«Tasmania», de Paolo Giordano

Paolo Giordano publica «Tasmania» (Tusquets).

Texto: Carlos LURIA  Foto: Iván GIMÉNEZ

 

Las olas de calor y la literatura no son compatibles. Cuesta leer y cuesta escribir. Mary Shelley no hubiera creado Frankenstein si en Suiza hubiera estado todo el tiempo sudando e hinchándose a cocolocos. Y si a la ecuación irresoluble ola de calor-literatura le añadimos el covid, entonces el único texto digerible es el prospecto del Gelocatil. En el momento de escribir estas líneas hay 39 grados en el exterior y 38 en mi interior, lo que suma 77 grados, un Valle de la Muerte y medio. No es de extrañar que el cerebro se ponga a hacer cosas raras. Por ejemplo, uno se pone a leer la última novela de Paolo Giordano, Tasmania (Tusquets), y se le aparece el fantasma de Michel Houellebecq con un ejemplar de Aniquilación bajo el brazo.

Tasmania es la quinta novela de Giordano. El argumento arranca en noviembre de 2015, cuando el narrador, un físico metido a divulgador científico (recordemos que el autor Giordano es doctor en Física), ha acudido a París para cubrir una cumbre sobre el clima pocos días después de los tristemente famosos atentados yihadistas. El protagonista, paralelamente, está escribiendo un libro sobre los efectos radiactivos de la bomba atómica. Durante varios años, va de aquí para allá (hacia ninguna parte) e interactúa con personajes de diferente condición: un amigo recién separado, un climatólogo experto en nubes, una reportera experta en zonas de conflicto o un sacerdote enamorado de una joven.

La aparición de Houellebecq tiene sentido (aunque si ya es feo al natural, tienes que verlo como espectro). El francés ha sido una presencia constante a lo largo de la lectura de Tasmania, porque resulta imposible obviar las enormes similitudes entre esta novela y Aniquilación. Ambos son libros narrados en primera persona y protagonizados por un europeo culto de mediana edad con graves problemas de identidad, graves problemas matrimoniales y graves problemas familiares. En ambos se nos presenta un resquebrajamiento del orden mundial como telón de fondo y un entorno humano que oscila entre la angustia y la desorientación, es decir, el caos del exterior como reflejo del caos interior. Y en ambos casos predomina un estilo coloquial con escasísimo empleo de figuras retóricas y un marcado gusto por el detallismo. Por desgracia, la hermosa y sorprendente catarsis de Aniquilación no aparece en Tasmania, con lo cual se resiente el arco emocional del protagonista de la novela italiana. Y tampoco aparece ese eficaz y cuidadísimo gamberrismo que es marca de fábrica (y fruto de una profunda reflexión) de Houellebecq. El riesgo que corre el francés, y que sorprende al lector, no lo vemos en el italiano.

Lo cual no significa que Tasmania sea un mal libro o un libro fallido. La inacción del protagonista es un espejo eficaz de la inacción de la Humanidad ante peligros reales como el cambio climático: “Hago notar a Giulio que él posee una estructura de esperanza mucho más solida que la mía, porque estudia, se cuestiona cosas, actúa, mientras que yo simplemente me dejo llevar”. La metáfora existencial que da pie al título funciona bien: “¿Dónde se compraría usted un terreno? Para salvarse, me refiero. (…) Novelli reflexionó unos segundos y dijo: en Tasmania. Está situada lo bastante al sur para escapar de las temperaturas extremas. Tiene grandes reservas de agua dulce, es un estado democrático y es una zona donde no viven depredadores del ser humano. No es una isla pequeña pero no deja de ser una isla y, por tanto, es fácil de defender. Porque habrá que defenderse, créame”. Y es obligado señalar que el libro de Giordano alza el vuelo en todos los pasajes referidos a las bombas atómicas que cayeron sobre Japón en 1945: “Muchos de los supervivientes de las bombas de Hiroshima y Nagasaki describen la explosión atómica como un fenómeno silencioso. El término japonés con el que las denominan es pikadon, de pika, luz, y don, estruendo. Sin embargo, casi ninguno de los supervivientes recuerda haber oído ruido. Lo que sí recuerdan todos es el resplandor. Esa viva luz precedió a la onda expansiva el tiempo suficiente para que las personas la vieran. De pronto, el paisaje se transformó con colores nunca vistos. (…) Cuando la onda expansiva alcanzó al fin Hiroshima y Nagasaki, fue tan potente que nadie pudo darse cuenta de nada más”.

Al final del libro, en un pasaje especialmente hermoso, el narrador recuerda que los muertos están formados por millones de átomos inestables: rayos alfa, beta y gamma, neutrinos que atraviesan la materia y se dirigen al espacio exterior, donde existirán miles y miles de años. “¿Será posible que la radiación guarde memoria de lo que fue? ¿Será lo que en otro contexto, llamamos alma?”

En definitiva, Tasmania es una radiografía eficaz, pero no sorprendente. Será un superventas, como el Gelocatil.