¿Qué somos? ¿Un cerebro de materia orgánica o una mente intangible?
Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga nos introducen en los recovecos de la consciencia en “La conciencia contada por un sapiens a un neandertal” (Alfaguara).
Texto: Antonio Iturbe Foto: JEOSM
Sobre ciencia, conciencia y consciencia llevan varios años conversando, paseando y discrepando de manera ritual el novelista Juan José Millas y el catedrático de Paleontología, Juan Luis Arsuaga. La conciencia contada por un sapiens a un neandertal cierra su trilogía de reflexiones y paseos ilustrativos sobre lo que nos hace humanos donde el científico Arsuaga lleva al literario Millás a universidades, laboratorios, centros médicos e incluso catedrales para tratar de meter en su cabeza llena de metáforas la luz de la ecuación y el rigor científico. Arsuaga, como muchos científicos, mira con cierta distancia a Noah Yuval Harari, que en círculos científicos no se considera que haya descubierto nada que no estuviera ya explicando por los expertos, con mucho menos éxito. En el libro, cuando Millás menciona por segunda vez a Harari, Arsuaga, cansado de la cantinela, le dice: “Olvídate de Harari. Tú te has caído del guindo con él porque no nos habías leído a los antropólogos”.
Lo cierto es que Arsuaga y Harari coinciden en considerar la importancia de la colaboración para hacer avanzar el mundo, aunque a menudo nos olvidemos y nos empeñemos en ponernos la zancadilla y aporrearnos unos a otros. Arsuaga nos dice: “la inteligencia es propia de las especies sociales. Por eso conquistan el mundo”.
Cada asunto se convierte en una visita a algún lugar para que se ponga en marcha la mano de Millás. El libro pone en la primera visita el foco del asunto: Arsuaga cita a Millás en el Centro de Salud Carlos III de Madrid. En una de sus digresiones hablan sobre Proust, sus madalenas y sus rememoraciones. Arsuaga le dice: “Olemos con el cerebro. Vemos con el cerebro. Todo lo hacemos con el cerebro”. Y por si quedaban dudas de que todo se orquesta en el motor que llevamos bajo el capó del cráneo, pasa por ahí Rodrigo Quian, director del Centro de Neurociencia de sistemas de la Universidad de Leicester. Cuando Millás ve la manera tan mecanicista en que hablan de lo que nos barrena por dentro, le dice, con esa prudencia suya que si la observas con detenimiento ves que oculta cierta sorna :
-Me da la impresión de que no haces distinción alguna entre cerebro y mente, como si fueran la misma cosa.
-Es que son la misma cosa. Se llama materialismo.
Con el materialismo científico hemos topado. Millás nos deja leer sus pensamientos: “Yo procuro ser materialista, aunque no siempre me sale. Callé entonces a causa de mi complejo de inferioridad, pero me pregunté si la teta y la leche, o los testículos y el semen, desde una concepción materialista, eran la misma cosa”.
A lo largo del libro iremos viendo cómo Arsuaga trata de explicar con sólidos argumentos cómo el cerebro es una red de neuronas que generan la consciencia, mientras Millas va asintiendo sin convicción: no ve claro de qué materia está hecho el deseo o el recuerdo de su madre que ya no está y aparece en su cabeza de manera vivida. Arsuaga a veces le explica con paciencia el funcionamiento de las neuronas y las sinapsis y otras resopla con impaciencia ante las elucubraciones del escritor:
-“La información, para los temperamentos dualistas como el tuyo, se ha convertido en un equivalente moderno del espíritu, del alma, de los dioses, de los genios, de las energías… los términos varían pero el significado es el mismo: entidades inmateriales que actúan en el mundo material. En otras palabras: pensamiento mágico”.
-“¡Joder con el pensamiento mágico! -protesté- Vamos a ver, Arsuaga, cuando yo tengo una fantasía sexual veo en mi mente imágenes que no son materiales porque no están hechas de átomos”.
