Nueve cuentos sobre las relaciones entre padres e hijos de Daniel Díez Carpintero
Daniel Díez Carpintero publica su segundo libro de relatos «Nunca se sacia el ojo de ver» (Sloper)
Texto: David PÉREZ VEGA
El pasado viernes 11 de marzo presenté la novela Aquí hay demasiada gente de Carlos Castaño Senra, en la librería Lé de Madrid. Se trató de una presentación doble, puesto que a la vez se presentaba el libro de relatos Nunca se sacia el ojo de ver de Daniel Díez Carpintero (Madrid, 1979). Los dos libros pertenecen a la editorial Sloper, donde publiqué mi novela Los insignes en 2015. Unas semanas antes, Román Piña, el editor, me había enviado Nunca se sacia el ojo de ver, porque en 2017 había leído El mosquito de Nueva York, el primer libro de relatos de Díez Carpintero y me había parecido muy original. En la contraportada de este libro inicial, Piña había escrito «cuentos muy alejados del canon actual» y era cierto, porque los protagonistas de los cuentos de El mosquito de Nueva York eran principalmente idiotas, unos idiotas que no eran conscientes de serlo y que, además, querían dar lecciones a otros. Unos idiotas que miraban el mundo desde un prisma distorsionado, que daba a los relatos un curioso aire de esperpento surrealista.
He releído mi reseña de El mosquito de Nueva York para recordarme los cuentos de Díez Carpintero. Señalé, entonces, sobre su primer libro que en sus cuentos era frecuente encontrarse parejas formadas por un hombre y una mujer, donde ellas normalmente eran seguras y dominantes y los hombres eran apocados y pusilánimes. En Nunca se sacia el ojo de ver también se repite en la construcción de sus cuentos una pareja de protagonistas, pero en este caso suelen ser un padre y un hijo. Sé que entre un libro y otro, el autor ha sido padre y esto ha tenido que influir en la composición de sus narraciones.
El mosquito de Nueva York estaba formado por nuevo cuentos y Nunca se sacia el ojo de ver también.
El primer cuento del nuevo libro se titula Sacrificio y libaciones y, aunque su lectura resulta perturbadora, no ha sido uno de mis favoritos del conjunto. Un maduro profesor de universidad ‒que me ha recordado a un personaje de Michel Houellebecq‒ recibe la visita de una pareja de jóvenes religiosos, y solo puede fijarse sexualmente en la chica sin atender a sus palabras. Aquí el personaje es alguien de buena posición, y rompe con la idea del conjunto, porque los personajes de casi todos los demás relatos pasan dificultades económicas.
Espejo de hierba está protagonizado por una anciana que vive al sur de Ciudad de México, donde sé que vivió unos años el autor. Es un cuento sobre la soledad y los recuerdos del pasado, con un aire poético. También es un cuento sobre la culpa de una mujer sobre cómo influyó en su hijo. He comentado al principio que había aquí relaciones padre-hijo, pero en este cuento es una relación madre-hijo, pero en gran medida el relato está recorrido por el mismo aire de hablar de hijos a los que los padres están fallando.
El recurso de enumerar relaciones de cosas (en este caso recuerdos) crea en el texto un aire poético, un recurso que se volverá a usar en otros relatos.
Me gusta más este relato que el primero, y empiezo ya a pensar que Nunca se sacia el ojo de ver es un libro diferente a El mosquito de Nueva York, porque en este primer libro estaba recorrido por un aire de juego cruel sobre los personajes idiotas y el tono de este nuevo libro es diferente, más serio, profundo y lírico.
Volkswagen Santana es un cuento sobre una pareja sin trabajo, que se va deslizando por los peldaños de la miseria y el desaliento. Me ha recordado a algunos cuentos del chileno Marcelo Lillo. Díez Carpintero se ha alejado aquí de esos personajes idiotas y esperpénticos de su primer libro, y su mirada sobre sus nuevos personajes es mucho más compasiva y honda. El humor surrealista también ha dejado paso a la tristeza desolada. Volkswagen Santana es un cuento clásico magnífico, una gran asunción de la tradición narrativa norteamericana en idioma español.
Me ha gustado mucho también De un jubilado sobre un hombre solitario, de cierta edad, que en los días de un caluroso verano, en un barrio residencial, ve a un hombre que exhibe su miseria ante los demás acompañado de su hijo. «Era una tarea ‒quedarse en el mismo lugar todos los días para que la gente lo mirara‒ igual que un desafío rabioso y complicado. Un reproche que ni el hombre ni su hijo entendían. Pero al que se dedicaban con disciplina, sin faltar nunca.» (pág. 55)
Editor de basura es otro de mis cuentos favoritos del libro. Está escrito en primera persona, la primera persona de un hombre que regresa a su país tras seis años fuera y está sin trabajo, viviendo en la zona industrial de un pueblo rico. Me he imaginado que el autor se estaba fijando en algún pueblo de la periferia madrileña como Pozuelo o Boadilla del Monte. De nuevo es un gran cuento de corte clásico norteamericano, y de nuevo se habla de la relación de un padre con su hijo, pero es como si, a diferencia del cuento anterior, la relación se mostrase desde dentro y no a través de la mirada de un tercero.
Mi prima es un cuento cruel, un cuento sobre las ensoñaciones amorosas de un adolescente en torno a su prima que va a venir a su casa de la capital a visitar a la familia desde el pueblo. Una prima que se revelará como una chica insulsa, sin ningún atractivo. Este cuento me ha parecido más relacionado con los de El mosquito de Nueva York, que otros de este volumen.
En Error médico un adulto recuerda una anécdota de algo que le ocurrió con once años, cuando deseaba romperse un brazo para que los demás le hicieran más caso. Al final es otro relato que habla de relaciones paterno filiales y su cierre resulta escalofriante.
En Camping (nunca se sacia el ojo de ver) también tenemos a un padre con un hijo. Esta vez la acción se sitúa en un camping de caravanas. El padre observa a los demás veraneantes, sus cambios, y en todas las descripciones hay un pálpito de inminente desastre. Es un cuento correcto, pero me ha parecido menos potente que otros del libro.
Coche de carreras cierra el volumen y, en esta ocasión, la relación entre el padre y el hijo más que basarse en la soterrada violencia, se sustenta sobre la frustración económica del padre. Su final es magnífico, y todo el cuento supone un gran broche para el libro.
En la presentación, David Torres y Carlos Castaño comentaron que Nunca se sacia el ojo de ver es un libro de cuentos que, en gran medida, la unidad temática de sus narraciones hace que sea un poco parecido al de una novela.
Nunca se sacia el ojo de ver me ha parecido un gran libro de relatos, superior a El mosquito de Nueva York, que ya me pareció un libro destacado. Siendo dos propuestas frescas y originales; en la nueva, lo que Díez Carpintero ha podido perder en originalidad lo ha ganado en hondura y belleza.