Pablo Vierci: «La Sociedad de la Nieve está narrada desde adentro»

La adaptación cinematográfica de  La sociedad de la nieve, nominada a la 96a edición de los Premios Óscar 2024 en las categorías de maquillaje y peluquería y mejor película internacional. Entrevistamos a su autor, Pablo Vierci, para conocer cómo  gestó este libro que narra desde adentro cómo 16 jóvenes vivieron y sobrevivieron al accidente de los Andes de 1972.

Foto de los supervivientes reales del accidente en los Andes, en 1972.

 

Texto: LP  Foto: Franco MARCUZZI

 

La adaptación cinematográfica del libro de Pablo Vierci, La sociedad de la nieve, se estrenó en Netflix el 4 de enero y en menos de un mes lleva más de 51 millones de visualizaciones en todo el mundo. Ayer fue nominada a los Óscar en las categorías de mejor maquillaje y peluquería y mejor película internacional. Todo un fenómeno para una historia que muchos ya conocían, sobre la que se han escrito varios libros y de la que ya se había hecho una película en 1993. Si bien la película tiene una fotografía fantástica, Bayona ha hecho un esfuerzo impresionante por recrear escenas con exactitud de las que hay fotografías tomadas tras el accidente en 1972 y consigue transmitir fielmente lo que sucedió durante los 72 días que estuvieron en la montaña quienes sobrevivieron al accidente aéreo, como sucede en tantas ocasiones, el libro va mucho más allá de la película.
Para afrontar el proyecto de redacción Pablo Vierci puso dos condiciones: la participación de los 16 supervivientes en el libro e ir al lugar del
accidente. Este libro va mucho más allá de ¡Viven! de Piers Paul Read ya que aquel fue escrito en 1974 a partir de unas breves entrevistas con los supervivientes. La sociedad de la nieve se escribe a partir de largas entrevistas con los supervivientes ya maduros, transcurridos treinta años de lo sucedido, cuando ya tenían hijos de la edad de ellos cuando andaban perdidos en la montaña, y habían podido procesar sus duelos y poner muchas ideas y emociones en su lugar. En la lectura se descubre qué pensaban mientras estaban allí, cómo se sintieron al llegar, qué
sucedió con sus vidas después. Una obra y una historia que supone una lección de vida, superación, amistad, lealtad y amor, que va mucho,
muchísimo más allá de la anécdota del caníbalismo de sobras conocida.

Era compañero de colegio y vecino del barrio de algunos de los supervivientes; cuando sucedieron los hechos en 1972. Algunos familiares y amigos dicen que nunca dejaron de creer que estaban vivos y otros habían iniciado ya el proceso de duelo, ¿cómo lo vivió usted? ¿Creyó que habían muerto en el accidente o nunca perdió la esperanza?

Yo era compañero de colegio de los que organizaron el vuelo. Hice toda la primaria y la secundaria en el colegio Stella Maris, de Hermanos irlandeses, los Christian Brothers y luego, cuando terminamos el colegio, formamos un club para jugar a rugby, el Old Christians. O sea, conocía a todos los que organizaron el vuelo y a muchos de los amigos por temas familiares. Eran pocos a los que no conocía. Por eso lo que sentí, similar a lo que sintieron mis amigos que no habían ido a ese viaje, fue como que a la vida te la parten al medio. Es como que buena parte de los chicos con quienes te criaste, en un colegio solo de varones, se perdieron en un avión.

Al mismo tiempo, y esto no me sucedió solo a mí, sino a mis amigos más cercanos, con quienes sigo siendo amigo hasta el día de hoy, nosotros sentíamos que habían “desaparecido”, porque la búsqueda oficial de las fuerzas aéreas de Chile, Uruguay y Argentina duraron 10 días, que es lo que indica el protocolo. Pero muchas familias los seguían buscando.

Para nosotros no estaban muertos así como tampoco estaban vivos. Ese era el sentimiento que teníamos. Estábamos como en el limbo. Yo tenía en ese momento 22 años y sentía que todos mis amigos del avión eran inmortales, como uno lo siente a esa edad. Y la búsqueda oficial no había encontrado restos de un desastre, se los había tragado la Tierra. Entonces el sentimiento que experimentamos, mis amigos y yo, en esos 72 días, fue el limbo, como un estado intermedio entre la realidad y la irrealidad, la vida y la muerte.

Para escribir el libro puso dos condiciones: que los 16 supervivientes participaran e ir al lugar del accidente, ¿por qué?