Arsuaga no cede. Explica que “Un recuerdo no es más que un conjunto de neuronas que se activan a la vez porque están conectadas”. Y afirma como un mantra: “Todo lo que no se puede poner en números no es científico”. A Millás sigue sin entrarle en la cabeza: “¿Y el sufrimiento, que no es cuantificable? Hay cosas no cuantificables que existen.” Y cuando el científico siente que se pone en duda su sensibilidad, la defiende y casi es peor: “Tengo tanta sensibilidad como el más cursi de los poetas”.
En el libro Millas se narra a sí mismo como el alumno atento pero algo soñador (un neandertal poco metódico) frente a las lecciones del sapiens racional que es Arsuaga tratando de arrancarle ese “pensamiento mágico” que le hace creer que hay algo en nuestra consciencia que no sean neuronas o sinapsis eléctricas cuantificables y medibles. Cuando Millás le pregunta si como científico ha reflexionado alguna vez en la naturaleza del deseo, Arsuaga cambia de tema.
Un libro con substancia, con debate, con comidas opíparas que se regalan (Millás dice al principio que no toma más azúcar que la de la fruta, pero se inflan a postres, será cosa de las inevitables contradicciones humanas) está narrado por Millás con la justa mezcla de peso y levedad.
Me encuentro en Barcelona a este tándem que ha devuelto a nuestro agitado siglo XXI el paseo filosófico. Están sentados en una cafetería charlando, o debatiendo. Millás me sonríe y se dirige a mí como si Arsuaga no nos oyera.
-Arsuaga dice que el trabajo de la ciencia es convertir los misterios en problemas.
-Problemas -aclara el paleontólogo -desde el punto de vista matemático: que se pueden llegar a resolver.
–Lo convierte todo en una ecuación -me dice Millás.
– ¡Todo es una ecuación!
Tengo curiosidad profesional por saber si Millás toma notas o graba discretamente.
–No grabo con el teléfono móvil sino en una grabadora digital, pero hay sesiones que solo son notas. Siempre tengo un conflicto: si tomo notas puedo perder el ritmo de la conversación y combino: a ratos grabo y a ratos tomo notas. El problema de la grabación es que de un encuentro de día y medio salen ciento cincuenta folios cuando desgrabas.
Comentamos su paso por el programa televisivo de moda, La Revuelta. Me parece una lástima que no le hubieran preparado a Broncano unas notas con tres o cuatro momentos jugosos del libro, como el ataque de pánico de Millás al verse en el ensordecedor WiZink Centrer en un partido de baloncesto del Real Madrid con todos los sapiens berreando de manera tribal en la grada. Arsuaga asiente.
-Lo del baloncesto es muy simpático porque tiene que ver con las identidades colectivas. Broncano lo hace muy bien pero creo que todavía tiene que dar un paso más allá. Sostengo que hay algo mejor que divertir. “Divertido” está bien, pero hay un adjetivo todavía mejor, que es “interesante”. ¿Yo qué quiero que digan las mujeres de mí? ¡Fíjate la diferencia entre que digan: ‘Juan Luis es muy divertido’ o (con voz más profunda) ‘Juan Luis es muy interesante’! Lo que hay que ser es interesante, igual que sucede con explicar la ciencia. La Revuelta* es ahora un programa divertido, pero habrá un día en que se convierta en un programa interesante. Ya llegará.
Les saco a colación que en el libro explican que fueron a un curso de verano de la universidad Menéndez Pelayo para explicar, sin éxito, que lo que ellos hacen no es divulgación…
-Divulgacion es un término que se utiliza con la intención de quitarle mérito y valor al ensayo científico -explica Arsuaga-. En España por razones históricas no tenemos cultura científica, pero sí literaria en el sentido de la ficción. Los propios científicos cuando quieren denigrar algo dicen: eso es divulgación, porque los científicos serios hacen papers, artículos en revistas especializadas. Yo podría ser divulgador si me piden que escriba un libro de historia del arte, porque no soy un historiador y no tengo un punto de vista ni una perspectiva original. Voy a repetir o reproducir lo que se ha dicho sobre el Barroco, pero no tengo mi propio pensamiento. Un verdadero historiador del arte no puede ser objetivo porque tiene su visión. Su mirada única y personal no pretende trasladar la mirada de otros sino la propia. Si tú haces divulgación de historia del arte no puedes decir “No me gusta Rubens, no hablo de él, no me interesa.
