Lo siento, concienciados amigos veganos… ¡las plantas también sienten!

El científico Paco Calvo abre más la puerta hacia el conocimiento de las capacidades cognitivas de los vegetales desde su laboratorio y nos lo cuenta en “Planta sapiens” (Seix Barral). Una investigación que causa recelo y resistencias porque si las plantas sienten… ¿deberíamos reconsiderar el modo en que las esclavizamos?

Texto: Antonio ITURBE  Foto: Isabel WAGEMANN

 

 

Cuando uno camina por un bosque se hace preguntas que, normalmente, no tiene tiempo de hacerse, porque en la vida de las pantallas y el cemento todo sucede a una velocidad animal, pero en ese entorno forestal la velocidad es la del bamboleo de las ramas. Aunque hay una literatura animal de ritmo frenético, de mover a los personajes de aquí a allá para solucionar enigmas, de violencia y drama, que tiene mucho éxito, algunos preferimos la literatura vegetal: que parece que no se mueve y carece del salseo del entretenimiento, pero hunde las raíces en lo profundo.

El fervor por las plantas da lugar a ciertos cursillos de domingueros vestidos con sandalias y ropa de lino vagamente concienciados e incluso esas prácticas japonesas de abrazar árboles para absorber sus energías al que llaman «shinrin yoku», un baño forestal para urbanitas estresados. Pero más allá del folclorismo, la decisión de algunos científicos de entender mejor el mundo vegetal en su complejidad de seres sintientes resulta de lo más interesante. En estos últimos cinco años, quizás el que más ha dado la batalla mediática para explicarnos las capacidades de las plantas es el investigador neurovegetal y profesor de la universidad de Florencia, Stefano Mancuso, cuyos libros ha ido publicando la editorial Galaxia Gutenberg. Tal vez los últimos hayan sido algo reiterativos en su afán de reivindicar “la nación de las plantas”, pero ha abierto una brecha.

La brecha crece desde España con el catedrático de filosofía de la ciencia y director del laboratorio de inteligencia mínima de la Universidad de Murcia, Paco Calvo, que acaba de publicar Planta sapiens. Colega de Mancuso, por intereses profesionales, por visión sobre la inteligencia vegetal y por haber compartido largas charlas y complicidades, Calvo nos pone al día en la vanguardia del estudio sobre las capacidades de las plantas en este libro muy detallado donde señala nuestra restringida visión de la inteligencia cuando no vemos un cerebro tangible a la vista  y pide un replanteamiento del concepto “inteligencia”: “no podemos reducir las plantas a la categoría de objetos puramente mecánicos”.

He quedado citado con Paco Calvo en el edificio donde se ubica la sede del Grupo Planeta, pero que ya no es propiedad de la familia Lara. Este llamativo edificio de 1979 en la avenida Diagonal de Barcelona, que originariamente fue la sede de la ya marchita Banca Catalana, se caracteriza por la enorme cantidad de plantas que cuelgan de su fachada en un remedo babilónico para ejecutivos. Ya que vamos a ver a un experto en asuntos verdes, le pido que nos demos una vuelta por la entrada del edificio y veamos cómo están nuestras amigas.

En el libro explicas que en casa tenemos las plantas como a las mascotas, un poco atontadillas, domesticadas… “no sé si domesticadas o esclavizadas”.  Explicas en el libro tus experimentos con anestésico con mimosas: una planta que generalmente se contrae al tocarla, al inocularle anestésico deja de hacerlo. Eso demuestra que son sensibles al anestésico, que son sintientes…. “todas las plantas dejan de hacer lo que estaban haciendo cuando las drogas”.

¿Entonces los árboles y los arbustos en la ciudad también son sensibles al ruido, el estrés y la contaminación? “Fíjate, en las aceras de Barcelona, por ejemplo, en el plátano de sombra. Es típico de muchas las ciudades. Se utiliza mucho en entorno urbano porque funciona muy bien para chupar los gases de los tubos de escape. Es lo que explico en el libro, es la idea de tratar a la planta como objeto y no como sujeto. ¡Ah, qué bien me viene plantar esta variedad porque nos sirve para reducir contaminación! Pero claro, eso no tiene nada que ver con los intereses de la planta o cómo estaría de bien en un entorno natural o de otra manera”.