En aquel colegio de varones, el Stella Maris, yo era una suerte de “escribidor oficial”, no por mérito propio sino porque no había otro. Había escrito la letra del himno del colegio, así como muchos años después escribí el libro oficial de la historia de los 50 años del colegio, en 2005, titulado “Ad astra”. Por ser el “escribidor oficial”, desde que regresan los sobrevivientes sentí el compromiso de contarlo. Mi compañero de clase y amigo, Nando Parrado, no bien llegó, me pidió que lo ayudara a contar su historia, y así lo hice. Ese libro quedó trunco, porque los sobrevivientes y sus familiares se dieron cuenta de que había que escribir un libro oficial, grande, desde afuera, con un autor reconocido, para evitar las versiones falsas que estaban surgiendo, y así aparece Viven, un año después de que ellos regresaran, en abril de 1974, muy cerca de los acontecimientos.

Pero ese gran libro, Viven, cuenta “lo que pasó” desde afuera, escrito por un autor inglés. Siempre sentí que había que contar “lo que nos pasó”, desde la cercanía, y no había otro más que yo que los conociera desde siempre, con memorias compartidas, a los vivos pero fundamentalmente a los muertos. Incluso el título del libro refiere a los que viven, pero no a los que quedaron en la montaña.

Por eso, en esos años, hice varios abordajes en los diarios en que trabajaba. Destaco lo que escribí a los 30 años del accidente, una suerte de ensayo breve en el diario El País de Uruguay, titulado “Nosotros, los otros”, donde cuento lo que sucedió en los Andes desde el punto de vista de los muertos. Pero cuando hablaba con algunos de los sobrevivientes para escribir un libro coral, contando “lo que nos pasó”, no todos querían, porque lastimarían aún más a las familias de los que no volvieron.

En el 2005 ocurrieron dos hechos que ayudaron a que todos se decidieran a participar: cuando presentamos el libro “Ad astra” en el mismo gimnasio del colegio donde habían dado la conferencia de prensa el 28 de diciembre del 72, me acompañaron todos los sobrevivientes. El gimnasio estaba lleno y hubo que habilitar otra sala con una pantalla, donde todos nos dimos cuenta que la gente no había ido a escucharme a mí, hablando del libro de los 50 años del colegio, sino a los sobrevivientes.

Al mismo tiempo, poco después, dos sobrevivientes, Gustavo Zerbino y Roberto Canessa le plantearon a un documentalista uruguayo que los estaba filmando, Gonzalo Arijón, que compartiera conmigo las entrevistas que él hacía, así, yo podía sumarles las que yo mismo haría con los sobrevivientes, desde la cercanía, como dije antes. La sinergia fue perfecta.

Siempre creí que debía ser un libro donde “hablaran” los sobrevivientes e, intercalados, capítulos que yo escribiría engarzando un testimonio con otro, como una cadena donde cada eslabón colabora para llegar a un final que tenga un sentido profundo y coral.

Claro que lo que yo tenía de cada sobreviviente eran muchísimas más páginas de las que están en el libro, pero ahí está el trabajo de edición, de forma que fuera un puente emocional entre lo que ellos decían y el lector. Eso fue un trabajo que hice con ellos, el de ir mostrándoles a cada uno su capítulo. Porque en muchos casos yo debía completar la idea, redondear una emoción, lo que para mí tal vez era más fácil porque nos habíamos criado juntos, conocía sus entrelíneas, los sobreentendidos. Lo mismo hubiera ocurrido si fuera al revés, si ellos me entrevistaran a mí. Pero si no estaban los 16, el libro sería rengo. No sería completo, y no sería genuino.

Respecto a la condición de ir a la montaña es lo mismo que le sucedió a Juan Antonio Bayona cuando comenzó a trabajar en la película, en 2016. No puedes contar una historia como esta, tan desmesurada, tan extrema, tan exorbitante, sin conocer la geografía. Porque la geografía de los Andes es casi un personaje de la historia. Ese lugar de los Andes es la nada, es como estar en otro planeta. Es la sensación de “estar solo en el cosmos en un lugar que jamás fue pisado por otro ser humano”. Y para escribir un libro desde la emoción, necesitaba acercarme, al menos durante dos días, que es lo que estuve en la montaña, a esa sensación.

Algunos supervivientes como Pedro Algorta nunca habían hablado de lo que sucedió ni habían concedido ninguna entrevista; nunca, hasta hablar con usted para el libro de La sociedad de la nieve, ¿por qué cree que todos accedieron a hablar para este proyecto?

