Pasado, presente y ¿futuro?

Libros como “Nexus”, de Noah Yuval Harari, “La conciencia contada por un sapiens a un neandertal “del tándem Juan José Millas y Juan Luis Arsuaga o el compendio de reflexiones del gran mitólogo Joseph Campbell en “Mito y sentido” tratan de responder a las grandes preguntas de la Humanidad que siguen tan opacas como en el inicio de los tiempos.

Texto: Antonio Iturbe      Ilustración: Hallina Beltrão

 

Jorge Luis Borges estuvo toda su vida dando vueltas a una idea que le rebotaba dentro del cráneo como una pelota de tenis en una cancha de pádel: si yo soy yo, ¿quién es ese tipo que está enfrente dentro del espejo? Lo decía otro importante filósofo trasnochador en los años 1990 llamado Jorge Martínez, que a falta de pelos en la cabeza se estiraba de los pelos de las guitarras: “¡Hay un tipo dentro del espejo, que me mira con cara de conejo!”. La gran pregunta que nos martillea cuando no estamos con la cabeza en blanco viendo el fútbol o las series clonadas de Netflix: ¿Quiénes somos? Y, ya de paso: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Se lo preguntaba también el grupo musical gallego Siniestro Total en la que probablemente es la letra de canción más profunda de la historia de la música: “¿Qué es el ser? ¿Qué es la esencia? ¿Qué es la nada? ¿Qué es la eternidad? ¿Somos alma? ¿Somos materia? ¿Somos sólo fruto del azar?”

Cuando en 2011 se publicó en Tel Aviv el libro escrito por un desconocido profesor de historia de Jerusalén de nombre imposible de retener en la cabeza llamado Noah Yuval Harari, con gafitas y delgaducho, sobre la historia de la humanidad desde los humanos arcaicos hasta nuestros días, en las grandes editoriales planetarias se pusieron de perfil. Pero ese libro, titulado Sapiens, empezó poco a poco a escalar la montaña y terminó siendo traducido a 65 idiomas.  Harari ha regresado a las librerías, ahora a bombo y platillo, con su nuevo libro, Nexus.  Si en Sapiens se centraba en el “de dónde venimos”, en este libro se plantea el “a dónde vamos”, y no parece excesivamente optimista porque arranca así su libro: “Hemos llamado a nuestra especie Homo sapiens, el humano sabio. Pero es discutible que hayamos estado a la altura de ese nombre”:

Nos dice que “nadie discute que en la actualidad los humanos dispongamos de mucha más información y mucho más poder que en la edad de Piedra, pero no es en absoluto cierto que nos comprendamos y que comprendamos mejor nuestro papel en el universo”.

Para entender quiénes somos, en Nexus incide de manera muy especial en contar cómo pasamos de ser devorados por las fieras a ser nosotros las fieras devoradoras. Nos dice que el secreto está en la cooperación. Los humanos de uno en uno somos unos animales de piel fina, poca fuerza, no muy veloces y con una agudeza visual mediocre. En campo abierto somos presas fáciles. Pero cuando unimos capacidades, dividimos las tareas y funcionamos en bloque, empezamos a ser más resistentes e incluso peligrosos. Harari dice que el secreto de esa capacidad de cooperación está en el relato: “En lugar de construir solo una red de cadenas de humano a humano -como, por ejemplo, hicieron los neandertales- los relatos proporcionaron a homo sapiens un nuevo tipo de cadena: las cadenas de humano a relato. Con el fin de cooperar los sapiens ya no necesitan convencer a los demás en persona; solo tenían que creer en el mismo relato. Y un mismo relato puede darse a conocer a miles de millones de individuos. Por ejemplo, los 1.400 millones de miembros de la Iglesia Católica están conectados por la Biblia; los 1.400 millones de ciudadanos de China están conectados por relatos de ideología comunista y nacionalismo chino; y los 8.000 millones de miembros de la red de comercio mundial están conectados por relatos sobre divisas, compañías y marcas”.  Nada que Harari no haya contado ya antes. Ya nos había explicado que uno de los relatos más exitosos de la Humanidad es el dinero: un humano te entregará cualquier cosa, una casa, por ejemplo, a cambio de unos papeles con dibujitos y la palabra euros porque cree en el relato de que esos papeles convencerán a otros de que le den de comer en un restaurante o le entreguen un coche nuevo. Harari nos decía que ningún chimpancé cedería su plátano a cambio de un fajo de esos papeluchos sobados con números porque no se cree  en absoluto el relato.

En Nexus profundiza más en la importancia de la información en nuestra sociedad, que ha substituido a las demás creencias. Nos advierte de los riesgos de la “idea ingenua de la información”, que sostiene que la información conduce a la verdad y que conocer la verdad contribuye a que la gente tenga poder y sabiduría. Eso de que la verdad siempre acaba resplandeciendo, a Harari no le pasa la prueba del algodón: “la fidelidad rigurosa a la verdad es esencial para el progreso científico y también es una práctica espiritual admirable, pero no es una estrategia política ganadora”. Como bien sabemos los ciudadanos de a pie, elecciones tras elecciones, no hay mejores libros de ciencia ficción que los programas electorales de los partidos políticos. No cumplen ni una décima parte de lo que prometen y a menudo hacen lo contrario de lo que dicen que van a hacer, pero como han observado que eso no los penaliza y los siguen votando (con “v”, en lugar de con “b”), pues siguen. Decía Scott Fitzgerald: ”Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia”. Podríamos decir: muéstrame un político que diga siempre la verdad y se escribirá un fracaso estrepitoso. Nos recuerda Harari que ya en La República el insigne Platón, el del amor platónico tan espiritual, nos decía que “su estado utópico se basaría en la noble mentira”. A la mentira también podemos llamarla relato, que es más resultón.