Una forma interesada de domesticación… “No solo son las plantas ornamentales, también la agricultura. Llevamos miles de años sin comer casi nada que sea silvestre y hemos ido modelando el fenotipo de las plantas, diseñándolas para nuestro disfrute. La planta deja de ser quien era y deja de hacer lo que haría por ella misma”.

En un pequeño murete asoma un hierbajo silvestre. Le pregunto si esa planta que crece de manera inesperada en la grieta es libre… “Las malas hierbas son de las plantas más listas que hay porque se buscan la vida y además se la buscan muy bien. No son esas macetas que tienes en casa que les haces la manicura; estas han de luchar para sobrevivir. Tú te pones a arrancar esas que decimos malas yerbas y cuanto más te lo curras, peor; o sea, más se propagan, más se multiplican. Se tienen que espabilar para seguir pasando sus genes a pesar de nuestro empeño en aniquilarlas. Hay que observar las condiciones o qué presiones naturales o artificiales tienen las plantas para desencadenar respuestas que sean activas y flexibles. Hay que pensar en qué es lo que la planta percibe como una agresión o en qué entornos la planta se encuentra en su zona de confort o cómo tiene que poner en marcha una determinada maquinaria fisiológica metabólica para dar respuestas conductuales para sobrevivir a pesar de la adversidad”.

Aquí estamos rodeados de plantas colgantes… “Tengo debilidad por las trepadoras. Puedes percibir su inteligencia en cómo están trabajando para evitar fuentes de estrés o bien ir hacia fuentes de interés, que puede ser un gradiente químico en nutriente o la luz del Sol”.

Le hago la pregunta que sé que lo va a fastidiar… ¿Eso no son automatismos? “¡No es están pre-programadas! Fíjate en la importancia del poder de anticipación en una planta. La gente dice: las plantas se pueden permitir el lujo de ser tontas porque son sésiles, están arraigadas, están ancladas. Nosotros, los animales, que tenemos que andar para arriba, tenemos que ser listos, hemos desarrollado la inteligencia porque claro, tenemos que escondernos, tenemos que cazar. Parece que identificamos locomoción con inteligencia. Es al revés. Piensa en las plantas trepadoras: como su patrón de crecimiento es tan lento no pueden permitirse el lujo de equivocarse. Cuanto más lento seas, más tienes que asegurarte de que vas a llegar a donde necesitas llegar”.

Un debate que planteas es el de definir inteligencia… “Tenemos la manía de pensar que la inteligencia reside en el interior del sujeto. O sea, que yo te abro la cabeza para ver dónde está la inteligencia en algún sitio en tu cerebro. Consideramos la inteligencia el hardware neuronal conectado a la mente. Si miro dentro de la planta, no voy a encontrar eso y podría deducir que entonces no hay inteligencia”. ¿Error? “¡Error! Antes la inteligencia solo podía ser humana o animal, pero hay que sacudirse esos prejuicios, hay que superar la visión zoocéntrica. La inteligencia vegetal es descentralizada y se muestra en la conexión con el entorno. Lo que observamos de manera innegable es que cada planta tiene su estrategia particular, que tiene que ver con los procesos de selección natural. Hay una presión selectiva y las que han hecho un determinado tipo de cosas, les ha ido bien y han pasado sus genes ; esas son las que no se han extinguido. Igual que un animal o un humano, que se comporta de una manera u otra en función del contexto. ¡Se nos olvida que somos contexto!”.

¿No podemos entender a la planta sin entender su contexto? “Es que es en función de su entorno y circunstancias que la planta desarrolla su conducta, o sea, su crecimiento y desarrollo. Nos cuesta tanto entender la inteligencia de las plantas porque no se desplazan, sino que crecen para llegar a su objetivo. Y lo hacen a otra velocidad. Tenemos que entrenar el ojo para apreciar el esfuerzo y la intencionalidad que hay detrás de esa respuesta que no está preprogramada y que no es una mera señal fisiológica. Hay que entender lo que trata la planta de hacer para interactuar de manera exitosa con ese contexto”.

En el libro huyes del buenrollismo de los baños de bosque y las energías positivas… “Paso de puntillas por ahí. Pueden tener razón, pero por las razones equivocadas. También hay que decir que es muy fácil desdeñarlo desde una perspectiva científica, pero no debe hacerse a la ligera. Yo trabajo desde la ortodoxia científica siempre, pero cuidado, que el rol que la intuición puede desempeñar como parte del método científico está infravalorado”.