El que estaba más remiso de participar era Pedro Algorta, a quien yo conocía de la infancia y adolescencia, porque estaba una clase debajo de la mía, y le tenía mucho afecto. Entonces sucedió lo que cuento en el libro, primero me dijo que no y luego, ante un hecho que me había ocurrido, vinculado con el accidente, en un viaje que hice a los Andes del sur que me emocionó mucho, accedió.

Creo que todos aceptaron en primer lugar porque en el 2005 ya habían pasado 33 años desde el 72. La historia había decantado; muchas heridas estaban más cicatrizadas. Y también a los 30 años del accidente, en 2002, los sobrevivientes habían colgado la página web Viven, donde gente de todo el mundo les hacía consultas, y ellos advertían que en sus respuestas producían un alivio, en algunos casos una sanación. Eso lo fueron descubriendo a partir de ese momento: que ellos hablaran, le hacía bien al otro.

A su vez en 2006 Nando Parrado publicó su libro Milagro en los Andes, con mucho éxito en todo el mundo, y Carlitos Páez ya había publicado en 2003 su primer libro, Después del día 10. Se fueron dando una serie de hechos que cristalizaron en que todos entendieron que era el momento de hablar, de contar “qué nos pasó”. Como todo en la vida, son varias causas, muy diversas, pero que confluyen en una idea concreta.

¿Qué respondería a la pregunta que se hace Adolfo Strauch en el libro? Esa solidaridad que se explica por necesidad, ¿es genuina? ¿Es menos auténtica que la solidaridad voluntaria?

Adolfo “Fito” Strauch dice que cuando el corazón se desnuda, el ser humano se entrega al otro. Pero creo que es completamente genuino, es el ser humano cuando se despoja de los adornos del ego, los disfraces que todos nos vamos colocando para funcionar en lo que creemos que es la mejor manera en sociedad. Pero cuando no se precisan disfraces, como sucedió en la sociedad de la nieve, es cuando podemos llegar a lo auténtico, la esencia, la verdad, y ahí descubrimos que el hombre es generoso.

Y no es solo Fito quien lo afirma. Su primo hermano, Daniel Fernández Strauch, siempre dice que “jamás fuimos tan buenas personas como en la montaña”. No es que la “necesidad” te torne solidario y generoso. Sino que ese ser humano bondadoso anida en todos nosotros, pero está disfrazado por capas engañosas donde se termina cumpliendo la profecía de que “el hombre es el lobo del hombre”, como decía Thomas Hobbes.

Esta es una historia verídica, que desmiente aquello de las ficciones apocalípticas de que ante la adversidad surge el “sálvese quien pueda”, la jauría, los saqueadores de los huracanes. Es una ventana que nos muestra un hecho real, desmesurado, gigantesco, exorbitante, de vida y de muerte, pero que al fin te reconcilia con el ser humano.

¿Cómo fue la sorpresa de recibir esa carta de JA Bayona en 2011? ¿Cuáles fueron las dificultades que atravesaron para que la película fuera una realidad en 2023?

Para mí fue algo bastante inexplicable. No quiero adjudicarlo a la suerte, ni al destino. Pero fue extraño. Ya habíamos tenido un par de propuestas para llevar el libro a la gran pantalla o hacer una serie, pero el mail que me envió Jota Bayona, y que de inmediato compartí con los sobrevivientes, porque se trata de un libro coral, fue como un meteorito emocional que atravesó el océano. Porque nos quedó muy claro que él estaba dispuesto a profundizar en esta carrera de postas que no tiene un punto definitivo de llegada. Estaba dispuesto a tomar la posta para avanzar más hondo, o como lo dijo él en una entrevista con Los Ángeles Times, estaba dispuesto a tirarse de cabeza, conmigo, para encontrar qué era lo que faltaba contar, debajo de esa punta del iceberg que él menciona en ese mail de mayo de 2011.

La película de Bayona rinde un homenaje a Numa Turcatti, que lamentablemente no sobrevivió aunque, tal y como se cuenta en el libro, fue un miembro importantísimo de la sociedad que se formó. En el libro se habla de él, pero no es el protagonista y al no haber sobrevivido no tiene un capítulo propio, ¿cómo surgió la idea de enfocar la película a partir de su narración en primera persona?

En el libro La Sociedad de la Nieve, Numa no tiene un capítulo propio porque no pude conversar con él porque había muerto el 11 de diciembre de 1972. Pero en el libro siempre me sorprendió que todos los que se refieren a él, cuentan lo mismo: dio todo sin esperar nada a cambio. Cosa que ya lo había contado Nando Parrado en su libro del 2006. O incluso Gustavo Zerbino, que a uno de sus hijos le quiso poner el nombre de Numa, en homenaje al amigo de los Andes.