Les digo que a mí lo suyo me parece un género literario. Le pregunto a Arsuaga si se ve reflejado en el dibujo que traza de él Millás.
-No debería verme bien reflejado sino mal reflejado por definición, como cuando te ves en una foto y te parece que tú eres mucho más guapo. A nadie le parece que lo han sacado bien en las fotos
Me giro hacia Millás, que lo deja hablar porque Arsuaga cuando coge hilo es difícil de cortar. ¿Protesta?, le pregunto.
-No, en eso Arsuaga es muy respetuoso. Él mismo cuenta esta anécdota: Manolo Vilas fue al Museo de la Evolución de Burgos y al paso de las horas, están cenando y le dice: ¡Eres igual que en el libro!
-Pasa igual que con las fotos -se ríe Arsuaga-: Tú dices “no estoy tan viejo, no tengo esa papada” y los demás te dicen: “¡Pero si estás clavado!”
Le digo a Millás que en cierto momento del libro afirma: “Tú eres implacable, Arsuaga”, ¡pero después nos cuenta que su héroe es Peter Pan!
-Porque Arsuaga es un tipo muy complejo, puede ser muy despiadado pero puede ser muy tierno. Cuando uno se encuentra con Arsuaga, que es un catedrático, paleontólogo, director de una de las excavaciones más importantes del mundo… esperas un arquetipo, pero luego se rompe en pedazos. Tiene muchos perfiles y una de las cosas más interesantes es mi asombro al ir descubriendo todos esos perfiles en un solo individuo. Te da mucho qué pensar lo complejas que podemos ser las personas. A veces durante un viaje, lo iba observando y parecía que estaba en plena meditación zen y otras veces se cagaba en el zen.
Me giro hacia el otro lado de la mesa y le pregunto si él pensaba que Juan José Millás sería así en la distancia corta.
-A Millás le leía, le había presentado algún libro y ya conocía su sentido del humor y me gustaba. Yo valoro mucho el sentido del humor y él lo tiene, y también su mundo y su forma de ver las cosas. Este libro no habría podido hacerse con un escritor normal.
Me giro hacia Millas: ¿Es un elogio, verdad?
Levanta una ceja
-Tomémoslo como elogio.
-¡Es que con otro escritor no funcionaría!
Les digo que uno de los asuntos que me ha llamado la atención es que explican que el cerebro es un órgano que no siente el dolor. Y me ha inquietado la reflexión de que no lo podemos apagar nunca como haríamos con un ordenador o cualquier máquina. Me pregunto si las series de televisión más chorras o los libros más banales cumplen una función importante para hacer como si se apagara un rato el cerebro…
-Es muy común esa expresión de “necesito desconectar” -apunta Millás-. Entonces te pones una película porque necesitas cambiar de ámbito, eso que se dice “distracción”, distraerse de lo que te preocupa. Eso no significa que el cerebro no esté ahí sino que te desvía del tema que te traías de la oficina o la preocupación que sea.
Arsuaga interviene:
-Eso es algo que consigue la meditación, se supone. Vaya por delante que yo no hago, yo soy muy occidental, muy griego, no soy de esas cosas. Pero la meditación busca esa manera de examinar los pensamientos y borrarlos de la mente.
No me puedo reprimir: ¡Anda! Estás hablando de la mente. ¿Pero no decías que eso eran cosas de Millás y los del pensamiento mágico?
Arsuaga por primera vez, duda. Y Millás sonríe socarrón.
-¡Es que a veces se le escapa lo que piensa!
- Este encuentro tuvo lugar el pasado mes de noviembre.