Entramos en las oficinas para escapar del ruido de la calle y dejamos a las plantas colgantes del jardín vertical. Observarán que estas líneas no van acompañadas de imágenes de Paco Calvo frente a esas plantas de este singular edificio ajardinado. Al llegar al ascensor me comunican que “la propiedad” prohíbe que utilice las fotos que he tomado afuera con mi cámara. La propiedad es el fondo de inversión estadounidense Blackstone, que compró el edificio en el año 2018. Me queda claro que el más modesto cactus tiene más inteligencia que los representantes en España de Blackstone. Pobres tipos. Una pena (y una ridiculez) que impidan mostrar en una revista cultural este estupendo edificio con 3,2 kilómetros de jardineras de acero con riego hidropónico (con nutrientes) por goteo de cerca de 50 especies.

Al llegar a la planta sexta de Planeta, se puede ver en las mesas de trabajo pequeñas macetas. No sé si hay un impulso primigenio en estar cerca de lo vegetal o es la mala conciencia por lo más que las tratamos… “Hay gente que ha leído el libro y me ha dicho: ¡Me has jodido! ¡La planta que tengo en el salón ya no la sé mirar con los mismos ojos! Aunque la gente con sensibilidad quiera rodearse de verde sigue sin pillar de qué va ese organismo. No puedes quedarte con la idea de que es un buen elemento decorativo o que me sienta bien. Tienes que entenderla por sus propios intereses”. Hablas de que pasamos por delante de las plantas sin verlas, de la ceguera vegetal… “Y eso afecta también a las plantas de la casa, a toda la parte que no vemos. Cuidamos una maceta, pero tienes todas las raíces enroscadas, más bien aprisionadas, por eso te decía lo de la esclavitud. Todas esas raíces que están hechas una maraña en la maceta. Si fuese un animal, eso sería impensable. O sea, ¿tú tendrías a un gato o un perro en una jaula estrechísima sin poder moverse?”.

Esa reflexión me hace pensar…  ¿qué tal te llevas con los veganos, tan sensibles y tan concienciados con los animales, pero que no se inmutan al desgarrar un cerebro vegetal como es una zanahoria o guillotinar el trigo? “Más que cómo lo llevo yo con ellos es cómo lo llevan ellos conmigo. Creo que no muy bien. No es broma, siempre que doy una charla en un auditorio, la primera mano que se levanta es la de alguien que me dice: soy vegano, soy vegetariano… ¿y ahora qué? ¿Qué coño hago? Yo pensaba que podía dormir a pierna suelta ¿y ahora qué?”.

¿Y qué ha de hacer? “Yo vengo de la ciencia cognitiva y mi interés era comprender la inteligencia vegetal, cómo funcionan sus sistemas de toma de decisiones, sin dilemas éticos. Pero, claro, hay cuestiones éticas.  No podemos decir que las plantas son sintientes porque… ¿entonces, qué voy a comer? ¡Eso no puede ser! Nosotros tenemos un artículo que se publicó en una revista que se llama Animal Sentience (Sintiencia animal), donde hay una serie de autores que escriben comentarios criticando nuestro texto. El artículo se titula Plant Sentence between Skepticism and Romanticism Science. Ni escepticismo ni romaticismo, hagamos la ciencia que hay que hacer. El propio editor de la revista, vegano militante radical, está en contra de nuestra indagación sobre la cognición en las plantas, dice que es imposible, que las plantas no pueden ser sintientes, pero lo dice porque no concibe cómo seguir viviendo si la agricultura es tan tortura como la ganadería intensiva. Entonces, te dice: eso no puede ser. Pero si lo son o no lo son es algo fáctico, son hechos que habrá que desentrañar y descubrir científicamente con la experimentación, la investigación y los métodos científicos para definir si este sustrato no neuronal da pie a que emerja una forma de sintiencia. Aquí no hablamos de nada místico, igual que nuestro sustrato matérico animal da pie a seres sintientes, la estructura vegetal puede dar lugar a un tipo de sintiencia. Habrá que afrontarlo de manera científica. La repercusión que esto pueda tener para nuestra forma de vida, esa es otra cuestión”.

Salgo a las calles de esa ciudad que tiene empotradas en el cemento de las aceras unos cuantos árboles y plantas como perros encadenados. Desde la puerta le pregunto a Paco Calvo qué ha aprendido de todos estos años de andar entre plantas: “Para mí la lección principal es entender que no somos tan especiales, que no somos únicos, ni distintos, ni nada. Somos una especie más en el árbol de la vida”.