Lo sorprendente de lo que cuentan los sobrevivientes, y que luego confirmamos en la investigación que hicimos para la película, es que Numa no especulaba. O sea por más que la sociedad de la nieve estuviera pautada por la compasión y la misericordia, todos habían aprendido que debían entregarse al resto pero reservarse algo de energía para ellos. Porque de lo contrario, no sobrevivirían, porque la muerte les pisaba los talones. Como dice Canessa, con cada uno que se moría, no sentían tristeza por el que moría, sino por uno mismo, porque sería el próximo en morir, estaba en lista de espera.

Y eso los llevaba a reservarse un poquito de energía para vivir un día más.

Numa era la entrega total. Como luego nos contó la familia, no es que no quisiera especular, hacer cálculos. No podía hacerlo, porque su personalidad era demasiado bondadosa y leal con sus amigos, que salvo Pancho Delgado, los hizo en la montaña, en esos días tan trágicos desde el 13 de octubre hasta el día que muere, el 11 de diciembre.

Moncho Sabella dice que en el libro ¡Viven! el autor no pudo subir a la montaña y el texto relata anécdotas, el exterior, pero no lo que sucedía dentro de cada uno de los supervivientes “es la narración fría de los hechos. Pero si no se cuenta lo que sucedía dentro de nosotros, no se descubre la humildad, que es la esencia de la historia”, ¿está de acuerdo? ¿Cuáles cree que son las diferencias entre La sociedad de la nieve y ¡Viven!?

Como dije antes, Viven es un gran libro, y muy necesario en ese momento, contar la verdad de los hechos, para evitar todas las falsedades que se estaban insinuando. Pero está contado desde afuera, y La Sociedad de la Nieve está narrado desde adentro, “lo que nos pasó”. Y además Viven se basa en entrevistas que les hicieron a los sobrevivientes no bien llegaron, un mes después, o sea no habían tenido el tiempo suficiente, en algunos casos, de procesar esos hechos tan tremendos y dolorosos. Basta recordar lo que mencioné, que se publicó en abril del 74, poco más de un año después de los hechos.

La Sociedad de la Nieve se publica en 2008, 36 años después. Y ese período ayudó a entender un poco más eso que cuenta Moncho de la humildad, por ejemplo. La ausencia del ego, la ausencia de las máscaras que la sociedad nos obliga a utilizar para tener “éxito”, y ahí está un poco el corazón de la sociedad de la nieve.

El copiloto, en la película, sí repite “pasamos Curicó, pasamos Curicó” como ocurrió y se cuenta en el libro, pero no pide que le peguen un tiro con un revólver como así fue, ¿por qué decidieron que eso no apareciera en la adaptación cinematográfica?

Además de que la película está basada en mi libro La Sociedad de la Nieve, esa obra coral, yo soy productor asociado del film, o sea acompañé todo el proceso creativo desde que empezó a trabajarse en el proyecto, en 2016. Incluso yo participaba en los primeros tratamientos y en las primeras versiones del guion, con otro guionista, por eso en el rollo final de los créditos también aparezco como “desarrollo de guion”. Pero un día nos dimos cuenta de que esa cercanía, que era tan importante para el libro, podía jugar en contra para el guion, porque inconscientemente yo cuidaba más a los personajes que a la película. Como dice siempre Bayona, yo soy el guardián y el custodio de la historia y de los personajes, pero eso mismo te lleva a querer que esté todo lo que sabes que es relevante para los sobrevivientes y para algunos de los que murieron. Lo que sería imposible en una película de 2 horas y 24 minutos.

La escena del revólver se filmó, con todos los detalles, pero luego en el proceso de edición, el director, Bayona, que es el artífice de todo, es el que tiene la antorcha que sirve de puente entre los hechos y el espectador, es el responsable final de trascender los hechos, para que, si son importantes, estén pero en una forma simbólica, es el que decide si la escena queda o no queda.

Para mí, todas las decisiones que tomó Bayona, a quien llamo “nuestro Leonardo da Vinci”, me parecieron perfectas. Siento que Jota Bayona mira más lejos. A veces uno no se da cuenta pero cuando accede a esa mirada que él tiene, más lejana, más sabia, se da cuenta que tiene razón. Por eso digo lo de Leonardo da Vinci: con mucha frecuencia Jota accede a “lo artístico”, que no retrata lo que se ve, sino lo que no se ve.