Sobre el “a dónde vamos”, Harari no es nada optimista y afirma que cuando escribió sus anteriores libros no había echado a andar la gran revolución del siglo XXI: la inteligencia artificial. Queridos lectores de Librújula y, por tanto, amigos, no olvidéis  lo que dijo en estas páginas el paleontólogo Eudald Carbonell: “La inteligencia artificial es el invento más revolucionario de la humanidad desde la dominación del fuego”. Igual no iba desencaminado.

Harari nos advierte, muy serio: “Hemos creado una inteligencia ajena no consciente pero muy poderosa. Si la manejamos mal, la Inteligencia Artificial podría extinguir no solo el dominio humano sobre la Tierra, sino la propia luz de la consciencia y convertir el universo en un entorno de oscuridad absoluta”.

Pero para no aguarnos la fiesta de nuestras insignificantes vidas, nos dice que “la buena noticia es que, si sorteamos la complacencia y la desesperación, seremos capaces de crear redes de información equilibradas que mantengan a raya su propio poder” y añade que “hemos de comprometernos con el trabajo duro y bastante prosaico de construir instituciones con mecanismos de autocorrección sólidos”.  Lo cierto es que no es un pronóstico muy halagüeño porque para lograr esos mecanismos de autocontrol el propio Harari señala que hemos de sortear la complacencia y la desesperación. Y eso nos va a costar mucho porque llevamos miles de años balanceándonos entre ellas.

 

La verdad del mito

La información, como señala Harari y todos sabemos por experiencia, a menudo miente. En cambio, el mito no miente nunca. No hay nada más verdadero que la ficción. Porque solo se miente cuando hay voluntad de engaño, sólo te miente ese que te dice muy serio: te voy a contar la verdad. Prepárate para lo peor. El mito, la leyenda, el cuento… te dicen desde el principio: esto es ficción, imaginación, cosa de fabuladores, nada importante. A partir de ahí, no hay engaño posible. Otra cosa es que la imaginación, ese caldibache de recuerdos, fantasías y sueños despiertos, sea mucho más iluminadora que las pretendidas verdades del barquero, que casi siempre hacen aguas. Joseph Cambell en Mito y sentido lo expresa mucho mejor: “Si el mito se traduce en un hecho real, entonces es una mentira. Pero si se lee como un reflejo del mundo que cada uno llevamos dentro, entonces es cierto. El mito es la penúltima verdad”.

Los mitos nos ayudan a saber de dónde venimos y quiénes somos: animales a los que la consciencia les ha puesto frente al conocimiento desasosegante de que un día su corazón se parará, su cerebro se apagará, su cuerpo se pudrirá y todos sus recuerdos y afanes se fundirán a negro. Por eso necesitamos edificar historias de dioses inmortales, reencarnaciones, cielos y walhalas que den algún sentido al sinsentido aterrador de haber nacido únicamente para morir.

Campbell desde muy joven se preocupó en ir hasta el fondo de los mitos sagrados de las diferentes culturas desplegadas por el planeta desde la noche de los tiempos y dedicó a ello su vida entera. Libros como El héroe de las mil caras, los cuatro volúmenes de Las máscaras de Dios (a cuál mejor) o La imagen del mito son enciclopedias de una erudición fascinante que nos muestra algo asombroso: cada nación en su blindaje de fronteras, cada sociedad y cada cultura se creen muy únicas, pero al rastrear los mitos fundacionales a lo largo de la historia Campbell encontró arquetipos que se repetían con pequeñas variantes, hechos sagrados idénticos para sociedades alejadas miles de kilómetros, relatos sobrenaturales calcados en culturas aparentemente dispares. Los mitos nos muestran que somos más parecidos de lo que pensamos y que estamos mucho más conectados de lo que creemos.

Mito y sentido, un volumen publicado de manera excelente por Atalanta, es el resultado de un trabajo minucioso de Stephen Gerringer, que se ha pasado años seleccionando y ordenando el contenido de conferencias, notas, entrevistas, intervenciones radiofónicas y debates públicos de Joseph Campbell. E incluso recogiendo eso que se pierde en las intervenciones aunque perdure el texto de la conferencia: las preguntas del público y las respuestas improvisadas que suscitan. No substituye a sus libros, donde se despliega la prosa de Campbell con las mil leyendas e historias con las que te hechiza, pero es una manera amena y muy accesible de acercarse a su pensamiento. Encontramos aquí ese rastro de la conectividad humana que caracteriza su obra: “El bautismo cristiano es un ritual que se remonta a la antigua Babilonia y aún más, a la antigua Sumeria, a los ritos de Ea, dios del abismo acuático. Los rituales especiales asociados a él eran rituales de agua e incluían el bautismo: meterse en el agua y volver a salir, una especie de vuelta al útero y renacimiento”.

El libro está plagado de ramalazos luminosos que se asientan en el profundo conocimiento de este mitólogo incansable, que no se dejaba devorar por el cepillo de carpintero del materialismo, pero tampoco se lanzaba a la piscina del esoterismo exótico. Alguien le preguntó en un evento:” ¿qué cree que ocurre en el momento de la muerte?” Y respondió: “Creo que la conciencia se desprende del cuerpo”. Pero eso no le bastó al incisivo interlocutor: “¿Y luego?”. Y Joseph Campbell, con todo el peso de su erudición y la autoridad de sus amplísimos conocimientos en el estudió de tantas religiones y mitos durante tantas décadas y después de beber de tantas fuentes, le respondió: “No lo sé”.

¿A dónde vamos?… Si no lo sabía Campbell, no lo sabe nadie.