¿Por qué consumimos todo de China excepto su literatura?

La publicación de autores chinos crece lentamente en España, que siempre ha vivido de espaldas a Oriente. Más vale que empecemos a saber qué escriben y qué temas les interesan a los escritores del gigante asiático.

 

Texto: David VALIENTE Ilustración: Alfonso ZAPICO

 

China está en todas partes. Pones el Telediario o lees la prensa y raro es el día que no encuentras una noticia sobre alguna de sus hazañas tecnológicas; si sales a la calle en cada esquina encuentras un comercio regentado por chinos; hasta se han hecho un hueco importante en la Red con grandes monopolios que compiten en calidad y eficacia con sus homólogos estadounidenses. Sin embargo, el mundo editorial español no se ha rendido al exotismo de los escritores chinos; se traduce muy poco de una sociedad cada día más a la vanguardia en todos los campos del conocimiento humano.

“No debería de resultarnos extraño. No deja de ser una cuestión geoestratégica que hunde sus raíces históricas en el Tratado de Tordesillas; a España le tocó el oeste y a Portugal el este”, comienza su argumentación Blas Piñero, filósofo, sinólogo y uno de los mejores traductores del chino en la actualidad. “Por cuestiones geoestratégicas y de geopolítica, los ingleses y los franceses se posicionaron en la vanguardia de la traducción de textos chinos. Hoy, por su imparable ascenso internacional, está resurgiendo el interés por conocer todo acerca del que fue uno de los países más herméticos a principios del siglo XIX”.

Aun así, los españoles estrecharon lazos con los mercaderes del Imperio celeste, que arribaban cargados de productos en el puerto de Manila. Esto permitió que en 1592, el misionero dominico Juan Cobo, tradujera el primer texto filosófico chino, Espejo rico del corazón de Fan Liben, a una lengua vernácula occidental.

Mucha historia

La tradición novelística china es más antigua que nuestro Quijote y bebe de fuentes filosóficas y religiosas, principalmente del Zhuangzi, texto taoísta fechado entre los siglos V y III A.C., y los Jakata, cuentos que narran la vida de Buda y algunos de sus discípulos, que ya se relataban por todo el país durante la dinastía Han. “Por la influencia de estas dos narrativas y con la intención de llegar a un mayor número de personas, ciertos escritores chinos que no lograban aprobar el examen oficial para acceder al funcionariado comenzaron a usar el chino vernáculo o báihuà. Por supuesto este nuevo género tenía poco prestigio y se rebelaba contra el buen gusto del chino clásico, la poesía y el discurso histórico oficial”.

“Gracias al descubrimiento de textos propios, como El sueño del pabellón rojo o Las orillas del agua, novelas que apelaban a la tradición, a lo carnavalesco y a. la polifonía”, la novela dejó de ser un género cultivado por marginados para convertirse en la voz de la gente común durante la República de China (1911-1949). “Es una lástima que supieran muy poco o nada de los autores”, se lamenta Blas Piñero.

En 1949, Mao Zedong establece la República Popular China tras años de luchas fratricidas y guerra contra el colonizador japonés. El nuevo régimen censuró la creatividad literaria, cualquier expresión fuera de los límites de un canon preestablecido se consideraba un acto reaccionario contra la revolución. Las aguas se amansaron con la llegada de Deng Xiaoping: “Resurgió la búsqueda del pasado, empezando por el empleo del lenguaje propio del mundo rural”.

No es de extrañar que, después de sufrir tiempos tan turbulentos, los escritores chinos encuentren en los traumas de su sociedad un Leitmotiv para articular sus reflexiones. Los autores que hoy se traducen al español se enmarcan en su mayoría dentro de lo que los especialistas han denominado “literatura del trauma”. “La literatura del trauma se asemeja a la literatura de la Shoah”, compara Blas, porque vieron cómo represaliaban a sus padres por el simple hecho de poseer un pequeño terruño, soportaron el hambre causado por el Gran Salto Adelante y fueron testigos de las luchas facciosas en las calles. “En las sociedades abundan los traumas por un pasado oscuro. Los chinos tienen muy recientes los suyos, todavía buscan esa voz que les permita expresar las historias que todos recuerdan sobre esos años turbulentos”.

Por eso tampoco nos debería extrañar el uso constante de elementos metafísicos para desarrollar las tramas: “El realismo nunca ha encajado con la personalidad literaria china. Intentaron desarrollarlo en la época de Mao, pero lo único que se logró fue cargarse el lenguaje; los chinos necesitan lo fantástico en sus intentos de explicar el mundo”. Aparte, una de las grandes influencias en la literatura china contemporánea apunta al Boom latinoamericano, y sobre todo a Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad, un libro muy apreciado: “Los autores de los años 80 se reconocieron en el realismo mágico y lo tomaron como su apoyo principal. Precisamente, hace unos meses Destino publicó Un zoo en el fin del mundo de Ma Boyong, una novela deliciosa y ejemplo de la incorporación de lo paranormal y lo incognoscible a la narrativa.