Tampoco aparece cuando Carlos Roque, tras ver sobrevolar a un avión de hélice, interpreta que les ha visto y buscará ayuda, momento en el que algunos supervivientes, convencidos de que así será, se comen la mitad de las provisiones, o cómo el rescate ha de hacerse en dos fases y algunos han de quedarse en el lugar del accidente una noche más, aunque con provisiones y acompañados de dos alpinistas expertos. ¿Fue difícil elegir qué eliminar para desarrollar la adaptación cinematográfica?

Para mí, que escuché todas esas anécdotas desde que los chicos volvieron, en diciembre del 72, son difíciles de quitar. Pero Bayona tenía la ventaja y la virtud de saber elegir lo que realmente fuera relevante pero que al mismo tiempo tuviera un sentido, una estética y conectara y empatizara con el espectador.

Coche Inciarte le decía en el libro que se dio cuenta de que lo que no se dice provoca dolor y que hablar cura, ¿cree que la película contribuye a seguir curando a los supervivientes de su experiencia?

Sin ninguna duda. Como dicen los psicoterapeutas, los traumas se producen cuando ocurre un hecho doloroso y cuando ese hecho no se puede recordar, queda bloqueado. En la mayor parte de los casos de los sobrevivientes, los hechos no quedaron bloqueados. Además los sobrevivientes fueron muy bien recibidos por la sociedad, a diferencia de los soldados cuando regresan derrotados de una guerra, lo que acrecienta el trauma y la desazón.

Pero igual todos tenemos en mayor o menor medida puertas entreabiertas o cerradas en nuestra psiquis, o en nuestro pasado. Creo que esta película ayuda a abrirlas, no solo a los sobrevivientes, o a los familiares de los que no volvieron, sino a todos los que viven la experiencia de la película, que para mí trasciende lo que es un simple film, y se transforma en una vivencia sanadora.

20 millones de visualizaciones en Netflix en todo el mundo en menos de una semana es un récord impresionante, ¿a qué cree que se debe este éxito?

El 17 de enero de 2024 Netflix publicó que La Sociedad de la Nieve ya era una de las 10 películas más vistas en la historia de la plataforma en apenas 10 días, con 51 millones de visionados en todo el mundo. Y esto va en aumento todos los días.

Creo que la explicación es la que nos llevó a trabajar en esta película, con Bayona: conocíamos la punta del iceberg de una historia que es simbólica, o emblemática de la condición humana, con jóvenes viviendo en el fin del mundo durante 72 días en la cornisa de la vida y la muerte.

Y la consigna que nos planteamos para la película era en cierto modo obvia pero nueva, porque requería tiempo: hay 16 sobrevivientes porque hubo 29 muertos, porque lo que permitió la vida fue el acto extremo de generosidad del pacto de entrega mutua, de decir, como ellos lo hicieron, de que “si yo muero puedes usar mi cuerpo” para intentar atravesar la cordillera más ancha del planeta y llegar a destino, con la bandera de la vida, y contarle a mi familia qué fue lo que ocurrió.

Ese mensaje, por llamarlo de alguna manera, llega en un momento especial, como es el presente. Llega después de una pandemia, donde a todos nos tornó más humildes, donde todos vimos a la muerte más cerca, donde todos aprendimos que la salvación no es individual sino colectiva, y donde todo el mundo, en el medio de una incertidumbre irrepetible e inédita, buscó con frenesí la luz al final del túnel.

Mucho de esto ocurre en los Andes, como en un lente de aumento. Y en esa historia coral, que contamos en el libro y en la película, se distribuyen de una forma novedosa los heroísmos, en un momento en que los superhéroes ya no producen tanta empatía como antes, en particular entre los jóvenes.

Admiramos pero tal vez no es tan fácil identificarnos con una gesta casi sobrehumana como la expedición final que emprenden Tintín, Canessa y Parrado, que culminan estos últimos dos, atravesando la cordillera de los Andes en esas condiciones, famélicos, débiles, sin equipos, sin saber nada de montaña. Pero uno puede identificarse y empatizar con los otros actos heroicos, en otra escala, como la contención psicológica, los pequeños gestos y el trabajo por el grupo, por el equipo, la sabiduría de los primos Strauch que se encargaban del alimento, o los que dieron todo de sí, entregar lo mejor que tenían en aras del grupo, pero no obtuvieron la recompensa, porque murieron en la orilla.