y sus instituciones. En El Salvador ocurre exactamente esto, la nueva retórica unida a las prácticas autoritarias no resolverá el problema porque su origen reside en cuestiones sociales y económicas atávicas.

Una de sus propuestas para solucionar el problema de las maras es la educación, una propuesta de futuro, no cabe duda; ¿qué hacemos con las personas que no conocen otra vida más que la violenta?

Se trata de combinar una educación eficiente, con una mayor empleabilidad y una policía moderna y comprometida con los derechos humanos y la democracia.

¿El sistema de bienestar social en Europa puede implosionar?

No creo que implosione, pero el debilitamiento resulta evidente. De hecho, en España vemos que la calidad de algunos servicios públicos ha descendido; la clase media antes asistía en masa a la consulta de los médicos de la seguridad social, ahora recurre cada vez más a opciones privadas. El contrato social se erosiona y esto puede generar desigualdad. Sin duda, la situación es preocupante, pero aún contamos con la capacidad de voltear esta tendencia. Es preocupante porque cada vez nos enfrentamos a más dificultades económicas que nos recuerdan a América Latina, pero hay mucho apoyo ciudadano al estado de bienestar.

¿Qué receta daría para solucionar el problema del mercado laboral?

Es otra pregunta del millón, pero pasa por una política estatal más activa y por una colaboración entre el sector público y privado. España tiene que pensar en los sectores dinámicos donde pueden ser competitivos y cómo esos sectores van a ser más competentes para generar más empleo. Esa es una conversación que tiene que liderar el sector público porque la privada va a estar centrada en buscar su beneficio.

¿Hay algún país latinoamericano con tendencias positivas?

Uruguay, hasta la llegada de Luis Lacalle Pou, reformó sus políticas públicas, sobre todo en lo referente a la sanidad, y profundizó en el estado de bienestar. El otro país, no tanto por lo que ha hecho sino por lo que podrá suceder, es Chile. El descontento social ha conducido a la búsqueda de nuevas alternativas. La situación promete.

En su ensayo da mucha importancia al I+D, pero no así a la industria…

En el siglo XXI debemos pensar en sectores más que en Industria versus servicios. Debemos preguntarnos cuáles con los sectores productivos que crean más trabajo, entre los que se encontrarán sectores industriales.

¿Qué pueden aprender las sociedades europeas de los movimientos de liberación tipo MST, EZLN o MAS?

Dos enseñanzas debíamos sacar: la importancia de vincular demandas concretas con ideas más amplias y ambiciosas de desarrollo. Estos movimientos surgen de demandas muy concretas de la población pero que se convierten en narrativas que buscan virar a un mundo mejor. La segunda enseñanza es la cantidad de instrumentos de los que dispusieron estos movimientos para buscar el cambio: desde el poder judicial a las redes sociales; instrumentos útiles que podríamos implementar para frenar la creciente desigualdad.

¿Considera que el mundo desarrollado ha ignorado a Latinoamérica?

Por cuestiones de seguridad, geoestrategia e índices de pobreza no tan elevados como en otros continentes, los países del norte no han prestado la atención que debieran a Sudamérica y Centroamérica. En cierto modo, un escenario como este da la oportunidad a otros países como el nuestro en la labor de crear puentes mucho más sólidos.

¿Eso debería hacer España?

Sin duda, de un modo horizontal y democrático, mostrando igualdad y ganas de aprender de las lecciones que nos pueden dar.

¿La pandemia ha cambiado la mentalidad de la sociedad latinoamericana?

Creó una puerta para el cambio, ya que mostró el valor de los servicios públicos y que si yo me pongo malo, el vecino también se puede poner. Sin embargo y por desgracia, en América Latina rápidamente se convirtió en un discurso de austeridad, que ha cerrado muchas oportunidades de cambio. Algo muy lamentable.

¿Y la guerra?

Estamos ante un espacio geopolítico más complicado y con una inflación alta que nos supone un gran reto. El problema de esta coyuntura es que dejemos de prestar atención a cosas tan urgentes como la creación de empleo que sigue generando mucha desigualdad. Si estuviera en el puesto de los políticos, prestaría mucha atención a la vinculación entre guerra, inflación y desigualdad.