No obstante, la narrativa china está plagada de erotismo y sexo, escenas muy reales, en ocasiones de mal gusto y que atentan contra la moral por lo descarnado de las situaciones recreadas. “En la dinastía Ming, el erotismo no era apreciado, se consideraba un destructor de familias o, lo que es lo mismo en China: un destructor del orden. Por ello, los escritores lo empleaban a modo de confrontación con el discurso oficial. Ya en los años 1980 esto quedó implícito y se matizó con las propias experiencias rurales de los autores; en la vida campestre se entiende la sexualidad como una especie de moral de la supervivencia, se relaciona con la vitalidad y los ciclos de la cosecha”, explica el traductor.

No tan censurados

La divulgación sobre el mundo editorial chino es escasa en nuestras fronteras. Presuponemos que sus autores siguen anquilosados en los estrictos códigos de Mao, cuando debían cuidar lo qué decían y cómo lo decían para evitar represalias. Pero Blas Piñero nos muestra otra imagen: “De ciertos autores se dice que están prohibidos y que se tienen que exiliar para que sus obras prosperen. Soy muy crítico con esos discursos. Muchas veces, tras ellos se esconde una literatura de menor calidad, encumbrada por el marketing de las editoriales occidentales (y la geoestrategia)”.

El cambio de rumbo establecido por Deng Xiaoping a principios de los años 1980 permitió a los jóvenes literatos expresarse con libertad. “Con el desarrollo de la sociedad de mercado, el lector se convierte en ‘censor’; los chinos eligen qué autores merecían recibir la atención editorial”, asegura Blas Piñero. La sociedad de mercado sustituyó a la censura, pues esta no era incapaz de evitar que ciertos libros cayeran en las manos del público. “El mercado estaba inundado de versiones piratas de un mismo libro; descubrieron que les salía más rentable que el que una editorial reglamentada los editara”.

Ese fue el caso de Ciudad difunta del escritor Jia Pingwa, obra traducida por Piñero y que cambió por completo el modo de entender la censura. “Estuvo bajo candado durante diecisiete años y, cuando la apadrinó una editorial, se convirtió en todo un best seller”. Jia Pingwa comprende los problemas de sus coetáneos y los analiza con refinamiento y precisión en su trabajo literario: “Carece del talento de Mo Yan para llegar al público extranjero, pero su narrativa cuida el estilo y lo emplea para catalizar los problemas rurales y los derivados de los cambios bruscos de la sociedad; por eso en China es muy leído”.

Sin embargo, en China sigue habiendo escritores censurados, como Ma Jian, que vive exiliado en Londres y acaba de publicar en nuestro país El sueño chino (Lit. Random House), o temas tabús como los que el Nobel Mo Yan, traducido por Piñero para la editorial Kailas, se atreve a tratar en su obra. Mo Yan, miembro del Partido Comunista, despierta pasiones y odios enconados a partes iguales. Su temática se caracteriza por la dureza del campo, descrito con un lenguaje vulgar que sobrepasa los límites de lo soez cuando atiende asuntos de relevancia histórica. A Mo Yan no le tiembla la mano a la hora de criticar acontecimientos que se cobraron la vida de millones de personas.

Ni siquiera a día de hoy la pandemia es un tema tabú, aclara Blas. “Se está escribiendo y reflexionando mucho sobre el tema. Sé que desde España se ha vendido que la autora de Diario de Wuhan, Fan Fan, fue perseguida y censurada por el Gobierno, pero eso no fue del todo así”.

Las mujeres buscan su voz

El comunismo hizo mucho por igualar a hombres y mujeres. La pesada carga de estas, a las que no se les permitía su autonomía y eran sometidas a tradiciones despiadadas, cesó. “Desde principios de los 1980, grandes figuras femeninas reivindican su feminidad frente a la tradición confuciana”, dice Blas. En Habladurías de mujer, Lin Bai, halla una voz genuinamente femenina para narrar la vida de las mujeres. La novela critica que muchas se ven obligadas a emigrar a otros estados chinos en busca de mejores condiciones de vida.

Pero, sin duda, el gran descubrimiento femenino de finales del año pasado fue Can Xue y su obra La frontera, traducida por Hermida Editores. “Can Xue ha creado un registro magnifico con sabor a literatura onírica y surrealista, que toma parte de su influencia de Italo Calvino y Dante”.

¿El siglo chino?

De momento, solo dos chinos han sido galardonados con el Nobel, pero cada vez son más los nombres que se suman a las quinielas anuales: Yan Lianke, Can Xue… ¿Quién sabe? Tal vez el XXI pase a la historia como el siglo de la literatura china.

 

(En nuestra revista Librújula 43, más información sobre China y su literatura)